La era del desarrollo reordenó el mundo posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, dibujando una geografía dividida entre países “desarrollados“ y “subdesarrollados”, o pobres. Aunque el concepto “desarrollo” existió anteriormente, se tornó hegemónico cuando el gobierno de los Estados Unidos, nueva potencia mundial en aquella época, lo colocó en el centro de su política internacional en 1949. La Organización de Naciones Unidas no solamente se creó para evitar futuras guerras, sino también para promover el desarrollo en aquellas dos terceras partes del mundo, sobre todo del Sur geopolítico, que fueron catalogadas como “subdesarrolladas” en ese entonces. Fue la época de la declaración de los derechos humanos y de la creación del sistema financiero internacional de Bretton Woods. En los países industrializados, se generalizó el consumo de masas y apareció el Estado de bienestar. Fueron décadas en las que un vigoroso crecimiento económico atenuó el conflicto de clases. Por todo esto, hasta hoy en día, el discurso dominante equipara con tanta facilidad el crecimiento del Producto Interno Bruto con el bienestar social de las personas. Los años entre 1950 y 1975 aparecen como una suerte de época dorada que marca un estado ideal de sociedad. En los países del Norte geopolítico, se lo añora, ahora que la austeridad neoliberal lo desmontó. En los diferentes Sures, donde nunca llegó a materializarse o solo muy efímeramente, se lo desea alcanzar, precisamente a raíz de la gran promesa de desarrollo. La promesa falaz de que cualquier sociedad del mundo puede alcanzar el mismo nivel de consumo, de servicios públicos, de relativa democracia, como existieron en aquella época en algunos países del Norte.

El desarrollo siempre fue una promesa falaz

Es en este mismo periodo que el crecimiento económico acelerado de los países industrializados condujo a la sobreexplotación exponencial de todos los recursos biofísicos del planeta en sólo siete décadas. Como ilustra el siguiente gráfico, la extracción de materiales de todo tipo que se realizó desde la revolución industrial hasta 1950, cuando inicia esta “era de desarrollo”, no compara en absoluto con su crecimiento exponencial posterior. Aunque, por supuesto, la revolución industrial sentó las bases para este proceso.

Elaboración: Christoph Görg, University of Natural Resources and Life Sciences, Viena.

Es lo que Will Steffen y sus colegas han llamado la Gran Aceleración [1]1 — Steffen, W. et al. (2015) The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration. The Anthropocene Review. 2 (1): 81–98. . Un incremento realmente vertiginoso del (sobre-)uso de las bases materiales que hacen posible la vida humana en el planeta, y de todos los efectos contaminantes y destructivos asociados. Estos materiales, por ejemplo el petróleo, se extraían de países del Sur geopolítico o periféricos, pero se consumían sobre todo en los grandes centros del sistema-mundo capitalista. Las nuevas reglas de la economía-mundo establecieron relaciones de intercambio profundamente desiguales, tanto en términos ecológicos como económicos, como señalaron los teóricos de la dependencia. En cuanto al bienestar social, este crecimiento económico acelerado en los centros capitalistas dio lugar a resultados muy dispares en distintas partes del mundo. Nos ha empujado hacia niveles escandalosos de desigualdad. Hoy en día, podemos afirmar que el crecimiento económico es el principal impulsor tanto de la destrucción ecológica como de la desigualdad social.

Hasta ahora, sigue siendo hegemónica aquella apreciación del desarrollo que lo asocia estrechamente al crecimiento económico, expresado en el producto interior bruto —a pesar de la grave crisis ambiental aguda que vivimos, y de los múltiples intentos de resignificar el desarrollo (desarrollo humano, desarrollo sostenible, etc.)—. Las instituciones financieras internacionales no han cambiado de perspectiva al respecto, ni han perdido poder. Incluso los objetivos de desarrollo sostenible incluyen un objetivo enfocado en el crecimiento —objetivo paradójico si se considera que habitamos un espacio limitado—.

Hoy en día, podemos afirmar que el crecimiento económico es el principal impulsor tanto de la destrucción ecológica como de la desigualdad social

Para muchas comunidades rurales en Asia, África y América Latina, el desarrollo hoy es el lema que justifica su desplazamiento, su desarraigo, la pérdida no solamente de sus medios de vida, sino también la pérdida de sus relaciones sociales, de las relaciones con su entorno y las espirituales. En su experiencia, el desarrollo son megaproyectos de todo tipo que sirven fines lejanos, abstractos, y no les dejan nada más que despojo, empobrecimiento y violencias.

La colonialidad de la cooperación al desarrollo

La cooperación al desarrollo es una dimensión del gran paradigma de desarrollo. Es una forma específica de relacionamiento entre Nortes y Sures geopolíticos, hija de aquella época. Los cuestionamientos de fondo al binomio de desarrollo/subdesarrollo y a la visión del mundo que construye se formularon en la década de los 1990. En la misma década en la que nació el movimiento de justicia ambiental, cuando mujeres migrantes o negras comenzaron a cuestionar a los feminismos blancos y de clase media o alta desde un lugar de enunciación diferente, y cuando en América Latina, Aníbal Quijano y el grupo modernidad/colonialidad formularon sus tesis acerca de la persistencia inquebrantada de la colonialidad del poder y del saber, más de un siglo después del fin del colonialismo como época histórica.

Como lo señala el intelectual desprofesionalizado mexicano Gustavo Esteva, el hecho de clasificar y etiquetar a sociedades muy diversas, que tenían sus propias formas de organizar la producción de bienes y los intercambios, que tenían sus propios horizontes culturales y de bienestar, como pobres y subdesarrolladas, aplicando la lente de la economía capitalista como único parámetro, conllevó en sí una considerable carga de violencia epistémica. El eufemismo inventado posteriormente, “en vías de desarrollo”, no desarma en sí esta concepción binaria y jerarquizada del mundo. Dice Esteva: “El subdesarrollo comenzó el 20 de enero de 1949. Ese día, dos mil millones de personas se volvieron subdesarrolladas. En realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros: un espejo que los desprecia y los envía al final de la cola, un espejo que reduce la definición de su identidad, la de una mayoría heterogénea y diversa, a los términos de una minoría pequeña y homogeneizante” [2]2 — Esteva, G. (1996) «Desarrollo» en Sachs, W. (ed.) Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder. Lima: PRATEC. .

El descarte de los saberes campesinos y locales para priorizar el saber experto, moderno; la aplicación de “cajas de herramientas” estandarizadas y consideradas universales a todo tipo de contextos sociohistóricos muy diversos, son algunos de los elementos de cómo esta violencia epistémica se materializó.

Durante décadas, despreciamos a los saberes campesinos, indígenas, afrodescendientes, de pescadores artesanales, de pueblos que viven del y con el bosque en diferentes partes del planeta. Como sabemos hoy, estas poblaciones tienen el mérito de haber preservado el 80% de la biodiversidad con la que aún contamos [3]3 — Garnett, S., Burgess, N. (2018) A spatial overview of the global importance of Indigenous lands for conservation. Nature Sustainability 1(7): 369-374 [Disponible en linea]. . Nos empeñamos en llamar pobres a estos grupos – solo porque en sus modos de vida el ingreso monetario no tiene centralidad. O atrasados, porque no comparten los horizontes del productivismo, del progreso lineal infinito. Enarbolan otros valores, como los equilibrios con el entorno, o la calidad de las relaciones, no solamente con los demás humanos, sino también con las otras especies, la naturaleza que ven como fuente de vida. Son ellos quienes practican en muchas formas el sumak kawsay, la vida en plenitud, traducida como buen vivir por los progresismos latinoamericanos. Cada grupo a su manera, según su contexto, según su trayectoria histórica y las condiciones biofísicas del lugar que habita.

Son estos grupos que, clásicamente, aparecen como los más pobres en los censos poblacionales y así se transforman en blanco de la cooperación al desarrollo. Un proceso que, según el antropólogo económico Jason Hickel, desde un análisis macro de los flujos de dinero, beneficia mucho más a los países donantes que a los países receptores de esta “ayuda». Según Hickel, “cada año dos billones de dólares van del Norte global hacia el Sur, en ayuda al desarrollo, créditos e inversión extranjera. Pero en realidad, cinco billones de dólares fluyen cada año en sentido inverso, del Sur global hacia el Norte. Esto significa que el Norte global estaría apropiándose un valor de tres billones de dólares anuales del Sur. Esto es 24 veces el presupuesto de cooperación que el Sur recibe. Constituye una gigantesca transferencia de riqueza desde los países pobres hacia países ricos».

El Norte global estaría apropiándose un valor de tres billones de dólares anuales del Sur, 24 veces el presupuesto de cooperación que el Sur recibe

Esto ocurre, de acuerdo a Hickel, gracias a varios mecanismos: primero, la evasión fiscal y las transferencias ilícitas de fondos que incluyen a grandes corporaciones transnacionales, así como los pagos de intereses por deudas cuyo valor ya fue cancelado múltiples veces. Segundo, las reglas del comercio internacional, diseñadas para beneficiar a los países ricos, permitiéndoles extraer recursos y mano de obra de países del Sur a precios artificialmente bajos. Según estos cálculos, los países del Sur contribuyen con la mayor parte del trabajo y de la materia prima a la producción global. Pero a la vez, el 60% más pobre de la población mundial recibe solamente el 5% de los nuevos ingresos generados cada año por el crecimiento económico. El resto se va directamente a quienes ya son ricos.

América Latina: la bodega de materiales del mundo

Hay una larga historia de intercambios desiguales entre América Latina y las diferentes regiones del Norte. También en la actualidad, América Latina a nivel global es —junto a Asia Central— la región del mundo con mayores exportaciones netas de materiales por habitante. Desde la década de 1970, la extracción de materiales en América Latina se ha multiplicado por cuatro, un crecimiento muy superior a la media global. El nivel extractivo reciente realmente ha alcanzado niveles sin precedentes: es posible que en las últimas cuatro décadas, se hayan extraído de América Latina más materiales para la exportación que en toda la historia previa de la región. Al mismo tiempo, la mayoría de las economías latinoamericanas importan a mayor precio del que exportan. Dicho de otra forma, se descapitalizan en términos materiales, sin que esto genere necesariamente retornos económicos positivos. Esto reconfirma la tesis del intercambio ecológicamente y económicamente desigual [4]4 — Infante Amate, J., Urrego Mesa, A. et al. (2020) «Las venas abiertas de América Latina en la era del Antropoceno: Un estudio biofíscio del comercio exterior (1900-2016)». Diálogos Revista Electrónica de Historia, 21(2): 177-214. . Obviamente, no existe cooperación al desarrollo que pueda revertir estas grandes tendencias.

Esta mirada crítica a la funcionalidad del concepto de desarrollo para las relaciones internacionales injustas no significa que no haya habido, también, muchos esfuerzos de cooperación al desarrollo muy valiosos, verdaderamente emancipadores para las comunidades del Sur, en los que ellas pudieron ser protagonistas y no “beneficiarios”. También la cooperación fue y es un campo en disputa, en el que individuos, grupos e incluso instituciones apostaron a cambios radicales y prácticas diferentes de lo habitual. Sin embargo, la cooperación, incluso en el mejor de los casos, solo alcanzó a ser una curita en una larga historia de explotación y saqueo.

En el siglo XXI necesitamos otro paradigma que guíe las relaciones Norte-Sur

La tesis que quisiera proponer aquí es que tanto el paradigma de desarrollo como la cooperación son muy propios del siglo XX. Los desafíos de este siglo XXI nos exigen establecer relaciones Norte-Sur de otro tipo, sobre una lógica radicalmente diferente. Esta nueva lógica se asienta, primero, en el reconocimiento de que el sistema-mundo que hemos construido históricamente está plagado de profundas injusticias, de colonialidad y racismo, que persisten hasta la actualidad. Y segundo, parte del hecho que estamos enfrentando cada vez más problemas de alcance global que amenazan a la humanidad en su conjunto, en el contexto de una crisis multidimensional y civilizatoria: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la desigualdad extrema, son solo algunas de sus expresiones. La pandemia de Covid-19 nos ha demostrado dolorosamente cuán crucial es diseñar soluciones de alcance verdaderamente global en el caso de desafíos globales, que no refuerzan las asimetrías estructurales preexistentes, en lugar de responder simplemente sumando estrategias nacionales muy dispares y desiguales entre sí.

Esta nueva lógica se asienta en el reconocimiento de que el sistema-mundo que hemos construido históricamente está plagado de profundas injusticias, de colonialidad y racismo

Nuestro conocimiento de los retos que enfrentan las sociedades humanas en la actualidad es más detallado que nunca. Podemos modelar con precisión el devenir del clima mundial. Sabemos que actualmente, se están extinguiendo al menos cien veces más especies de las que cabría esperar de forma natural. Especialmente en los trópicos de América Latina y el Caribe, donde, según WWF, las poblaciones de peces, reptiles y anfibios, mamíferos y aves cayeron en promedio un 94 por ciento entre 1970 y 2016. Paradójicamente, en contraste con este nivel de conocimiento, nos resulta muy difícil desarrollar respuestas que sustenten la vida ante estos problemas.

El crecimiento económico “verde” de la Unión Europea

Los actores hegemónicos reaccionaron al calentamiento global con un cambio en el discurso: colocaron la descarbonización en el orden del día. En diciembre de 2019, la Unión Europea lanzó su Pacto Verde, que pretende conseguir emisiones “cero netas” de gases de efecto invernadero para 2050 e impulsar el crecimiento económico mediante la actualización de la base tecnológica de las infraestructuras y la producción hacia energías renovables [5]5 — Comissió Europea (2019) Comunicació de la Comissió al Parlament Europeu, al Consell Europeu, al Consell, al Comitè Econòmic i Social Europeu i al Comitè de les Regions [Disponible en linea]. . El documento apuesta por un crecimiento económico «verde», supuestamente desvinculado del uso de recursos y de la presión sobre los ecosistemas, que sería posible gracias a la digitalización de gran parte de la economía (aunque toda digitalización requiere, evidentemente, de materia prima y de una cantidad de energía considerable). Los Estados Unidos también quieren reducir las emisiones “netas” de CO2 de su economía a cero hasta 2050 y a la mitad hasta 2030. China, por su parte, pretende alcanzar el pico de emisiones antes de 2030 y la neutralidad del carbono en 2060.

En este escenario dominante de modernización ecológica, la Unión Europea apuesta a alianzas “verdes” con países del Sur, para asegurarse el flujo de recursos necesarios para la transformación de la economía. Implícitamente, estas estrategias asignan cuatro roles a regiones como América Latina. Cada uno de ellos contiene una fuerte dimensión de apropiación e imposición de intereses ajenos en sus territorios:

  • Por un lado, se ve a América Latina como almacén de materias primas para la transición hacia otras fuentes de energía de las grandes economías. El Banco Mundial prevé un incremento del 500 % de la demanda mundial de litio entre 2018 y 2050. América Latina detenta más de la mitad de las reservas mundiales de litio. También se encuentra en la subregión el 40 por ciento de las reservas mundiales de cobre —igualmente un metal muy preciado, por ejemplo, para construir vehículos eléctricos—. Se anuncia así una nueva ola de extractivismo, con aún más conflictividad social y devastación ambiental.
  • Por otro lado, América Latina es uno de los lugares potenciales para “neutralizar” las emisiones de CO2 que seguirán produciéndose en las grandes potencias mediante proyectos de compensación, con el fin de que estas alcancen numéricamente sus objetivos de «emisiones netas cero» (a no confundir con un fin real de las emisiones).
  • Tercero, América Latina será uno de los destinos de la creciente exportación de desechos y residuos de todo tipo hacia el Sur, entre otros, residuos electrónicos y tóxicos.
  • Finalmente, América Latina es vista como un potencial mercado para vender tecnologías de energía “renovable”.

En todo caso, la perspectiva que domina es que regiones como América Latina estarían naturalmente al servicio de la transición energética en los centros del sistema-mundo, sin que se discutan mucho las consecuencias para la región —una reedición de la vieja relación colonial—. Al máximo, se le vendería un poco de tecnología “limpia” que se instalaría con la ayuda de expertos europeos. La posibilidad de que las sociedades del subcontinente pudieran tener un proyecto propio de transición hacia un futuro digno [6]6 — Pacto Ecosocial del Sur i Institute for Policy Studies (2022) Una transición justa para América Latina [Disponible en linea]. , centrado en sí mismas y sus necesidades, y solamente después en el mercado mundial, no aflora en los discursos dominantes. Aunque por supuesto, no existe ninguna perspectiva de sustentabilidad global si el escenario al que se apunta es el de algunas islas “verdes” privilegiadas en el Norte, con aire limpio y autos eléctricos, mientras en las demás partes del mundo crecen las zonas de sacrificio y devastación.

Un nuevo fundamento para las relaciones Norte-Sur, basado en la justicia global

Para garantizar las condiciones de su supervivencia y enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI, las sociedades humanas deben llegar a un nuevo fundamento para su coexistencia en este planeta. Deben reducir, en términos absolutos, su metabolismo social, es decir, el conjunto de flujos de materiales y de energía entre la naturaleza y la sociedad. En lugar de apostar a más y más crecimiento económico, deben aprender a centrar sus formas de organización económica y social alrededor del cuidado y del sostenimiento de la vida. Deben reescribir y democratizar profundamente las reglas de las relaciones entre el Norte y el Sur geopolíticos, introducir criterios de justicia y equidad en las reglas del comercio internacional y las reglas del sistema financiero. Deben abolir tratados comerciales asimétricos y regulaciones que priorizan la rentabilidad de corporaciones transnacionales privadas por sobre los derechos y la vida de los pueblos, como sucede muchas veces en los litigios alrededor de tratados bilaterales de inversión. Deben desprivatizar la propiedad intelectual y el sistema de patentes. Deben reescribir la historia entre los ex imperios coloniales y sus ex colonias, de un relato paternalista de supuesta acción civilizatoria, ayuda y cooperación al desarrollo, a un relato sincerado de saqueo sistemático legitimado por el racismo, que se traduce hoy en día una enorme deuda acumulada con las sociedades del Sur global. Deuda ambiental, deuda climática, deuda colonial. Deben regionalizar las economías, es decir, salir parcialmente de la estructura globalizada que nos tiene en jaque, y estas regiones deben dejar de vivir a expensas de otras regiones lejanas. La cooperación internacional del futuro deja atrás los imaginarios binarios de desarrollo y subdesarrollo, del progreso y del atraso. Reconoce al mundo como un pluriverso, en cuya diversidad radica la posibilidad de aprender a restaurar los equilibrios.

  • Referencias

    1 —

    Steffen, W. et al. (2015) The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration. The Anthropocene Review. 2 (1): 81–98.

    2 —

    Esteva, G. (1996) «Desarrollo» en Sachs, W. (ed.) Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder. Lima: PRATEC.

    3 —

    Garnett, S., Burgess, N. (2018) A spatial overview of the global importance of Indigenous lands for conservation. Nature Sustainability 1(7): 369-374 [Disponible en linea].

    4 —

    Infante Amate, J., Urrego Mesa, A. et al. (2020) «Las venas abiertas de América Latina en la era del Antropoceno: Un estudio biofíscio del comercio exterior (1900-2016)». Diálogos Revista Electrónica de Historia, 21(2): 177-214.

    5 —

    Comissió Europea (2019) Comunicació de la Comissió al Parlament Europeu, al Consell Europeu, al Consell, al Comitè Econòmic i Social Europeu i al Comitè de les Regions [Disponible en linea].

    6 —

    Pacto Ecosocial del Sur i Institute for Policy Studies (2022) Una transición justa para América Latina [Disponible en linea].

Miriam Lang

Miriam Lang

Miriam Lang es una pensadora militante que colabora desde hace mucho tiempo con movimientos sociales internacionalistas, feministas, ecologistas y antirracistas y con diversas redes globales de transformación sistémica. A principios de siglo decidió mover el epicentro de su vida hacia América Latina. Es doctora en Sociología y profesora titular en el Área de Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). Combina perspectivas decoloniales y feministas con economía y ecología política. Colabora con el Grupo de Trabajo Permanente Latinoamericano de Alternativas al Desarrollo, que cofundó en 2011. Fue directora de la oficina andina de la Fundación Rosa Luxemburgo entre 2009 y 2015. También integra el Pacto Ecosocial del Sur, iniciativa regional latinoamericana para el horizonte postpandemia lanzada en junio de 2020.