Descomposición social
y degradación urbana
Ensayos sobre la ciudad
en la era de la precarización
A los pobres urbanos y excluidos sociales, que
viven los malestares de las malas urbanizaciones
y de las tramas de corrupción de las ciudades
latinoamericanas.
A Manuel Robles Flores, humanista, luchador social
fronterizo y defensor del medio ambiente en el Valle de
Juárez, México.
Herrera Robles, Luis Alfonso.
Descomposición Social y Degradación Urbana: Ensayos Sobre la Ciudad en la Era de la Precarización.
Luis Alfonso Herrera Robles. Armenia, Quindío. Universidad del Quindío. 2016.
130 p; 177, 8 X 215, 9 mm.
Incluye bibliografía.
ISBN: 978-958-8593-69-2
1. Ciudad
2. Degradación
3. Precarización
® Todos los derechos reservados.
© Primera edición, 2016.
Editorial: Universidad del Quindío / 2016
Impreso en Colombia.
Printed in Colombia.
Rector: José Fernando Echeverry Murillo.
Universidad del Quindío.
Vicerrector Académico: Carlos Alfonso Bustamante Gutiérrez.
Universidad del Quindío.
Vicerrectora Administrativa: Luz Estella López de Cadavid.
Universidad del Quindío.
Vicerrectoría de Extensión y Desarrollo Social: Luís Fernando Polanía Obando.
Universidad del Quindío.
Decano: Pedro Felipe Díaz Arenas.
Facultad de Ciencias Humanas y Bellas Artes.
Diagramación y diseño: Jose Hernando Morales Tique.
Diseño de portada: Jose Hernando Morales Tique.
Fotografía de portada: Luis Alfonso Herrera Robles.
Índice
Agradecimientos ................................................................................................................
Introducción ........................................................................................................................
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Parte I
Una caracterización de las sociedades contemporáneas
Descomposición, desempleo y degradación social .............................................................
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Descomposición social y degradación urbana ....................................................................
La economía de la pobreza ..................................................................................................
Precarización como forma de vida urbana ..........................................................................
La urbanización de la pobreza .............................................................................................
La pobreza urbana en el espacio latinoamericano contemporáneo ...................................
Desempleo: las sociedades de abandono ...........................................................................
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28
37
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Parte II
En busca de la política: descontento, desgobiernos
y democracia deicitaria ........................................................................................................
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Clase política, gobiernos y decrepitud .................................................................................
Desgobierno, descontento y déicit ciudadano ....................................................................
Los jóvenes y los (in) migrantes frente a la ciudadanía .......................................................
La democracia perfectible: rumores ciudadanos .................................................................
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84
89
Parte III
Urbanismo y fronteras:
Inseguridad y violencias en el siglo XXI ...............................................................................
91
Ciudad y violencia en el sur global: la inseguridad ciudadana ............................................
Amurallamiento de las ciudades y segregación residencial ................................................
95
106
Parte IV
Relexiones inales en un milenio urbano ............................................................................
113
La ciudad no es el problema, es la solución ........................................................................
Pensar para actuar y actuar pensando ¿Sociedad o barbarie? ..........................................
114
120
Bibliografía ..........................................................................................................................
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Agradecimientos
Este ensayo es producto de las inquietudes que despertaron mis encuentros y charlas de los últimos años, con autores como Jordi Borja, Armando Silva,
Fernando Carrión, Enrique Oviedo, Javier Roiz, Antonio Colomer Viadel y Walter
Mignolo; mismos a quienes he leído de manera paciente y atenta. En las charlas
de café o en los seminarios académicos, donde se comparten ideas y conceptos,
además de experiencias que se incan en la amistad y el respeto a sus largas trayectorias. A todos ellos quiero hacer público mi agradecimiento, por su solidaridad
y atenciones a quien desde la frontera de Ciudad Juárez, México, ensaya sobre
temas urbanos en un contexto de descomposición social y degradación urbana
que es evidenciado por las asimetrías que los Estados Unidos hacen evidentes
de manera cotidiana.
En una ciudad fronteriza que desde la mirada del norte, es donde inicia
América Latina, o desde los habitantes del sur, aquí termina. Que aún y cuando
sostiene diferencias urbanas con el resto de las ciudades latinoamericanas, también conserva enormes parecidos de familia como la violencia, el narcotráico,
la corrupción política y la pobreza urbana. A mis colegas fronterizos Carlos González, Servando Pineda y mi hermano Arturo Herrera, les quiero agradecer las
charlas e intercambio de ideas sobre la ciudad y las contradicciones de estas en
las últimas décadas.
A mi esposa Alida Bueno e hijas Valeria Alitzel y Anna Montserrat por las
horas que este ensayo les quita de convivencia familiar. Por su compañía paciente y comprensiva. A todos los involucrados en conseguirme bibliografía, recomendarme nuevos textos y libros sobre los temas urbanos y de ciudad que son
parte de las lecturas obligadas para un proyecto como este breve ensayo. A mis
ex becarios Francisco Reyes y Sarai Espinoza que han tomado con entusiasmo
los Estudios urbanos y han retroalimentado mis lecturas y textos con sus atinados
comentarios y relexiones.
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A manera de prólogo
Para la Universidad del Quindío, su Vicerrectoría de Investigaciones y la
Facultad de Ciencias Humanas y Bellas Artes, son esenciales los procesos de
socialización de las diversas actividades que se realizan dentro y fuera del plantel
entorno a la investigación y el fomento de la misma. Por tal motivo, desde hace
un tiempo el intercambio de docentes adscritos a grupos de investigación, en el
marco del convenio con la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (México), ha
incentivado los denominados Seminarios Internacionales de la Facultad de Ciencias Humanas. Para el caso que nos convoca, agradecemos al Dr. Luis Alfonso
Herrera Robles su participación en nuestro seminario y celebramos este hecho
con la presente publicación denominada Descomposición Social y Degradación
Urbana: Ensayos Sobre la Ciudad en la Era de la Precarización. Libro que compila
una serie de textos del Dr. Robles, en los que se indaga de forma crítica y brillante
sobre las formas propias de la cotidianidad urbana y la ciudad contemporánea en
América Latina, entendida esta última como el espacio de realización del ciudadano en una dimensión simbólico-expresiva, donde todas las prácticas sociales son
interpretadas como unidad de pensamiento que es entrecruzado por las políticas
públicas, la ciudad física, su economía y los denominados derechos a la ciudad.
En otros términos, el enfoque de este libro pretende generar procesos de comprensión de lo urbano desde sus diversas dinámicas y relaciones con la realidad
social. Aquí se hacen evidentes fenómenos transversalizantes que tienen lugar
dentro de la contemporaneidad de la urbe como la precarización, la pobreza y la
violencia; puntos de partida para interpretar y analizar, a la luz del enfoque que el
autor plantea, diversas variables y hechos sociales contemporáneos.
Introducción
El mundo se urbaniza y, así sea por fuera de los cascos citadinos,
este urbanismo ejerce su dominio sobre el resto de las especies,
lo que puede ser el sentido civilizador del planeta (Silva: 2013).
Un solo mundo. Caracterizado por la asistencia a una sociedad
en descomposición, decadencia, decrepitud, desolación, desempleo, desamparo y desencanto generalizado de las viejas formas
de ser moderno (Herrera, 2013).
Una relexión inicial es pensar en que si algo está caracterizando a las
ciudades contemporáneas del sur global, incluidas algunas del Primer Mundo, es
su degradación urbana, el descontento ciudadano, la decrepitud e incapacidad
de las clases políticas para resolver los asuntos públicos de las ciudades y sus
ciudadanos, además de la descomposición social marcada por una precarización
generalizada de los trabajadores con ingresos más bajos. Hemos entrado, por
enunciarlo de alguna manera a una época marcada por la violencia urbana y
social, a la inseguridad ciudadana y a nuevas formas de vida urbana que promueven el amurallamiento de las ciudades y la segregación residencial.
Pero qué tipo de ciudad está caracterizando a las urbes de distintas regiones y territorios, aquellas que en adelante se discuten a partir de este ensayo
abreviado que intenta poner en evidencia las problemáticas más comunes para
poblaciones —y territorios— tan amplias, diversas y distantes. Se parte del concepto de ciudad otorgado por el pensador contemporáneo catalán Jordi Borja
en su libro La ciudad conquistada, “la ciudad <<emergente>> es <<difusa>>, de
bajas densidades y altas segregaciones, territorialmente despilfarradora, poco
sostenible, y social y culturalmente dominada por tendencias perversas de guetización y dualización o exclusión. El territorio no se organiza en redes sustentadas
por centralidades urbanas potentes e integradoras, sino que se fragmenta por
funciones especializadas y por jerarquías sociales” (Borja: 2003; 30).
Entonces, debemos preguntarnos, cuáles deberán ser los retos de las
Ciencias Sociales, el Urbanismo y las Humanidades, y cómo incorporar viejas y
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nuevas categorías, políticas y sociales a estos intrigantes devenires históricos y
cambios de ciclo epocal que viven las ciudades. Pensamos que nuevas categorías o nociones como degradación, decrepitud, descontento, desorden, descomposición, desencanto, desempleo, desolación y otras más, pueden indicarnos una
lectura iel de las ciudades y sociedades contemporáneas, sobre todo de aquellas
que se encuentran geopolíticamente en el sur global, pensando este <<sur>>;
como una metáfora de la globalización que incluye ciudades y países del Primer
Mundo. El profesor-investigador Antonio Colomer nos dice que:
Las sociedad contemporánea requiere un revulsivo moral ante la anemia ética en
las relaciones interpersonales. La ideología de los derechos humanos que tiene
un fundamento justo ante desigualdades y discriminaciones está degenerando en
una concepción garantista de indemnizaciones por daños a derechos subjetivos
que se priorizan sobre cualquier otro interés. (Colomer: 2015, 129)
Algunas de las categorías como degradación, son usadas por autores como
Mike Davis para explicar la situación actual de zonas completamente invadidas
por la pobreza extrema y el abandono institucional de los gobiernos locales, tal
es el caso de su libro: Planeta de ciudades miseria, donde describe de manera
extensa las condiciones de millones de habitantes del Tercer Mundo que sufren
los malestares de las lógicas del capitalismo inanciero. Aunado a las malas gestiones y actuación de gobiernos locales en lo que reiere a las políticas sociales.
La degradación hace referencia a las formas en las que las sociedades se
van degradando a ritmos acelerados, el Diccionario de Oxford en lengua inglesa
nos dice que degradar es: “rebajar el carácter o la calidad” ya sea referenciado
a áreas o hábitats naturales y en este caso, a sociedades. En otra deinición del
mismo diccionario se habla de romper o deteriorar químicamente, también aludiendo a reducción, es decir, podemos entender por degradación social a procesos de reducción, rompimiento y deterioro de las sociedades y los individuos que
las conforman.
Junto a esta terrible forma de degradación social, aparece la descomposición social y urbana, la descomposición alcanza ciudades, comunidades, pueblos
y países enteros en América Latina, África y partes de Asia que después de las
arremetidas de desastres naturales poco pueden hacer para impedir tal descom14
posición sanitaria, urbana y de la calidad de vida de los ciudadanos. La descomposición trata de las formas en que las cosas han dejado de servir o entender por
descomposición, todo aquello que dejando de servir, ya no puede usarse para lo
que fue hecho, en este sentido, la sociedad esta des-compuesta.
En un brillante ensayo de Alain Touraine, que apareció como Un nuevo
paradigma para comprender el mundo de hoy, el sociólogo francés nos habla de
“El in de la sociedad”. Donde nos comenta lo que él llamó “la destrucción de la
sociedad”, mirada radical de aquello que formó parte de la primera modernidad y
que en esta segunda modernidad de corte relexiva —según Beck y Bauman—,
estamos pasando por un momento histórico de desintegración. Hace décadas,
Jean Baudrillard, a inales de la década de los 1970, nos ofreció otra mirada sobre este tema, el del supuesto “in de los social” en su libro Cultura y simulacro
aparecida en Francia en 1978. Si bien, la idea de la descomposición social no es
nueva, la intención es pensarla desde el sur global y lo que ello implica.
Por otro lado, este ensayo, pretende colocar uno de los temas que creemos más urgentes y desaiantes para las Ciencias Sociales del siglo XXI, me
reiero a la urbanización de la pobreza, como una de las nuevas formas de vida
urbana que como lo adelantábamos con el urbanista norteamericano Mike Davis,
esta caracterizado por la hiperdegradación de amplias zonas urbanas del planeta.
La urbanización de la pobreza, es quizás una de las formas que se puede evidenciar la degradación y desorden urbano de lo que será este milenio de ciudades,
donde el campo sigue achicándose y siendo comprimido por el crecimiento urbano que son impulsados como formas de gestión de gobiernos locales prestos a la
corrupción y enriquecimiento ilícito.
Los viejos y nuevo pobres urbanos degradan sus vidas, precarizándolas
laboral y económicamente, comunidades enteras sin acceso a los servicios, las
nuevas tecnologías, el transporte, a la educación y la vivienda se convierten en
parte de las estrepitosas estadísticas de una multiplicidad de formas de enunciar
y clasiicar la pobreza por parte de los Organismos Internacionales y gobiernos,
llámense pobreza patrimonial, alimentaria, extrema, por ingresos, y que han dado
por rebautizar como pobreza multidimensional moderada y extrema 1. Reciente1
En el caso mexicano, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo social
(CONEVAL), indica seis tipos de pobreza respecto al acceso a: la alimentación, seguridad social, a los
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mente (julio de 2016), como caso patético, el gobierno mexicano a través de su
Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), manipularon la metodología
para medir la pobreza y reducir la misma estadísticamente.
Esta trivialización de la pobreza de manera institucional, nos dice las limitaciones de los Estados en la búsqueda de su erradicación, en casi ninguna
de estas clasiicaciones o tipos de pobreza se habla de instrumentar una política
redistributiva de la riqueza nacional. La pobreza se asume por lo general, como
uno de los males necesarios o consecuencias del capitalismo inanciero, dejando
a las fuerzas del mercado su solución. El desorden urbano que ha caracterizado
a décadas de crecimiento de las ciudades latinoamericanas y africanas ha generado lo que podemos reconocer como no-ciudades, es decir, ciudades sin servicios, accesos a la centralidad del transporte público, a los centros de trabajo y en
términos materiales, espacios y zonas urbanas sin infraestructura a las orillas y
periferia de las ciudades.
Además, en esta primera parte del ensayo, haremos referencia a las sociedades de abandono, como parte de una relexión anterior que evidenciaba la
presencia del abandono como un componente o elemento que forma parte de
las sociedades contemporáneas, la situación de abandono como condición, nos
habla de la ausencia de las políticas gubernamentales e intervención social por
parte del Estado en los asuntos públicos de las ciudades, de cómo lo referente a
la cultura, los derechos sociales y la seguridad es caracterizada por un repliegue
y desinterés de las autoridades locales, estatales o provinciales que dejan en situación de abandono a sus ciudadanos. En este tipo de sociedades, el desempleo
y la precarización se apoderan de los ciudadanos, se vuelven parte de la vida
cotidiana de millones de personas que deben aprender rápidamente a lidiar con
la pobreza —en cualquiera de sus formatos— y la precarización de sus vidas donde; los bajos niveles de escolarización, el desempleo estructural, el acceso a las
tecnologías de la información y la comunicación, el acceso a los servicios públicos, la vivienda digna y la salud, conforman un combo de malestares ciudadanos
que puede llevar al sistema-mundo moderno a su colapso social y económico.
La soberanía alimentaria, la carestía y por otro lado la acumulación desmedida, forman una brecha social que la humanidad se había comprometido a
servicios básicos en la vivienda, la salud, acceso a la educación y por la calidad y espacios de la vivienda.
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desaparecer, a los propósitos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
en el nuevo milenio pretende frenar y desmontar para las próximas décadas. Pero
a los buenos deseos se adelantan las tramas de corrupción, impunidad, nepotismo y enriquecimiento ilícitos de las clases gobernantes y funcionarios públicos
que hacen de la función y servicio público una verdadera caja de ahorro. La precarización del sur global, es atravesada por hordas de desempleados, despidos
masivos como consecuencia de los procesos de desindustrialización, de la aparición de las villas miseria, pueblos jóvenes, cinturones de pobreza, de las grandes
favelas empobrecidas y la chabolización de grandes sectores del sur global.
Una imagen de miseria y degradación, de descomposición ilustra al Tercer
Mundo, los avances y esfuerzos de gobiernos locales e incluso de la avanzada
latinoamericana en Ecuador, es tirada hacia abajo por las lógicas del mercado
y el capitalismo inanciero. Millones de seres humanos deben experimentar la
ausencia de la intervención del Estado en la disminución de la Urbanización de la
pobreza, malestar que pensamos, caracterizará al siglo XXI y signiicará enormes
gastos inancieros y que inalmente provocará los efectos multitud que tanto han
anunciado Toni Negri y Michael Hardt en sus libros sobre Imperio. Los pobres urbanos y los nuevos pobres inmigrantes, campesinos migrados a las ciudades, refugiados y desplazados por las guerras, conlictos interraciales, étnicos, políticos
y religiosos se suman a las violencias sociales y urbanas que pululan los barrios
marginales de las ciudades.
Por otro lado, en la segunda parte del ensayo, se procura evidenciar la relación estrecha entre la clase política, los gobiernos y la decrepitud que aparece
como otro de los malestares de la historia reciente de las democracias latinoamericanas. Pero la decrepitud no solo aparece en el sur global, sino que hace mella
en las clases dirigentes de Europa y el mundo angloamericano, los gobernantes
pierden la conianza de sus electores y ciudadanos que descontentos salen a
las calles y plazas a manifestar su coraje cívico, su ira ciudadana y denuncian la
pérdida de la calidad de vida y bienestar alcanzado décadas atrás, las nuevas generaciones de jóvenes europeos miran con extrañeza las altas hipotecas, la falta
de acceso a las viviendas y la caída de sus derechos sociales. Ni tanta educación
y grados académicos (cuando los tienen) les salvan de tremenda precarización y
descomposición social.
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Por ello, la clase política y los gobiernos, aparecen en los diarios digitales
y escritos con historias de corrupción de tramas urbanas y vinculadas a la impunidad de sus actos. Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra
decrepitud, aparece como forma de “suma vejez” o “extrema declinación de las
facultades físicas, y a veces mentales, por los estragos que causa la vejez” y una
tercera acepción nos habla de “decadencia extrema de las cosas” y más que de
manera peyorativa criticar la vejez como forma natural de las personas a perder
algunas capacidades físicas o mentales, hacemos alusión al envejecimiento de
las ideas y las formas de la política por parte de las clases dirigentes que siguen
anteriores inercias y recetas que han condenado al fracaso a la economía-mundo
del planeta.
La decadencia de las clases políticas es evidenciada en los desgobiernos de muchas ciudades invadidas por el narcotráico y el crimen organizado,
más común en América Latina, pero no exclusivo de esta región, el narcotráico
se ha globalizado, marcando las agendas de decenas de gobiernos y agencias
internacionales. Y podemos pensar que ha mayor decrepitud en la clase política,
mayores los desgobiernos. Un mundo de abandonos nos rodea, los medios de
comunicación nos ofrecen la salida falsa a una esperanza de telenovela que augura un mundo mejor y más próspero, pero fuera de las pantallas, la telerealidad
se desordena y acomete en contra de los ciudadanos que cada vez se muestran
más descontentos con el paro laboral y arrogancia de los gobernantes que preieren continuar con la política de “gobiernos ricos, con pueblos pobres”, de “banqueros con casas y ciudadanos sin casas” o de “ciudades ricas, con ciudadanos
pobres”.
Los barómetros o entidades encuestadoras que miden a nivel regional e
internacional las percepciones de la ciudadanía respecto a sus gobiernos, dan
cuenta de las malas evaluaciones. Pensemos que lo que está ocurriendo es un
déicit de ciudadanía, donde la participación cada vez está más limitada a ciertos
sectores de la población y grupos especíicos de la sociedad que gozan de cierta
formación profesional o técnica. El déicit ciudadano se traduce rápidamente en
un déicit democrático. La debilidad de algunos gobiernos frente a poderes fácticos y las economías transnacionales modiican y merman las redes de acción
público y reducen la eiciencia gubernamental en sus “luchas y combates contra
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la pobreza”. La democracia, arrinconada en los lobbies de las compañías transnacionales, asegura inversiones en los países más pauperizados a cambio de la
subcontratación, subempleo y precarización salarial. No se abona a la democracia, se apuesta al saqueo y la explotación de recursos y personas al corto plazo y
sin responsabilidad social.
Por último, en la tercera parte, se analiza y piensa que estamos asistiendo
a una era de la precarización (como lo sugiere este ensayo), es decir, como nunca, el mundo contemporáneo y sus habitantes, tiene un devenir incierto y precario.
Las evidencias abundan en ciudades intermedias y pequeñas de la región, pero
se hacen más evidentes en la metrópolis donde la competencia por los servicios
públicos, el empleo y la seguridad es más complicada. El desempleo se convierte
en uno de los mejores indicadores económicos para medir la pobreza de las naciones y ciudades. En su forma negativa, es decir, el desempleo, desmantela las
viejas estructuras sociales y económicas de millones de familias y comunidades
que se enfrentan a uno de los peores males de las sociedades contemporáneas.
Basta pensar en la crisis europea y las altas tasas de desempleo desde el año
2008.
Por otro lado, se trata de evidenciar la violencia en el sur global, que puede ser leída desde la inseguridad ciudadana que se vive en muchas ciudades
latinoamericanas, sin que esto implique su exclusividad regional. La inseguridad
se ha convertido en uno de los ejes nodales de la elaboración de agendas gubernamentales y de las exigencias ciudadanas, incluso las economías de algunos
países del Tercer Mundo dependen de los negocios ilícitos que genera el crimen
organizado o a la inversa, los gobiernos locales hacen gastos públicos enormes
en la compra de equipo táctico, capacitación, transporte moderno para las corporaciones policiacas, incremento de sueldos a los policías, y una serie de medidas
que intentan palear la criminalidad que se ve marcada por miles de homicidios y
un abanico de delitos que van desde el asalto a transeúntes, hasta homicidios del
crimen organizado por ajustes de cuenta. Que decir de los feminicidios en el norte
y centro de México, Centroamérica y su aparición en Sudamérica.
Sumado a esto, el miedo social, el pánico comunitario y el desconcierto de
la población se traducen en cambios radicales de la isonomía de las ciudades
latinoamericanas, las ciudades modiican sus formas de vida urbana resguardán19
dose de las llamadas “clases peligrosas”, quienes pueden adquisitivamente atrincherarse en sus domicilios, negocios y trabajos invierten en la seguridad generando nuevos gastos a su economía doméstica. Aparecen el amurallamiento de
las ciudades (Carrión, 2005) y su consecuente segregación residencial (Caldeira,
2010 y Carrión, 2005). Las clases medias y altas se cuidan de los pobres, los
migrantes, y todas aquellas personas que les resulten sospechosos. El miedo al
otro, reaparece con la ferocidad que la vieja antropología cultural había narrado
de los salvajes y bárbaros que acechaban la civilización y el progreso humano.
Y por si fuera poco, la ilusión de un mundo sin fronteras como la metáfora
de la globalización perfecta, se desvanece frente al surgimiento planetario de
fronteras imaginarias que separan barrios y comunidades dentro de las ciudades.
Es la división del norte y el sur global dentro de cada ciudad con sus fronteras
internas entre las clases ostentosas y las “clases peligrosas”. Así, las fronteras
imaginarias se convierten en verdaderas prácticas de exclusión del “otro”, el viejo
problema del otro no europeo u occidental se transiere a la sociedad del abandono planetaria.
En in, este ensayo trata de las formas de descomposición, desencanto,
degradación, descontento, desinformación y decrepitud que ésta experimentando el mundo contemporáneo. De los millones de desempleados estructurales
que engruesan las ilas de nuevos pobres, de marginados, excluidos sociales
e inmigrantes que se quedan como parte de la underclass (subclase) que está
condenada al fracaso y rechazo social. La desolación e incertidumbre de estos
malestares está enilando a las sociedades hacia al abismo, como lo dice Edgar
Morin en uno de sus ensayos. Para ello, en la parte IV: relexiones inales en un
milenio urbano, se elabora un marco de referencia de cómo leer las sociedades
contemporáneas.
20
Parte I
Una Caracterización de las Sociedades
Contemporáneas
Descomposición, desempleo
y degradación social
En esta primera parte, el esfuerzo es realizar una caracterización de las
sociedades y ciudades contemporáneas, haciendo uso de lo que creemos está dibujando la realidad social, con situaciones inéditas en la historia reciente del mundo moderno. Lo que dibuja de manera iel nuestros tiempos es la descomposición
social, la degradación urbana, el desempleo estructural y la decadencia de lo
social y la política como viejas formas de organización económica de las sociedades modernas. El desplazamiento que el mercado inalmente ha conseguido de la
política y la sociedad como categorías centrales de la vida de las personas, está
provocando cambios y tensiones estructurales que tienen fatales consecuencias
para millones de individuos que quedan atrapados en el desempleo y el desamparo de las instituciones políticas y los gobiernos locales.
Nadie es capaz de hacerse responsable de la degradación urbana de
muchas ciudades en el sur global. La falta de servicios públicos, la ausencia de
sistemas de salud adecuados a la población, el acceso a sistemas de transporte
de calidad para los ciudadanos que se desplazan kilómetros para poder llegar a
sus centros de trabajo y la precarización de las ciudades en cuanto a su mobiliario
e infraestructura urbana que vulneran a los más pobres y los colocan en una condición de marginalidad y exclusión social alejándolos de cualquier posibilidad de
centralidad urbana. Mientras, unos cuantos ciudadanos logran acceder y hacer
uso de los espacios seguros en la ciudad y que se tratan de diferenciar y distanciar social y económicamente del resto de la población.
Por otro lado, el desempleo aparece como consecuencia del capitalismo
inanciero, de la constitución de una economía globalizada que privilegia el mercado por encima de las sociedades. El desempleo se hace estructural en países
de África y América Latina condenando a millones a la economía informal, a una
economía de la pobreza que precariza vidas y trabajos. El ciudadano pobre, es
un pobre ciudadano sin seguridad social y laboral, desailiado socialmente, sin retiro, sin jubilación ni pensión al largo plazo, es el ciudadano que inunda las calles
de las ciudades del Tercer Mundo. Con este déicit de ciudadanía, el tejido social
se desmorona, las relaciones sociales se hacen conlictivas y complicadas.
permanentes, si vuelve el miedo a la ciudad y prevalece una visión apocalíptica
de ella, entonces algo muy grave está ocurriendo. Los mecanismos de exclusión
son diversos [en] las áreas donde se produce el círculo vicioso de la exclusión,
donde se acumulan los efectos del desempleo, de la marginalidad territorial y
cultural (minorías étnicas), de la pobreza, de la anomia interna, de la falta de
reconocimiento social, de la débil presencia de las instituciones y de los servicios
públicos y de la diicultad para hacerse oír y escuchar por las administraciones”
(Borja: 2003; 224).
En este contexto, emerge la urbanización de la pobreza como fenómeno
mundial, muy marcado en América Latina, como lo que será quizás el mayor gasto público de los gobiernos locales y Estados-nacionales del siglo XXI. Donde la
pobreza tiende a urbanizarse ampliando su mancha urbana, sus desabastos alimentarios, su degradación urbana, su descomposición social y precarización de
las formas de vida urbana. La sociedad del abandono se convierte en la metáfora
de estos procesos sociales y urbanos. En las calles y barrios urbanos se agolpan
jóvenes empobrecidos sin acceso a la educación y el trabajo, a las carencias de
los jóvenes se suma su criminalización y persecución de todo tipo de corporaciones policíacas. La condición de abandono es la marca de millones de los pobres
urbanos, los abandona el Estado, sus gobiernos, sindicatos, y autoridades de
todo tipo que solo los mira como potenciales votantes electorales.
Así, esta caracterización pretende evidenciar las viejas y nuevas formas
de descomposición social y degradación urbana, de sus fatales resultados para
las ciudades en un sur que es cada vez más sur y cada vez, menos global. Las
intenciones de Organismos Internacionales y políticas redistributivas de algunos
Estados no alcanzan a semejante marginación y pobreza, la migración y desplazamientos humanos dan cuenta de ese fracaso de la intervención de los Estados
y los buenos deseos de las agencias internacionales de las Naciones Unidas para
tratar de frenar la carrera hacia el abismo que hemos tomado como civilización.
Veamos entonces, como opera la descomposición y degradación en nuestras
sociedades de abandono.
“Si la relación social se debilita, si resurgen o se desarrollan fenómenos de anomia, si la falta de cohesión social y de cultura cívica se convierte en lamentaciones
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23
Descomposición, desempleo y degradación social
El juez Richard J. Goldstone, de Sudáfrica, miembro de su Tribunal Constitucional y antiguo iscal jefe del Tribunal de las Naciones Unidas sobre Crímenes de Guerra, exponía que hay un
deber colectivo por parte de la comunidad global para cooperar
a in de conseguir para las generaciones presentes y futuras
una existencia humana y segura y libre de amenazas nucleares,
guerras de agresión, actos de violencia masiva, graves violaciones de los derechos humanos, desplazamientos de la población
en masa, destrucción medioambiental y degradación y pobreza
(Colomer: 2015).
¿A qué asistimos en términos sociales y comunitarios? A una época de
cambios y tensiones estructurales mediados por la descomposición social y la
degradación urbana. Cómo entender y explicar estos tránsitos sociales y pasajes
urbanos que dan cuenta de una radicalización de las viejas formas de vida urbana
y de la aparición de nuevos malestares debido a las malas urbanizaciones y el
poco ordenamiento urbano y social en las ciudades del Tercer Mundo. Atenidos a
los tiempos del populismo esperanzador y las democracias representativas que
nos gobernaban sin mediación ciudadana, hoy se encienden los focos rojos de
las iras y el cólera de las multitudes desesperadas y hambrientas.
Otra respuesta a la pregunta formulada es la referente a la airmación realizada por el profesor Fernando Carrión de la FLACSO Quito en Ecuador, quien
comenta lo siguiente en su libro Ciudad, memoria y proyecto:
“…nos interesa formular la hipótesis de que nos encontramos viviendo en una
ciudad totalmente diferente a la que teníamos hace poco más de una década o,
lo que es lo mismo, que en América Latina se ha entrado en una nueva coyuntura
urbana” (Carrión: 2010; 31).
Parecería ser que esta coyuntura urbana mencionada por Carrión, tiene
como uno de los rasgos más evidentes de principios del siglo XXI, la descomposición de lo social. Aparecen sociedades individualizadas preocupadas por el
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<<yo mismo>>, individuos desconectados de la familia, la comunidad y el centro
de trabajo. Jóvenes y adultos que se trasladan en autobús, metro, tren y otros
tipos de transporte masivo y semi-masivo que escuchan música y no escuchan al
pasajero de al lado. Se desconectan socialmente con sus aparatos electrónicos
dentro de casa, la clase, la estación de trabajo o vía pública. No se enteran y
muchas veces no se quieren enterar de la realidad de los otros.
Esta auto exclusión y aislamiento individualiza lo público y comunitario, es
la disolución de lo societal, de las formas de relacionarse con otros seres humanos, ciudadanos, familiares y vecinos. Esta individualización provoca un desgaste
social que al tiempo se convierte en un estado de descomposición de las redes
familiares y comunitarias, las redes electrónicas alimentan estas ausencias y suplantan las viejas relaciones sociales. Aunque las tecnologías de la información y
el conocimiento provocan este desgaste social, no son todo el problema, también
participan otros procesos de desocialización. La llamada crisis de las instituciones políticas y sociales hacen de lo político y lo social algo ajeno a los individuos
contemporáneos.
Las sociedades de la modernidad, las que caracterizaron el mundo moderno, sus instituciones y mecanismos de inclusión están perdiendo fuerza ante
el mundo de la información. Por otro lado, el trabajo como eje central de la socialización de las sociedades industriales es sustituido por el desempleo en todos sus
formatos, en algunas ciudades, la población sin empleo supera a la población con
empleo, además de la informalidad del trabajo que lo hace más precario. Tenemos familias donde los hijos mantienen económicamente a los padres en vez de
padres manteniendo hijos, o por el contrario, hijos viviendo de las jubilaciones de
los padres. Las promesas del desarrollo de la década de los años 1950 del siglo
pasado resultaron una icción para muchas ciudades del Tercer Mundo.
La descomposición deviene en degradación como pérdida de la calidad
de vida, como forma de acceso a los servicios públicos y sociales, a la escolarización y el trabajo. Los gobiernos de muchas ciudades no saben cómo lidiar con
la degradación de sus poblaciones y habitantes, creando políticas públicas de
corto plazo para palear la precarización de millones de individuos. Aparecen más
Organizaciones No Gubernamentales y fundaciones internacionales y nacionales
para la cooperación y el desarrollo comunitario. Las autoridades pagan asesores,
25
expertos y especialistas en pobreza, seguridad, gestión del desarrollo, derechos
humanos y otros temas que reciben atención especial en las agendas políticas,
pero que no se concretan en verdaderas políticas públicas de intervención social.
La degradación social se puede observar en los barrios marginados, las
favelas, pueblos jóvenes, cinturones de pobreza, ciudades miseria, en la metáfora de la chabolización de las ciudades del sur global. Donde millones de seres
humanos se disputan los recursos, servicios, beneicios y espacios de la comunidad, se pelean lo poco que se puede comerciar, creando pandillas y pequeñas
maias que se apropian del espacio público, de los parques, las calles y plazas,
pidiendo derecho de piso, de peaje para los propios vecinos de los barrios. Se
vulnera la ciudadanía y el espacio público, en estos tiempos; como dicen algunos vecinos de los barrios marginales de América Latina: “es mejor quedarse en
casa”.
La frustración social por tanta descomposición, desempleo e inseguridad
se transforma en degradación de la vida urbana. Pocos ganan ante semejante
descomposición de las viejas formas de relacionarse y construir ciudadanía a
través de la participación en la comunidad y el barrio. Las familias de clase media
ven amenazados una serie de privilegios que les permitía una vida sin mayores
problemas, se tenía acceso a la educación superior, a trabajos de largo plazo
con jubilación y pensión, a la industria del entretenimiento y espacios públicos
de calidad, además de barrios que gozaron de cierto nivel de seguridad pública.
Hoy día, las clases medias son las primeras en resentir los recortes del gasto público, la pérdida de espacios en las universidades, la sanidad y la vivienda. Todo
se descompone, metáfora perfecta para leer el mundo moderno, las sociedades
contemporáneas y sus ciudades llenas de ciudadanos empobrecidos y marginados, donde <<la política del abandono>> se impone como la política pública en
los asuntos públicos de las ciudades.
Por otro lado, las consecuencias de la descomposición y degradación de
lo social impactan de manera negativa en las llamadas clases peligrosas. Los
sectores de bajos ingresos, sin acceso a los servicios públicos, la educación y la
vivienda, con empleos precarizados muchas veces en la informalidad, son los que
sufren los resultados perversos de las malas administraciones de los gobiernos
locales, de los ineicientes gobiernos provinciales, departamentales o estatales
26
(según sea el caso) y de las fallidas tomas de decisión de las políticas en los gobiernos centrales. El llamado combate a la pobreza, termina siendo un combate
contra los pobres. La salida del laberinto de la pobreza se hace estructuralmente
imposible, el ascenso social y la movilidad de clase se convierten en icción, en la
historia novelada de la degradación y la pobreza.
“Hoy hay más pobres, los pobres son más pobres y más diversos. Sin embargo,
lo que más llama la atención es el proceso de diferenciación y, sobre todo, la separación de la pobreza respecto a la riqueza, al extremo que los ricos y los pobres
no sólo se distanciaron económicamente sino que ahora no tienen un espacio
de encuentro. En otras palabras, el fenómeno del incremento de la pobreza se
añadió el de la diferenciación” (Carrión: 2010; 355).
Los estudios de los académicos e intelectuales, además de los grandes
centros de investigación que fabrican estadísticas sobre la pobreza y la desigualdad social evidencian la rápida pérdida de calidad de vida y acceso a los derechos sociales. El Estado como entidad, como cuerpo político por excelencia,
como aparato benefactor está descompuesto. Este es un indicador del desgaste
de las instituciones políticas y sociales que se encargaban de moldear la sociedad. Ahora, el Estado es desplazado por el mercado, sus lógicas e intereses, es
decir, la política y la sociedad son debilitados por una economía internacional de
mercado que privilegia el consumo y las ganancias a corto plazo.
27
La economía de la pobreza
Hay otro efecto que tal vez tenga consecuencias más profundas:
la anormalidad del fenómeno de la marginalidad “normaliza” el
problema de la pobreza. A la clase marginada se la sitúa fuera de
las fronteras aceptadas de la sociedad: pero esta clase, recordemos, es solo una fracción de los oicialmente pobre (Bauman:
2005).
En los lugares centrales de la ciudad, donde los pobres pueden
residir sólo si logran incrementar el uso del espacio mediante
el aumento de la densidad y el hacinamiento; esto es, bajo la
modalidad del tugurio, que no es otra cosa que una estrategia
de supervivencia de la población de bajos recursos económicos
para residir en zonas de alta renta pagando entre muchos esta
localización; es decir, una lógica económica donde muchos pocos hacen un mucho. La tugurización, a pesar de la baja calidad
de vida que encierra, es un mecanismo de integración de los
pobres a la ciudad, justo en un lugar de alto contenido simbólico,
como lo es la centralidad (Carrión: 2010).
Desde hace décadas, es común observar en las centralidades urbanas de
los ricos y, en las esquinas de los grandes cruceros de las ciudades latinoamericanas a cientos de jóvenes, adultos mayores y en algunos casos indígenas,
pidiendo limosna a los automovilistas mientras hacen su alto en los semáforos.
Como lo escribe Armando Silva en su libro Atmósferas ciudadanas. Graiti, arte
público, nichos estéticos, los lugares favoritos para los indigentes y pobres urbanos son las centralidades urbanas:
“Los sitios privilegiados en la ciudad física son aquellos de amplia circulación,
como avenidas y calles, aun y cuando el peligro de ser descubiertos por cualquier
vigilancia, hace que esos lugares de alta congestión sean generalmente escogidos” (Silva: 2013).
Actualmente el trabajo informal limpiando parabrisas a los automotores o
28
haciendo malabares, o simplemente vendiendo cualquier producto o pidiendo
ayuda económica es parte de la vida diaria de las ciudades y centros urbanos, es
una representación de la <<economía de la pobreza>> de nuestros tiempos de
mal-estar. Si bien, la indigencia y los pobres urbanos no es nada nuevo, encontramos en el mundo contemporáneo un recrudecimiento de la pobreza urbana y
de las formas de subsistencia por parte de la población marginada social y económicamente.
Anteriormente, durante el auge de los Estados benefactores en el Primer
Mundo o de los Estados asistencialistas en el Tercero, se preocupaban por contener la pobreza dentro de los mínimos necesarios. El control sobre las poblaciones
siempre ha sido una necesidad de primer orden de los gobiernos, las autoridades
más que acabar con la pobreza, buscaban controlarla. Se creaban leyes, ordenanzas públicas y se gestionaba la pobreza para hacerla llevadera y manejable
a nivel estatal. La diferencia de la pobreza en términos contemporáneos radica
en su acelerado crecimiento estadístico y en la caída de la calidad de vida de los
habitantes a niveles de precarización que se creían superados por la modernidad
y las democracias representativas.
La asistencia gubernamental ya no es suiciente en los casos del sur global, la función del Estado como contenedor social ha dejado de ser funcional. La
pobreza se ha desbordado al grado de que es difícil medirla de manera objetiva,
se crean indicadores para su estudio, se tipiica y fragmenta en tipos y subtipos de
pobreza. En los Organismos Internacionales como la Food and Agriculture Organization (FAO) o el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
(ACNUR o UNHCR en sus siglas en inglés) inventan mecanismos para palear la
pobreza estructural de decenas de países en África, Asia y América Latina. La
fragmentación de la pobreza, según ellos, permite un mejor análisis y ubicación
de la pobreza más urgente a intervenir como población objetivo de programas y
políticas públicas.
A lo que nos referimos en este ensayo, es las economías que se generan
entre las poblaciones que viven de manera cotidiana algún tipo de pobreza. La
informalidad es el rasgo característico de estas <<economías de subsistencia>>,
que resuelven al corto plazo las necesidades inmediatas de millones de familia
que subsisten gracias a prácticas ilegales de comercio y consumo. Pero que alter29
nativas tienen ante los abandonos de sus autoridades y gobiernos. Estas familias
no gozan de ningún tipo de prestación, fondo de ahorro o retiro que garantice su
futuro al mediano plazo, su acceso a la salud está estructurado de acuerdo a sus
posibilidades económicas, acuden a los pequeños consultorios establecidos en
las barriadas o clínicas de mala calidad y servicio. Los medicamentos son escasos y encarecen aún más su precaria vida. Existen muchos casos documentados
donde infantes y adultos mayores fallecen de enfermedades totalmente tratables
y curables, pero que han sido mal cuidadas o diagnosticadas. En una reciente
publicación llamada Comunidades y ciudades, Constituciones y solidaridades, el
profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, Dr. Antonio Colomer nos dice
lo siguiente:
“Los proyectos de transformación de la realidad latinoamericana no pueden olvidar que nos encontramos en medio de sociedades profundamente desiguales y
en las que esa desigualdad se ha agudizado en los últimos años. ¿Cómo tratar
de reformas institucionales o de propuestas de participación ciudadana e ignorar
que más del 60% de la población activa de América Latina se encuentra en la
economía informal o sumergida?” (Colomer: 2015, 38).
Esta economía de la pobreza provoca en los integrantes de millones de
familias una baja escolarización y acceso a los espacios públicos de calidad. La
pobreza se hace estructural y estructurante para los individuos que la padecen,
un laberinto que diiculta su desarrollo integral como lo proponen los Derechos
Humanos. Individuos y familias enteras desestructuradas por la pobreza, la desintegración familiar a causa de la violencia urbana, la migración internacional,
los problemas de drogadicción y alcoholismo son parte de las imágenes en las
periferias de las ciudades. Solo unos cuantos logran romper el cerco de la pobreza y escapar a ella. La degradación social aparece como una de las primeras
consecuencias de tanta marginación.
“Las prácticas predatorias que golpean especialmente a los más pobres, los más
vulnerables y los menos privilegiados son incontables, cualquier pequeña factura
sin pagar (una licencia o una factura del agua, por ejemplo) puede convertirse en
un pretexto para un embargo preventivo sobre el que el propietario de la vivienda
30
permanece misteriosa (e ilegalmente) desinformado hasta después de que un
abogado se ha hecho cargo de él de forma que la factura original por, digamos,
100 dólares, requiere un pago de 1,500 dólares para saldarla. Para la mayoría
de los pobres, eso suele signiicar la pérdida de la propiedad de su domicilio”
(Harvey: 2013; 93).
Entonces, como lo cita Harvey, la marginación y exclusión social genera otro problema de gran calado: la desigualdad social. La desigualdad social,
al igual que la pobreza no es algo nuevo, pero conocemos que nunca antes la
humanidad había experimentado una brecha social tan amplia entre los que no
tienen nada y los que tienen todo. La diferencia y distanciamiento social en las
ciudades es enorme, la clase social vuelve a ser una categoría central de las
sociedades contemporáneas, regresa renovada y con una vigencia descomunal.
Curiosamente, ante la disolución de lo social, reaparecen las diferencias de clase
marcadas por el consumo ostentoso y la marca. Zygmunt Bauman retomando a
Branko Milanoviċ nos comenta lo siguiente en su libro Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global:
“La desigualdad social entre los individuos del mundo es abrumadora, dice Branko
Milanoviċ, el economista más destacado del departamento de investigaciones del
Banco Mundial. A comienzos del siglo XXI, el 5% más rico recibe un tercio del ingreso global total, exactamente igual que el 80% más pobre. Mientras que varios
países pobres se están poniendo a la altura del mundo rico, las diferencias entre
los individuos más ricos y los más pobres son enormes y tienden a aumentar en
todo el globo” (Bauman: 2011; 71).
Por ello, la desigualdad social es el síntoma de la crisis del Estado social
en el Primer Mundo y de los asistencialistas en el Tercero. La inclusión social es
ahora gestionada por el mercado y no por los gobiernos de las ciudades. Nuevas
lógicas de inclusión son incorporadas a los habitantes, la habilitación de los servicios públicos son manejados por empresas privadas y el gobierno se desentiende
del acceso como un derecho ciudadano. Se privatizan el agua, el gas, la gasolina
y la electricidad dejando en manos del mercado la vida de los ciudadanos. Los gobiernos locales concesionan los servicios de limpieza de la ciudad a particulares,
31
al igual que la vigilancia de algunos espacios públicos que ponen cobro para su
acceso. Los resultados son desastrosos para la población más pobre y los aleja
de los espacios culturales y esparcimiento.
La desigualdad provoca frustración social en muchos que ven minadas
sus vidas y confeccionadas por el mercado y el consumo de productos inaccesibles, que tienen una corta durabilidad debido a su mala calidad. La piratería y la
informalidad inundan los mercadillos y mercados informales improvisados en las
aceras de las banquetas o los estacionamientos públicos o los parques. La gente
vende y consume de segundo uso, recicla aparatos y objetos, se las arreglan con
lo que hay para subsistir. El marco social de convivencia se desvanece, aparecen
conlictos vecinales, entre barrios e incluso ciudades que se reprochan los malestares de la pobreza, se culpan de la delincuencia, la inseguridad y la violencia.
El reciente punto de vista de Bauman que se deja ver en una publicación
llamada “¿La riqueza de unos pocas nos beneicia a todos?”: la respuesta es
obvia, pero el autor lo sustenta de la siguiente manera:
“Todos los estudios coinciden en al menos otro punto: en casi todas partes del
mundo la desigualdad está creciendo rápidamente, y esto signiica que los ricos,
y especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos, mientras que los pobres,
y especialmente los muy pobres, son cada vez más pobres (en su mayor parte
en términos relativos, pero, en cada vez un mayor número de casos, en términos
absolutos). Además los ricos se están enriqueciendo sólo porque son ricos. Los
pobres se empobrecen sólo porque son pobres. Hoy en día, la desigualdad se
agrava siguiendo su propia lógica y su propio ritmo” (Bauman: 2014; 22).
La desigualdad social es parte de la desintegración y descomposición
social. Oportunistas de ocasión ofrecen soluciones a corto plazo, por lo general
son políticos locales que lucran con la pobreza prometiendo la llegada de la modernidad y el progreso. Nunca regresan. De ello nace la desconianza ciudadana
y el descredito de las instituciones políticas, los partidos políticos y los sindicatos
se devalúan como intermediarios y gestores sociales, la desconianza social hace
mella en los viejos militantes y no logra convencer a los nuevos trabajadores
(cuando los hay). Los pobres urbanos se convierten en parte de los paisajes urbanos de ciudades contemporáneas del norte y del sur, en los Estados Unidos es
32
común mirar a veteranos de guerra pidiendo ayuda económica, desempleados y
desamparados por el Estado, muchos de ellos y ellas enfermos ya sea mental o
físicamente mostrando las secuelas de las guerras.
Muchos de estos ex combatientes se suicidan o cometen actos de violencia contra la población civil denunciando el abandono gubernamental, se les puede encontrar a las afueras de los centros comerciales, en los gigantescos Malls,
comiendo en los McDonalls, Burger King o cualquier establecimiento de comida
rápida viviendo de la limosna de los transeúntes. También se les puede hallar en
las principales calles y plazas de las ciudades durmiendo y recogiendo comida de
los contenedores. Estos indigentes son lo que la sociología norteamericana acuñó como <<underclass1>> , una parte de la población que de manera estructural
esta fuera del sistema social y económico, aquellos que no se pueden incorporar
de manera funcional a la sociedad, sin casa (homeless) y sin trabajo (workless).
Lo que parte de la sociología llamó, clase marginada.
Existen muchos ejemplos de la economía de la pobreza, de la exclusión
y la desigualdad social. Las estadísticas de los países del Tercer Mundo son tajantes y poco halagadoras, cada día habitantes de las ciudades de todo el mundo
se incorporan a las ilas de la pobreza. La sociedad como espacio de convivencia
y de vida se hace conlictiva, desaparecen los rituales como el saludo diario, la
solidaridad y conianza vecinal. El individualismo es la forma de salvar lo poco
que queda, pero sabemos que no es así, existen extraordinarios ejemplos de
autogestión y organización comunitaria que merman la pobreza y facilitan la vida
cotidiana. En Valencia, España, desde hace años, académicos se encargan de
fomentar estas formas de autogestión comunitaria. Tenemos como ejemplo al
entusiasta Dr. Antonio Colomer Viadel, profesor de la Universidad Politécnica de
Valencia que dirige el Instituto Intercultural para la Autogestión y la Acción Comunal y que en la presentación de su Revista Iberoamericana de Autogestión y
Acción Comunal nos habla de buenas experiencias que guardan la esperanza de
mejores tiempos:
1
“La expresión “clase marginada” [underclass] fue utilizada por primera vez por Gunnar Myrdal
, en 1963, para señalar los peligros de la desindustrialización que —de acuerdo con los temores de este
autor— llevaría, probablemente, a que grandes sectores de la población quedaran desempleados y sin
posibilidad alguna de reubicarse en el mercado de trabajo” (Bauman: 2005; 106).
33
“Lo cierto es que con menos poder y aparatos de control el universo de los libres
y los justos es también abundante. Los voluntarios en la lucha contra la pobreza,
contra el hambre, contra la falta de agua y la carencia de la sanidad, contra los
gobiernos opresores que tiranizan, de formas más o menos sutil, a sus propios
ciudadanos, se extiende por todo el mundo. Al mismo tiempo aquellos que se
organizan para a través del apoyo mutuo y la cooperación poner en marcha proyectos de convivencia, ya sea productiva, educativa, cultural e incluso de simple
comunicación interpersonal. Tantas experiencias comunitarias, cooperativas, mutuales y de múltiples fórmulas de auto organización libre y solidaria se crean y se
reproducen y, a pesar de los fracasos ocasionales, no cesan de crecer” (Colomer:
2014; 11 y 12)
Las experiencias comunitarias crecen de manera esperanzadoras en
muchas ciudades del sur de Europa y se replican en otros lugares del sur global, recreándose y adaptándose a los contextos e historias locales. Colectivos,
Centros Comunitarios, Asociaciones Civiles y otras formas de organización social
reconstruyen los barrios, recuperan experiencias y costumbres que tejen lo social
e inmunizan a la población del individualismo, además de mandar mensajes alternativos de gestión al mercado y la esfera privada. Es reivindicar el vivir juntos.
Protestar contra los intentos del mercado y el capitalismo inanciero por romper
las lógicas comunitarias y dejar a solas al individuo frente a los bancos, el mercado y las hipotecarias.
Sin embargo, parecería ser que por ahora, la mercadotecnia del consumismo desmorona los esfuerzos de estos colectivos y comunitarismos. El aplastante discurso del consumo, luego existo, se hace evidente en millones de jóvenes y una clase media que abarrota los supermercados y Malls del momento. Las
nuevas tecnologías de la información y el conocimiento facilitan el individualismo
de la sociedad, apartan a los niños del juego, del barrio y la familia, entrenándolos como consumidores. Se simulan en videojuegos y dispositivos electrónicos
nuevas formas de vida individualizada donde se puede vivir solo, de manera asocial, sin recurrir al otro para sentirse acompañado, se programan las vidas de los
trabajadores, se digitaliza la vida cotidiana de las personas usando la biometría
y las tecnologías digitales. La clase media está siendo inmunizada frente a la
pobreza y la precarización, siendo alejada de los barrios pobres por parte de los
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reordenamientos urbanos, porque es mejor que no los vean, la invisibilización de
la pobreza es parte de la agenda de los gobiernos locales.
“La lógica de la sociedad de consumo es formar a sus pobres como consumidores
frustrados. El estilo de vida de los consumidores es cada vez más inalcanzable
para los sectores de bajos ingresos, históricamente deinidos por una capacidad
ija de compra que les permite asegurar su subsistencia o cubrir sus necesidades
básicas. Y, sin embargo, la sociedad de consumo educa a sus miembros, precisamente, para vivir esa incapacidad de acceder a los estilos de vida ideales como la
más dolorosa de sus privaciones” (Bauman: 2005; 114).
En realidad nadie quiere mirar a donde irá a parar cuando la pobreza les
alcance, a los riesgos sociales y económicos a los que se estará expuesto si se es
un consumidor fallido y desplazado. Pero es más fácil caer en la pobreza que convertirse en clase media, es decir, todo está estructurado para no poder abandonar
la pobreza. La descomposición es mucha para poder ocultarla en las periferias de
la ciudad, la movilidad de los pobres dentro de la ciudad buscando los mejores
cruceros para vender o comercializar sus productos los hace observables como
un testigo arqueológico, para recordar que existen y son parte de la ciudad.
El estrés, los problemas estomacales, los dolores de cabeza son comunes en las familias de escasos recursos, la diicultad de incorporar a los hijos
a la educación básica, el pago o contratación de los servicios básicos, la salud
y la alimentación son un tema cotidiano. Miles de niños y niñas desertan de la
escuela pública por no tener para el pago de los uniformes y útiles escolares, o
porque deben incorporarse al trabajo doméstico-informal o asalariado de manera
temprana para completar el gasto de la casa, la compra de la despensa y otras
deudas que se deben pagar para evitar los embargos y decomisos de los bancos.
Por ello, aparecen en cada país o ciudades, tiendas departamentales que ofrecen
productos electrodomésticos, ropa, calzado, juguetes, herramientas y una serie
de objetos para mitigar la pobreza. Otorgan créditos para las familias de bajos
recursos, se adaptan a los bajos salarios de obreros y empleados informales
ofreciendo bajos intereses o tasas ijas. Aparece así, un mercado de low cost para
los sectores más pobres de la sociedad.
Lo mismo sucede con los bancos, se promueven créditos hipotecarios de
35
vivienda de interés social. Aparecen sucursales bancarias poco coniables y sin
una historia crediticia, que se aincan a las afueras de los barrios y colonias populares atrayendo clientes y otorgando plásticos y tarjetas de crédito. Todo un sistema de crédito para los más pobres que no pueden resistir semejante seducción.
Los electrodomésticos se convierten en los preferidos de las familias, entre ellos
los televisores de pantalla plana, los hornos de microondas, los aparatos de telefonía celular, tablets y otros, que endeudan a los más pobres, pero les permiten
tener acceso a los artículos de “lujo” que en apariencia los introducen a otro nivel
de vida. Más tarde, los embargos por la falta de pago no se hacen esperar. No
muchos logran cumplir de manera disciplinada con los abonos y mensualidades,
eso sí, cubriendo sus respectivos intereses.
Las falacias del bienestar familiar operan bajo la lógica del consumo y el
mercado, no bajo los derechos sociales, políticos y civiles. El mercado distrae
al ciudadano acercándolo al consumo, motivándolo a la compra de una serie de
bienes y servicios de corta duración, de baja calidad y que en vez de resolver
una carencia, crea nuevas necesidades. El <<estilo del mundo>> ha entrado en
una fase de supericialidad de la vida y banalidad de la felicidad, como lo dice
Lipovetsky, la felicidad se ha hecho paradójica. Por todo esto, es difícil aun siendo
pobre, escapar al consumo como lógica cultural del capitalismo tardío. Al capitalismo de icción que denuncia en sus ensayos Vicente Verdú. La economía de la
pobreza, con sus elementos de informalización, precarización, consumo de low
cost e inseguridad laboral y social, cumple con la función vital de la subsistencia
de millones de seres humanos.
36
Precarización como forma de vida urbana
Consecuencia: cuantas más relaciones laborales se <<desregularizan>> y <<lexibilizan>> más rápidamente se transforma la
sociedad laboral en una sociedad del riesgo… El paro y la desocupación, o, dicho de manera más moderna (y eufemística), el
trabajo variado y precario fueron la regla general a lo largo de los
siglos (Beck: 2000).
El llamado <<precariado>> ha desplazado al <<proletariado>>
tradicional (Harvey: 2012).
“Hoy, como nunca antes, la pobreza en América Latina tiene un vínculo
muy estrecho con la situación laboral. Asistimos a un proceso de urbanización de
la pobreza, pero además a una precarización del empleo que se expresa en la
informalidad y en agravamiento de las tasas de desempleo. Actualmente, hay 19
millones de trabajadores urbanos desocupados” (Carrión: 2010; 363). La precarización en términos genéricos que incluye precarización social y económica, viene
de la mano de la precarización del empleo y el trabajo como componente central
de las vidas cotidianas de millones de ciudadanos latinoamericanos.
Al parecer, la precarización es una de las características de los trabajadores industriales, empleados de gobierno, funcionarios públicos de los niveles
subalternos y todo tipo de trabajadores con bajos ingresos en la ciudad (albañiles,
empleados de tiendas departamentales, intendentes, guardias de seguridad, trabajadoras domésticas, jardineros, etc.), que ven medradas sus economías debido
a la falta de salarios y prestaciones que estén por encima del costo de vida, los
salarios mínimos no se incrementan en relación a la canasta básica. El aumento
en el precio de los productos básicos, la gasolina, la vivienda, los automóviles,
las medicinas y todo lo que tiene que ver con una vida digna encarece frente a
los salarios precarios de millones de trabajadores. Aunado a todo esto, muchos
gobiernos estatales recortan el gasto público y aumentan el iva a muchos de los
productos de primera necesidad, además de gravar las prestaciones de los trabajadores haciendo que su salario real caiga aún más respecto al costo de vida.
37
De pronto, el desahucio y el desamparo aparecen como el síntoma del
sector social más desprotegido. Las tramas de la precarización se incorporan a
millones de familias y vecinos de los barrios populares, en las periferias de las
ciudades y centro urbanos. Se deshabilitan así, las capacidades de desarrollo
personal y colectivo de las comunidades y barrios. La precarización como degradación y descomposición genera estrés y confusión en los trabajadores asalariados e informales de bajos ingresos. La precarización se está convirtiendo en una
forma de vida urbana caracterizada por una serie de malestares que no abonan
al sentido de comunidad y de ciudadanía, nadie está conforme con lo que gana y
como vive.
Algunos trabajadores que han quedado deshabilitados por accidentes de
trabajo, enfermedades profesionales, paro técnico o desempleo estructural, se
encuentran en el desamparo gubernamental, sin servicio de desempleo ni salud.
La cobertura de las autoridades estatales y locales no siempre es la mejor ni la
más barata, la falta de atención a problemas de salud simples y crónicos genera
la pérdida de calidad de vida y un gasto para las economías domésticas de familias que no cuentan con atención gubernamental. Las mujeres, niños y adultos
mayores, se convierten en los grupos más vulnerables y propensos al abandono
social y sus síntomas como la violencia intrafamiliar y social. La pérdida de calidad de vida de amplios sectores sociales los margina del resto de la población
y los excluye socialmente de otras formas de participación ciudadana. En sus
estudios sobre el trabajo en la era de la globalización, que aparecen sistematizados en el libro: Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la
globalización, el sociólogo alemán Ulrich Beck, nos reiere que efectivamente, las
mujeres son las que llevan la peor de las partes en este proceso de precariedad
laboral.
“Los trabajos basura son, generalmente, trabajos realizados por mujeres (en Alemania, más del 80%) en las situaciones más diversas: madres soleteras con hijos
que sacar adelante y cuya vida gira en torno al cuidado de éstos, o madres casados a las que se les cae la casa encima y buscan sencillamente salir un poco y
ser socialmente reconocidas o quieren comprarse algo pero se gastan lo que les
sobra de la paga en las imprescindibles guarderías” (Beck: 2000; 98).
38
De esta manera, el acceso a la alimentación y los servicios más básicos
como el agua, el drenaje, la energía eléctrica y en muchos países el gas, representa la mala gestión de las autoridades locales y el desinterés de las mismas por
atender las necesidades de sus ciudadanos. Los costos de los servicios, aunado
al burocratismo de las autoridades encargadas de gestionar los servicios de la
ciudad frena la incorporación de amplias zonas urbanas a la ciudad y su centralidad. La pobreza se convierte en parte del paisaje urbano y alimenta la corrupción
y la impunidad. Entonces, la precariedad no solo es laboral, sino material y social,
incluso urbana. Se precariza su economía, y a partir de ello, la precarización se
extiende como petróleo en el agua contaminando la totalidad de la vida social de
quienes la padecen.
El acaparamiento de los productos por parte de los grandes corporativos y comercializadoras de alimentos genera encarecimiento de los productos
de la canasta básica. Las viejas economías de barrio de las tienditas y abarrotes,
carnicerías, panaderías, fondas y cafeterías, sucumben frente a la competencia
desleal de las grandes compañías y comercializadoras que terminan por quedarse con todo el mercado. La desaparición de estos espacios de intercambio social
y convivencia se desmantelan gradualmente, los pequeños propietarios de este
tipo de negocios se subemplean y subcontratan en los grandes almacenes como
trabajadores con salarios mínimos y ritmos de trabajo muy distintos a la vida y
socialización de los barrios.
La precarización como forma y estilo de vida funciona como un distanciador y diferenciador social entre la población. La ciudad se fracciona y segmenta
por estratos sociales e ingresos, incluso en muchas ciudades de América Latina,
la vida se mide por el número de estrato al que se pertenece. Esa pertenencia
media la vida en sociedad y el acceso al bienestar, se convierte en un indicador
gubernamental para la estadística oicial de gobiernos locales e instituciones del
Estado. En ese sentido, la precarización de la vida no solo es una condición
estructural, sino estructurante, condenando a quien la padece a la miseria y la
exclusión social. Los intentos estructurales en términos de política pública por
parte de algunos gobiernos fracasan frente a lo estructurante de la precarización.
De nuevo Ulrich Beck, en su libro: Un nuevo mundo feliz, anuncia un escenario
decadente respecto a la precariedad laboral y expone:
39
“Lo que más llama la atención del actual panorama laboral a escala mundial no es
sólo el elevado índice de paro en los países europeos, el denominado milagro del
empleo en EE.UU. o el paso de la sociedad del trabajo a la sociedad del saber, es
decir, qué aspecto tendrán en el futuro el trabajo en el ámbito de la información.
Es, más bien, el gran parecido que se advierte en la evolución del trabajo en los
denominados primero y tercer mundo. Estamos asistiendo a la irrupción de lo
precario, discontinuo, impreciso e informal en ese fortín que es la sociedad del
pleno empleo en Occidente. Con otras palabras: la multiplicidad, complejidad e
inseguridad en el trabajo, así como el modelo de vida del sur en general, se están
extendiendo a los centros neurálgicos del mundo occidental” (Beck: 2000; 9).
Así, el peligro de la naturalización de la precarización como estilo de vida
contemporáneo en muchas de las ciudades latinoamericanas pone en riesgo los
retos del milenio de las Naciones Unidas. De ambas partes, la población y las
autoridades, se asume la pérdida de calidad de vida como parte de un proceso
sin retorno, sin solución a corto plazo. Los niños y jóvenes crecen en medio de
todo tipo de carencias y estructuran sus vidas a partir de éstas. Las aceptan
como parte de su cotidianeidad y forma de socialización en la familia, la escuela
y el trabajo. Cada vez, es más difícil escapar de la espiral de la precarización y la
pobreza, la indiferencia gubernamental explota la pobreza de manera electoral, al
igual que los partidos políticos y en algunas ocasiones los Organismos No Gubernamentales que inancian sus proyectos gracias a la existencia de esta población
marginada.
Las dadivas gubernamentales y ocurrencias de escritorio intentan palear
la mala alimentación, desescolarización y desempleo de cientos de miles de familias en los cinturones de pobreza. Todo un sistema de control de la pobreza es
instrumentado por servidores públicos y autoridades, se otorgan becas alimentarias, materiales de autoconstrucción, pequeños créditos para las microempresas,
becas escolares y un sinfín de repartos para cooptar las preferencias electorales
de los más pobres en tiempos de elección. Se promete de todo, llevar los servicios públicos de agua, electricidad y gas a las colonias que no lo tienen, centros
de atención comunitaria, seguridad pública, escuelas y una larga lista de promesas que una vez en el poder no se cumplen o se cumplen muy poco.
La precarización genera desigualdad social entre la población y crea un
40
déicit de ciudadanía. La justicia no es igual para todos, existen quienes no pueden pagarla. Se paga mucho por un abogado o un médico, por una atención
psicológica o una vista al dentista. La descomposición social y degradación urbana es evidente para quienes no tienen para pagar una mejor forma de vida, las
comidas fuera de casa, el cine y las compras de momento (San Valentín, Navidad,
Cumpleaños, etc.) se racionalizan según la capacidad de compra. Por otro lado,
el despilfarro de las autoridades, el derroche gubernamental y el dispendio de
la clase política en sueldos y prestaciones, dietas y gastos de representación
crean una brecha social insalvable. Es decir, aparecen gobiernos ricos con pueblos pobres. Los gobiernos se complacen con anunciar políticas urbanas contra
la exclusión, es decir “políticas de inclusión” que abarcan la cultura, la seguridad
ciudadana, la educación y la cuestión socioeconómica y el urbanismo. En materia
urbana el profesor Jordi Borja sugiere algunos pasos para desactivar la exclusión
social:
“Desenclavar los guetos, legalizar y regenerar el hábitat marginal, hacer llegar
los servicios públicos básicos (red viaria, transportes, agua y saneamiento, etc.)
a las áreas <<excluidas>>, promover la cooperación de los habitantes en la cualiicación de los espacios públicos y la mejora de la vivienda, introducir la mixtura
social, localizar los equipamientos y elementos monumentales que proporcionen
visibilidad y dignidad a la zona” (Borja: 2003; 217).
En in, la precarización de millones de seres humanos en las ciudades
latinoamericanas y en general del sur global, esperan ansiosos la llegada del progreso y la modernidad. De estas intervenciones urbanas que mientras llegan, el
desarrollo sustentable debe lidiar con la precarización sustentable, con los malos
gobiernos, las pésimas gestiones urbanas y la urbanización de la pobreza como
anuncio de la condición estructurante de la precarización como forma de vida. Las
clases medias luchan por no caer a los estratos más bajos, mantener los mejores
empleos y vivir en las zonas urbanas de mayor infraestructura y equipamiento
urbano. Los sectores medios de la población saben que es más fácil caer en la
pobreza que ascender de nivel de vida, por ello busca distanciarse y diferenciarse
socialmente de los más pobres con un consumo y prácticas culturales que los
alejen de la pobreza.
41
La urbanización de la pobreza
La urbanización del Tercer Mundo continuó su desenfrenada
carrera (3,8 por 100 anual desde 1960 a 1993) por encima de
las hambrunas de inales de la década de 1980 y principios de
la siguiente, por encima de la caída de los salarios reales y por
encima del disparatado crecimiento del empleo urbano. Esta inalterable explosión urbana sorprendió a la mayoría de los expertos, ya que contradecía los modelos económicos ortodoxos que
mantenían que la recesión urbana traería como consecuencia la
relentización o incluso la reversión del proceso migratorio (Davis,
2007).
En América Latina la pobreza se ha convertido en una problemática fundamentalmente urbana. En la actualidad, el 37 por
ciento de la los habitantes urbanos es pobre y el 12 por ciento,
indigente. A ines de los años noventa, el 61.7 por ciento de los
pobres vivía en zonas urbanas, cuando en 1970 era el 36.9 por
ciento, lo cual signiica que ha habido un proceso acelerado de
urbanización de la pobreza que lleva a que en la actualidad haya
más de 130 millones de pobres viviendo en nuestras ciudades
(Carrión: 2010).
Estamos ante un milenio urbano, según los informes internacionales sobre El estado de la población mundial 2007. Liberar el potencial del crecimiento
urbano, del Fondo de Población de las Naciones Unidas (PNUD por sus siglas
en inglés), por primera vez, la humanidad ha entrado en un mundo mayormente
urbano. Pero al igual que el mundo se urbaniza, también lo hace la pobreza. Es
decir, uno de los riesgos planetarios del siglo XXI será el de la urbanización de la
pobreza, misma urbanización que no es exclusiva del Tercer Mundo, la pobreza
ha salido del sur global para migrar al Norte Global. Aun y cuando la pobreza urbana no es un fenómeno nuevo, sino que ha acompañado a la civilización desde
las primeras formas de urbanización en el Mundo Antiguo, la diferencia radica en
que la urbanización de la pobreza como fenómeno contemporáneo no incluye
solo personas, sino la ciudad en sí misma como forma urbana.
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Pensamos que la urbanización de la pobreza será el gran problema del
siglo XXI, por ello urbanistas, sociólogos urbanos, arquitectos, planeadores, antropólogos y otros especialistas, están observando con atención este inicio de
siglo para conocer cuáles pueden ser los impactos y consecuencias mundiales
de dicha urbanización. Hasta ahora se conoce de manera relativa el problema, en
realidad las Ciencias Sociales y las Humanidades no han creado las categorías y
nociones necesarias para realizar una lectura acertada de semejante fenómeno.
Conocemos de esfuerzos recientes como el del urbanista norteamericano Mike
Davis y su publicación de Planeta de ciudades miseria, donde a partir del concepto de hiperdegradación intenta acercarnos a esta urbanización de la pobreza,
aunque el propio autor no la enuncia como tal.
Partimos de la premisa —al igual que Davis— de que la degradación y la
miseria son elementos que nos ayudan a pensar el momento urbano por el que
atraviesan muchas de las ciudades del sistema-mundo. Sobre todo aquellas ubicadas geopolíticamente al sur del hemisferio. Pero a la degradación, le podemos
sumar la decadencia y descomposición como categorías que nos permiten un
mejor acercamiento al análisis de las ciudades contemporáneas. Muchas de las
viejas formas de vida urbana, y convivencia se han deteriorado, entran en desuso
o simplemente ya no sirven para negociar y convivir. Una sociedad individualizada acelera la descomposición social y medra la solidaridad comunitaria.
Algunos urbanistas y sociólogos aseguran que las sociedades contemporáneas se están enfrentando a una serie de malestares que se creían controlados por la modernidad del siglo XX, sabemos de los esfuerzos por parte de los
Organismos Internacionales, gobiernos e instituciones de estudio que se inquietaban con las formas renovadas que la pobreza, la marginación y precarización
estaban cobrando desde las últimas décadas del siglo XX, pero los especialistas
observaron cómo estos fenómenos y problemáticas sociales se agudizaban en el
transcurso de la primer década del siglo XXI.
La pobreza cobraba fuerza en el Tercer Mundo, pero incluso se manifestaba en las periferias de las grandes ciudades europeas y de los Estados Unidos.
Ya no era un asunto de latinoamericanos, africanos o asiáticos del sur global,
la pobreza se relejaba en lo que poco después llamaron categóricamente: pobreza urbana. Hubiera sido complaciente que la pobreza se quedara solo con
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un fragmento de la población de las ciudades, no sucedió así, la pobreza se ha
ido urbanizando como parte de un proceso que algunos llaman: el gran desastre
económico del siglo XXI. En muchas ciudades del mundo, la pobreza se urbaniza
ampliando su mancha y paisaje dentro de las ciudades. Otra forma de ubicar esta
urbanización de la pobreza, es la llamada chabolización, donde la pobreza aparece como la regla y no la excepción.
“Lo que se advierte actualmente es un marcado incremento de la pobreza urbana,
exacerbado por la creciente desigualdad social; es decir, se han ampliado las distancias sociales entre unas mayorías que deben aceptar niveles de vida mínimos,
y los pequeños grupos de clase alta que viven en la opulencia. Esto se expresa
claramente en la forma de ocupación del territorio, que ha llevado a caracterizar
las ciudades actuales como divididas, fragmentadas o segmentadas, y que da
origen a intensos procesos de segregación urbana (Ziccardi; 2008: 12)”.
Entendemos entonces por urbanización de la pobreza; “al proceso abierto, donde la pobreza se va urbanizando como una nueva forma de vida urbana
que tiende a su generalización y que en muchos de los casos, es vista como un
proceso inevitable. Dadas las condiciones actuales del sistema-mundo en términos de distribución de la riqueza, acaparamiento y explotación de los recursos
naturales y capital humano; la urbanización de la pobreza ha sido posibilitada por
la existencia de un mundo urbano que ha desplazado por primera vez al campo,
como el espacio donde habitan los seres humanos” (Herrera: 204).
En este ensayo, se usará de manera indistinta chabolización y urbanización de la pobreza como parte de un sinónimo que forma parte de las realidades
del Tercer Mundo y algunas de sus grandes ciudades. En este momento, mentes
brillantes de todo el mundo, analizan y relexionan en torno a las consecuencias
de este nuevo fenómeno que como ya se mencionó, será considerado como el
gran desastre económico del siglo XXI. Es uno de los grandes desafíos para los
responsables institucionales de los programas mundiales para el combate a la pobreza. En este nuevo fenómeno social intervienen programas como Programa de
las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (HABITAT-ONU) que tiene
como funciones prioritarias el promover ciudades sociales y medioambientalmente sostenibles, prioridades que demostró en su famoso informe The Challenge of
Slums en 2003.
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Por otro lado, la Food and Agriculture Organization (FAO por sus siglas
en Inglés) que tiene como propósito internacional erradicar el hambre, ha tenido
que evolucionar en los últimos 20 años debido a la radicalización de la pobreza
urbana e incluir a la ciudad junto al campo en sus estrategias de combate a la
pobreza. Conceptos recientes como soberanía y seguridad alimentaria son parte
de estas nuevas necesidades planetarias.
Según un dramático informe de la Organización de Naciones Unidas, elaborado por el Fondo de Población, titulado Estado de la población mundial 2007.
Liberar el potencial del crecimiento urbano, se puede leer que en el 2008, se
alcanzaría una mayoría urbana planetaria, desplazando por primera vez en la historia de la humanidad al campo como espacio donde se concentraba la población
mundial. Ya hemos llegado a ese momento.
“En 2008, el mundo alcanzará un hito invisible pero trascendental: por primera
vez, más de la mitad de su población humana, 3,300 millones de personas, vivirá en zonas urbanas, se prevé que para 2030, esa cantidad habrá llegado a
casi 5.000 millones. De los nuevos habitantes urbanos, muchos serán pobres. Su
futuro, el futuro de las ciudades de los países en desarrollo, y el futuro de la propia humanidad, dependen en gran medida de las decisiones que se adopten de
inmediato en previsión de dicho crecimiento (Informe del Estado de la Población
Mundial: 2007;1).”
Según estos datos, esta mayoría urbana trae consigo nuevos peligros a la
larga lista de los malestares contemporáneos, la falta de servicios en las favelas
de Brasil, de regulación urbana en los pueblos jóvenes de Perú, la inseguridad
urbana de las comunas de Colombia y cinturones de pobreza en México, de los
asaltos y crímenes en la capital venezolana, sumada a la precarización y desempleo de los barrios de Guatemala, El Salvador y buena parte del extrarradio de la
capital de Argentina llena de villas miseria, son el síntoma de una urbanización de
la pobreza que debe de ser estudiada y puesta como uno de los grandes retos de
un milenio inevitablemente urbano, en donde América Latina aparece como una
de las regiones más urbanizadas del planeta.
Una aclaración de importancia es distinguir entre los estudios de pobreza
urbana (los pobres urbanos) que se están realizando por parte del urbanismo, la
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economía y la sociología urbana; y la urbanización de la pobreza como un proceso que incluye a los pobres urbanos, pero que tiene implicaciones más amplias.
La pobreza urbana, de alguna manera u otra siempre ha estado ahí, desde las
grandes civilizaciones egipcia, griega o romana, existe un consenso en la historia
del urbanismo en que desde la aparición de las primeras ciudades antiguas hasta
las contemporáneas los esclavos, siervos, proletarios siempre han sido los miserables y marginados en el espacio urbano; en la ciudad. Pero la urbanización de
la pobreza la estamos ubicando y localizando temporalmente como un fenómeno
de los últimos diez años del siglo XX y la primera década del siglo XXI, es decir,
es un proceso nuevo donde la pobreza se urbaniza dramáticamente y se coloca
como la condición central de las ciudades. Sean estas ciudades pequeñas, intermedias (medianas) o metrópolis.
El reconocido urbanista, Fernando Carrión, siguiendo a Roberts (1978),
conirma que el actual proceso de urbanización de la pobreza, tiene como antecedente histórico el pasaje de lo que se reconoció como “ciudades de campesinos” a las llamadas “ciudades de pobres” de las últimas décadas a partir de los
años noventa del pasado siglo XX. Como él mismo lo escribe. “Esto daría lugar a
pensar que hemos pasado de las “ciudades de campesinos” […] “a las ciudades
de pobres”. Es decir, estamos asistiendo a un proceso de urbanización de la
pobreza, del incremento de la exclusión social y de la precarización del empleo,
expresado en la informalización y el agravamiento de las tasas de desempleo”
(Carrión: 2010; 193-194).
En in, América Latina debe de ver, observar y localizarse desde estas problemáticas como la pobreza, la precarización, la inseguridad, la inmigración, la
desigualdad sin que sus gobiernos las ignoren, donde sus centros de estudio y
universidades deben tratarlos como los problemas centrales de una vida democrática e incluyente. La consecuencia directa de la urbanización de la pobreza
son millones de marginados, sin empleo. Precarizados, pobres urbanos que ven
sus esperanzas de vida acortadas por formas de vida subalternizadas donde su
existencia se reduce al ámbito productivo y ahora al consumo. Indiscutiblemente
la urbanización de la pobreza representa para América Latina una lección por
aprender, en un milenio urbano.
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La pobreza urbana en el espacio
latinoamericano contemporáneo
En este contexto, el incremento de la pobreza urbana, la desigualdad y la aparición de nuevas formas de exclusión son procesos complejos que se convierten en nuevos retos para las
política sociales y exigen su redeinición (Ziccardi, 2008).
Son pobres pese a trabajar al límite de sus posibilidades. Son los
que han dado en llamar con el nombre de working poor, que se
han convertido en una triste caricatura del ciudadano trabajador.
Son tan lexibles que casi aceptarían cualquier actividad, independientemente de su formación y sus obligaciones familiares
(Beck, 2003).
El urbanista norteamericano Mike Davis, en su libro llamado Planeta de
ciudades miseria, nos relata de manera crítica, la manera en que el planeta entero
ha entrado en una degradación urbana que incluye a las ciudades y sus habitantes. No alude a la categoría de pobreza, preiere hablar de hiperdegradación,
donde el estar degradado incluye no solo a la población, sino a la ciudad en sí y
con ella: la precarización, marginación y exclusión de millones de seres humanos
(que bien podemos llamar no-seres) que forman las enormes capas de una nueva subclase o underclass que ni siquiera forma parte ya de los pobres urbanos,
es una clase que está totalmente fuera del sistema de las clases sociales. Son
una especie de consumidores fallidos de los que habla Zygmunt Bauman en sus
textos sobre el Trabajo, consumismo y nuevos pobres, pero Davis los enuncia de
la siguiente manera;
“Desde 1970, la mayor parte del crecimiento de la población urbana mundial se ha
producido en el Tercer Mundo y ha sido absorbido por las comunidades hiperdegradadas de la periferia urbana. El desbordamiento de las ciudades ha dejado de
ser un fenómeno característico de América del Norte. El crecimiento horizontal de
ciudades pobres es frecuentemente tan sorprendente como el crecimiento de su
población… La evolución de esta nueva pobreza urbana no ha sido, como hemos
47
visto, un proceso histórico lineal. La lenta suma de barrios de chabolas a los degradados barrios límites urbanos se ha visto sacudida por tormentas de pobreza
y repentinas explosiones en la construcción de infraviviendas (Davis; 2007: 57 y
203)”.
Los espacios, suelos y ciudades mundiales de las sociedades contemporáneas están siendo ocupados por esta urbanización de la pobreza que incluye a
los países del Tercer y Primer Mundo, el campo parece estar dentro de la ciudad,
se llegó después de décadas a un empalme entre el campo y la ciudad, donde
esta vieja lógica de pensar el mundo moderno debe repensarse. Es decir, pensar
que la ciudad ha llegado al campo y el campo se metió dentro de la ciudad. Parecería que esta urbanización de la pobreza es uno de los rasgos o elementos
constitutivos de la globalización o al menos de sus consecuencias humanas.
Para el caso latinoamericano, la acelerada urbanización que vivió desde
mediados del siglo pasado con tasas de urbanización del 4.6 en 1950 y que aunque para el año 2000 se habían reducido a al 2.3, dieron lugar a que los habitantes
de ciudades pequeñas e intermedias (en menor medida las metrópolis) vivieran
la pérdida de calidad de vida, a la vez que sus vidas se hacían precarias. Unas
vidas precarias, como las llama Ulrich Beck que son acompañadas por “trabajos
basura” o la informalidad de sus empleos. En uno de los estudios publicados por
el urbanista Fernando Carrión en el año 2010, se menciona que esta urbanización
de la pobreza forma parte de una nueva coyuntura urbana, caracterizada por la
crisis urbana que vive hoy día América Latina:
“La ciudad en América Latina ha cambiado notablemente este último tiempo, al
extremos de que se podría decir que estamos viviendo en otra coyuntura urbana.
El patrón de urbanización el que ha entrado en un franco proceso de transformación: si desde la década de los años cuarenta la lógica de la urbanización se
dirigió hacia la expansión periférica, en la actualidad lo hace hacia la ciudad existente, produciendo una mutación en la tradicional tendencia del desarrollo urbano,
exógeno y centrífugo, hacia uno endógeno y centrípeta, desde una perspectiva
internacional” (Carrión: 2010; 190).
El viejo patrón de urbanización de expansión periférica, nos dejó en las ciu48
dades latinoamericanas, imágenes urbanas que están marcadas por contenidos
de degradación y segmentación urbana, donde la exclusión social y la desigualdad, son elementos que constituyen las ciudades del presente. Las imágenes
se repiten en el hemisferio conformado un imaginario urbano que uniforma la
realidad de millones de habitantes expuestos a la violencia y la pobreza urbana.
Foto: Arturo Herrera,
Colonia Riveras del Bravo,
Ciudad Juárez, México
Por otro lado, la desigualdad social o brecha social es uno de los temas que
se ponen en las agendas internacionales de Organismos e Instituciones; según
el Atlas de la globalización de la Universidad Politécnica de Valencia, “la evolución de las desigualdades en el mundo ocupa un lugar central y controvertido en
el debate sobre la globalización (Durand: 2008; 30)”. “La idea es la de entender
que en un mundo cada vez más urbano, los procesos de globalización tienen
tendencia a homogenizar los espacios sociales pero también a acentuar en ellos
los contrastes (Durand: 2008: 19)”.
Ricos y pobres deben de convivir en un mundo más urbano que es el que
pensaron los planeadores y urbanistas, la arquitectura del riesgo, de espacios
lúgubres y abandonados al interior de la ciudad se impone como el espacio habitual. Es común observar (como en las fotografías 1 y 3) en las de ciudades cientos
de barrios, comunas o villas de miseria con casas abandonadas, espacios deshabitados que forman parte del nuevo paisaje urbano de la ciudad. Un reciente
rostro de las ciudades en América Latina es sus innumerables vendedores am49
bulantes que se abarrotan en las esquinas de las grandes avenidas o los centros
históricos ofreciendo todo tipo de servicios rápidos y piratas (ilegales). Toda una
industria y economía de la pobreza.
Foto: Alida Bueno,
Colonia Felipe Ángeles,
Ciudad Juárez, México
La desesperanza y el abandono en su condición más radical, parece ser
uno de los rasgos característicos de la urbanización de la pobreza. El desempleo,
la precarización de la vida a partir del trabajo mal pagado y sus consecuencias
inmediatas como la desnutrición, el analfabetismo y la degradación en la calidad
de vida son el resultado de este proceso urbano que se encuentra abierto y en
aumento. El espacio contemporáneo no solo será un espacio urbano, incluye a
millones de individuos que quedarán fuera de las sociedades de consumo y del
acceso a las sociedades de la información y el conocimiento. La brecha digital y
cognitiva se sumarán rápidamente a la brecha social que abre la urbanización de
la pobreza en el sur global.
Es común encontrar nombres de ciudades, comunidades y incas como
Bonanza en Colombia, El Porvenir en el norte de México o El Progreso en el sur
del mismo país, pero en ninguno de ellos, es posible encontrar lo sugerente de
dichos nombres que se dan a los municipios como algo que se queda en el sueño
de un mejor mundo. Por lo general, la Bonanza se convierte en precarización, el
Porvenir en desesperanza y el Progreso en pobreza. La urbanización de la pobreza está cambiando la lógica en los usos del espacio público como el espacio por
excelencia de las ciudades modernas y contemporáneas. Bienvenidos a las villas
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de la miseria que parecen ser un síntoma de este proceso de pobreza urbanizada; donde el caso de África parece ser el más severo.
“Ciudades y villas miseria: una bomba de relojería. Sobre un fondo de desórdenes
climáticos, el más rural de los continentes ([En África] más de 400 millones de
personas de los 965 millones de habitantes en 2007), vive, desde los comienzos
de siglo, uno de los más brutales e intensos éxodos del campo a las ciudades.
Estas últimas se sitúan mayoritariamente en las costas (litoral del golfo de Ginea y
del Océano Índico); los valles de los grandes ríos (Níger, Congo y Senegal); y las
tierras del África occidental y austral (de Johannesburgo a Nairobi). El aumento
de la población urbana desde el año 2000 es uno de los más rápidos del mundo,
con una media de 4,3% al año, frente al 1,2 % en Europa. En su informe anual
de 2007, la ONU-Habitat alerta a la opinión pública. En estas zonas de viviendas
irregulares, dice, donde se preparan los conlictos del futuro (Atlas de Le Monde
diplomatique en español; 2010:178)”.
Entonces, la cambiada isonomía planetaria con ciudades que nacen,
aparecen de la nada o, que siguen creciendo son los rasgos de una realidad urbana que es acompañada de una urbanización de la pobreza en el espacio urbano, las acciones de los gobiernos locales para frenar este proceso acelerado de
pobreza, son pocas, y en muchos de los casos poco atinadas, solo se encargan
de realizar una serie de intervenciones urbanas en la ciudad, sin acompañar la intervención urbana de una intervención social y comunitaria, es decir, se interviene
urbanísticamente sin política social. Esta falta de acompañamiento tiene costos
económicos y sociales para los presupuestos de las autoridades locales.
Es fácil observar en algunas ciudades de América Latina el nuevo equipamiento y mobiliario urbano, la infraestructura, ediicios destinados a bibliotecas o
centros comunitarios, abandonados en poco tiempo, además de bandalizados y
usados por las bandas juveniles o ejercidos como picaderos para venta y consumo de droga, debido a que después de la intervención urbana, no se realizó una
intervención social que formara en la comunidad un sentido de pertenencia hacia
los espacios públicos intervenidos y donde ellos se hicieran cargo de su cuidado
físico por parte de los pobladores, sin dejar en la comunidad la responsabilidad de
su mantenimiento, limpieza y administración. Una responsabilidad que compete a
51
los gobiernos. Nuevas urbanizaciones fallidas, abandonadas, se convierten en el
verdadero rostro de la ciudad contemporánea.
Véase el caso de Riveras del Bravo en el nororiente de Ciudad Juárez, en el
norte de México, el caso típico de una urbanización fallida donde más del 40% de
las viviendas unifamiliares han sido abandonadas o deshabitadas. Muchos de sus
habitantes huyeron por la crisis de la violencia y económica que golpeó la ciudad
en el año 2008, ahora golpeada por la inseguridad y violencia urbana, es un claro
ejemplo de esta urbanización de la pobreza que estamos viviendo. La fotografía 3
muestra una parte de la urbanización donde prácticamente toda una cuadra está
abandonada. Lo que expone a los habitantes a constantes asaltos, violaciones,
y una virulenta inseguridad, son los nuevos pobres de las urbanizaciones fallidas
que por desgracia se reproducen por toda América Latina.
Foto: Arturo Herrera,
Colonia Riveras del Bravo,
Ciudad Juárez, México
Por su parte, la urbanización de la pobreza, fue anunciada y denunciada a
su vez, por Joan Clos, al momento de asumir la responsabilidad de Hábitat-ONU
como nuevo Director Ejecutivo en el año 2010, en Nairobi, Kenia. Se evidenciaba
una realidad que muy pocos declaraban como eminente e incluso como inevitable. Se trataba de un proceso que estaba en ciernes desde hacía algunas décadas, pero que, ni los organismos internacionales, ni los gobiernos de los países
pobres y ricos asumían la responsabilidad de aceptar una problemática propia de
52
un milenio que se anunciaba como urbano, Joan Clos lo dejaba claro en su primer
discurso al asumir el cargo;
“Con más del 50% de la población mundial viviendo en ciudades y con la proyección de que ese porcentaje llegará a 70% en 2050, la urbanización es uno de los
desafíos del siglo 21. Con el aumento de las migraciones en países en desarrollo
combatir la urbanización de la pobreza es nuestra principal prioridad. En un momento en el que el cambio climático es un peligro para todo el mundo, el manejo
del medio ambiente en las ciudades es clave para el futuro de nuestro planeta.
Tengo la expectativa de trabajar con los socios de ONU-HABITAT, la comunidad
internacional, gobiernos, autoridades locales, sector privado, ONGs y comunidades para garantizar que vivamos en ciudades social y medioambientalmente sustentables (Clos; 2010)”.
Así, el reconocimiento oicial de la urbanización de la pobreza sirve como
punto de partida para tratar de conceptualizar un proceso que está abierto y que,
se presenta como un reto para las Ciencias Sociales. La ausencia de libros académicos es notoria al trabajar este tema, pero existe una bibliografía extensa
sobre pobreza, pobreza urbana y exclusión social. La concentración urbana de
hoy día, ha hecho proliferar enfermedades ya erradicadas y que reaparecen con
fuerza demoledora en poblaciones de África, Asia y partes de América Latina.
Con la urbanización de la pobreza se han credo “ciudades de pobres”, ciudades
enteras de individuos desnutridos y empobrecidos, imágenes donde los niños y
los ancianos parecen llevar la peor parte de esta pobreza urbanizada.
La economía de las ciudades, como llamaba Jane Jacobs a uno de sus
libros en 1969, ha cambiado drásticamente, ahora, parecería más un Planeta de
ciudades miseria, nombre de uno de los libros de Mike Davis, donde dibuja mejor
la realidad de las ciudades contemporáneas. En el estudio de Jacobs, se incluía
el desarrollo de las grandes empresas en Estados Unidos, “por ejemplo, durante
los años en que se desarrollaba la industria automovilística en Detroit, eran muy
numerosos los que intentaban fabricar automóviles; nadie sabe el número exacto
de ellos, quizás eran más de quinientos, y quizá pasasen de los setecientos” (Jacobs; 1969: 110), al igual que la industria de la construcción se encontraba en auge
en Chicago, los Ángeles y otras grandes ciudades como Nueva York no paraban
53
de crecer. Décadas después, en algunas de estas ciudades aparecen barrios
enteros de marginales, pobres urbanos producto de la desindustrialización como
un fenómeno que, era parte de una reorganización espacial de la producción, e
internacionalización del capital y una nueva división internacional del trabajo renovada de manera racial y étnicamente en los países del Tercer Mundo. Además
de ser una división del trabajo muy sexuada y donde el clasismo aun no perdía su
fuerza original.
Una de las características de la urbanización de la pobreza es que ya no
se ubica solo en el Tercer Mundo, se ha convertido en un proceso global, donde la
pobreza va urbanizando y alcanzando a las conocidas sociedades de abundancia
o pleno empleo, donde su población tenía altas tasas de trabajadores asalariados
acogidos por Estados de bienestar. Ahora estos Estados adelgazados económicamente, bien pueden ser llamados en esta crisis mundial iniciada en 2008, como
Estados de mal-estar. La exclusión social, parece ser un elemento importante
para explicar esta urbanización-precarización de la pobreza:
“La exclusión social hace referencia, entonces, a procesos y prácticas de las sociedades complejas que se convierten en “factores de riesgo social” compartidos
por determinados colectivos sociales —inmigrantes, colonos, mujeres, indígenas,
discapacitados—. Estos procesos ocurren en un contexto social caracterizado
por el debilitamiento de los cimientos de la llamada sociedad salarial y de los
regímenes de seguridad social, lo que obliga a advertir que, en lugar de identiicar
grupos particulares de excluidos, se crea una situación que afecta cada vez más
al conjunto de los trabajadores (Ziccardi; 2008: 13)”.
Sin embargo y pese a los esfuerzos de algunos pocos gobiernos en América Latina, la economía de las ciudades y sus riesgos medioambientales están
imponiendo las lógicas urbanas y de desarrollo institucional que se restringe en
la mayoría de las ocasiones a políticas de embellecimiento e imagen urbana en
las zonas turísticas, comerciales y inancieras de las ciudades latinoamericanas.
Así, podemos observar cómo se repiten estas intervenciones urbanas en Buenos
Aires, Distrito Federal, Bogotá, Lima, Santiago, Caracas, La Paz, entre otras capitales, y que en sus periferias habitan centenares de pobres urbanos. Además
de otras capitales más pequeñas como las de Centroamérica donde las cosas
54
empeoran, como es el caso de Guatemala y San Salvador. Donde la condición de
abandono, se hace sentir en sus centros históricos:
“Los centros históricos son los lugares polisémicos por excelencia: atractivos para
el exterior, integradores para el interior, multifuncionales y simbólicos. Son la diferencia más relevante de cada ciudad, la parte de ésta que puede proporcionar
más sentido a la vida urbana. Excepto cuando se especializan y se homogenizan
hasta que todos se parecen o se deterioran y se convierten en áreas marginales.
Los unos porque de día se congestionan y de noche se vacían; los otros porque
reciben el doble de estigma de la pobreza y la inseguridad (Borja; 2003: 271).”
Los centros históricos o primeros cuadros de la ciudad contienen una historia de la cultura material de la comunidad, representan el pasado de un pueblo
y su memoria. Por desgracia, muchos de ellos están totalmente abandonados y
se consideran como los lugares más lúgubres y peligrosos de las ciudades. Solo
en algunas grandes ciudades el centro histórico ha recobrado su vitalidad, vida
comercial y belleza estética. El caso más emblemático ha sido el del Distrito Federal, ciudades como Bogotá y Medellín en Colombia le han hecho en los últimos
años y Lima y otras metrópolis siguen intentándolo.
Las formas de pobreza urbana complejizan los abordajes conceptuales sobre la cuestión urbana. La urbanización de la pobreza está intentando colocar
una forma de nombrar a un proceso en ciernes que aparece como algo inédito en
la historia de la humanidad, pero con parecidos de familia a los viejos problemas
de las ciudades desde su origen en el mundo antiguo. En términos de tiempo
histórico y social es reciente, nunca antes en la historia, la pobreza se había urbanizado a un ritmo tan acelerado, y en un milenio urbano es importante colocar
a este proceso, en su justa dimensión para que sea repensada. Damos evidencia
estadística, porque afortunadamente esta es de fácil acceso, en los informes de
la UNFPA, Hábitat-ONU, FAO, OIT, entre muchas otras organizaciones internacionales que junto a la CEPAL, la OEA y la UNESCO-LA, pueden satisfacer las
dudas estadísticas sobre la pobreza y los procesos de urbanización a nivel planetario.
En su publicación Panorama Social de América Latina 2012, la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), informa que si bien, la po55
breza disminuyó, aún quedan en la región 167 millones de pobres (28.8% del
total de la población), un millón de personas menos que en 20011. La siguiente
gráica evidencia la problemática que enfrentan los gobiernos locales, los Estados
nacionales y los Organismos Internacionales:
Fuente: Elaboración propia con datos de la CEPAL, Panorama Social de América Latina, 2012.
Como se muestra en esta gráica, la reducción de la pobreza se había controlado desde el año 2002 en su punto más alto para le región latinoamericana
llegando a un máximo de 225 millones de personas, a partir de este tope, sufrió
una caída considerable llegando a 184 millones en el 2009, y 176 millones para
el 2010, es decir, unos 49 millones de personas dejaron la pobreza, visto así, los
programas de los distintos Estados latinoamericanos y las políticas de los Organismos Internacionales fueron un rotundo éxito. Sin embargo, a partir del año
2011 con 168 millones de pobres respecto a los 167 del 2012, las cosas cambian
drásticamente mostrando una desaceleración en la reducción de la pobreza en
América Latina. Por ello, la CEPAL y otras organizaciones han hecho hincapié
en reforzar los esfuerzos y recursos económicos, institucionales y humanos para
frenar lo que parece otra oleada de pobreza como la de 1980 que pasó en una década de 136 millones de personas pobres a 204 millones en el año 1990. El caso
de México es desastroso, en solo los primeros años de la actual administración
federal (2012-2018), hay 2 millones de nuevos pobres en el país.
Aunque los datos proporcionados por la CEPAL corresponden a pobreza
56
rural y urbana, aquí, el esfuerzo se concentra en pensar la pobreza urbana que
en muchos casos se concatena con la pobreza extrema, generando políticas sociales de reducción de la pobreza, donde su combate se ha reducido en América
Latina, en una política electoral en tiempos de cambio de poderes. Los pobres
urbanos como nuevo ejército de reserva han sustituido a los pobres rurales como
mayoría a inales de la primera década del siglo XXI. Las políticas sociales urbanas deberán frenar la precarización (laboral y social) y la marginalidad como una
consecuencia estructural de la urbanización de la pobreza. Es decir; pobreza,
desigualdad urbana y exclusión social, son categorías que se integran en un proceso que muestra una de las peores caras de nuestra contemporaneidad, no es
que no existan ricos, sino que son una inmensa minoría frente a una clase media
y baja urbana cada vez más desestructurada por las crisis económicas y políticas
de América Latina.
“Al viejo Gran Hermano le preocupaba la inclusión, la integración, disciplinar a
las personas y mantenerlas ahí. La preocupación del nuevo Gran Hermano es
la exclusión: detectar a las personas que <<no encajan>> en el lugar en el que
están, desterrarlas de ese lugar y deportarlas <<al sitio al que pertenecen>> o,
mejor aún, no permitir que se acerquen los más mínimo (Bauman; 2005: 269)”.
La pobreza urbana también es una consecuencia de las políticas neoliberales que invadieron al continente desde la década de los años de 1970. Después
de décadas de este modelo económico neoliberal excluyente, millones de nuevos
pobres aparecen agolpados en los barrios de las ciudades grandes y medias del
continente. Ya no solo la migración de jornaleros del campo a la ciudad y su llegada a las periferias de las ciudades en los años de 1970 y la década de los 1980,
es lo que provoca esta pobreza urbanizada, a ella se añaden nuevas variables e
indicadores, trabajadores transmigrantes de diferentes nacionalidades, lenguas y
culturas, desindustrialización en ciertas regiones manufactureras, y el impacto de
las nuevas tecnologías en la creación de empleo ijo. La baja escolarización deja
fuera a millones sin acceso a la educación media y superior, asistimos a una nueva fragmentación-espacial de la ciudad y sus espacios urbanos, una guetización
donde los más ricos huyen de las ciudades y construyen sus mansiones y chalets
a las afueras o en lo alto de las ciudades, toman distancia del mal endémico de
57
la pobreza y su estigma como los usuarios de la violencia y el crimen organizado.
Una forma de criminalización de la pobreza y la precarización.
Tenemos muchas preguntas, como, ¿pensar cuáles son nuestros saberes
y conocimientos sobre esta urbanización de la pobreza, desde donde hablamos
y escribimos? ¿Existe una corpo-política del conocimiento que tiene que ver con
esta geografía del que habla, y denuncia? Estamos negando el derecho a la ciudad que tanto preocupó a Lefebvre y preocupa a Jordi Borja en sus escritos recientes. Coincidimos con las ideas de Jeremy Rifkin cuando airma que estamos
en la era del acceso, donde la brecha digital y cognitiva se suma a la brecha social. Estamos en un pasaje de sociedades donde los pobres eran el mal necesario
del sistema capitalista; a una sociedad donde los pobres son un bien de uso, un
capital humano para usar y desechar en el capitalismo salvaje.
A principios del año 2014, Bauman apuntaba en su último libro una preocupación que desde hace ya casi una década le sigue en su pensamiento, y es
que, nos enfrentamos como nunca antes, a una profundización en la desigualdad social. “Y entonces, en torno a 1980, se produjo una hiperaceleración de la
desigualdad” (Bauman: 2014; 24). Cada vez que contemplamos con seriedad la
problemática de la pobreza urbana, se encuentra que todos los malestares que
aligen a una inmensa mayoría de la población, son provocados o inducidos por
una minoría que promueve la desigualdad, la precarización y la pobreza urbana
como una forma de contención de los millones de desailiados y desempleados
que se convierten rápidamente un una clase sumamente peligrosa para los ricos
y poderosos.
Así, la precarización y la exclusión social son los elementos que caracterizarán a estas sociedades de pobres urbanos, de una América Latina que tiene
por delante una gran lección por aprender en un milenio inevitablemente urbano.
Los cambios y transformación del mundo moderno dependerán del rumbo y políticas que tomen los grandes organizamos y organizaciones internacionales, apoyados por la intervención directa y políticas públicas y sociales de los gobiernos
en todos sus niveles y dimensiones. La evidencia es hoy palpable, está a la luz
y vista de todos los funcionarios y funcionarias, de legisladores y gobernantes,
el no atender los malestares que aquejan a las sociedades presentes sería una
omisión imperdonable.
58
Desempleo: las sociedades de abandono
A in de cuentas, nos sentimos inseguros porque nuestro empleo,
y en consecuencia, nuestros ingresos, posición social y dignidad
se hallan bajo amenaza. No estamos asegurados contra la amenaza del despido, la exclusión y el desalojo, es decir, la pérdida
de la posición que apreciamos y creemos habernos ganado para
siempre (Bauman: 2011).
En suma, 1.000 millones de personas siguen viviendo en la extrema pobreza con un dólar al día como medio de subsistencia y
lógicamente, otras capas de población están en la pobreza aunque no sea en la miseria absoluta (Colomer: 2015).
Aunado a los fenómenos de la urbanización de la pobreza, la precarización
del trabajo y la exclusión social, aparecen millones de desempleados, que ya sea
temporal o de forma permanente, perdieron la forma de sostenimiento cotidiano,
sin ingresos ijos, sin prestaciones, y sin acceso a los derechos sociales, rápidamente precarizan sus vidas deteriorando sus relaciones y anulando cualquier
forma de participación ciudadana. Las estadísticas de estancias como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), o los ministerios y secretarías del trabajo
en los gobiernos conirman estas historias de vida de millones de seres humanos.
Así, el desempleo, ha tomado centralidad entre algunas disciplinas de
las Ciencias Sociales y Humanidades, al igual que Centros de Estudio con inanciamiento de Fundaciones Internacionales y organismos como las Naciones Unidas. Las estadísticas más recientes son alarmantes en Europa, si tomamos como
ejemplo Grecia, donde el 27% de la Población Económicamente Activa (PEA)
está en paro laboral, seguida por España con el 26%. A estos dos países le sigue
una lista de países europeos que décadas anteriores, gozaban de un Estado
de Bienestar fuerte y sociedades conocidas como “sociedades asalariadas” o de
“pleno empleo”, pero de estas nociones ha quedado poco, la misma categoría
de trabajo como concepto moderno ha sufrido una serie de nuevas conceptualizaciones en la sociología contemporánea. El periódico El País de España en su
sección de economía del día 8 de enero de 2014 destaca lo siguiente:
59
“En el conjunto de la Unión Europea, la tasa de desempleo se mantuvo sin cambios (10,9%), con lo que repite nivel por séptimo mes consecutivo, mientras que
respecto a noviembre de 2012 el desempleo aumentó una décima. La cifra de
desempleados registrada en la eurozona en noviembre alcanzó los 19,241 millones de personas, lo que supone un incremento de 4.000 parados respecto a octubre. En el conjunto de la UE la cifra de personas sin empleo alcanzó los 26,553
millones, un aumento de 19.000 parados respecto al mes anterior.
No obstante, respecto a noviembre de 2012, el número de desempleados de la
zona euro se incrementó en 452.000 personas, mientras que entre los 28 aumentó en 278.000 desempleados.
Entre los estados miembros de la UE, las menores tasas de paro se registraron en
Austria (4,8%), Alemania (5,2%) y Luxemburgo (6,1%), mientras las más elevadas
correspondieron a Grecia (27,4% en septiembre) y España (26,7%).
En el caso de los menores de 25 años, la tasa de paro de la eurozona en noviembre se situó en el 24,2%, en línea con el dato de octubre, hasta un total de 3,57 millones de desempleados, mientras que en el conjunto de la UE subió una décima,
hasta el 23,6%, con un total de 5,66 millones de jóvenes sin trabajo. Los datos de
Eurostat sitúan de nuevo a España como el país con peores cifras, ya que la tasa
de paro subió en noviembre al 57,7%, tres décimas más que en octubre, mientras
que en Grecia, cuyo dato corresponde a septiembre, se situó en el 54,8%. De este
modo, la cifra de menores de 25 años desempleados en España alcanzó un total
de 983.000 personas, frente a las 973.000 de octubre, lo que representa el 27,4%
del paro juvenil en la eurozona en noviembre” (El País: 2014).
Se puede resaltar de la cita anterior, la mala situación del desempleo en
Europa, destacando el desempleo juvenil que como población vulnerable, recibe
la peor de las consecuencias de la crisis económica desde el 2008. En el caso del
sur de Europa, sobre todo España y Grecia son contundentes los datos sobre el
paro laboral, situación que está llegando a un peligroso límite de efecto multitud
desesperada y desamparada por parte de sus gobiernos locales y centrales. El
sur global en el caso latinoamericano encuentra en el sur europeo su contraparte, siendo en España y Grecia incluso más agudo y extremo. Dejando claro que
ningún país latinoamericano cuenta con el estado social o de bienestar que tiene
Europa.
Pensemos que en las viejas sociedades de producción, el trabajo ha sido
60
desplazado como categoría central, es decir, el trabajo ya no es una garantía
de una mejor calidad de vida, debido a que formas como el subempleo y la subcontratación merman las relaciones y condiciones del trabajador dejándolo en
una condición de precariedad. Aparecen en las calles y oicinas de parados en
Europa y América Latina, miles de ex trabajadores industriales, empleados y otros
tipos de trabajadores desplazados solicitando apoyos y trabajo. Las atenciones
para los parados no alcanzan a regenerar la calidad de vida perdida por la falta
de empleo, los apoyos gubernamentales —cuando estos existen— solo cubren
una parte del gasto ordinario de los trabajadores utilizada en despensa, pago
de servicios, hipotecas de vivienda, deudas personales y bancarias y otro tipo
de egresos como las colegiaturas escolares, la gasolina y el transporte público.
Autores como Ulrich Beck, han hablado al respecto de la informalidad en Europa,
de una brasileñización de Occidente.
“Es decisivo para la tesis de la brasileñización de Occidente el hecho de que, pese
a todos los contrastes y desigualdades culturales, el futuro de lo informal, que se
abre paso en Occidente, cuenta con una larga tradición en Sudamérica y, por lo
tanto, se pueda estudiar en todas sus contradicciones” (Beck: 2000; 107).
El desempleo en su mayoría urbano, viaja de región en región y somete a
las ciudades a una tensión social que genera estrés, desanimo, angustia y depresión de miles de habitantes de las ciudades, sean estas pequeñas, medianas o
metrópolis. La ausencia de un trabajo ijo orilla a muchos de los habitantes de los
barrios más empobrecidos de toda América Latina a la informalidad, siendo esta,
la forma más inmediata de hacerse llegar recursos para las necesidades básicas
(alimentación y salud). En América Latina, las estadísticas nos dan cuenta de la
problemática a la que se enfrentan millones de familias de los estratos más bajos.
Familias donde el trabajo informal se ha convertido en parte de su vida cotidiana
como mecanismo de sobrevivencia. En algunos países latinoamericanos, el trabajo informal llega al 60% o más, situación que tiende a agravarse por la falta de
una intervención de las autoridades encargadas de regular y controlar el empleo.
“En estos países hay pueblos enteros donde hasta el 75% de la población activa se encuentra en la economía informal, es decir, fuera de las reglas de todo
61
sistema de contrato legal, de seguridad social. Está manteniendo una actividad
económica —porque no renuncian a comer algo de todos los días, por instinto
de supervivencia— pero estamos hablando del 75% de la población activa en la
economía sumergida, que no cuenta para las estadísticas oiciales del país. Y no
es un caso aislado, estamos hablando de magnitudes del 75% en Perú, en Bolivia
o del 60% en Argentina, en Brasil, y no son países miserables, incluso Chile, el
mayor éxito del modelo neoliberal tiene un 46% de la población en la economía
informal; si a eso le sumamos el 7% de paro, resulta que el 53% de toda su población activa está fuera del sistema económico” (Colomer: 2015, 108).
Sin embargo, el problema no solo radica en la informalidad de los trabajadores —en sí misma alarmante— que evaden el isco (la Hacienda) y no pagan
sus impuestos a los gobiernos, sino que, a partir de la práctica de la informalidad,
devienen otras consecuencias y malestares nefastos que meten en un ciclo de
precariedad a las familias que viven en la informalidad, como un estilo de vida,
como nuevas formas de vida urbana que genera la urbanización de la pobreza. Si
sabemos que en gran medida, las hoy conocidas <<sociedades de consumo>>
están mediadas por la capacidad de compra y consumo de las familias y las personas, entendemos que existe una desventaja estructural para las familias que
viven en la informalidad, ya que sus ingresos no le son suiciente para consumir
en los mercados formalmente establecidos donde cualquier mercancía tiene un
costo mayor.
De esta manera, pocas veces, las familias que viven en la informalidad
laboral, consumen en el mercado formal. Así, una buena parte de sus ropas, calzado y todo tipo de accesorios de vestir, provienen de mercados de ropa usada o
las llamadas tiendas de segundo uso (en lugares de México se les conoce como
las “segundas”). En casi todas las ciudades se pueden observar mercadillos, tianguis o lotes de venta de productos usados que van desde zapatos, juguetes, ropa,
accesorios domésticos y de belleza, hasta herramientas, refacciones y aparatos
electrodomésticos que de uso, semi nuevos o nuevos, se ofrecen a menor precio
que en cualquier negocio establecido en el mercado formal. Las ciudades en Latinoamérica guardan parecidos de familia (como diría José Nun) en su periferias
urbanas, una gran movilidad de transeúntes inundan los mercadillos y tianguis
del mundo informal. La economía de la pobreza que se mencionó anteriormente,
62
forma parte de esta informalidad que sobreviene al desempleo y la precarización.
Recientemente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su oicina regional para América Latina y el Caribe, publicó en su Informe 2014: Panorama Temático Laboral. Transición a la formalidad en América Latina y el Caribe,
la siguiente tabla estadística que evidencia la problemática actual de la informalidad en la región, aún y cuando en algunos países la informalidad ha descendido
en los últimos años (de manera insigniicativa).
Fuente: Tomada de Panorama Temático Laboral, OIT 2014, p. 33.
A pesar de que la tabla sólo muestra los datos de 14 países, es suiciente
para tener un panorama donde en su conjunto existe una informalidad total del
46.8% en el 2013, pero que en algunos países rebasaba el 70% (Guatemala y
Honduras) y otros el 60% (El Salvador, Paraguay y Perú), y algunos otros el 50%
como en Colombia y México (este último que para el 2015 subió a un alarmante
58%). La cuestión está en que esta informalidad condiciona a la población a experimentar vidas precarias. Si bien, las estadísticas varían entre investigadores y
63
organismos internacionales u otras instituciones de investigación, la inalidad es
poner en evidencia el fenómeno de la informalidad.
Sin embargo, muchos se beneician de esta informalidad formando toda
una subcultura de la economía. Un ejemplo claro de estas formas de subsistencia
es la de colonias o barrios completos dedicados a la piratería y la <<fayuca1>> ,
en el Distrito Federal capital política y económica de México, los barrios de Tepito
y la Merced, son famosos por el mercadeo y comercialización de artículos pirata,
donde miles de familias viven de esta subcultura de la economía de la pobreza y
la informalidad. Son espacios donde fácilmente cualquier comprador puede conseguir todo tipo de aparatos y artículos, incluidos automóviles, muchas veces de
procedencia ilegal o con reporte de robo. Pero más que crítica o peor aún, criminalizar este tipo de experiencias, se trata de evidenciar lo que está generando
la precarización laboral y la falta de empleo permanente bien remunerado y con
prestaciones para los trabajadores urbanos.
Desgraciadamente, en la informalidad también aparecen ganadores y
perdedores, hay quienes organizan y estructuran la informalidad y se beneician
de ella. Solo pocas experiencias pueden servir de ejemplo de cómo los ciudadanos ante situaciones de abandono por parte de sus autoridades o de los empleadores como encargados de la generación de empleo, se organizan para abatir la
pobreza y descomposición de sus formas de vida urbana. En algunas ocasiones
se forman colectivos de corte comunitarito, barrial y cooperativo para sortear la
escases y degradación, las familias e individuos se organizan en torno a la solidaridad y la reciprocidad con demandas comunes y soluciones prácticas para
afrontar el día a día.
En Perú, durante la hiperinlación que llegó al 2,178.48% durante la década
de los años de 1980 durante el gobierno de Alan García (primer mandato) generó
en algunas ciudades como su capital Lima, expresiones de organización social
conocidas popularmente como la Pollada, que consistía en hacer una cooperación para cubrir los gastos de alguna familia o persona del barrio o comunidad
1
La Fayuca, es el nombre que se le asigna a las mercancías y productos de procedencia norteamericana y que la mayoría de las veces, es ilegal. La mercancía puede ser nueva o usada y se introduce
a lo largo de los 3,200km de frontera de México con los Estados Unidos. Por su procedencia es comercializada a costos mucho menores que los del mercado formal.
64
que padecía alguna desgracia de salud, escolar o de desahucio con los bancos.
También se realizaban Polladas para juntar para las celebraciones de bodas,
quinceañeras o funerales de vecinos y amigos. Pero que fue lo que suscitó esta
brutal inlación en el Perú de inales del siglo pasado:
Los ministros de economía durante la hiperinlación de la década de los 80:
Más de 25 años han pasado y aunque, a la distancia, se suele dar por sentado
que el único responsable de tan mal desempeño fue el expresidente Alan García,
también se deja en el olvido a quienes condujeron las riendas del Ministerio de
Economía y Finanzas (MEF) durante la primera gestión aprista. Corría el año
1985 cuando un delgado Alan García se convertía en uno de los presidentes más
jóvenes en la historia del país. Junto a él, Luis Alva Castro se estrenaba como
cabeza de la cartera ubicada en el jirón Junín con la herencia dejada por los
cuatro ministros de Economía de la gestión anterior: una inlación en tres dígitos,
devaluación de la moneda nacional y mora en el pago de la deuda externa. Ante
tal escenario, las decisiones no tardaron en llegar. Para empezar, y contrariamente a lo que postulaba el FMI, se impulsó la heterodoxia, y aunque tuvo un buen
inicio [la inlación bajó a 3,5% en setiembre de 1985 y crecimos 9,2% en 1986],
terminó con resultados catastróicos. En sus dos años de gestión, Alva Castro
centró su programa en limitar el pago de la deuda externa, el inti reemplazó al
sol y se congelaron los precios básicos, los sueldos y el tipo de cambio. Meses
después empezaron los problemas: la capacidad de gasto del Estado se agotó, el
inti comenzó a devaluarse y la capacidad productiva de nuestra industria llegó a
sus límites. Razones más que suicientes para pensar que la política económica
aplicada derrochaba improvisación. Consecuencia inal: primer titular del MEF a
la baja.
De Saberbein a Salinas
Tras la renuncia de Alva Castro, el entonces viceministro de Economía, Gustavo
Saberbein, asumió las riendas del MEF y debutó en el cargo con una de las medidas más controversiales anunciadas por García en su mensaje patrio de 1987: el
intento de estatizar la banca para “democratizar” el crédito. Casi a inales de 1987,
la inlación ya rondaba las tres cifras [llegó a 114,5%] y la balanza de pagos termi65
nó con un saldo negativo de US$521 millones, cifra que no se veía desde 1981.
Con señales de crisis más que evidentes y con menos de un año en el cargo, el
segundo titular del MEF dio un paso al costado. El tercero de la lista fue César Robles Freyre, quien con menos de cuatro meses en el cargo tuvo que darle paso a
Abel Salinas, quien recibió una economía con déicits iscal y comercial. Bajo ese
panorama, el 6 de setiembre de 1988, se concretó el llamado paquetazo –conocido también como ‘salinazo’–, que terminó por devaluar nuestra moneda y contribuyó a generar una inlación mucho mayor [los precios subieron más del doble],
dando paso a lo que hoy recordamos como hiperinlación. Dos meses después,
en noviembre, otro paquetazo vio la luz, pero con costos sociales y económicos
mucho más drásticos, que terminaron con la salida de Salinas antes de cumplir
tres meses en el cargo, el tiempo más corto de todos. Tras la caída del cuarto
titular del MEF, el cargo fue asumido por Carlos Justo Dávila, quien tampoco duró
mucho. Casi seis meses después cedió la posta a César Vásquez Bazán –el último ministro de Economía de García–, quien terminó su gestión con una inlación
acumulada de 2’178.482%.” (El Comercio, Miércoles 11 de septiembre de 2013).
Este ejemplo, sirve para observar las medidas tomadas por los ciudadanos
ante las fallas de los sistemas económicos que encarecen la vida de los habitantes
de muchas naciones. La solidaridad, la reciprocidad y la cooperación aparecieron
como mecanismo de defensa ante la brutalidad inlacionaria del mercado peruano
que puso los precios de los productos básicos en el cielo y deshabilitó a millones
de familias para llevar una calidad de vida digna. Otro ejemplo es el de Colombia,
donde aparece el concepto de economía solidaria como “el sistema socioeconómico, cultural y medioambiental conformado por el conjunto de fuerzas sociales
organizadas en formas asociativas identiicadas por prácticas autogestionarias,
solidarias, democráticas y humanistas, sin ánimo de lucro, para el desarrollo integral del ser humano como sujeto actor y in de la economía” (Colomer: 2054, 39).
Según investigaciones de Colomer, desde el 6 de agosto de 1998, con la
publicación de la Ley 454 en la República de Colombia, se institucionaliza y crea
el consejo Nacional de la Economía Solidaria. Con ello, se da inicio a una nueva
economía que pone en la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua, el motor
de las transformaciones sociales frente a las crisis recurrentes de los Estados latinoamericanos. Aún y cuando la Ley 454 nunca llegó a ver la luz, se sentaron los
precedentes de nuevas formas de economía alternas a la economía de mercado
66
producto del capitalismo inanciero y especulativo. Las crisis económicas tanto de
Perú como de Colombia, lograron activar la cooperación y el mutualismo.
Por desgracia, no solo el Perú vivió estas crisis económicas, México vivió
una crisis aguda en 1994 y Argentina vivió el famoso “corralito” en el 2001, en
ambos países las consecuencias de las crisis económicas fueron la aparición
de nuevos pobres y el adelgazamiento de las clases medias que habían ganado
terreno desde las décadas anteriores al surgimiento de estas crisis.
Al igual que Argentina, México ha recibido en las últimas tres décadas a
población migrante. Bolivianos, paraguayos y peruanos han llegado a instalarse
a las afueras de Buenos Aires, se asientan en el extrarradio de la ciudad dando
origen y continuidad a las villas miseria o villas de emergencia como las llaman
los argentinos. Entre basura, cartón, madera y láminas, se asientan cientos de
miles de familias que radican en la hiperdegradación urbana y descomposición
social. El desempleo y la informalidad son el síntoma de urbanizaciones enteras
que bajo las políticas de abandono que los gobiernos locales y departamentales
o provinciales han practicado como formas de exclusión y distanciamiento de los
pobres y “masas de marginados” como los llamaría José Nun.
Así, en México, la llegada de aproximadamente 500 mil centroamericanos
cada año intentando cruzar la frontera norte, genera una gran movilidad humana,
cientos de desplazados por las crisis de seguridad y económica buscan llegar a
los Estados Unidos, en su intento muchos guatemaltecos, salvadoreños y hondureños —en su mayoría— se quedan a radicar en regiones del centro y norte del
país. La expulsión de sus lugares de origen, de estos millones de centroamericanos (generalmente jóvenes varones) según sus respuestas en historias de vida
realizadas en los últimos años (2012, 2013 y 2014), se debió a la falta de trabajo
estable en el caso de los jóvenes urbanos, y para los migrantes con origen en
una comunidad rural, argumentaron que “el campo ya no da para más”. Es decir,
para comer. Pero aclarando que en su gran mayoría, los migrantes de origen
centroamericano pocas veces deciden quedarse a vivir en México, solo lo usan
como lugar de tránsito y residencia temporal hasta lograr su cruce “al otro lado”
de la frontera mexicana.
Así, los cinturones de miseria en el Distrito Federal según reportaron desde
2005 y 2008 diversas instituciones como el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y el Consejo Nacional de Población (CONAPO), en
67
la capital, la pobreza creció en los últimos años, destacando la aparición de la pobreza patrimonial, alimentaria y de capacidades. Por su lado, el Diagnóstico sobre
la Situación de los Derechos Humanos en el Distrito Federal, evidenció la <<alta
marginalidad>> y <<exclusión educativa>> de más de 1,200 000 capitalinos. Que
sin servicios básicos, viven en el desabasto continuo. De nuevo, el desempleo
es uno de los elementos característicos de estos habitantes de los cinturones
de miseria en la capital mexicana. Cinturones de miseria poblados producto de
migraciones internas de otras ciudades o áreas rurales.
Entonces, entendamos la política de abandono como parte de las políticas
públicas, urbanas y sociales que se dejan de hacer por parte de los gobiernos e
instituciones gubernamentales. Los servicios básicos de electricidad doméstica,
alumbrado público, gas, agua potable y pavimentación, son parte de las demandas de los habitantes de estas villas o cinturones de miseria, además, se han
añadido a estos problemas, la falta de seguridad y el empleo. La crisis de los años
de 1980, dejó como resultado este tipo de urbanizaciones que se han reproducido
en toda América Latina, sobre todo en las afueras, incluso dentro de las capitales
y metrópolis como el Distrito Federal en México, Lima en Perú, Quito en Ecuador,
Bogotá en Colombia, Santiago en Chile y en Caracas en Venezuela. Algunos
autores, sobre todo urbanistas y sociólogos urbanos, usan la metáfora de la favelización de las ciudades latinoamericanas en alusión a las favelas en el Brasil.
A la idea de una favelización en América Latina, se une el chabolismo como
forma de asentamientos humanos irregulares, poco salubres y que viven una
marginación y exclusión social en España. Sobre todo a las chabolas a las afueras de Madrid, donde ecuatorianos, magrebíes y europeos del este, se agolpan
formando nuevos barrios. Sea cual sea la metáfora (sin dejar de lado los pueblos
jóvenes del Perú) que se use para designar este tipo de zonas suburbanas de
excluidos sociales, se debe llamar la atención al descuido y política de abandono que todas las entidades de gobierno procuran. La segregación residencial y
laboral puede convertirse en uno de los rasgos de la América Latina contemporánea del siglo XXI. De nuevo y de manera reiterada se observa que una inmensa
parte de estos habitantes se encuentran sin empleo, lo que signiica estar desailiados de cualquier tipo de prestación social y atención sanitaria. Y que como
consecuencia inmediata los inhabilita para caliicar en cualquier tipo de crédito
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de vivienda —llámese vivienda de interés social, comunitario o popular— con los
bancos o el gobierno.
El empleo formal, como se ha discutido bastante en los organismos internacionales, debe de ser una de las tareas fundamentales de los gobiernos latinoamericanos para permitir el acceso a una serie de beneicios a los ciudadanos de
los estratos más desprotegidos y abandonados por las políticas públicas. A ellos,
se les debe emplear y dar trabajo de calidad para que logren salir del ciclo de exclusión en el que están metidos (o les metieron de manera estructural), el trabajo,
debe recuperar la centralidad de los mejores tiempo de la modernidad, aquella
que prometía orden y progreso, además de bienestar social. El desempleo generalizado en muchos países del Tercer Mundo ha conformado lo que podemos
llamar <<sociedades de abandono>>. Mismas que se caracterizan por su baja
participación ciudadana en los asuntos públicos de la ciudad y que se encuentran
al margen de cualquier tipo de beneicio, desarrollo humano y bienestar social.
Este ensayo parte de la tesis de que por primera vez en la historia reciente de la
región latinoamericana, el trabajo, produce pobreza (González, Herrera y Mignolo: 2015). Cuando se trata de un “trabajo basura” o precario como sucede hoy día
en las maquiladoras del norte de México, algunas zonas de Centroamérica y otros
países latinoamericanos.
Las sociedades de abandono, aparecen como el resultado de años de
política de abandono, que estructuran la vida de millones de personas en las
ciudades y zonas urbanas del sur global. Estas sociedades padecen los peores
males de la economía global y el capitalismo inanciero. Es donde las tensiones
estructurales y contradicciones del sistema económico descargan sus crisis y malestares. La angustia, el temor, el miedo, la depresión y ansiedad se convierten
en experiencias y patologías de ciudadanos confundidos y desanimados ante tal
panorama de degradación y descomposición, un estado de decadencia se observa y apodera de los barrios, comunidades y urbanizaciones enteras que procuran
sobrevivir en la informalidad y el desempleo. La pregunta pertinente pudiera ser
¿dónde quedó la política?
69
Parte 2
En Busca de la Política
Descontento, desgobiernos
y democracia deciitaria
En esta segunda parte, se hace una relexión crítica sobre las formas en
que las clases políticas y gobernantes están gestionando las ciudades latinoamericanas. Se habla de los gobiernos y la decrepitud en la que han caído gobiernos
locales y nacionales respecto a los asuntos públicos de la ciudad y la ciudadanía,
se parte de la idea de que la decrepitud es un rasgo característico de las actuales
clases dirigentes, mismas que han abandonado su responsabilidad respecto a
las agendas sociales y demandas ciudadanas. El clima de inseguridad, precarización, desintegración social, degradación urbana y otros malestares, son en parte,
responsabilidad de quienes han estado al frente de las Administraciones de los
gobiernos locales y centrales, debido a la práctica sistemática de una política de
abandono que ha desplazado de las agendas y políticas públicas de los gobiernos los asuntos prioritarios de la ciudad y la ciudadanía.
También, se desarrolla un apartado sobre las consecuencias de esta política de abandono que ejercen los gobiernos como parte de lo que deberían ser
políticas públicas y de intervención social y comunitaria. Los resultados de las
malas gestiones y la decrepitud en la que han caído muchas de las clases dirigentes en América Latina, es el descontento de la ciudadanía y un déicit ciudadano
que inmediatamente crea un déicit democrático. Además de que encontramos en
muchas ciudades de la región, una serie de desgobiernos que son acompañados
de violencia urbana y social, de inseguridad ciudadana, precarización, exclusión
y marginación social, y otras taras como el desempleo y la degradación social
como forma de vida urbana, al menos para millones de latinoamericanos que se
encuentran condenados a la pobreza estructural y el abandono institucional-gubernamental.
Por otro lado, la esperanza es pensar que la democracia que tenemos,
deicitaria, es perfectible. Que si como la han hecho algunas administraciones
y gobiernos locales en Brasil, Ecuador y Colombia, la democracia se puede recuperar y volcarse a la ciudadanía de forma innovadora y creativa. La voluntad
política de las clases políticas desde un alcalde, gobernador o presidente, es
vital para romper las inercias de las malas administraciones y contrarrestar la
inseguridad, la violencia, la degradación, la desintegración y la desigualdad. La
apuesta es revisar si la perfectibilidad de la democracia en América Latina puede
ser gestionada desde abajo, incluyendo e integrando a la ciudadanía organizada
y sobre todo a la desorganizada. Los rumores ciudadanos que revientan las calles
71
en protestas y manifestaciones son una muestra del hartazgo y desesperación
de los ciudadanos inconformes y descontentos de sus gobiernos y políticos, de
la pobre gestión y corrupción que empieza a hacer agua en los gobiernos locales
y centrales. Hoy día, algunas ciudades de Brasil como Sao Paulo, son un claro
ejemplo de ello.
Así, se busca a partir de las nociones como desgobierno, descontento,
decrepitud, déicit ciudadano y otros como democracia perfectible y clase política,
hacer una relexión sobre el sentimiento ciudadano respecto a sus gobernantes.
Partiendo de la premisa de que se ha entrado en un régimen de democracias
deicitarias que quedan debiendo a sus ciudadanos. La intención es la de pensar
en la búsqueda de la política como fuente de intervención y mediación entre gobiernos y ciudadanos. La política ha perdido centralidad frente a la economía de
mercado y los sistemas inancieros, es la economía y sus mercados la que está
organizando y estructurando la vida en sociedad de los ciudadanos. Una primera
relexión sería la de recuperar la política y desplazar al mercado como forma
organizadora y gestionadora de los asuntos públicos de la ciudad. Necesitamos
sociedades con mercados, no sociedades de mercado como lo dijera el presidente de Ecuador Rafael Correa en la entrevista que le hiciera Ana Pastor para CNN
en español el pasado marzo de 2012.
Clase política, gobiernos y decrepitud
Las ciudades latinoamericanas están cambiando. De la “ciudad
frontera”. Con una lógica de urbanización basada en la expansión de las periferias y la metropolización industrial, se ha pasado a una “ciudad en red”, resultado de la globalización, reforma
del Estado y los cambios demográicos. En este nuevo contexto,
se percibe en la región dos modelos políticos de gobierno de la
ciudad: el de la ciudad empresarial privada, que recurre al mercado para inyectarle eiciencia a la gestión urbana, y el de la ciudad inclusiva, basada en una revalorización del espacio público
y la promoción de derechos. La exitosa experiencia de algunas
fuerzas de izquierda demuestra que es posible una perspectiva
distinta de gestión de la ciudad (Carrión: 2010).
La abrumadora actualidad latinoamericana con sus índices de inseguridad,
violencia, abandono y pobreza, nos hacen preguntarnos cuáles son los grandes
retos de las democracias latinoamericanas al respecto de estos temas, si sabemos que la pobreza y la violencia atentan contra el ejercicio de la ciudadanía y
en consecuencia afectan a la estabilidad democrática. La región latinoamericana
registra índices alarmantes de pobreza y precarización laboral, lo cual, genera
desigualdad social entre los ciudadanos y segmenta a las poblaciones entre ricos y pobres, siendo los últimos una mayoría acorralada por la inseguridad en
sus barrios, centros de trabajo y expuestos a niveles extraordinarios de violencia
crónica. Entendemos por violencia crónica lo que nos sugiere Marilena Adams en
su estudio:
“[La violencia crónica ocurre en] aquellos contextos en que los niveles de violencia se miden en las dimensiones de intensidad, espacio y tiempo. Una deinición
posible es aquella en que las tasas de muerte violenta al menos duplican la tasa
promedio prevaleciente en los países ubicados en la misma categoría de ingreso,
en que estos niveles se sostienen a lo largo de un período de cinco años o más
y en condiciones en que los actos de violencia que no necesariamente causan la
muerte registran altos niveles en diversos espacios de socialización, tales como
el hogar, el barrio y la escuela, contribuyendo así a la reproducción de violencia a
lo largo del tiempo.” (Pearce en Adams: 2011: 12)
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73
Pero, cuáles son las respuestas, programas y políticas de los gobiernos
locales y autoridades encargadas de brindar seguridad y bienestar a la población,
en realidad muy pocas, una inmensa mayoría de gobiernos locales no cuentan
con políticas públicas de prevención de la criminalidad y por el contrario, apelan
a la construcción de esquemas y modelos punitivos para gestionar más cárceles,
penas más duras, más policías y mejor armados, entre otras políticas de vigilancia que tienen que ver con nuevos dispositivos de video vigilancia y biometría
como formas de control sobre poblaciones y grupos delincuenciales. El problema
de estas medidas es su marcada criminalización de la pobreza y la juventud.
A diario, en las ciudades de América Latina, se registran detenciones arbitrarias, revisiones y cateos sin orden judicial, se estigmatiza la pobreza y se
etiqueta social y culturalmente a los sectores de la población de ingresos más
bajos, por otro lado, los jóvenes se ven hostigados y perseguidos por la policías
locales y otros cuerpos de seguridad violentando su derecho al libre tránsito y
esparcimiento por la ciudad. En muchas ocasiones, estas detenciones, retenes,
cateos y otras formas de vigilancia corporal, termina en abuso policiaco y de autoridad. Los jóvenes o individuos de bajos recursos son retenidos y encarcelados
con faltas administrativas condenados a pagar una ianza o en caso de no tener
recursos económicos pagar con horas de cárcel.
Los gobiernos locales han cambiado dentro de los cabildos y ayuntamientos las ordenanzas públicas criminalizando a los jóvenes y los pobres, la vigilancia de la ciudad, atraviesa por dispositivos y nuevas tecnologías políticas de
vigilancia y control social que atentan contra la ciudadanía. Una serie de nuevas
prohibiciones y ordenanzas públicas aparecen para los ciudadanos, los horarios,
espacios públicos y ediicios son gestionados con lógicas securitarias que no previenen la delincuencia, solo la persiguen y sancionan una vez desplegada y causado el daño al ciudadano. Ante la realidad decadente de los municipios, se cree
en que estos, deben de cambiar conceptualmente su fundación.
“Conceptualmente el municipio debe recuperar la condición de cercanía. En este
caso la comunicación debe expresarse a través de tres mecanismos: la creación
de nuevas formas institucionales de representación, que permitan reducir las distancias; el desarrollo de propuestas de desentralización del aparato de gobierno
municipal y la ampliación de las formas de participación de la población en el
gobierno local” (Carrión: 2010; 216).
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Quizás, una de las nuevas formas en las que se puede reconceptualizar
el municipio como igura de gobierno histórica es, en la propuesta de municipio
participativo, mismo que prevea y aminore la violencia, desempleo e inseguridad
ciudadana. Pero las tasas de desempleo no abonan a la reducción del problema
de la violencia y la inseguridad ciudadana, además de que al desempleo se suma
el empleo informal del 40% de la Población Económicamente Activa (PEA) a nivel
latinoamericano. En algunos países como México, la informalidad ha llegado al
60% de los empleos, solo el 40% de la PEA tiene un empleo formal con prestaciones y beneicios sociales. Lo cual, precariza al trabajador y sus familias, generando con el tiempo, males estructurales como la desigualdad y la exclusión social
de zonas urbanas enteras de las ciudades. Los gobiernos locales y sus autoridades no han sido capaces de resolver los desabastos de alimentos, la cobertura
de los servicios públicos (electricidad, gas, agua potable, drenaje, alcantarillado)
y de salud, los presupuestos anuales de egreso de buena parte de las Administraciones en los ayuntamientos se desvían a los rubros de seguridad pública y
pagos de nómina de los servidores públicos que pueden llegar a signiicar más de
la mitad del erario público. Poco queda entonces de recursos para obra social y
políticas públicas encaminadas a la gestión de la seguridad ciudadana.
Las autoridades con alta tradición populista o asistencial combaten la pobreza con entrega de despensas o paquetes de alimentos y cobijas y en algunas
ocasiones materiales para la autoconstrucción de viviendas. Esos programas de
dadiva gubernamental se convierte en dispendio electoral y partidista haciéndose
llegar la voluntad y los votos de los ciudadanos. Así, los gobiernos locales gestionan la pobreza y el desabasto de urbanizaciones enteras que han caído en el
abandono gubernamental y que viven en la informalidad del día a día rodeados de
urbanizaciones inseguras, violentas y marginadas de cualquier centralidad urbana y de servicios. Las redes de la delincuencia organizada hacen de estas villas
miseria, pueblos jóvenes, cinturones de pobreza, chabolas y favelas un espacio
ideal para instalarse social y económicamente.
Qué podemos esperar si sometemos a los gobiernos locales a una evaluación a partir de los llamados Derechos de 4ta Generación, los Derechos Urbanos que desde la categoría central del Derecho a la ciudad, plantea una idealización muy lejana a la realidad de América Latina. Jordi Borja en un extenso trabajo
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sobre el Derecho a la ciudad enuncia lo siguiente para hacer de estos derechos
una realidad:
“El <<derecho a la ciudad>> integra derechos relativos al entorno físico como la
vivienda, el espacio público, el transporte, el ambiente, etc., que condicionan derechos individuales y colectivos de carácter social o político, es decir la efectividad
del estatuto ciudadano. Pero también se integran en el derecho a la ciudad derechos políticos y sociales que a su vez condicionan la inserción en la ciudad como
la igualdad político-jurídica, la identidad personal y colectiva de las minorías, el
salario ciudadano o renta básica, la formación continuada, etc. El derecho a la
ciudad, pues, es un conjunto de derechos formales y materiales que coniguran la
ciudadanía” (Borja: 2013: 145).
Los ciudadanos del siglo XXI en América Latina enfrentan como nunca
antes la inseguridad y la violencia como parte de los paisajes urbanos de una
inmensa lista de ciudades latinoamericanas, barrios abandonados por los gobiernos y autoridades se sumergen en la muerte social de toda política que construya ciudadanía. El miedo social invade hogares, barrios y urbanizaciones enteras
ante las políticas de abandono de gobiernos y sus clases políticas decrepitas. El
abandono aparece como el signo-síntoma de las poblaciones de más bajos ingresos, eso que son caracterizados como pobres (en cualquiera de sus dimensiones
de pobreza: alimentaria, patrimonial, de capacidades, extrema, etc). La exclusión,
la desigualdad social y el abandono generan contextos sociales y urbanos decadentes, la falta de servicios, equipamiento urbano, transporte público de calidad y
centros de trabajo y estudio cercanos a barrios y comunidades con bajos ingresos
genera urbanizaciones fallidas.
La gestión de la ciudad en América Latina pasa por distintas experiencias
y voluntades políticas, en algunas ciudades de Colombia, Brasil, Ecuador, Nicaragua y Uruguay las clases políticas y dirigentes están intentando otras formas
de combate a la inseguridad ciudadana y la violencia urbana. Están reinventando
sus autoridades como Municipios Participativos. Por desgracia, el resto de los
países no conoce o no desea cambiar sus estrategias o prácticas de políticas
públicas. Por aquellas que partan de la inclusión de los ciudadanos en los asuntos
públicos de la ciudad, podemos hablar claramente de decrepitud generalizada de
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las clases políticas. Encerrados en sus oicinas, de corredores de seguridad en
ediicios resguardados y video vigilados, no comprenden o invisibilizan las realidades sociales de alta criminalidad y violencia crónica. La forma más efectiva de
combate a la criminalidad y la violencia es negarla.
Las clases políticas, los gobiernos locales aparecen poco entusiasmados con nuevas formas de pensar la ciudad y los problemas de la violencia y la
inseguridad. Las agendas locales se conforman de otros contenidos alejados de
la ciudadanía y de las necesidades de primer orden. Los chismes y los dimes y
diretes acaparan la atención de la clase política en los medios tradicionales y
digitales, la prensa escrita coadyuva en hacer de la política todo un espectáculo.
Los asuntos públicos de la ciudad se ven desplazados a segundo plano o papel
secundario para las clases dirigentes que están ocupados preparando su próxima campaña electoral, abandonando la posibilidad de construcción de agendas
ciudadanas que tengan como ejes:
a) Agenda cultural y juvenil
b) Agenda de seguridad ciudadana
c) Una agenda de política urbana en zonas marginadas con altos índices de
desigualdad y precarización social;
d) agendas para la atención de la salud y la educación en zonas con alta
criminalidad y violencia crónica.
Se privilegian corredores de seguridad para las empresas y centros de
trabajo (transnacionales), corredores turísticos y urbanos donde se encuentran
las clases de altos ingresos y mejor calidad de vida. Aparecen las policías turísticas y bancarias, descuidando la policía comunitaria y de proximidad. Se endurecen las ordenanzas públicas criminalizando a jóvenes y poblaciones en pobreza
urbana, además de condenar a la ciudad a la descomposición y fragmentación
social, complaciendo el amurallamiento de las ciudades y propiciando la segregación residencial y social. Los más débiles en términos de economía, enfrentan
los peores malestares de la criminalidad y la violencia, los efectos “migración
cucaracha” que producen los amurallamientos urbanos dejan al descubierto a las
urbanizaciones de las periferias abiertas a la delincuencia de millones de trabajadores urbanos e industriales que dejan solas sus casas durante las largas jornadas de trabajo y enfrentan los robos a casa-habitación por no contar con bardas,
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murallas o rejas que las protejan de los delincuentes en su ausencia. No cuentan
con vigilantes y video vigilancia que les mantenga alejados a los delincuentes y
criminales.
La clase política y empresarial va en decrepitud en su relación de cercanía
con los ciudadanos, al igual que los gobiernos locales que toman distancia de sus
habitantes, solo se comunican con los ciudadanos para el cobro de los prediales,
impuestos y permisos para licencias de conducción de autos o permisos de construcción o para la apertura de alguna pequeña empresa. Los recibos de cobro de
los municipios y ayuntamientos, llegan con rapidez y sorprendente celeridad a los
domicilios de los ciudadanos, cargados de intereses y penalizaciones en caso de
omitir el pago o retrasarlo. Los descuentos son escasos y bajos porcentualmente.
La evasión de impuestos o pagos a las autoridades son muy penalizadas y perseguidos, en cambio los criminales muchas veces están sueltos. Estas tensiones
entre ciudadanos y sus autoridades generan descontentos y sinsabores ciudadanos. En el caso mexicano, el Dr. Gerardo Esquivel Hernández, quien es profesor-investigador El Colegio de México, menciona en su investigación de 2015:
Desigualdad Extrema en México. Concentración del Poder Económico y Político,
que sólo “el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del
país”. Y añade lo siguiente:
“Nuestro país está inmerso en un ciclo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza. Siendo la decimocuarta economía del mundo, hay 53.3
millones de personas viviendo la pobreza. La desigualdad ha frenado el potencial del capital físico, social y humano de México; haciendo que en un país rico
sigan persistiendo millones de pobres. ¿En dónde está esa riqueza mexicana?
En términos de renta y capital, se encuentra concentrada en un grupo selecto
de personas que se han beneiciado del poco crecimiento económico del que ha
gozado México en las últimas dos décadas. Así, mientras el PIB per cápita crece
a menos del 1% anual, la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se multiplica por
cinco” (Esquivel: 2015, p. 5).
La concentración de la riqueza por parte de unos cuantos como en el caso
mexicano, es posibilitado gracias a los apoyos directos de las clases gobernantes, que dan todas las condiciones para que los negocios de un grupo selecto de
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personas prosperen en medio de la adversidad económica. Por ello, la percepción de la ciudadanía respecto a sus gobiernos y gobernantes es cada vez más
negativa, la decrepitud y falta de voluntad política aparece como la marca del
ejercicio de la política una vez que se es gobierno. La teoría política como ciencia
del gobierno, requiere actualizarse frente a los abandonos y desgobiernos de autoridades y representantes populares, nos preguntamos ¿dónde quedó el coraje
cívico? que promovían los grandes autores de esta disciplina. Si como menciona
el politólogo Javier Roiz:
“La teoría política se convertía así de verdad en la ciencia del gobierno —de quién
manda y quién obedece— y de cómo desmontar la tiranía, ambos esfuerzos basados en una apuesta por la vida que se apoya en la inteligencia y el coraje cívico”
(Roiz: 2014, 133).
Desgobierno, descontento y déicit ciudadano
Hasta aquí, hemos hablado de los procesos sociales que pensamos, están caracterizando a las sociedades-ciudades latinoamericanas, incluidas sus
consecuencias construidas como malestares que impactan directamente en las
poblaciones más desprotegidas. Estando solos, los habitantes, desatendidos de
sus gobiernos locales y políticos de proximidad que ya no representan las necesidades de los ciudadanos, sino, que se distraen en las tramas electorales,
las candidaturas partidistas y de corrupción en las que frecuentemente se ven
envueltos los políticos.
Por ello, se cree pertinente la pregunta que se formuló hace años el profesor Armando Silva en su libro Imaginarios urbanos; ¿Qué es ser urbano en
nuestras sociedades de América Latina? a la que respondió:
“No puede airmarse que ello corresponde tan solo a una condición material de
quienes habitan la ciudad. Si lo anterior es cierto, no es suiciente. Por eso mismo
existen razones, que podrían llamarse fundamentales, para buscar otras justiicaciones que entreguen demostraciones más convincentes. Con lo dicho quiero resaltar que me propongo estudiar la ciudad como lugar de acontecimiento cultural
y como escenario de un efecto imaginario” (Silva: 2006; 55).
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Es decir, si nos sumamos a la propuesta de Armando Silva y sus imaginarios urbanos o lo que él llama, urbanismos ciudadanos, nos colocan en la
posición de tratar de entender la ciudad no sólo desde nuestra experiencia física
y material, sino de imaginarla. Aun así, aunque seamos capaces de imaginar la
ciudad, el desánimo de los ciudadanos enfrenta un doble reto como; la autogestión ante el abandono de las instituciones gubernamentales en políticas de salud,
educación, cultura, empleo y calidad de vida, es decir, la autogestión sin recursos,
sólo contando con la suma de muchas voluntades ciudadanas de vecinos que
se reúnen para plantear como reducir su inseguridad ciudadana y marginalidad
social y, por otro lado, la protesta y denuncia ciudadana ante la falta de gestión a
los asuntos públicos de la ciudad, ésta, que confronta a los ciudadanos con sus
autoridades locales y políticos, que puede provocar confrontación y enfrentamiento con los cuerpos policiales y de seguridad de la ciudad y la represión por parte
de la misma.
En este contexto de <<política de abandono>> (Herrera: 2007), los ciudadanos frustrados y descontentos pueden subir el tono de sus demandas o autogestiones, todos pierden, sobre todo los habitantes de las zonas urbanas degradadas. Las poblaciones de la ciudad sometidas a estas lógicas de abandono
institucional no pueden practicar su ciudadanía de manera plena en lo civil, político-jurídico y lo social. Se genera entonces, un déicit ciudadano, una ciudadanía
disfuncional y mediada por las malas gestiones locales y políticas públicas poco
claras y efectivas. El déicit ciudadano no abona a la democracia como forma de
cultura política íntimamente relacionada con las formas y prácticas de vida urbana.
Se crean zonas urbanas completas dentro de la ciudad o en sus márgenes
(la mayoría de las veces) de desgobierno, sin autoridad pública en términos de
gestión y administración. La seguridad ciudadana es precaria e insuiciente, las
calles mal alumbradas y en muchos casos sin pavimento, diicultan su uso como
espacio público seguro y ciudadano. En muchas ciudades de América Latina,
más focalizadas en América Central y países como México, las mujeres sufren
violaciones y violencia verbal, además de una serie de delitos que pueden ir desde el asalto, el cobro de piso (peaje del barrio o colonia), el hostigamiento sexual,
hasta el homicidio. Lo que desde la perspectiva de género se ha trabajado como
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feminicidio. Desde donde se escribe este breve ensayo. Los feminicidios han sido
uno de los principales problemas sociales desde 1993 a la fecha sin tener los
resultados esperados, al menos los que esperaban las organizaciones y los y las
familiares de las víctimas.
Así, la ciudadanía está incompleta, los vacíos de autoridad dejados por
parte de los gobiernos locales y estatales (provinciales o departamentales) son
llenados por pequeños grupos de delincuencia organizada con redes de prostitución, narcotráico, y otros tipos de delitos que ponen en situación de alto riesgo a
las poblaciones de estos espacios geográicos representados en barrios, chabolas, favelas, pueblos jóvenes, barriadas en barrancos, villas miseria, o cinturones
de marginalidad en las periferias y zonas suburbanas de las ciudades centrales
(Borja). Estos desgobiernos, precarizan aún más la vida de sus habitantes, recrudecen las relaciones sociales entre los ciudadanos de la ciudad y los convierten
en víctimas de los peores malestares sociales, económicos y ambientales de las
urbanizaciones que especulan con la vida de los trabajadores de bajos ingresos,
tratándolos como desecho o un producto descartable.
Los desgobiernos en las ciudades son abundantes y evidentes, los desgobiernos de las ciudades latinoamericanas son parte de las historias de vida
de miles de habitantes de las barriadas fuera de toda centralidad urbana, surgen malas experiencias de vida que hablan de robos, homicidios, violaciones,
peleas domésticas, enfrentamientos entre pandillas y todo esto sin la presencia
de ningún tipo de autoridad gubernamental, que cuando esporádicamente aparecen son como testigos silenciosos de estos desgobiernos que han terminado por
sobrepasar la capacidad operativa de sus policías y cuerpos de investigación y
administración de justicia.
Los descontentos ciudadanos se han hecho maniiestos en algunas ciudades acosadas por la violencia urbana y social, en Colombia, México, Honduras,
Venezuela y otros países de la región, el crimen organizado se apodera de zonas
enteras de barriadas empobrecidas y sin futuro, dejando en la delincuencia organizada, los asuntos públicos de barrios enteros. El narcotráico empieza a gestionar la vida cotidiana de millones de ciudadanos, suple funciones gubernamentales de vigilancia y control de los espacios públicos, comercio informal y formal
bajo cuotas de “protección” y permisos de venta y comercialización de todo tipo
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de artículos, además de controlar los usos de suelo mediante el hostigamiento y
amedrentamiento de los colonos y habitantes de las periferias urbanas.
El narcotráico ha tendido toda una red alterna de gestión en la ciudad,
otorga empleos a miles de jóvenes desescolarizados y desempleados, genera redes de solidaridad y camaradería supliendo las relaciones familiares y de trabajo.
En Colombia se ha popularizado la expresión “los descartables”. Estas redes de
amistad asumen y sustituyen a la familia como institución micro-social encargada de la socialización primaria de miles de jóvenes precarios y desplazados de
los centros de trabajo, la familia y la escuela. Así, la academia latinoamericana
comienza a llamarlos “ceros social”, lo que los coloca y declara en una “muerte
social”. Que mejor expresión para ejempliicar la situación de estos millones de
jóvenes latinoamericanos que habitan las peores urbanizaciones de la región.
Tani Marilena Adams lo toma de Henrik Vigh.
y el Caribe la población juvenil (entre 15 y 29 años) representa alrededor del 28%
del total de habitantes (Tejeda y Vânia, 2008), con aproximadamente 140 millones
de jóvenes. Y la edad promedio en la mayoría de los países de América Latina y
el Caribe es aún menor de 20 años (Sen y Kliksberg. 2007)… Una de las consecuencias directas de la falta de integración de los jóvenes al mundo del trabajo es
la pobreza. De 140 millones de jóvenes latinoamericanos y Caribeños (entre 15 y
29 años) cerca del 41% (58 millones) vivía bajo la línea de la pobreza en el 2002
e incluso el 15% (21 millones aprox.) se encontraban bajo la línea de la indigencia
para ese año (Sen y Kliksberg. 2007). Eso sí con una gran dispersión entre los
países de la región que va desde 13,1% de jóvenes pobres y 2,4% de jóvenes
indigentes en Chile, a 66,3% y 40,3% respectivamente, en Honduras (CEPAL/
OIJ, 2008)” (ONU-HABITAT: 2011; 14-17).
“El concepto de muerte social que ofrece Henrik Vigh resulta útil para profundizar
nuestra comprensión de la situación que enfrentan los jóvenes —varones jóvenes, en particular— en sus contextos actuales. El autor utilizó el término para
describir la situación que encaran los jóvenes en Guinea Bissau, donde un largo
período de decaimiento económico hizo que un aspecto central de sus vidas fuera
“la ausencia de la posibilidad una vida digna”. Vigh sugirió que en estos casos la
muerte no es física, sino social” (Adams: 2013; 35).
Sin espacios culturales, de esparcimiento, faltos de áreas verdes y deportivas, expuestos a la violencia urbana, a la programación de las vidas en los
medios de comunicación que generan estereotipos y formas de vida basadas en
el consumismo y la compra superlua y volátil. La muerte social aparece como un
elemento de las poblaciones de jóvenes en las áreas marginadas, un rasgo que
desgraciadamente parecería ser constitutivo de millones de jóvenes latinoamericanos, veamos la siguiente cita:
“En términos de distribución demográica de Latinoamérica, si bien se ha entrado
en una fase de desaceleración de la tasa de nacimiento y defunciones, es decir,
en una fase transitiva hacia el envejecimiento de la población, la región aun es y
será en el corto plazo una sociedad preponderantemente joven. En Latinoamérica
82
83
Los jóvenes y los (in)migrantes
frente a la ciudadanía
En la actualidad, los inmigrantes aparecen como forasteros
amenazadores que llaman a las puertas, las echan abajo o las
cruzan a hurtadillas para entrar en sociedades que son más ricas que aquellas de las que proceden. Los países receptores
de la inmigración actúan como si no formaran parte del proceso,
pero, de hecho, son parte de él. Las migraciones internacionales
se sitúan en la intersección de diversos procesos económicos
y geopolíticos que vinculan a los países implicados, no son el
simple resultado de la búsqueda individual de mejores oportunidades (Sassen: 2013).
El descontento ciudadano (si aún podemos hablar de ciudadanía) se coloca como parte de la agenda pública de los gobiernos y políticos del momento,
desconcertados sin saber qué hacer, promueven políticas de seguridad más duras y extremas, los jóvenes y los (in)migrantes son las primeras víctimas de estas
prácticas gubernamentales. La criminalización de los jóvenes y los migrantes va
en aumento en muchas ciudades del sur global, se modiican las normativas y
reglamentos de Ayuntamientos y gobiernos provinciales, departamentales o estatales para incluir nuevas faltas y sanciones administrativas contra la protesta o la
lucha social. A los migrantes llegados del campo o áreas rurales, se les observa
con recelo ante su permanencia temporal en los lugares de tránsito y cruce hacia
las zonas fronterizas o las grandes metrópolis en busca de trabajo y mejores
niveles de ingreso y vida.
“Cualquier área urbana del mundo ha visto cómo se inlaba su burbuja inmobiliaria
al tiempo que aumentaba sin freno la aluencia de inmigrantes empobrecidos, a
medida que el campesinado rural se veía desposeído debido a la industrialización
y comercialización de la agricultura” (Harvey: 2013; 31).
Así, los jóvenes sin empleo y escuela, apartados de la sociabilidad que dan
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el trabajo y la escuela aprenden otras formas de relacionarse y vivir la ciudad. Las
ciudades fronterizas en el norte de México con sus 3,200 kilómetros de frontera
con los Estados Unidos, son espacios de llegada de miles de inmigrantes centroamericanos (500,000) anuales y de migrantes internos que en el mejor de los casos tienen un par de meses de trayectoria buscando el cruce. Llegan a ciudades
como Tijuana, Nogales, Ciudad Juárez, Agua Prieta, Nuevo Laredo, entre otras, al
borde del agotamiento físico y emocional, las violaciones son frecuentes en mujeres y hombres que son víctimas del crimen organizado y las propias autoridades
migratorias de todos los países por donde cruzan en su largo viaje. Incluso en los
últimos años, se ha extendido la práctica del uso de pastillas anticonceptivos en
las mujeres migrantes para no quedar embarazada.
En su mayoría, son jóvenes migrantes, mujeres y hombres buscando un
lugar donde trabajar y ganar algo de dinero para reenviar a sus lugares de origen,
a su llegada, son subcontratados y subempleados en actividades mal remuneradas y sin ningún tipo de prestación, se convierten ya dentro de los Estados
Unidos en extranjeros son ningún tipo de ciudadanía, es decir, sin derechos. Esta
situación, los expone al extremo social de sufrir las peores injusticias que llegan al encarcelamiento por faltas menores o administrativas que se pagarían
con cualquier ianza, pero su condición extrema como inmigrantes radicaliza su
experiencia siendo sometidos a maltrato y abuso. Lo mismo sucede una vez que
son deportados, según datos de Carlos Amador de la Universidad de California:
“Es importante destacar que el número de deportaciones desde 2009 en la administración del presidente Obama ha sido de aproximadamente 400 mil personas al
año, dando a la fecha un total de 1.6 millones de personas deportadas de Estados
Unidos. Lo anterior nos permite entender que el caso de Steve Lee es una excepción frente a la deportación sistemática” (Amador en Valenzuela: 2015, 318).
Lo mismo sucede con los jóvenes y adultos que sin trabajo, dejan sus
comunidades para ir a la “gran ciudad” en busca de mejores ingresos, en toda
América Latina los desplazamientos humanos de las áreas rurales a la ciudad se
transforman en la sangría poblacional de pueblos y comunidades enteras, surgen
comunidades de mujeres y ancianos que sin varones, deben hacer el doble trabajo para la cosecha y cultivo de los campos. Los niños sufren el abandono por
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parte de los adultos y en muchos casos, jamás vuelven a ver a los padres, quienes rehacen sus vidas en los lugares de destino y en muchos casos olvidan a sus
familias. Una mirada general a las estadísticas de los jóvenes nos dan una idea
de sus condiciones adversas y contradictorias, José Manuel Valenzuela Arce, sociólogo del Colegio de la Frontera Norte y especialista en estudios juveniles nos
muestra que según:
“La información de la Organización Internacional del Trabajo resulta contundente
para ilustrar esta afectación diferenciada, pues tan solo en diez años (1997-2007),
fueron excluidos del mercado de trabajo 121.7 millones, pues el número de jóvenes creció en 147 millones, mientras que solo 25.3 millones lograron incorporarse
al mercado laboral (CONAPO, 2010, p. 44). De la misma manera, la OIT destaca
el mayor incremento del desempleo juvenil frente a otros grupos poblacionales,
pues representando 24.7% de la población mundial en edad de trabajar, aporta
40.2% de los desempleados (CONAPO, 2010, p.45), mientras que en 2008, los
jóvenes desempleados llegaron a 72.2 millones (CONAPO, 2010, p. 46-47). La
ONU, considera que debido a la recesión económica, en 2009, la tasa de desempleo juvenil en el mundo llegó a 81 millones” (Valenzuela: 2015, p. 45).
Aunado a lo que reiere Valenzuela sobre el desempleo juvenil, y en un contexto de alta movilidad poblacional, la ciudadanía no se ejerce, mucho menos los
llamados derechos de cuarta generación como los son: a) el derecho a la ciudad
y b) el derecho a la seguridad humana, ni los derechos urbanos, ni los derechos
de una seguridad ciudadana están al alcance de estas poblaciones lotantes, que
debido a su condición migratoria, los precariza y hace vulnerables a la pobreza y
exclusión social.
Qué implica pensar los derechos a la ciudad, según Jordi Borja:
“El derecho a la ciudad es de uso reciente en el debate actual sobre la ciudad y su
futuro. El término, en su forma actual o con palabras similares, se había empleado
a veces como <<ampliación>> del derecho a la vivienda, a lo que se añadían los
servicios básicos vinculados a aquélla como la red de saneamiento, electricidad,
etc. y otros servicios de naturaleza universal (necesarios para todos) como transporte, escuela, puesto sanitario, etc. actualmente, a inicios del siglo XXI, el <<de86
recho a la ciudad>> no se limita a reivindicar elementos básicos para sobrevivir en
el entorno urbano. Propone un concepto de ciudadanía para la ciudad de hoy de
mañana. Entiende la ciudadanía como igualdad de derechos sociales, políticos,
económicos y culturales y los concreta en su relación con la ciudad como marco
físico en el que se ofrecen mediante las políticas públicas un conjunto de bienes
y servicios” (Borja: 2013; 265).
Por otro lado, el derecho a la seguridad humana, incluye el derecho a la
seguridad ciudadana, aquella que no está regida únicamente por la rectoría del
estado, sino que es compartida con corresponsabilidad por parte de los ciudadanos. Pero por desgracia, y por lo general, los migrantes/inmigrantes se establecen en zonas marginales y periféricas de las ciudades, forman nuevas colonias o
barrios sin servicios públicos ni acceso a ningún tipo de centralidad urbana que
los conecte al tejido urbano de la ciudad. También, los expone a los abusos de
las autoridades y bandas delictivas ya sea del crimen organizado o delincuencia
habitual de las ciudades. Los derechos son algo lejano y extraño para estas comunidades migrantes, son mirados en los centros comerciales y residenciales
con desconianza social y por lo general se les evita amurallando los barrios y
fraccionamientos de altos ingresos. Se contratan y trabajan de manera precaria,
todo lo anterior, provoca frustraciones y descontentos, el sueño inicial al momento
de migrar ha desaparecido o simplemente ya no es el mismo.
Nada de lo escrito anteriormente, abona y nutre a la ciudadanía, se convierte en una latente demanda de derechos ciudadanos y los llamados derechos
de cuarta generación. Nunca, como antes en la historia reciente de la historia, la
desigualdad social, amenaza la vida de las democracias latinoamericanas. Ejércitos de jóvenes desplazados, descontentos y desahuciados se agolpan en las
principales calles y Avenidas de las ciudades de la región; las drogas, el comercio
informal, la delincuencia (en todas sus formas sociales y criminales), la desescolarización, la desailiación (por falta de trabajo) y otras expresiones sociales
del malestar, se concatenan en las periferias sin ciudadanía. Para millones de
latinoamericanos, la ciudadanía sigue siendo una icción, una simulación o en el
mejor de los casos, un sueño. Son las promesas incumplidas de la tan anunciada
Modernidad.
87
“Ante la implosión de las certezas modernas, los entramados sociales se encuentran marcados por aprehensiones e incertidumbres. En este marco se ubica
el incremento en los niveles de desempleo y de empleo precarizado, la atenuación de la educación como recurso certero de movilidad social, la carencia de
prestaciones sociales. Por si fuera poco, las y los jóvenes, perciben y resisten
respuestas institucionales signadas por fuertes elementos de incomprensión, esteriotipamiento, estigamatización y criminalización” (Valenzuela: 2015, 43-44).
De lo citado, se sabe que la más afectada de las instituciones, es quizás, la
Democracia. La crisis de representación y de gestión por parte de los que ocupan
los cargos de elección popular, es evidente. Los políticos una vez electos, se
desprenden literalmente de los votantes, de su electorado y lo peor de todo, de
sus ciudadanos. Conocemos de casos de corrupción por parte de la clase política
y dirigente en muchas de las ciudades, el caso más reciente y sonado es el del
Presidente del Comité Ejecutivo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en
el Distrito Federal en México, quien es acusado de dirigir y inanciar con recursos
públicos, una red de prostitución que usaba al Partido como pantalla, por ahora
ha sido cesado temporalmente de su cargo partidista, pero como casi siempre, la
cosa no llegará más lejos. Lo mismo sucede con gobernadores de varias entidades federativas en México donde la corrupción y el endeudamiento público son la
marca de los últimos gobiernos del PRI.
Entonces, hablamos de una democracia deicitaria por doble vía, por un
lado, los representantes populares y dirigentes de los partidos políticos han dejado de representar a la ciudadanía y sus necesidades, por otro, la ciudadanía
muestra un desgaste ciudadano y desconianza ante las instituciones democráticas, es decir, hablamos de un déicit democrático, donde el siglo XXI será su momento histórico de reestructuración, preguntándose por qué tipo de democracia
y ciudadanía se quiere refundar la democracia. El reto es monumental si como
sabemos, los políticos actuales, no están intelectualmente a la altura de las circunstancias. Aun así, hay cosas por hacer, ya que para esperanzas de todos, la
democracia es perfectible.
Sin embargo, los rumores desde algunas ciudades europeas y en Sudamérica, donde algunos municipio y alcaldías hacen énfasis en la necesidad de
reconigurar los intereses para la gestión ciudadana y no para los promotores
88
inmobiliarios y los especuladores. Autores como Jordi Borja, Mike Davis y David
Harvey, han realizado esfuerzos exhaustivos en sus últimas publicaciones describiendo y relexionando sobre las revoluciones y contrarevoluciones urbanas y
los derechos urbanos materializados en el llamado Derecho a la ciudad. Estos
rumores, como lo escribe Harvey en uno de recientes libros, crea <<Espacios
de esperanza>>. Desde la antigüedad, la ciudad griega y romana, pasando por
las ciudades medievales y barrocas, llegando a las ciudades modernas de corte
industrial y posteriormente postindustriales, albergó formas de gobierno democráticas o comunitarias, y desde entonces, la democracia ha sido perfectible, es el
reto para las ciudades del siglo XXI.
La democracia perfectible: rumores ciudadanos
La democracia representativa en América está en crisis, la ventaja es que
es perfectible, se puede remediar, pero requiere del esfuerzo ciudadano. La ciudadanía es aquella entidad única que puede mejorarla y hacerla funcionar de
nuevo (en aquellos lugares donde realmente funcionó) para la cual, se requiere
participación, compromiso y como decía Hannah Arendt, una buena dosis de coraje cívico. La democracia como bien común, terminó quedando en manos de
unos cuantos políticos corruptos y despilfarradores. ¿En dónde radica entonces
realmente el problema, sería tan fácil como pedirles que le regrese la democracia
de nuevo a la ciudadanía e iniciar su recomposición?
Los rumores ciudadanos hablan de que en muchas regiones de América
Latina, se ha intentado en las últimas décadas recuperar la democracia sin mucho éxito, debido a la respuesta agresiva y violenta de los gobiernos locales y las
clases dirigentes que se atrincheran en dichos gobiernos. La recuperación y reapropiación de la democracia no será tarea fácil, pero debe de iniciarse por todos
los medios, como lo señala en su último libro David Harvey, Ciudades rebeldes.
El autor, plantea una nueva revolución urbana que integre el derecho a la ciudad,
al parecer la revolución y rebeldía de las ciudades será el único medio disponible
para recuperar no solo las ciudades y sus gobiernos locales, sino la democracia
en sí. Es en las ciudades donde radica el ejercicio de la ciudadanía y en ellas por
su proximidad con las autoridades locales, la representación es directa.
89
Como se mencionó anteriormente, encontramos un déicit ciudadano que
provoca una democracia deicitaria en la que es difícil coniar y creer, cuando
los gobiernos y autoridades se enriquecen a costa de los ciudadanos y sus impuestos. El desgaste de las instituciones políticas y sociales es claro en muchos
países de la región, el desorden administrativo, la falta de planeación urbana y
la ausencia de voluntad política por resolver las necesidades de la población,
hace mella en las esperanzas de una verdadera representación política que dé
prioridad a los temas de inseguridad, violencia y crisis económica. El desempleo
que hemos descrito antes, la precariedad y la pobreza, son una consecuencia
inmediata de la crisis brutal de las instituciones políticas y la democracia.
Cómo arreglar un mundo tan complejo que no deja de crecer y demanda
nuevas necesidades y servicios. Cuando la democracia ha dejado de ser funcional, al menos para una inmensa mayoría y solo es usada para unos cuantos que
aprendieron a vivir de ella apelándola desde la tribuna o el curul. El verdadero
riesgo es dejar a la democracia en un estado terminal donde sea imposible recuperarla como forma de gobierno. Si han sido los hombres quienes la han dejado
en ese estado de decadencia y descomposición, deben de ser los hombres y
mujeres, quienes la recuperen y la pongan al servicio de todos.
Pero habrá resistencias e inercias que vencer, la corrupción y los corruptos, además de los corruptores, los vividores, los que han visto en la democracia
una forma de sacar provecho y servirse de ella de mala manera. La tarea no será
fácil, ni rápida, llevará tiempo limpiarla y sanearla, drenando desde su interior
la escoria que la debilita y corroe. Son políticos, dirigentes, gobernantes, autoridades y por desgracia, muchos servidores públicos que la han desacreditado.
La democracia hoy enfrenta adversarios fuertes y poderosos que no están dispuestos a entregarla a los ciudadanos, estos, deberán pelear por ella, como ha
sucedido a lo largo de su historia.
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Parte 3
Urbanismo y Fronteras
Inseguridad y violencia
en el siglo XXI
En este apartado, se habla sobre las consecuencias de todo lo que se ha
discutido en los capítulos anteriores, como; la descomposición social, la degradación urbana, el desgaste y descontento ciudadano y la precarización de la vida en
todas sus formas. La violencia en el sur global, irrumpe en las ciudades y barrios
desailiados, con baja escolarización y desempleo, donde millones de jóvenes y
mujeres, niños y adultos mayores se convierten en las primeras víctimas de la
inseguridad pública. La violencia urbana y social, se convierten rápidamente en
una problemática de dimensiones extraordinarias, que incluso pone en riesgo el
crecimiento económico de la región latinoamericana.
Los costos de la violencia y la inseguridad ciudadana afectan seriamente
el tejido social, la cohesión y al ejercicio pleno ciudadanía, así, los gobiernos locales no logran controlar los índices de violencia urbana debido a su incapacidad
de entender las nuevas lógicas en las que opera la nueva violencia urbana en
el Siglo XXI. El viejo enfoque de la “seguridad pública” y la “seguridad nacional”
donde el Estado guardaba la rectoría de la seguridad, y donde solo las autoridades e instituciones de los gobiernos podían actuar sobre la inseguridad, no es
suiciente para comprender como actúan las bandas delincuenciales y los grupos
del crimen organizado, la postura que asume este ensayo, es la del Enfoque de
la seguridad ciudadana, donde la rectoría y responsabilidad de la seguridad es de
todos, una seguridad que se construye desde abajo con la participación ciudadana y la inclusión de todos los sectores sociales y económicos de la sociedad.
Sin que esto, signiique quitar la responsabilidad de la seguridad al Estado
y a los gobiernos locales, sobre todo en la parte de los presupuestos. La seguridad ciudadana es vista como parte de la Seguridad humana, misma que está
integrada en los llamados derechos de 4ta. Generación, es decir, como parte de
los Derechos Humanos. El derecho de las personas a la seguridad ciudadana se
enlaza con el derecho a la ciudad, en el siglo XXI, estos derechos deinirán las
nuevas formas de estructuración de la vida urbana de millones de individuos si
pensamos que estamos frente a un milenio de ciudades. De ahí la importancia
que se dedica y deben dedicar gobiernos y autoridades locales, estatales e internacionales a la seguridad ciudadana como una vía para frenar y disminuir la
violencia urbana y social que está asolando a la región latinoamericana.
Por otro lado, estas violencias (social, urbana, estructural, de género, se92
xual, intrafamiliar, etc.), además de todas las consecuencias antes mencionadas,
también han provocado un nuevo fenómeno urbano digno de estudio para urbanistas y sociólogos urbanos: el “amurallamiento de la ciudad” o la aparición de
“ciudades de muros” como los llama la socióloga brasileña Teresa Pires do Rio
Caldeira en un libro recientemente publicado y traducido al español Ciudad de
muros. El amurallamiento de las ciudades por parte de las clases medias y altas
en América Latina, ha dejado a las clases de bajos ingresos en una posición de indefensión frente a la delincuencia organizada y las bandas del crimen organizado,
han quedado fuera de los muros, mallas y rejas de los fraccionamientos cerrados
y privados que contemplan la incertidumbre de los más pobres y precarios, que
de nueva cuenta asumen los platos rotos de las fallas de los sistemas e instituciones encargadas de la seguridad ciudadana.
Este fracaso sobre la seguridad, organizó a las ciudades en nuevos formatos de exclusión social y segregación residencial que pronto se convirtió en
segregación social y racial. Las clases bajas devinieron en clases peligrosas, al
igual que los in/migrantes y jóvenes precarizados que recorren las ciudades en
busca de la subsistencia cotidiana. La segregación espacial partió las ciudades,
las segmentó y fragmentó por zonas de ingresos económicos, evitando toda mezcla social y racial. Los pobres en América Latina fueron segregados a los peores
rincones urbanos de la región gracias a la complicidad de los gobiernos locales y
las elites empresariales de cada país. Aparecieron nuevas ordenanzas públicas
que habilitaban la construcción de muros y bardas de concreto y piedra, instalando mallas y rejas metálicas que excluyeran a los más pobres y “peligrosos”, las
ciudades fueron cambiando su isonomía y adaptando los servicios públicos de
recolección de limpieza, alumbrado y drenaje a los tiempos y seguridad de los
fraccionamientos cerrados al estilo norteamericano.
Así, para la última parte de este apartado, se hace una relexión sobre la
aparición de fronteras interurbanas como consecuencia del amurallamiento de
las ciudades. Las fronteras que surgen de esta nueva espacialidad urbana, de
esta nueva geografía urbana, no son otra cosa que prácticas de exclusión urbana
que vuelven a reabrir el viejo debate sobre “el problema del otro”, ahora, el “otro”,
no es un otro antropológico y extra urbano, es el otro que vive en la ciudad, es
el migrante recién llegado o los pobres urbanos de tercera y cuarta generación
93
que sistemáticamente han sido excluidos y dejados fuera de los aparatos productivo-económicos de las ciudades. Son los pobres, los marginados y los desailiados de las colonias periféricas de la América Latina que tiene muchos frentes
sociales, económicos y políticos abiertos por atender. Sumados a los problemas
medioambientales que generan incertidumbre en la población.
En este ensayo, nos solo se habla de las fronteras interurbanas, sino de
las fronteras interestatales que no dividen solo países, sino que también dividen
culturas y proyectos civilizatorios con contenidos y sustancias distintas, con una
serie de coniguraciones culturales y sociales que incluyen identidades, nacionalidades e historias diferenciadas estructuralmente. Se hace énfasis de manera
especial sobre la frontera de 3,200 kms. entre México y los Estados Unidos. Ahí,
se analizan las nuevas tecnologías políticas de vigilancia usadas por parte de los
Estados Unidos como prácticas de exclusión del otro no estadounidense, sobre
el inmigrante mexicano y centroamericano, además de una variedad de nacionalidades que cruzan la frontera buscando el sueño americano. Estas fronteras (las
urbanas y las internacionales) son tema de amplios debates y seminarios académicos, policiales y militares que tratan de descifrar qué uso político, económico
y social harán de ellas en las ciudades con altos índices de violencia urbana e
inseguridad.
Ciudad y violencia en el Sur global
la inseguridad ciudadana
El 2010 el Hemisferio Occidental tuvo el segundo mayor número
de homicidios en el mundo (144 mil) después de África (170 mil),
y muy por encima de Asia (128 mil), Europa (25 mil) y Oceanía (1200). Si se toma en cuenta la población, también ocupó
el segundo lugar con una tasa de 15.6 homicidios por 100 mil
habitantes frente a 17.4 de África y un promedio mundial de 6.9
(Costa: 2012; 1).
El modelo actualmente vigente de ciudad produce clases de violencias nunca antes vistas (sicariato, coches bomba) (Carrión:
2010).
Aún y cuando —siguiendo la tesis de Fernando Carrión— las tasas de urbanización han tenido una disminución en la región latinoamericana, pero las tasas
de homicidios se han incrementado signiicativamente1 en los últimos años, todo
apunta, según datos estadísticos de Organismos Internacionales (ONU: PNUD,
OMS, OIT, FAO, OEA, CEPAL, OCEDE, BM, FMI, BID, y otros) reportes e informes de Organismos No Gubernamentales y gobiernos Estatales y locales, que
América Latina ha entrado en un largo ciclo de violencia urbana. Provocado por
las tensiones y contradicciones estructurales del Sistema-Mundo capitalista. Estas contradicciones estructurales del sistema global se convirtieron desde las dos
últimas décadas en una fábrica de pobres. La desigualdad social y marginación
de amplios sectores de la población los ha metido en un ciclo de pobreza urbana
acompañada de precarización laboral, exclusión y descomposición social. Así,
pobreza urbana y violencia urbana, cada vez son dos fenómenos que debemos
analizar en conjunto, obteniendo de ello, algunas de las pautas que están posibi1
Fernando Carrión aconseja el no plantear mecánicamente que mientras mayor sea la urbanización, mayor será la violencia. Por ello, es importante destacar que a la disminución de las tasas de urbanización, le ha seguido el incremento de la violencia con estadísticas nunca vistas en la historia reciente de
América Latina.
94
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litando semejante sangría para la región latinoamericana. Ya Fernando Carrión lo
advertía desde los inicios de este milenio.
“Según el BID (2001), la información sobre violencia en América Latina arroja
resultados francamente alarmantes: cada año cerca de 140,000 latinoamericanos son asesinados; 54 familias son robadas por minuto, 28 millones al año. La
destrucción y transferencia de recursos aproximadamente del 14.2% del PIB latinoamericano. Estas cifras signiican que “la violencia es, medida por cualquiera
de estos indicadores, cinco veces más alta en esta Región que en el resto del
mundo”. Por tanto, América Latina se ha convertido en el continente más violento
del mundo. Y, adicionalmente, se señala que” la violencia es en la actualidad —sin
duda— la principal limitante del desarrollo económico en América Latina” (Carrión:
s/d; 13 y 14).
La violencia en el sur global, causa inmediatamente inseguridad ciudadana, las calles, espacios públicos (plazas, parques, monumentos, zócalos, etc.)
barrios, colonias y ciudades enteras, son sometidas a la delincuencia común,
que puede ir desde un asalto a transeúnte, robo de automotor, hasta la violación
o asalto a casa-habitación con lujo de violencia extrema. Sin dejar de pensar la
delincuencia que viene de las bandas del crimen organizado dedicadas al narcotráico, o la trata de blancas, y otros ilícitos como el tráico de órganos, armas y de
seres humanos, casi siempre migrantes que intentan moverse de un país a otro
para buscar mayores ingresos o seguridad. Así, la lógica de la inseguridad ciudadana instaló un miedo social que se extiende de ciudad a ciudad latinoamericana,
inhabilitando la acción ciudadana y el coraje cívico para combatirla y erradicarla.
En sus estudios, el sociólogo Enrique Oviedo, quien trabaja en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) evidencia como opera la lógica del miedo y
el temor que instala la violencia urbana, en un artículo del autor publicado como
Santiago, una ciudad con temor nos explica lo siguiente:
“Santiago es una ciudad con temor…Actualmente existe una alta percepción de
inseguridad relacionada con la violencia delictiva que no se sustenta en las tasas
de victimización. La percepción de inseguridad es mucho mayor que la victimización directa e indirecta. En los 12 meses que precedieron la realización de la
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encuesta de este estudio, un 23 por ciento de los habitantes de Santiago había
sido víctimas directas o indirectas de una acción de violencia, y alrededor de un
77 por ciento de los no victimizados manifestó sentirse inseguro en su casa, en
su vecindario, en los medios de transporte colectivo o en el centro de la ciudad”
(Oviedo: 1999; 4).
La violencia urbana, deja comunidades y barrios pobres desolados, donde
la sangría de jóvenes varones y mujeres no cesa en la estadística de homicidios,
muchos de ellos relacionados con delitos contra la salud, es decir, el narcotráico.
La muerte violenta, aquella que es inducida y provocada por ajustes de cuentas,
cobros de piso, cuotas o comercialización de drogas es el tipo de muertes que
aparecen en las estadísticas gubernamentales. Se suman por desgracia a estas,
las relacionadas a los homicidios de mujeres, vinculados a los delitos sexuales
y los conocidos feminicidios. La muerte física de cientos de miles jóvenes latinoamericanos es la peor de las vergüenzas de los encargados de la seguridad
ciudadana. Aunada a la muerte social de los jóvenes, mencionada en la segunda
parte de este ensayo.
La “doble muerte” —física y social— de miles de jóvenes los convierte
en una población objetivo de las políticas públicas más urgentes de países y ciudades, por desgracia, muy poco gobiernos locales están realizando un esfuerzo
real por frenar y controlar este problema. Lo que se impone es todo lo contrario,
es la criminalización de estas poblaciones, se cambian y modiican ordenanzas
públicas, criminalizando a los jóvenes y culpando a las mujeres de la violencia
sexual debido a sus hábitos, prácticas y usos de los espacios públicos, horarios
y estilos de vida que incluyen las formas de vestir y aparecer en estos espacios.
Estas posturas conservadoras de gobiernos tanto de derecha como de izquierda,
somete a las mujeres a un doble ataque, el de los criminales violadores y el de las
autoridades que en vez de protegerlas, las criminalizan y tratan como delincuentes.
Además de estos ataques institucionalizados, también sufren de la violencia estructural que los y las constriñe económicamente a niveles de pobreza
inimaginables. El trabajo mal remunerado, precario y temporal no les permite estructurar en otro sentido sus vidas, sus bajos ingresos y accesos a la educación,
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seguridad ciudadana y la salud radicaliza su vulnerabilidad social. En muchos
casos, estos contextos económico-sociales los acerca a la informalidad y la ilegalidad. Es mucho más fácil incorporarse a un trabajo informal que a uno formal,
sin pagar impuestos y ser sistemáticamente iscalizado. El dinero fácil promovido
por parte del crimen organizado a miles de jóvenes, principalmente varones, les
seduce y convierte en delincuentes con ininidad de funciones y tareas, las más
conocidas además del narcomenudeo es la del sicariato. Esta actividad es una
de las deseadas por los jóvenes debido a su alta rentabilidad y pago. Un joven
en América Latina que ha entrado a este tipo de actividades tiene un promedio
de vida muy corto que según varios estudios, ronda de los 25 a los 30 años. El
peruano Gino Costa, experto en violencia urbana comenta lo siguiente:
“Las victimas mayoritarias de los homicidios en América son hombres (90%), lo
que supera la tendencia global (82%). México tiene un ratio de 6 víctimas masculinas a 1 femenina. Chile de 7 a 1 y Brasil y Colombia de 13 a 1, mientras que ratios
igualmente elevados corresponden a los países centroamericanos, que luctúan
entre 7 a 1 en Costa Rica y 15 a 1 en Panamá (PNUD 2009-2010: 129). Los jóvenes son un grupo espacialmente vulnerable” (Costa: 2012; 3).
Todos los días, la prensa escrita y digital anuncia en sus encabezados de
las secciones policiales y rojas, la estadística desagradable de los homicidios de
cientos de jóvenes involucrados en este tipo de actividades ilícitas. La Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), el Latinobarómetro y el Barómetro de
las Américas reportan cifras alarmantes sin lograr movilizar a las clases políticas
y dirigentes de las grandes ciudades e intermedias donde este fenómeno está
causando los peores estragos. Alcaldes improvisados, con encargados improvisados en los asuntos de la seguridad pública y ciudadana se quedan atónitos
frente semejantes estadísticas y evolución de la violencia urbana. La violencia
urbana, también es social, se representa en todo tipo de clases y relaciones de
intercambio, ya sean productivas o culturales.
Las relaciones entre vecinos medran la conianza social, no solo de los
ciudadanos respecto a sus gobernantes, sino de ciudadanos respecto a otros
ciudadanos, la conlictividad vecinal aparece en los barrios en pequeñas disputas por el espacio para estacionar sus vehículos, los asuntos de la recogida de
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la basura calientan el ambiente, los animales de compañía salen del espacio
doméstico dejando sus excrementos en el parque o la casa del vecino, algunos
vecinos festejas cumpleaños, partidos de futbol, básquetbol u otros como las peleas estelares de box, dejando las latas y botellas de la cerveza regados en los
espacios comunes, además de subir a todo volumen la música que sale de sus
aparatos de reproducción.
Una larga lista a cualquier tipo de acción que irrita a los más templados
vecinos. Aun así, en muchas ocasiones, el miedo detiene a los ciudadanos más
cautos y prudentes que sospechan de sus vecinos relacionados con cualquier
tipo de banda delincuencial o criminal, y en cadena, se van imponiendo los vecinos más fuertes, violentos, irracionales y furtivos. Sin criminalizar estas acciones,
por parte de algunos ciudadanos, se parte de pensar que pequeñas acciones o
actitudes que dañan a la mayoría, se quedan sin la sanción o reclamo debido al
miedo social existente que tiende a naturalizar las malas actitudes que en otro
contexto social sin violencia, serían rechazadas de inmediato por la mayoría sin
temor a represalias.
Entonces, es la violencia social, donde los menos controlan a la mayoría.
Sin caer en un determinismo social o darwinismo social, se acepta que en muchos de los barrios marginales de América Latina, los violentos asumen tareas de
mando y control sobre los habitantes de amplios sectores urbanos, en algunos
casos de urbanizaciones enteras. Las maias y sus estructuras criminales generan redes de protección que les permiten acceder a los cobros de piso, a las cuotas para las pequeñas tiendas y abarrotes de barrio, en los cobros de peaje a los
transeúntes que atraviesan las barrios, y una serie de ilícitos mirco-sociales que
van encareciendo y precarizando aún más sus vidas en la comuna, chabola, favela o pueblo joven. Las autoridades locales encargadas de la seguridad ciudadana
brillan por su ausencia o están comprometidas con estas estructuras criminales.
Sin embargo, existen buenas experiencias de autogestión y organización
comunal, muchos habitantes hartos o desilusionados, arremeten con entusiasmo
al desencanto de la ciudadanía. Se organizan comités de vecinos que se encargan de parte de la vigilancia de los barrios, o en otros casos según ingresos, se
paga por la seguridad, estos comités gestionan las necesidades más apremiantes del barrio y la comunidad, se previenen de enfermedades y arman iestas o
99
celebraciones para recaudar fondos y pagar ciertos servicios comunitarios como
la construcción de una caseta comunitaria de vigilancia, el alquiler de maquinaria
para reparar la infraestructura y el equipamiento urbano dañado por el mal tiempo
o que ha sido bandalizado por pandillas o ladrones que sustraen el cobre del
cableado eléctrico o doméstico dejando sin electricidad a barrios completos.
Se sabe de experiencias novedosas y atractivas que surgen entre mujeres de escasos recursos que se organizan para el cuidado colectivo de sus hijos
mientras salen a trabajar, o para reparar alguna casa o construir algún cuarto o
extensión en la casa. Se hacen rifas de artículos, celulares o aparatos domésticos
y se reúne el dinero para el pago de alguna ianza o factura de hospital de vecinos
detenidos u hospitalizados. Los colectivos pueden ser parte de la solución a un
problema de amplias dimensiones. Pero de nuevo la lógica de la violencia urbana
les inhibe o reprime en este tipo de esfuerzos comunes, muchas veces los grupos
del crimen organizado no toleran este tipo de muestras de solidaridad y suelen
castigarlas de manera extrema. Sin el gobierno a cargo, sufriendo la política del
abandono y por otro lado, la amenaza constante de la violencia social, la autogestión sufre clausura y pronto son desarticuladas toda forma de organización
comunitaria.
Más aún, se debe tener cuidado de no criminalizar la ciudad (incluidos los
jóvenes y la pobreza), si bien, la urbanización de la violencia se da en el espacio
físico de la ciudad, eso no quiere decir que la ciudad en sí misma es productora
de violencia, en este ensayo, se cree en la responsabilidad que deben asumir los
gobiernos locales (y autoridades de otros niveles de gobierno) debido a las malas
políticas de seguridad pública y seguridad ciudadana, las fallidas intervenciones
en programas de prevención y persecución del delito se han limitado a más compra de equipamiento, armas, entrenamiento, contratación de más policías, endurecimiento de las penas y de una serie de políticas y ordenanzas que parten de la
cero tolerancia y de un estado castigador y punitivo.
“Existe una visión dominante, que es sostenida por la irresistible tentación metodológica de encontrar causalidad de la violencia en la ciudad, mediante un anti-urbanismo insostenible, que lleva a creer que la violencia urbana es sinónimo
de violencia y que la ciudad —per se — es el origen de la violencia, con lo cual
la ciudad termina criminalizada. Esto es, que la violencia es urbana y lo urbano la
determina” (Carrión” 2010; 292).
100
Este determinismo metodológico institucionalizado por muchos investigadores y funcionarios públicos no permite atajar el problema de manera objetiva
y frontal. Así, en muchos casos las ONGs se convierten en los únicos intermediarios de los barrios, urbanizaciones y comunidades y las autoridades locales
que usan sus estructuras organizacionales para solventar pequeños problemas
comunitarios: se organizan comedores infantiles, talleres de artes (pintura, escultura, dibujo) y oicios (carpintería, cerámica, herrería, electromecánica), talleres
sobre nutrición y salud que les previenen de enfermedades de transmisión sexual
y adicciones a todo tipo de drogas. Hay ONGs de todo tipo, algunas gestionan la
pobreza alimentaria, otras la patrimonial, hay aquellas que gestionan la pobreza
de habilidades y competencias y algunas que se dedican solo al tema del género
y la sexualidad. Además de las ONGs, trabajan las fundaciones transnacionales
y las hay de todas, y para todos los temas.
Últimamente los temas de juventud y género gobernaban la lógica de las
inversiones sociales en los barrios de la región latinoamericana. USAID es quizás
de las más cuestionadas por imponer la agenda de los problemas sociales y económicos, además del burocratismo y administración de los recursos otorgados
condicionados al llenado de cientos de formularios electrónicos y formatos en
papel. De algo habrán servido, no para resolver el problema de fondo pero si para
aminorar la pobreza, el hambre y la desnutrición. No todos los proyectos que se
acercan a USAID son inanciados o reciben el mismo techo inanciero, depende
de la región, el contexto político y las prioridades de las fundaciones. Como se
sabe, USAID es una fundación de origen estadounidense, por lo cual, recibe el rechazo de países o autoridades locales por cuestiones ideológicas, se sabe que en
ocasiones estas Fundaciones se comportan como agencias de inteligencia que
tratan de formar cuadros aines a las políticas norteamericanas, ganando terreno
en las preferencias pro-americanas y formando resistencias a los gobiernos en
turno. El caso reciente de USAID en Cuba es ideal para representar lo dicho.
Más aún, las alcaldías y municipios reciben préstamos y créditos de instituciones bancarias y Organismos Internacionales, el Banco Interamericano del
Desarrollo ha otorgado cuantiosas sumas a gobiernos de casi toda América Latina y el Caribe para combatir la pobreza y el hambre, además de techos inancieros para mejorar la escolarización de los niños excluidos de los sistemas de
101
educación básica. También los créditos se etiquetan para la recuperación urbana
de los viejos centros históricos y barrios. Mucho de este dinero prestado termina
en la corrupción de muchas de las tramas urbanas que coludidos los encargados
de los proyectos urbanos con autoridades locales, bajan la calidad de los productos urbanos y el material de construcción. Puentes, plazas, calles, parques,
aeropuertos, entre muchos otros espacios urbanos, son parte de esta trama de
corrupción urbana que salpica desde funcionarios de menor rango hasta alcaldes
y gobiernos provinciales o departamentales.
La especulación del suelo es quizás la antesala de la violencia urbana,
es decir, comunidades o barrios enteros son desplazados de sus zonas urbanas
por medio de la violencia social y urbana que termina doblando a los más fuertes. Habitantes de los centros históricos deshabilitados y desconectados de las
nuevas centralidades urbanas, fuera de toda red de servicios modernos y del
tejido urbano son desplazados a las periferias después de mal vender sus casas
o terrenos, lo primero que pierden son la poca centralidad y movilidad de la que
gozaban, ahora tardarán más tiempo para desplazarse a sus centros de trabajo,
y gastarán más en combustible para sus automóviles, tendrán que desplazarse el
doble para hacer la compra de la despensa y inalmente los barrios donde fueron
instalados sufren de violencia crónica de todos los tipos de violencias. Jordi Borja,
explica este fenómeno de gentriicación que siempre, termina por afectar a los
más pobres:
“Las actuales pautas de urbanización acentúan, sin embargo, las diferencias y
exclusiones sociales. En la ciudad central y compacta mediante la especialización
terciaria y la gentriicación de lo que antes fueron centros multiclasistas y barrios
populares se tiende a expulsar a la población de bajos ingresos o a recluirla en
áreas degradadas, marginales, incluso criminalizadas. En las periferias es aún
peor. En el pasado reciente fueron chabolas (barranques) y los polígonos de vivienda social separados por muros o por el alejamiento del tejido urbano” (Borja:
2013; 105 y106).
Se exponen así a estas poblaciones desplazadas, gentriicadas, a los
asaltos, violaciones, desabasto y lejanía de la fábrica o el lugar de trabajo. En
muchas ocasiones no cuentan con drenaje, alumbrado público y la seguridad
102
ciudadana es muy mala. Por el contrario, los nuevos propietarios de los grandes
corporativos y promotoras inmobiliarias, hacen su negocio revendiendo o comercializando el suelo comprado vendiéndolo hasta 10 veces el valor de compra. La
inversión no es considerable si se piensa que estos centros urbanos ya cuentan
con pavimentación, servicios públicos básicos, incluido el transporte público (de
mala calidad pero ahí está), alumbrado y drenaje, sobre todo agua potable entubada. La injusticia social aparece a manos de estas promotoras inmobiliarias y los
especuladores de la ciudad en contubernio con los gobiernos locales que dan los
permisos y licencias de todo tipo de negocios y transacciones que aprovechan al
máximo.
Entonces, aparece la gentriicación como forma de desplazamiento de
las poblaciones de bajos ingresos a mano de los especuladores y promotoras
inmobiliarias, la centralidad perdida y sus casas de materiales de construcción
de calidad es sustituida por pequeñas casas de interés social con problemas estructurales debido a la mala calidad de los materiales de construcción, aparecen
pronto cuarteaduras, goteras, humedad, hundimientos y una serie de problemas
en las “nuevas casas” de interés social que prometían una vida mejor. A toda la
problemática de la vivienda y la pérdida de centralidad urbana, aparece la plaga
de la violencia urbana, pronto la tranquilidad se desvanece en cuanto el líder o
representante de la pandilla o grupo criminal se acerca al domicilio a negociar la
protección de la familia, en caso contrario y de no aceptar dicha protección, la
familia se expone a una serie de castigos y sanciones en el barrio.
La violencia en todas sus manifestaciones urbanas y sociales agudiza la
pobreza y la marginación. No basta estar excluidos socialmente, sino desconectados en términos de acceso a las nuevas tecnologías. Los accesos al consumo,
los bienes, la distracción, la salud, la educación, la vivienda digna, y el trabajo
bien remunerado los convierte en los nuevos pobres de la ciudad. Se integran
a un enorme sector urbano sin calidad de vida y precario que solo subsiste en
economías informales e ilícitas. Desafortunadamente, muchas de las familias recién llegadas a los cinturones de pobreza observan con angustia como sus hijos
adolescentes son absorbido por estructuras sociales fuera de la familia, el trabajo
y la escuela, incluida la Iglesia, las pandillas y grupos criminales sustituyen las
redes de solidaridad, amistad y una serie de sentimientos de reciprocidad que habitualmente sucedían en la casa, el trabajo o la escuela. La relación entre ciudad
103
y violencia es notoria, en un acertado texto que apareció bajo el nombre: De la
violencia urbana a la convivencia ciudadana, Fernando Carrión nos pregunta:
“Cómo pueden estar inluyendo en las tendencias de la violencia los factores típicamente urbanos, como la alta densidad residencial, la carencia de espacios
cívicos la escasez de bienes y servicios públicos, y la segregación urbana. En
este último caso, por el prejuicio existente de que los pobres son delincuentes, la
segregación residencial actúa como un factor adicional de incremento de violencia: el movimiento de los pobres por la ciudad los convierte en posibles delincuentes o, al menos, sospechosos, porque su extraterritorialidad los delata” (Carrión:
1993; 25).
más peligroso y en muchos sitios se convierten en espacios en disputa por parte
de bandas juveniles, pandillas y carteles de la droga. El control de las calles es
vital para la vida comunitaria, recuperarlas es tarea urgente de autoridades y
ciudadanos. Su reconquista y reapropiación debe ser parte importante de una
agenda ciudadana, las calles, en plural, son los espacios interacción, intercambio,
convivencia, relajamiento, desplazamiento, ejercitamiento físico y todo tipo de actividades destinadas para hacer ciudad. Los costos de no recuperar las calles y
espacios públicos serán altos, considerando el penoso avance de la delincuencia
y el crimen a plena luz del día, con ciudadanos encerrados como presos en sus
casas, mientras los delincuentes hacen uso de la ciudad de manera libre. Es el
miedo social, el enemigo a vencer y erradicar.
Entonces, los valores de la familia, la disciplina laboral y las tareas y actividades escolares son pronto remplazados por otro sistema de valores, disciplina
grupal y tareas y actividades ilícitas relacionadas con el crimen organizado. La
igura paterna es desincorporada y trasladada al poder dominante del líder o jefecillo del barrio, en muchas ocasiones los jóvenes son usados para la venta de
drogas al menudeo en sus antiguas escuelas, centros de trabajo e incluso familia.
Este fatalismo puede ser evidenciado en imágenes cotidianas de homicidios de
estos jóvenes que son las victimas más comunes de las drogas. El sicariato se
convierte en la regla y no la excepción. El prestigio y el ingreso que genera esta
actividad, deslumbra a los jóvenes que lo toman como forma y estilo de vida.
La ciudad segregada y fragmentada produce violencia, pero también la violencia
produce segregación urbana y residencial.
“Una realidad tan heterogénea e inequitativa como la existente en el espacio urbano (segregación urbana), lleva a incrementar la inseguridad por desigualdad
e inequidad, debido a que induce a la violencia: vandalismo, revancha social,
percepción de inseguridad, estereotipos, estigmas (que se hacen emblemas) y
búsqueda, por fuera del mercado, de lo que otros tienen (invasiones). La segregación residencial crea barreras de diferenciación que conduce a la desigualdad
y, por tanto —también— a la violencia” (Carrión: 2010; 301).
En sí, la violencia urbana y social en el sur global, trastocan la seguridad
ciudadana. Las calles como el lugar público por excelencia se hace el espacio
104
105
Amurallamiento de las ciudades
y segregación residencial
Allí están las transformaciones en el urbanismo (amurallamiento
de la ciudad, nuevas formas de segregación residencial), en los
comportamientos de la población (angustia, desamparo), en la
interacción social (reducción de la ciudadanía, nuevas formas de
socialización) y en la militarización de las ciudades; amén de la
reducción de la calidad de vida de la población (Carrión: 1993).
Ante la creciente sensación de peligro de las grandes ciudades
aparece cada vez más claramente la solución de inventar un
nuevo entorno donde se segreguen los iguales, guetos deseados de felicidad (Borja: 2003).
Si la ciudad es de todos, y el aire libre de las ciudades hace ciudadanos
libres, según un proverbio alemán, qué hace falta para liberar a las ciudades de
todo aquello que la fragmenta, la segmenta y la degrada. Aceptar la segregación
residencial, después social y racial, es condenar a las ciudades a una larga lista
de malestares que solo unos pocos adinerados podrán evadir comprando comodidades, seguridad y consumo cultural. Recientemente, urbanistas, geógrafos y,
antropólogos y sociólogos urbanos han evidenciado un fenómeno nuevo en las
ciudades contemporáneas, es el amurallamiento de las ciudades convirtiendo a
estas en espacios de segregación social y racial, Teresa Pires do Rio Caldeira
dice lo siguiente:
“La violencia y el miedo se combinan con procesos de cambio social en las ciudades contemporáneas, generando nuevas formas de segregación espacial y discriminación social. En las dos últimas décadas, en ciudades tan diversas como São
Paulo, Los Ángeles, Johannesburgo, Buenos Aires, Budapest, Ciudad de México
y Miami, diferentes grupos sociales —especialmente las clases más altas— han
utilizado el miedo a la violencia y el crimen para justiicar nuevas tecnologías de
exclusión social como el alejamiento de los barrios tradicionales de esas ciuda106
des. En general, los grupos que se sienten amenazados por el orden social que
toma cuerpo en esas ciudades construyen enclaves fortiicados para su residencia, trabajo, ocio y consumo (Pires do Rio Caldeira: 2007; 11)”.
Las ciudades de muros como dice Pires do Rio Caldeira, aparecen de
la nada en las últimas décadas, grandes y pequeñas ciudades transforman su
isonomía y paisaje urbano creando amplias zonas urbanas en pequeños guetos
de resguardo donde se protegen de la violencia e inseguridad ciudadana. Miles
de fraccionamientos cerrados son registrados en los ayuntamientos y municipalidades, los más acomodados, los de mejores ingresos, se aíslan de las llamadas
clases peligrosas, se alejan de los otros ciudadanos con menores ingresos. La
felicidad perdida ante los nuevos desafíos y peligros urbanos de la violencia “se
materializa con la realización de barrios cerrados, donde el espacio público y el
privado se enlazan sin solución de continuidad, donde los peligros de la ciudad
quedan exorcizados gracias a los medios de control. Sistemas de seguridad que
van desde los meramente físicos, como una muralla, cerco o reja, hasta soisticados controles con videocámaras o infrarrojos y por descontado el adecuado
servicio privado de seguridad” (Borja: 2003; 190).
Si bien, como dice Pires do Rio Caldeira, los muros aparecen de la nada,
también sabemos por el economista estadounidense Jeremy Rifkin, que los fraccionamientos cerrados que él reiere como comunidades exclusivas o common
interest developments aparecen en América Latina como imitación del modelo de
vivienda de la clase alta y media estadounidense. Haciendo del acceso todo un
estilo de vida. De hecho, suele airmar que hemos entrado a una Era del acceso.
“Las comunidades residenciales, conocidas como <<urbanizaciones de interés
común>> han brotado a lo largo y ancho de todo el territorio estadounidense. Muchas de ellas se han diseñado expresamente con muros, cercas y puertas de entrada para restringir el acceso. Los guardias de seguridad de la entrada principal
para cuidar a los residentes, a sus invitados y para restringir la entrada de visitas
o vendedores solamente a quienes tengan autorizado el acceso a la urbanización”
(Rifkin: 2002, 160).
Y de los Estados Unidos al resto del mundo, las zonas residenciales que
107
privatizan las vías públicas, gozan de los permisos de las dependencias encargadas de la planeación urbana, las arcas del erario público se llenan del pago de
este tipo de permisos de cierres de calles y todo tipo de espacios antes públicos,
dentro de estas zonas fraccionadas y resguardadas por muros se quedan escuelas, parques, centros comunitarios, instalaciones deportivas y demás equipamiento urbano de uso público que de un momento a otro es privatizado. Estamos
ante el fenómeno inédito de la privatización de lo público y el cambio del valor de
la libertad por el nuevo valor de la seguridad. Seguridad que requiere de constante vigilancia para que sea efectiva, así lo deja saber la socióloga brasileña Teresa
Pires do Rio Caldeira:
“Esta es la necesidad de vigilar los límites de una comunidad que se mantiene
unida sobre la base de “actitudes” y que tiene poca tolerancia por la diferencia.
Esta tarea de patrullaje es fácil en relación con los obvios “otros”, pero se convierte en un hecho engorroso cuando tiene que separar a los que son “iguales pero
no tanto”” (Pires do Rio Caldeira: 2010, 83).
Por ello, como dice Bauman “todo comenzó en Estados Unidos, pero se
iltró en Europa y hoy se ha extendido por la mayoría de los países del Viejo Continente” (Bauman: 2011). Y continua diciendo sobre este fenómeno en Estados
Unidos: “Donde todo es posible pero poco y nada es predecible, hacia “comunidades cerradas”, es decir, recintos amurallados con ingreso estrictamente selectivo,
rodeados de guardias armados y provistos de circuitos cerrados de televisión y
alarmas contra intrusos” (Bauman: 2011). Estos espacios que se cierran a los
extraños, extranjeros o las clases peligrosas, han proliferado en las regiones del
sur global, sobre todo en las ciudades intermedias y metrópolis. Se presentan
como nuevos servicios de seguridad que a su vez, forman parte de las llamadas
sociedades postindustriales. Aparecen en una oferta más amplia de servicios de
comida a domicilio (y para eventos especiales), seguros de vida, servicios funerarios, servicios de alarmas, servicios de tecnologías y dispositivos móviles, entre
muchos otros.
“Estos escasos afortunados que han adquirido el ingreso a una “comunidad cerrada”, celosamente custodiada, pagan un ojo de la cara por “servicios de se108
guridad”: en otras palabras, por el destierro de toda mezcla. Las “comunidades”
cerradas son acumulaciones de pequeños capullos privados suspendidos en un
vacío social” (Bauman: 2011; 93).
Así, la video-vigilancia irrumpe en este tipo de espacios para observar a
los extraños e invasores, las malas conductas o actividades sospechosas son el
blanco de los comités de vigilancia y seguridad de estos fraccionamientos privados. Todo es registrado al detalle, entradas y salidas de cada vecino, las visitas de
los amigos y familiares es expuesta a una escrupulosa entrevista de entrada por
parte de guardias e inspectores privados, el dispositivo de vigilancia cuenta con el
apoyo de las policías locales y diferentes cuerpos de seguridad. Las alarmas en
los domicilios (compañías como ADT), en los automóviles y demás patrimonios
de las clases medias y adineradas son activadas ante el temor a la invasión del
otro no residente. Prolifera la venta de seguros de vida, de daños a terceros y
por robo y daños en propiedad, la seguridad privada se integra como parte de los
servicios públicos de uso doméstico. De nuevo, es la privatización de lo público,
quizás el daño más grave es el de la privatización de miles de calles, millones de
kilómetros de vía pública privatizados en América Latina.
“Las nuevas regiones metropolitanas cuestionan nuestra idea de ciudad: son vastos territorios de urbanización discontinua, fragmentada en unos casos, difusa
en otros, sin límites precisos, con escasos referentes físicos y simbólicos que
marquen el territorio, de espacios públicos pobres sometidos a potentes dinámicas privatizadoras, caracterizadas por la segregación social y la especialización
funcional a gran escala y por centralidades gentriicadas (clasistas) o <<museiicadas>>, convertidas en parques temáticos o estratiicadas por las ofertas de
consumo” (Borja: 2013; 323).
Entonces, aparece la segregación residencial y social como consecuencia de estos cierres y privatizaciones. La experiencia es aún reciente y por ello
apenas han aparecido los primeras relexiones, casi todas ellas parten del antecedente de las ciudades medievales amurallas, se habla de un regreso a este
tipo de ciudades constantemente amenazadas de los peligros externos y la inseguridad del extrarradio urbano. Como antecedente es interesante esta relación,
109
pero en realidad la ciudad medieval dista en muchos aspectos de las ciudades
contemporáneas, a lo que asistimos es al surgimientos de ciudades dentro de las
ciudades, es decir, estas zonas y urbanizaciones cerradas se proveen todos los
servicios necesarios para no requerir prácticamente nada del exterior, exceptuando quizás el problema del abastecimiento alimenticio y otros servicios, el resto lo
pueden gestionar desde el interior.
Recientemente, en libro Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la
revolución urbana de Davis Harvey, el geógrafo y urbanista evidencia la relación
directa entre por un lado, los fenómenos del amurallamiento y la privatización de
lo público y, por otro lado, la pérdida del sentido de comunidad. Lo plantea de la
siguiente manera:
“El reciente resurgimiento de la insistencia en la supuesta pérdida de la comunalidad urbana releja el impacto aparentemente profundo de la reciente oleada
de privatizaciones, cercamientos, controles espaciales, actuaciones policiales y
redes de vigilancia sobre las cualidades de la vida urbana en general, y en particular sobre la posibilidad de construir o inhibir nuevas relaciones sociales (nuevo
bienes comunales) en el seno de un proceso urbano inluido, si no dominado, por
los intereses de clase capitalistas” (Harvey: 2013; 107).
Y continúa insistiendo en la coniguración del llamado nuevo urbanismo
que, apoyado por empresarios, gobiernos y promotores inmobiliarios, construyen
y ediican espacios cerrados y cercados que prometen un nuevo estilo de vida
urbana basada en la seguridad.
“El desarrollo suburbano incoherente, anodino y monótono que sigue dominando el muchas partes del mundo encuentra ahora un revulsivo en el <<nuevo urbanismo>> que proclama las excelencias de la vida en comunidades apartadas
(supuestamente íntimas y seguras, a menudo valladas y cerradas al exterior) en
las que los promotores inmobiliarios prometen un estilo de vida reinado supuestamente capaz de cumplir todos los sueños urbanos” (Harvey: 2013; 35).
Como sabemos, las ciudades latinoamericanas sin contar con amplias capas de clase media, ni con grupos sociales extendidos de clase alta como algu110
nas zonas de los Estados Unidos o Europa, ha reproducido en algunas regiones
y ciudades, sectores sociales de ingresos intermedios que los equiparan a las
clases medias de países occidentales, sus formas de vida urbana, accesos a una
serie de servicios públicos y tipos de consumo cultural, son estos estratos de la
población de clase media latinoamericana los que están imitando y emulando
las formas de vida cerrada y alejada de las clases de bajos recursos, pero con
una variable diferente a los países europeos y las ciudades estadounidenses: la
violencia urbana y social.
La violencia es usada como la justiicación ideal de las clases políticas y
las elites empresariales latinoamericanas, de sus compañías y promotoras inmobiliarias, de los especuladores del uso del suelo que montan compañías constructoras y urbanizan todo lo que encuentran a su paso si es de su interés y, les
signiica beneicios a corto plazo sin hacer una inversión compleja. Las tramas
urbanas de corrupción en muchas ciudades, en las últimas décadas, han estado
bajo esta lógica de la especulación y explotación del suelo urbano, especulación
que forma parte de un amplio sistema-mundo capitalista que se gobierna desde
la premisa neoliberal de la acumulación por la acumulación. Ya David Harvey, lo
denunciaba de manera temprana en su libro Urbanismo y desigualdad social.
“La experiencia de las ciudades americanas contemporáneas sugiere que la dinámica del cambio del uso del suelo permanece constante bajo el modo de producción capitalista. El excedente del consumidor de los grupos más pobres es
disminuido por los proveedores de servicios de alojamiento transformándolo en
excedente del proveedor a través de sus prácticas casi monopolistas. Asimismo,
los grupos más pobres viven generalmente en emplazamientos sometidos a enormes presiones especulativas derivadas del cambio de uso del suelo” (Harvey:
1977; 182).
Finalmente, el amurallamiento de las ciudades será una especie de testigo arqueológico de la humanidad, que como hace siglos, la ciudad medieval se
amuralló para sortear los peligros de las invasiones, las pestes, los desastres
naturales y de la piratería, entre otros, hoy los enemigos que asechan a las ciudades contemporáneas son las violencias que se materializan en una variedad de
delitos y hechos ilegales. Todo este fenómeno del encierro citadino por parte de
111
las clases con mayores ingresos, ha generado incluso una subrama o subcampo
de estudio dentro de las Ciencias Sociales.
“El subcampo resulta del estudio de las prácticas asociadas al miedo y la búsqueda de la seguridad, básicamente las que conllevan la reclusión domiciliaria,
así como los imaginarios que resultan a la luz de la construcción material de las
denominadas urbanizaciones cerradas o barrios cerrados, que incluso a veces
se designan con una expresión de fuerte carga simbólica, “barrios amurallados”,
recurriendo al símbolo de la muralla medieval” (Silva: 2007).
El encierro, parece ser la respuesta a la violencia urbana e inseguridad
que recorre toda América Latina. Dejando a su paso incertidumbre y desconianza social, alejando de los espacios públicos a los ciudadanos, dejándolos en el
ostracismo y la reclusión domiciliaria. El coninamiento de la ciudad es el coninamiento de sus ciudadanos y la pérdida del ejercicio de la ciudadanía que debilita
las democracias latinoamericanas. En muchos de los encuentros con ciudadanos
comunes y corrientes, se hace maniiesta la misma idea: “mientras los ciudadanos estamos presos y recluidos en nuestras casas, enrejadas y con alarmas y
sistemas especiales de seguridad, los ladrones andan sueltos haciendo de las
suyas”.
112
Parte 4
Relexiones Finales
En un milenio
urbano de ciudades
La ciudad no es el problema, es la solución
La ciudad dejó, desde hace mucho, de ser concebida como un
problema, porque es el lugar donde se construyó la ciudadanía,
es el espacio en donde se han producido las mayores innovaciones, es el ámbito productivo por excelencia, es la instancia en
donde se pueden satisfacer de mejor manera los servicios elementales, es el escenario en donde el empleo crece y la pobreza
se reduce, así como también, donde la mujer se hace pública, el
joven se expresa, la política se construye (Carrión: 2010).
<<The Hell is the City>> (La ciudad es el inierno). Jaime Lerner
acuñó una respuesta afortunada: la ciudad no es el problema, es
la solución, es desde donde se pueden afrontar los problemas
más directamente (Borja: 2013).
Como relexiones inales, podemos pensar la ciudad posible, como aquella
donde la ciudad no es el problema, sino la solución. Si bien, hemos enlistado y
enunciado una serie de malestares que viven actualmente las ciudades latinoamericanas, es factible colocar a la ciudad como aquello que posibilita una mejor
vida para los millones de ciudadanos latinoamericanos. A pesar de las adversidades actuales que enfrentan las ciudades y sus gobiernos locales, con bajos
presupuestos y una epidemia de corrupción que corroe sus estructuras institucionales y inancieras, aun así, se puede pensar en un golpe de timón que organice
a las ciudades y sus habitantes. Para ello, será necesario habilitarles de coraje
cívico y una extraordinaria dosis de participación ciudadana.
La crisis urbana actual en la que están metidas las ciudades del hemisferio latinoamericano, requiere que los encargados de tomar las decisiones sobre el
gobierno de la ciudad, permitan a los urbanistas y planeadores realizar políticas
urbanas y sociales bajo la nueva realidad urbana que rompa con los viejos modelos urbanos basados en la expansión periférica del pasado siglo y asimilar los
nuevos modelos de ciudad basados en la introspección cosmopolita que plantea
114
Fernando Carrión en sus investigaciones. Este continente de ciudades, ciudades
de pobres por desgracia, necesita de buenas dosis de voluntad política, grandes
presupuestos, buenas gestiones y planeación urbana, pero sobre todo, mucha
imaginación urbana para pensar cómo salir de la crisis actual. Al actual fatalismo
urbano se debe anteponer el optimismo ciudadano.
“De esta comparación inicial entre urbanización y pobreza se puede concluir que
la urbanización no fue una fuente de pobreza sino, por el contrario, un medio para
reducirla, a través del acceso de la población a los bienes y servicios de manera
más generalizada que en el campo. En otras palabras: la urbanización no es la
causa de la pobreza, sino por el contario, la posibilidad para atenuarla, lo que nos
lleva a pensar que la ciudad es menos un problema y más una solución” (Carrión:
2010; 362).
Así, los retos más inmediatos, por lo que se ha discutido en este ensayo
a partir de otros autores y desde un punto de vista personal, es; la violencia y la
pobreza urbana, sumados a un contexto de degradación urbana y descomposición social que provoca exclusión y desigualdades estructurales nunca antes
vistas en este continente de ciudades. La segregación y la fragmentación urbana
ensanchan la brecha social y urbana que aleja a los ciudadanos de los derechos
a la ciudad que ven cómo se aleja de su vida cotidiana: la accesibilidad universal,
la conectividad, la habitabilidad, la iluminación, los espacios públicos y las nuevas
centralidades urbanas. Los derechos urbanos, como lo comenta en sus últimas
publicaciones el profesor Jordi Borja (2012, 2013) deberán ser las próximas batallas por parte de los ciudadanos que intenten reivindicar su derecho a la ciudad
como el gran espacio público o dicho de otro modo “el espacio público es la ciudad” (Borja: 2013).
La ciudadanía no es algo que se conserve sin sufrir los estragos del tiempo
y los cambios y contradicciones de los sistemas políticos y urbanos, por ello: “La
ciudadanía nunca se consigue del todo, el progreso genera nuevas contradicciones y desigualdades, pero también las fuerzas para enfrentarse a ellas. La
ciudadanía es una conquista permanente” (Borja: 2013; 215). La ciudadanía en el
contexto latinoamericano sufre de un ejercicio parcial de la misma, que es atravesado por el género, la clase y el grupo étnico al cual se pertenece, sumados los
115
grupos etáreos a los que se pertenece o si se sufre de algún tipo de discapacidad
o minusvalía física o emocional. En muchas ciudades latinoamericanas es muy
difícil ser pobre, indígena y mujer. Al igual que los afrodecendientes, que al igual
que los indígenas, siempre están en los indicadores de algún tipo de pobreza y
que se enfrentan a la discriminación como forma persistente de un racismo que se
pensaba desaparecido. Qué ciudad debemos pensar para todos los ciudadanos.
Si como dice Roiz en su reciente libro El mundo interno y la política:
“Las instituciones y tendencias en donde conluyen las fuerzas morales, psicológicas y religiosas muestran la fortaleza de la represión. Es el caso de la familia,
el machismo, el clasismo, la homofobia, el racismo o, en general, los prejuicios
drásticos. Para empezar, casi todas ellas se rigen por el principio de jefatura. Su
actuación puede ser muy brutal y sus efectos visibles” (Roiz: 2013, 193).
Regresando a la ciudad que debemos de pensar, seguimos las recomendaciones de algunos urbanistas como Carrión y Borja, los nuevos proyecto de
ciudad, deberán partir de sus centros históricos, que poseen una doble centralidad, la centralidad urbana, pero también una centralidad histórica que forma
parte de una larga memoria colectiva de la ciudad y sus habitantes. Es el trabajar
los nuevos modelos urbanos a partir de la llamada ciudad existente, la ciudad
construida, que implica no crecer más, sino reurbanizar la ciudad recuperando los
viejos espacios públicos y centralidades urbanas abandonadas o que han perdido
importancia debido a su depreciación o renta baja del suelo donde todo se ha
precarizado. Evitando la gentriicación y el desplazamiento de los más pobres de
la ciudad a otras zonas del extrarradio urbano que les alejen de las centralidades
urbanas.
Sin embargo, si se intentan las políticas de igualdad desde una perspectiva urbana, estas, deberán partir de la igualdad basadas en la diferencia, es
decir, pensar la igualdad respetando las diferencias étnicas, de clase, género
(en el caso de las minorías sexuales), religiosas y culturales. Una política urbana
que piense la igualdad sin que esto implique la homogenización de la cultura y la
estandarización de su población, que respete las memorias colectivas y la vida
comunitaria de las poblaciones migradas y de los recién llegados. Se sabe de los
proyectos que en el pasado intentaron uniformar a la población con desastrosas
116
consecuencias humanas. Darle la vuelta al pensamiento único que quiere imponer el neoliberalismo con un urbanismo capitalista y un capitalismo de amigos
que en países como México ya muestra sus nefastas consecuencias sociales y
económicas para una amplia mayoría de la población acorralada en la pobreza
urbana. Evitar estos modelos, es evitar la anti-ciudad.
Cabe señalar, que otra de las propuestas para salir de la actual crisis
urbana es la aportada por el profesor-investigador colombiano Armando Silva,
quien sugiere un “urbanismo de los ciudadanos”; mismo donde se pone mayor
énfasis en la cultura que en la arquitectura, así como mayor atención a los ciudadanos que a los ediicios:
“Si el desborde de las ciudades como hecho físico o social, hace que se pierdan
sus límites geográicos y por efecto de los medios y las tecnologías se construyan
otras unidades de estudio que atiendan a nuevas realidades, lo urbano antes que
las ciudades, como lo hemos registrado, urbanismos sin ciudades. Esto querría
decir que el nuevo énfasis se pone en la cultura y no en la arquitectura y que pasamos de una ciudad de los ediicios a un urbanismo de los ciudadanos. Es acá
donde los imaginarios urbanos expresan su potencia estética y política” (Silva:
2006; 55).
En sí, otro de los grandes retos para las ciudades del siglo XXI es pensar
cómo hacer ciudad en contextos de inseguridad ciudadana y violencia urbana.
En este caso, la idea ha sido la de modiicar el modelo de seguridad pública bajo
la rectoría única del Estado y las autoridades locales a un modelo de seguridad
ciudadana, donde los ciudadanos sean coparticipes de la seguridad y gobierno de
la ciudad. El problema de no hacer nada, implica consecuencias que terminarían
con la muerte paulatina de la ciudad, de eso que Carrión ha llamado urbicidio. A
la crisis urbana en países como Colombia, los planeadores respondieron con un
urbanismo social que contemplaba intervenciones urbanas en las zonas más pobres y marginales, tratando de crear nuevas centralidades que rompieran con la
lógica de mercado de solo crear centralidades urbanas comerciales, inancieras e
industriales. Muchas veces estas centralidades les son prohibidas a los habitantes pobres y se les ve como forasteros en su propia ciudad.
Por lo anterior, no toda centralidad es buena en sí misma, en muchas oca117
siones favorece la segregación urbana y social, fragmentando la ciudad y excluyendo a los pobres urbanos. El acceso a las centralidades es vigilado y se activan
mecanismos y tecnologías políticas para la vigilancia de las clases peligrosas,
las nuevas centralidades urbanas deberán pensar en una inclusión ciudadana
que fomente la convivencia y la mixtura social entre los habitantes de diferentes
clases sociales. Los viejos encuentros de los pobres y los ricos en la ciudad cada
vez son más esporádicos. Las panaderías, carnicerías, zapaterías, cines y abarrotes del barrio sucumben ante el capitalismo que intenta imponer ciudades de
mercado en vez de ciudades con mercado. Por ello, se insiste en que cualquier
política urbana o modelo urbano de ciudad, debe tener como enfoque de partida,
el derecho a la ciudad, mismo enfoque que garantiza la inclusión y participación
de todos los ciudadanos.
A la resistencia de los políticos y malos funcionario, se debe contraponer
la fuerza ciudadana y la reivindicación del derecho a la ciudad como el mejor de
los consensos entre gobiernos y ciudadanos. El derecho a la ciudad como algo
que irrumpe recientemente en el contexto latinoamericano, debe de parecer ajeno
a las políticas urbanas, pero es todo lo contrario, la relación entre el derecho a la
ciudad y las políticas urbanas ya ha dado enormes resultados en algunas ciudades que se apegan a sus preceptos, y aunque América Latina no es Europa, esto
no implica la imposibilidad de pensarlos en nuestra realidad latinoamericana que
actualmente tiene una urbanización del 80% de su territorio. Siendo hoy día la
región más urbanizada del planeta. Según el informe del Estado de las ciudades
de América Latina y el Caribe 2012. Rumbo a una transición urbana publicado por
ONU-HABITAT, se estima que el Cono sur alcanzará el 90% de urbanización para
el cercano 2020 y que países como México y la región Andina ya alcanzaron el
85%, incluso Centroamérica llegará pronto a una urbanización del 75%.
prácticas ciudadanas y culturales que promuevan la convivencia. Participación
que deberá incluir la exigencia de los ciudadanos a sus gobiernos locales a ejercer de manera transparente los recursos públicos sin caer en las tramas de corrupción urbana que tanto dañan a la ciudad y sus habitantes. Si como se piensa,
la ciudad es la solución y no el problema, la reconquista de la ciudad será una de
las prioridades ciudadanas del presente siglo XXI.
Al temor y miedo que ha generado la violencia urbana y social, que produce inmovilismo, ostracismo y paralización que pronto se convierte en desmovilización social y despolitización ciudadana, se debe actuar con la participación
ciudadana, reconquistando los espacios públicos y volviendo a usar la ciudad el
mayor tiempo posible, de día y de noche. Además de ocupar la mayor cantidad
de espacios urbanos en la medida de lo posible, con presencia de actividades y
118
119
Pensar para actuar y actuar pensando
¿Sociedad o barbarie?
El pensar de verdad signiica la creación de abstracciones para
promover la expansión de la experiencia humana, engrandecer
el uso de capacidades intelectuales, evitar la liquidación mental
y la muerte física, y llevar a cabo la recreación de la vida en la
ciudad (Roiz: 2013).
Como en ocasiones anteriores, la ciudad(es) está siendo víctima de las malas ordenaciones urbanas y planeaciones que obedecen al capitalismo de amigos
(Borja: 2013). Aun así, y como lo destaca Silva:
“En América Latina, los estudios urbanos constituyen un campo destacado, con
trayectorias académicas intensas que superan las tres décadas. Este interés por
lo urbano encuentra su razón de ser en los acelerados procesos de urbanización
de casi todos los países de la región, las conocidas macrocefalias, la extensión
desmesurada de las periferias y otros fenómenos urbanos que han generado una
honda preocupación en los pensadores latinoamericanos” (Silva: 2007; 160).
Como lo enuncia la cita anterior, en la región latinoamericana, los Estudios
Urbanos constituyen desde hace décadas, una fuente de optimismo de donde
autoridades y gobiernos pueden nutrirse de ideas, iniciativas, planes y proyectos
que desemboquen en buenas acciones públicas en beneicio de los ciudadanos.
Sobre todo, de aquellos llamados “ciudadanos de a pie” que son los que más
sufren los estragos de las malas administraciones y gestiones por parte de los
gobiernos. Se cree que son estas iniciativas y estudios urbanos a cargo de un
buen número de planeadores e investigadores del tema urbano y político las que
mejoren a mediano y largo plazo la vida de los individuos dentro de las ciudades.
Como se está pudiendo evidenciar actualmente, muchas ciudades en
distintas partes y por distintos motivos, están siendo aquejadas por una serie de
120
malestares que como se mencionó durante el presente ensayo, atentan contra
la dignidad y la vida humana. Por ello, debe existir el momento propicio para la
relexión sobre estos malestares preguntándonos si lo que se preiere es la sociedad o la barbarie. Es decir, si se apuesta de manera conjunta (investigadores, organizaciones no gubernamentales, ciudadanos, autoridades e iniciativa privada)
a un proyecto de ciudad que privilegie la continuidad de la sociedad como aquello
que genera intercambios e interacciones, —pero también interdependencias— o,
si se apuesta a la barbarie, como aquello que genera violencia, precariedad y
pobreza urbana.
El presente inmediato, el que se vive de manera cotidiana en muchas de
las ciudades, es un presente donde la violencia y el crimen organizado, aunado
a la corrupción generalizada de las clases políticas y gobernantes, se han apoderado de los espacios tradicionales de la convivencia ciudadana y de aquellos
lugares donde la familia, el trabajo y los estudios se estructuraban socialmente sin
los malestares que hoy merman las formas de vida urbana. Por ende, se debe de
dar respuesta a la interrogante de si lo que quieres es: sociedad o barbarie.
La intención es la de recuperar ese “humanismo cívico” que propone el
politólogo Javier Roiz en su libro Sociedad vigilante y mundo judío en la concepción del Estado. Es apostarle a un urbanismo y una ciencia política que privilegie
la participación y la creatividad de los individuos, pero que a su vez, cuide la
sociedad como el conjunto o la suma de esa creatividad y participación individual.
Asumir los retos y oportunidades que brinda el urbanismo ciudadano que centra
su atención en el derecho a la ciudad y a una ciencia política que “ha de estudiar
la vida de lo público, es decir, el asunto de quién manda y quién obedece, y de
cómo desmontar la corrupción […] en la ciudad o en la nación” (Roiz: 2008, 53).
El apostar a la sociedad y no a la barbarie, es apostar por la vida de la
ciudad, a su vitalidad y participación ciudadana. Es pensar para actuar y actuar
pensando, poniendo en práctica los derechos a la ciudad como derechos urbanos. Es como se mencionó antes con Carrión, pensar la ciudad posible como
aquella ciudad construida, la ciudad ya existente. No se trata de inventarse otras
ciudades (sin historia), sino de recuperar las existentes llenas de memoria histórica que a su vez, son memoria colectiva y ciudadana. Es con tiempo, letargia y
una buena dosis de voluntad política y coraje cívico: “pararse a pensar” como nos
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invita en sus seminarios el Dr. Roiz.
Asimismo, es poner en juego todos los elementos favorables que se tienen al alcance y sacar el mayor de los provechos para una vida urbana mejor, con
gobiernos ciudadanos donde la inclusión sea automática y no como un servicio
a pagar como usuario. Es, el que los encargados de los asuntos públicos de las
ciudades gobiernen a los ciudadanos y no solo los administren como meros
usuarios y consumidores. Es el poner en marcha una serie de políticas públicas
de orden redistributivas donde la riqueza de las ciudades se distribuya y ponga al
servicio de las mayorías y no solo al alcance de unos cuantos. Es tratar de evitar
la imagen cotidiana de los pobres urbanos y su vida precaria, es el desarrollar
políticas urbanas, sociales y económicas que garanticen el derecho al lugar (Ramírez: 2013) a todos y todas en la ciudad. Esto signiica revalorar lo público como
el espacio ideal para hacer ciudad, la Dra. Patricia Ramírez Kuri lo enuncia así:
“Lo público es el espacio donde aparecen relaciones interpersonales, formas de
expresión y de construcción de lo colectivo que deinen el mundo común entre
miembros diferentes de la sociedad” (Ramírez, 2013, 287).
En in, se debe acudir a la recomendación de Alicia Ziccardi, Isabel Vázquez y Arturo Mier y Terán cuando dicen que:
“Acceder a los espacios públicos de calidad para realizar actividades colectivas
(deportivas, culturales, sociales) favorece la convivencia ciudadana, el fortalecimiento de la identidad local y la cohesión social. Por ello, en los contextos urbanos
en los que prevalecen condiciones de pobreza las acciones gubernamentales del
ámbito local se orientan actualmente no sólo a modiicar las condiciones materiales de los espacios públicos degradados sino a favorecer la organización de la
vida comunitaria” (Ziccardi, Vázquez y Mier y Terán: 2010, 689).
cuentan con los recursos (inancieros, materiales y humanos) para preguntar de
manera directa a los habitantes sobre las necesidades más apremiantes sobre
las cuales es necesario intervenir en el corto, mediano y largo plazo. Es superar
la novedad de los presupuestos participativos nacidos en Porto Alegre, Brasil y
ampliar la idea para constituir verdaderos Municipios participativos.
Finalmente, este ensayo aún y cuando es pensado y escrito en el norte
de México, en su región fronteriza con los Estados Unidos, intenta dar una mirada
que partiendo de lo local, reconoce la conformación de lo transnacional y lo global
como un componente importante para la relexión de las ciudades y sociedades
contemporáneas. Es pensar de manera transfronteriza y translocal. Es pensar
que al inal de la discusión, las ciudades de buena parte de América Latina, guardan esos parecidos de familia que nos hacen semejantes, pero con sus acentos
locales propios de cada región y contexto socio-histórico. Que debemos dejar de
creer que la violencia y la pobreza urbana, incluido el narcotráico, son problemas
que actúan sobre unas cuantas localidades y territorios, al igual que la corrosión
de los sistemas políticos y de partidos que hacen de la corrupción su expresión
más funesta.
Se deja hasta aquí este breve ensayo para compartir con colegas y amigos, además de ciudadanos de a pie y políticos profesionales para que relexionen sobre estos temas e ideas. Se espera la retroalimentación y el intercambio de
ideas para poner sobre la mesa las estrategias que de alguna manera u otra den
una salida al terrible laberinto del abandono en el que han entrado las ciudades
contemporáneas y del cual, es cada vez más angustiante y difícil salir ileso. Es
importante darse cuenta que, al defender la ciudad, se deiende la ciudadanía y
los derechos a ella.
Por todo lo anterior, las verdaderas agendas de gobierno, son las agendas ciudadanas que obedecen a las necesidades de quienes habitan la ciudad,
de quienes al caminarla y vivirla conocen de primer orden los miedos y angustias
de la inseguridad, la violencia, la pobreza y la precariedad como consecuencia
directa de la descomposición social y la degradación urbana. Las autoridades
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