Desde siempre México ha tenido una frontera determinante, fatal, con los Estados Unidos de América. Décadas, siglos de aguantar intervenciones abiertas y encubiertas llevaron a una política defensiva que Jeffrey Davidow describió alguna vez como “de puercoespín”.

La vecindad con EU ha resultado al mismo tiempo una fuente inagotable de oportunidades, de aprendizaje, de buena vecindad y de experiencias compartidas. El reconocimiento de la vecindad como oportunidad tomó forma plena con la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte: una redefinición completa de la relación entre ambos países, ampliada para incluir a Canadá pero enfocada en transformar una relación de sospechas y escepticismo en una de ambiciones y proyectos compartidos.

El 2015 y el 2016 han visto a México convertirse en tema central de la campaña presidencial en EU, principalmente Donald Trump, con su retórica discriminatoria y de odio, puso a los mexicanos, y a todo lo relacionado con ellos, bajo los reflectores.

La semana pasada, como en una pesadilla, nos enteramos de que el magnate vendría a México invitado por el presidente Enrique Peña Nieto. De la incredulidad pasamos al pasmo, de ahí a la indignación, y de ahí a una pregunta que se ha repetido dentro y fuera de México: ¿Por qué, para qué?

Nada de lo que sucedió antes, durante y después de la visita podría haber resultado bien. La invitación a un enemigo declarado de México y los mexicanos, conocido por sus habilidades demagógicas, por su lejanía de la verdad y por su personalidad manipuladora, estaba condenada a convertirse en un fiasco. Todos los escenarios realistas así lo señalaban, y las interrogantes no surgieron solo de medios o de políticos opositores mexicanos. Muchos de los más prestigiados medios internacionales repitieron la pregunta, manifestaron su sorpresa, su perplejidad. Para ellos ya no era “por qué”, sino “¿Qué estaban pensando?”.

Entiendo que hay que tender puentes con los candidatos a la presidencia de EU, pero no así, de ninguna manera. ¿Por qué? Porque los puentes se tienden con cuidado y discreción. Es indebido, imprudente y peligroso para México entrometerse, como lo hizo, en el proceso electoral estadounidense. Trump no es de fiar y era previsible que jugaría chueco, como lo hizo con su discurso en Arizona. Se le dio una plataforma que buscará explotar al máximo, para enojo y rencor de la campaña de Hillary Clinton. Porque al revirarle a su aseveración sobre el pago del muro el gobierno mexicano lo contrarió, logrando lo que parecería imposible: enemistarnos simultáneamente con los dos candidatos a la presidencia de EU.

Más allá de mis muy personales sentimientos, lo que me molesta y me preocupa es que algo tan importante como el futuro de la relación con nuestro poderosísimo vecino haya quedado a merced de una ocurrencia, operada por personas que no conocen la mecánica diplomática, no tienen malicia política para lidiar con un bravucón maligno como Trump, no entienden del manejo mediático moderno.

Se habla de que se dejó al margen de la decisión y de la operación de la inoportuna visita a la Cancillería. No lo sé. En la Secretaría de Relaciones Exteriores trabajan diplomáticos dedicados, profesionales, conocedores de los temas a su cargo. Pero no son ellos los responsables de la relación más importante que tiene nuestro país con otra nación. Los que lo están no poseen experiencia previa en el manejo de la relación bilateral con EU. Y nos quedamos con que se operó sin echar mano de los muchos talentos de la Cancillería, de los muchos expertos en la relación, del enorme capital de personajes en México que conocen a todos los actores relevantes allá donde cuenta y que habrían advertido de los riesgos de esta que se ha convertido en la mayor falla de política exterior, e interior, de los últimos 30 años.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses