Reflexiones Marginales - ISSN 2007-8501 Otorgado por el Centro Nacional del ISSN
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Elementos para un análisis gnoseológico de la suicidología
RAMSÉS JABÍN OVIEDO PÉREZ
Preliminares
El objetivo fundamental que guía este escrito espera mantenerse en una forma de crítica losó ca a la «suicidología». Vamos a
tratar de determinar este objetivo disponiendo de una losofía de referencia. Los cuidados teóricos –siempre exigibles– que
exija este estudio los haremos consistir desde el auxilio de una filosofía crítica [1]. De los aspectos que conviene atender con esa
filosofía frente a los problemas de la suicidología, los más distinguidos para el enfoque gnoseológico se encuentran en su plena
suposición de «cienti cidad». Y es aquí donde se sitúa la pregunta por la estructura de la disciplina suicidológica. Esto será el
tema nuclear de nuestro análisis. Digamos, para ubicarlo, que por dentro del sostén institucional de la suicidología hay una serie
de contenidos que operan in media res con una idea de ciencia. Se necesitan buenas entendederas para captar que la suicidología
(comenzada presumiblemente con Edwin S. Shneidman) asume una idea criticable –nunca mejor dicho– de ciencia. Pero su
cubierta general de acción es tan inde nida a unas exigencias cientí cas, que entonces la presencia de un análisis gnoseológico
es simplemente necesaria. No es nada extraño que muchas de las cuestiones que con guran un examen gnoseológico
comienzan por interrogar: «si la suicidología se concibe como una ciencia, ¿qué entiende por ciencia?» Hecho esto, sobrevienen
cuestionamientos no menos importantes tendentes a enhebrar una requisitoria de muy pertinente alusión: ¿qué realidad
cientí ca hay que reconocer en la suicidología?, ¿la suicidología se realiza gracias a la generalizada «interdisciplinariedad»?,
¿qué metodologías usa la suicidología en sus indagaciones?, etc. De todo ello, en realidad, puede justi carse el sintagma titular
de este escrito en la medida que pretende ensayar –con actitud dialéctico-reconstructiva– un análisis de la suicidología.
Debidamente estudiada la cuestión, no será baladí examinar: la problemática que tiene que ver con el «estatuto gnoseológico»
de la suicidología; las perspectivas que determinan la puesta «en marcha» de la suicidología aunque ésas mantengan entre sí
principios teóricos y prácticos muy distintos; la razón praxiológica (que no acientí ca) que fundamenta su factum. La unidad
temática de estas examinaciones analíticas se hace consistir en su codeterminación gnoseológica, esto es, son cuestiones que
trazan los ejes temáticos para la crítica de la suicidología como disciplina de estudio. Y al ser propósito nuestro someter a
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trazan los ejes temáticos para la crítica de la suicidología como disciplina de estudio. Y al ser propósito nuestro someter a
análisis crítico las premisas gnoseológicas características de la suicidología, y ello no tanto para condenarla o, incluso, para
aplaudirla (como si esa actitud viniese a cuento o recuento de una crítica gnoseológica), cuanto para discutir su «estatuto
gnoseológico» en las Ciencias Humanas; convendría advertir que no partimos de un conjunto nulo cero de premisas (está fuera
de duda que aquí no hagamos valer algún marco teórico), sino que tomaremos algunos conceptos gnoseológicos de la Teoría del
Cierre Categorial (TCC) del lósofo Gustavo Bueno [ 2] que puedan contribuir al análisis del signi cado de la suicidología.
Limitémonos, pues, a solventar ese análisis.
Problemática gnoseológica
Debemos comenzar constatando que es un «hecho» actual, en las sociedades del presente, que el término «Suicidología» es un
término del vocabulario de muchos profesionales de las ciencias psicológicas, sociológicas, criminológicas. Es un término que se
ha construido con el su jo propio de las ciencias como es -logía; asimismo, es un término que, sin perjuicio de su valencia
etimológica para nada unívoca, asume ser una disciplina que se concibe, según apuntan Pérez Barrero & García Ramos, como
«el estudio cientí co de la conducta suicida en sus aspectos preventivos, de intervención y rehabilitatorio. Comprende el
estudio de los pensamientos suicidas, los intentos de suicidio, el suicidio y su prevención» [3]. Obstante tan deíctica de nición,
saber si es o no un término del vocabulario de términos gnoseológicos queda por ver. En todo caso, desde el punto de vista de
su contenido, un análisis gnoseológico (en cuanto dependiente de una teoría losó ca sobre la ciencia) remite necesariamente a
cuestiones de la « losofía de la ciencia». Así, el quid aquí rondaría sobre la materia que de ne denotativamente a la suicidología.
Sólo que la de nición del suicidio como un «fenómeno de muerte» de ne al suicidio a una escala lisológica [4]; pero la de nición
del mismo fenómeno desde categorías psicológicas o sociológicas o criminológicas nos de ne el suicidio a una escala
morfológica. Lo que llama la atención con ello es que la conjunción de las escalas morfológicas (sociológica, psicológica.) no
explican gnoseológicamente la forma de la suicidología. El peso gnoseológico que tiene la distinción entre la materia y la forma de
las ciencias es fundamental antes de repetir el trillado respecto de la suicidología como algo «interdisciplinar». Por de pronto,
hay que señalar –para mostrar las premisas del enfoque de la TCC– que esa distinción entre materia y forma, cuya presencia en
la teoría de la ciencia es históricamente notoria, alcanza su signi cado gnoseológico en la medida que tiene que ver con la
«verdad cientí ca». Esa distinción gnoseológica, que se encuentra en una situación dialéctica, en tanto funge en la interpretación
del factum de las ciencias, ha de servirnos para triturar la estructura general de la suicidología. Precisamente si la suicidología se
precia de ser una ciencia que estudia los comportamientos que tipi cados como «autodestructivos», será preciso aproximarnos
a las partes formales y a las partes materiales que constituyen su campo (que no su «objeto»).
En efecto: si la suicidología presume un estatuto «interdisciplinario» surge la pregunta por sus fundamentos gnoseológicos. Hay
que tener presente en su reconstrucción (o progressus) que hacerlo requiere rastrear el entrecruzamiento disciplinar de la
estadística, la demografía, la psiquiatría social, la psicología, la criminología, la antropología, la bioética. Y entretanto, con este
gran indicio, podríamos aducir que la suicidología habría que atajarla con en el llamativo cedazo de la interdisciplinariedad.
Nada embrolla más que esto… porque pensar la cientificidad de la suicidología en la interdisciplinariedad no signi ca que tal
conformación tenga por sí misma una sustantividad cientí ca. De esta suerte, en tanto que la suicidología no parece estar
fundada en una categoricidad soberana, se hace central, dada la repercusión gnoseológica, el problema de unitate et distintione
scientiarum. Esto desde luego no quiere decir que la suicidología, en lo que guarda a sus detalles gnoseológicos, no arrastre un
signi cado gnoseológico. Ahora que, si se admitiere que la interdisciplinariedad está llamada a ser el sostén básico que amarra
el proceder de la suicidología (y ello, advirtámoslo, sin perjuicio de su ingente difusión en contextos no sólo académicos), cabría
considerar esto:
Hablando en general cabría a rmar que el concepto de interdisciplinariedad no presenta mayores di cultades cuando
va referido a disciplinas institucionalizadas muy diferentes, cuya coordinación práctica sea requerida para una gestión
e caz de determinados proyectos en campos que no son exclusivos de una ciencia categorial dada. […] Pero cuando la
interdisciplinariedad intenta ser referida a un conjunto o subconjunto de disciplinas cientí cas –es decir, a un conjunto
de ciencias categoriales en función pragmática– entonces la idea de interdisciplinariedad se oscurece. Más aún, al
menos cuando examinamos esta idea desde la Teoría del Cierre Categorial, la idea de interdisciplinariedad aparece
como una idea fantasma, o como una idea ficción [5].
Dicho esto, se podría apreciar en el proceso de «racionalización institucionalizada» (que es recurrible a un punto de
reconstrucción praxiológica) del campo de la suicidología que ésta parte de premisas constitutivas de las ciencias psicológicas y
sociológicas. Por ejemplo, Shneidman a rmó que «la suicidología pertenece a la Psicología porque el suicidio es una crisis
psicológica» [6]. Sin perjuicio de su fervor teórico, ello no hace sino refrendar un tipo de reducción que ataja el suicidio a una
escala morfológicamente psicológica. Nos obsta que este término, ciertamente por su ausente univocidad, cargue con
equívocos. Pero, sin ir más lejos del planteamiento de la interdisciplinariedad, la declaración de Shneidman deja en entredicho
una exigencia gnoseológica, que es, a saber, la cuestión de si la Psicología es o no una «ciencia cerrada categorialmente». Pero
antes, nótese que si la suicidología enmarca su campo de estudio en el fenómeno de la conducta, será inevitable confundir sus
«partes materiales» como cogenéricas de la materia de la Etología (puesto que la materia de ésta es la «conducta»). Sin soltar lo
anterior, cabría colegir que Shneidman no estuviera apelando tanto a la conducta animal cuanto a la praxis personal. Pero
entonces se hará igualmente preciso remarcar las «partes formales» que hacen latir alguna «singularidad» (al menos en su capa
metodológica) de esa supuesta ciencia de la «conducta suicida». Está claro que la Psicología, como forma de actividad, lleva
acoplada una teoría sobre sí misma, una autoconcepción que satisface unos esquemas de o cio en cuanto presupone los
valores, funciones o servicios que su profesión ofrece. Por tal, habría que reinterpretar la declaración de Shneidman, en
general, como la autojusti cación del o cio del psicólogo; y, en particular, como la autode nición del suicidólogo. Sin embargo,
aun tintinea la exigencia gnoseológica.
A esta altura, estamos obligados a referir que se trata de un problema principalísimo dentro de nuestro marco teórico, en tanto
que la TCC –prima facie– no parece apresar ciertos rasgos de la Psicología como situaciones constructivas por las que habrían
que pasar las Ciencias Humanas y Etológicas [7]. A sabiendas de tal problema, convendría encargarnos, sobre todo pensado en
la innecesaridad de esos eruditescos puntos, de hacer metodológicamente el progressus (a contextos causales) a la estructura de
la suicidología. Ante todo, habrá que poner de relieve explicativamente que para estudiar el «estatuto gnoseológico» (que a
nuestra vez es el de la suicidología) de una ciencia, es preciso informar que la TCC concibe en su gnoseología general analítica la
idea de un «espacio gnoseológico» donde se adscriben ejes y sectores que contemplan la constitución del cierre categorial de una
ciencia [8]. Así diremos, para echar ojo en las líneas generales del espacio gnoseológico, que éste se compone –por mencionarlo
presurosamente– de los ejes sintáctico, semántico y pragmático; donde, a su vez, cada eje cuenta con unas figuras respectivas:
I. Figuras correspondientes a los sectores del eje sintáctico:
I-1 Términos. I-2 Relaciones. I-3 Operaciones.
II. Figuras correspondientes a los sectores del eje semántico:
II-1 Referenciales. II-2 Fenómenos. II-3 Esencias o estructuras
III. Figuras correspondientes a los sectores del eje pragmático:
III-1 Normas. III-2 Dialogismos. III-3 Autologismos.
He aquí el esqueleto de la teoría
losó ca que la TCC llama el «espacio gnoseológico». Ya con el cual, considerando
restricciones de espacio, resumiremos así: en el eje sintáctico, se entiende por términos de un cuerpo cientí co las partes
objetuales constitutivas de su campo; las relaciones se establecen entre los términos del campo de un modo característico; las
operaciones de un cuerpo cientí co son las transformaciones que uno o varios objetos del campo experimental quedan
determinadas por un «sujeto operatorio». Digamos, para una mirada del eje semántico, que los referenciales (exigidos por
postulados gnoseológicos) son los contenidos sicalistas (corpóreos) de los cuerpos cientí cos; los fenómenos, referidos a un
contexto gnoseológico, son objetos apotéticos dados a la escala «organoléptica» de los sujetos operatorios sobre los cuales tienen
sentido las operaciones de separar y de aproximar; las esencias o estructuras resultan –tal y como lo concibe la TCC– de la
neutralización de las operaciones ejercidas sobre los fenómenos. Saber a fondo el concepto de las esencias de nuestro marco
teórico es ciertamente de mayor importancia cuando establece: «mientras que el trato con los fenómenos […] nos mantiene en
el frágil terreno de un mundo cuyas líneas morfológicas dependen enteramente de las contingencias de nuestros
neurotransmisores, […] el regressus hacia las esencias que puedan constituirse en el ujo mismo de los fenómenos, nos abre el
único camino posible hacia la constitución de nuestro mundo real objetivo» [9]. Y habiéndose propuesto dialécticamente
(polémicamente) una teoría de los «tres géneros de materialidad» [10], se puede ubicar a las esencias como relaciones del tercer
género de materialidad (abreviada usualmente como M 3) entre los fenómenos que constituyen nuestro mundo entorno. Dejando
estas enormes cuestiones, ahora tengamos a bien decir, respecto al faltante eje pragmático, que las normas son entendidas en
tanto que artífices de las construcciones científicas impuestas a los sujetos operatorios (a la manera como operan las «reglas» de
la Lógica formal); los dialogismos se re eren a la comunicación que tienen los sujetos operatorios en el contexto de la actividad
cientí ca; los autologismos agrupan las situaciones empíricas (de nidas psicológicamente) que se dan en las actividades del
sujeto operatorio, en la medida que él tiene que identi car observaciones actuales con otras pasadas. Dicho eso, nuevamente
habrá que resumir que la TCC apela a los procesos de construcción cerrada en tanto que va referida a campos con una
multiplicidad de términos organizados procesualmente en más de una clase. Según esto, el cierre categorial de una ciencia es un
cierre operatorio, esto es, queda determinado por el sistema de operaciones que caracterizan su campo. Así, volvamos ya a
ocuparnos de la disciplina que nos convoca, reaprovechando los conceptos ya usados o mencionados de la exposición
precedente.
Crítica gnoseológica
Con el propósito de establecer la crítica gnoseológica de la suicidología, hay que servirnos no tanto de las perspectivas talladas
desde las pretensiones subjetivas (ético-profesionales) de los suicidólogos, cuanto sí del respectivo status que concibe a la
desde las pretensiones subjetivas (ético-profesionales) de los suicidólogos, cuanto sí del respectivo status que concibe a la
suicidología como una disciplina dedicada a estudiar (morfológicamente) el suicidio. Y fundándonos decididamente en que una
«disciplina consiste gnoseológicamente, en efecto, ante todo, cualquiera que sea su materia, en un conjunto de instituciones
técnicas, o sociales, tales como libros, cátedras, departamentos, congresos, comunidades gremiales de especialistas» [11], el
estatuto disciplinar de la suicidología nos permitirá saber si se puede encuadrar análogamente a una Ciencia.
Y entretanto, antes de esbozar la mirada analítica que podría darse a la suicidología desde las coordenadas gnoseológicas del
«espacio gnoseológico» de la TCC, habría que arrancar admitiendo que no es para nada ilusorio constatar (documentalmente
incluso) que el suicidio plantea determinados «problemas» a multitud de ciencias, disciplinas y/o saberes.
Por eso, así hallaremos aparecida: losofía del suicido (decantada según la losofía de referencia), psicología del suicidio
(Stengel), sociología del suicidio (Durkheim, A. Giddens, R. W. Maris), psicoanálisis del suicidio (Freud), epidemiología del
suicidio, estadística del suicidio, genética del suicidio (W. Haberlandt, S. Seymour), criminología del suicidio (Marchiori).
Abonada en tal estado en entendederas a las que es familiar la «problematización» del suicidio, la cuestión ha articulado en una
disciplina como la Suicidología un temario, cuestionario y problemática que no queda exenta de aquellos tratamientos. Tal y como
se desprende de la estela investigativa del suicidio (sobre todo doxográ ca), cabría una sistematización enciclopédica, pero
nada de ello podría constituir una «crítica» de las condiciones que debe reunir la Suicidología para que tenga un estatuto
cientí co. A la pregunta ¿qué es la Suicidología? Valdivia respondería de un modo deíctico: la suicidología es el «estudio
cientí co del proceso suicida individual y grupal, así como de las características propias y/o asociadas a las ideas,
comunicaciones y conductas suicidas en población general» [12]. Al leer eso, no es un hecho bruto que su nombre esté presente
asimismo en la Asociación Americana de Suicidología (fundada en 1971 por Shneidman), el Centro de Suicidología del Hospital
Clínico de Barcelona, la Sociedade Portuguesa de Suicidologia (SPS), la Red Internacional de Suicidólogos, el Capítulo Nacional
de Suicidología de la Asociación Psiquiátrica Peruana, la Sección de Suicidología de la Asociación Psiquiátrica Mundial, la
Asociación Mexicana de Suicidología, A. C. (AMS), el Instituto Hispanoamericano de Suicidología, A. C. (INHISAC), etc. A ello
podemos sumar las revistas Suicide and Life-Threatenig Behavior (fundada por Shneidman), el Giornale Italiano de Suicidologia , el
Boletín Latinoamericano de Suicidología-APAL , etc. Así, a sabiendas de tal exuberancia, podríamos evidenciar hasta qué punto la
suicidología ha alcanzado una generalización sorprendente (léxica no sólo).
Ahora bien: la «condición gnoseológica» de la suicidología tiene que dar respuesta a estas preguntas: ¿qué guras presenta su
eje sintáctico?, ¿qué guras tiene su eje semántico?, ¿qué guras posee su eje pragmático?. Evidentemente, tales cuestiones
requieren regresar a la perspectiva de la suicidología como disciplina (y eso dando por supuesto que sea resultado de una
composición-intersección de otras diversas disciplinas). En su construcción, la susodicha ha fraguado un tejido terminológico
subordinado al término-sujeto (desde su eje sintáctico) de su campo: los individuos conductuales dados a una escala
antropológica en su especi cidad «autodestructiva» (actual o potencial). De ese modo, así: acto suicida, autopsia psicológica,
antropológica en su especi cidad «autodestructiva» (actual o potencial). De ese modo, así: acto suicida, autopsia psicológica,
circunstancias suicidas, signos de suicidio, conducta destructiva, conducta suicida, crisis suicida, daño autoin igido, dolor
psicológico, factores protectores del suicidio, individuo suicida, intento suicida, letalidad del método, método suicida,
pensamientos suicidas, prevención del suicidio, posvención, proceso suicida, riesgo suicida, síndrome presuicidal, situación
suicida, suicidio, suicidio asistido, supervivientes, tasa de suicidio, tendencia suicida. vendrían a ser la base de una nomenclatura
de nicional desde la cual, sin embargo, no hay razones gnoseológicas para concebirla como una gura gnoseológica. Acaso esos
conceptos, por concebirlos como intercalados a verdaderos campos categoriales (como puedan serlo la estadística, la etología, la
epidemiología, la psicología cognitiva.), avalan el valor disciplinar suicidológica. Pero, ¿signi ca esto que semejante
conceptografía no funge para hacer referencia semántica de una «realidad suicida»? Sin perjuicio de que esas palabras hagan un
«recorte» nominal de un continuo fenoménico como lo es la conducta, su relevancia gnoseológica no la salva ese minúsculo
intento de conceptuación. Allí, si es verdad que le interesa el hombre en cuanto a sus conductas suicidas, la principal razón para
pensar que la suicidología no puede ser una ciencia, es sencillamente porque el hombre no es una categoría sino una Idea. Y ante
todo, la TCC sostiene que una ciencia no puede considerarse como referida a un objeto, sino que debe ir referida a múltiples
objetos. Por ello, en cuanto se considera al suicidio como único objeto de estudio se torna improcedente el «cierre operatorio»
de la suicidología.
MILAD•SAFABAKHSH
Al cabo de que la suicidología se negase a desfondar de algún signi cado «cientí co» a un material fenoménico de referencia,
introduciendo para ello un esquema «hermenéutico», entra en suspenso una indudable expectativa praxiológica pero también
una dudosa fundamentación gnoseológica. Y es que eso es algo, que toma parte de las justificaciones del quehacer suicidológico:
es comprender el suicidio, y que, a título de ejemplo, cabe encontrarlo más o menos así: «si el suicidio es un problema social, el
problema sociológico no lo constituye el suicidio, sino la comprensión de los factores que intervienen en la acción» [13]. Nos
parece que planteamientos como este estarían ejercitando una modulación hermenéutica que acaba por concebir a la labor
científica como mera «comprensión» de fenómenos. Conviene sin embargo tener en cuenta, pese a todas las cautelas de esta vía,
que «la comprensión no constituye por sí misma una metodología que tenga significado gnoseológico» [14]. Según ve la cuestión
Bueno, explica que
[…] pedir la comprensión en las ciencias humanas, como medio ad hoc de adecuación o identi cación con el objeto de
estudio […] es tanto como incapacitarse para distinguir las diferencias que, desde el punto de vista de la verdad, debe
críticamente reconocerse en los mismos materiales estudiados, dado que estos materiales son muchas veces […] de
índole proposicional-apofántico (tesis, teorías, concepciones del mundo, o bien, símbolos, contenidos culturales o
tecnológicos vinculados por proposiciones). Comprender el sentido de esos materiales proposicionales (otras veces,
describirlos en perspectiva emic) no es en modo alguno identi carse con ellos «desde el punto de vista de la verdad»,
que es lo que interesa. [15]
Sin embargo, cabe decir que esta disciplina (que no Ciencia) se desenvuelve en un no tan evidente entretejimiento de varios
modos gnoseológicos: utiliza definiciones, clasi caciones, modelos. Pongamos por dicho, ya que es posible, que la parte de las
de niciones quedó referida arriba. Pero por lo que mani estan sus metodologías cualitativo-demostrativas (no un sentido
axiomático), en la suicidología subsiste lo que puede dar de sí constructivamente un modo gnoseológico (modi sciendi): la
clasi cación. Establecida según variados criterios, la clasi cación, sea de lo que sea, es una metodología de racionalización. De
hecho, y ateniéndonos a su valor gnoseológico, no es raro que ese procedimiento conforme una vía de construcción cientí ca.
Esto mismo posibilita la racionalización –y creámoslo posible– del suicidio sobre todo si se considera que clasi car el suicidio
corresponde a un arduo procedimiento que obliga a descomponer al suicidio como un todo. Sólo que admitir a la Durkheim que
«una clasi cación de los suicidios razonables de acuerdo con sus formas o caracteres morfológicos es impracticable» [16], se
podría reparar si no tal, por lo menos sí en una casuística que traduciría los agravantes, aminorantes, coadyuvantes, dirimentes,
eximentes, impedientes, y machacantes del suicidio. Pero, a toda vez conocida la pluralidad de conatos clasi catorios (como lo
son, dicho sea expresamente, el propuesto por Durkheim, o el propuesto por el NIMH, o el propuesto por la Clasi cación
Internacional de Enfermedades, o el propuesto según la «intención de morir», o el propuesto según los «grados del suicidio»,
entre otros), habría que criticar su pertinencia gnoseológica. En resumidísimas cuentas, la TCC sostiene que hay distintos
modos de clasi cación que se «sazonan» –por así decir– según su construcción sea ascendente (de las partes al todo) o
descendente (del todo a las partes), y según las totalidades sean distributivas o atributivas. De ese cruce brotan (a) taxonomías,
(b) tipologías, (c) desmembramientos y (d) agrupamientos [17]. Esto supone un miramiento un poco geométrico (inadecuado a
nuestros efectos), apto para discernir las clasi caciones del suicidio. Así podríamos entender, por ejemplo, que las taxonomías
del suicidio serían aquellas que lo clasi casen descendentemente de un modo distributivo (como la clasi cación caracterológica
del suicidio asistido, el suicidio fanático, el suicidio del fugitivo); las tipologías, aquellas que lo hiciesen ascendentemente de un
modo distributivo (por ejemplo la tipología de Hansen); los agrupamientos, aquellas que lo realizasen de un modo ascendente
distributivo (incardinándose a la metodología estadística tendríamos el ejemplo en la clasi cación de los grupos de riesgo
suicida).
MARTIN*KSINAN
No dejará de heredar di cultades al procedimiento clasi catorio el hecho de que en el plano fenoménico cualquier suicidio se
muestra (lisológicamente) como un «fenómeno de muerte», de suerte tal que sus partes –si el suicidio puede considerarse como
un todo fenoménico– se homogenizan como un proceso decisional que culmina en un acto de auto-aniquilación. Y por efectos
de que la clasi cación la emprende una disciplina praxiológica, cabría ejercitar en ese «material fenoménico» una vuelta hacia el
plano en el que es posible reconstruir el suicidio –sin perjuicio de cometer alguna reducción– en función a sus contextos causales.
Es decir que el orden fenoménico del suicidio exige necesariamente remitir a un orden esencial. Este plano se mantiene muy
próximo (correlativamente) a lo que ha venido en llamarse «etiología del suicidio». Considerando, en breve, que no hay por qué
la suicidología deba interponer una argumentación losó ca de la Idea de «causa», no obstante, sí cabe permitirnos la crítica del
pensar «causalista» (juzgamos útil llamarlo así) de Durkheim, a rmante de que «sólo puede haber tipos diferentes de suicidios
en tanto sean diferentes las causas de que dependen» [18]. Así, tiene que destacarse que el concepto de «causa» es como el
fulcro que regula una metodología clasi catoria (algo que, a su vez desde la perspectiva de su praxis social, evidentemente
importa pero no a un grado sumo). Es interesante proferir que las fatales operaciones del sujeto psicológico suicida son
operaciones prolépticas (teleológico-causales): el disparar contra uno mismo, el tirarse por un acantilado. Cualesquiera de las
conductas suicidas se orientan hacia « nes» con una proyección «antivitalista». Sólo que tales suposiciones inmanentes a esa
proyección «biopsicosocial» son importantes para el Test psicodiagnóstico [19] de suicidabilidad (concepto que hacemos
beneficiario de la definición dada en el Diccionario de Psicología de Dorsch).
Hay más: la relevancia gnoseológica del «Test de tendencia suicida», pese a las rencillas que aniden sus elaboraciones
estadísticas, distingue a los sujetos (conductuales) suicidas en términos de predictibilidad. Esto es muy lioso. Pues amén de que
su situación gnoseológica suele tener un trato casuístico que para el suicidólogo se le ofrece según el «caso», asimismo no
podemos perder de vista que la preparación de semejante Test (psicodiagnóstico) haya venido sembrando polémica. Al suponer
la «cienti cidad» del Test puede cuestionarse la precisión, estabilidad, o autenticidad de su hechura, pero creemos que el
mismo puede concebirse como otro término (en sentido gnoseológico) de la suicidología. En todo caso, si postulamos que el Test
se trata de una metodología modeladora aplicable a la cobertura preventiva de una región del campo su acción (aun suponiendo
que el Test se sustente en un «método de inducción»), obsta cuán difícil sería neutralizar las operaciones del sujeto gnoseológico
en situaciones β-operatorias (β2), puesto que la aplicación del Test en un término-sujeto suicida (potencial o actual) implica
mutuamente el engaño, la observación, la sorpresa, la verdad.
En cualquier caso, es necesario remirar la condición pragmática de la suicidología. Habremos de considerar, en principio, que el
«acta fundacional» de la suicidología se da con la fundación del Centro de Prevención del suicidio en los Ángeles en 1958 por
Farberow y Shneideman [20]. Algo que, efectivamente, implementó unos dialogismos que llegaron a cristalizar la formación de
Instituciones portadoras de su nombre (corroborado con las arriba ya mencionadas). Asimismo, la pluralidad de diplomados
existentes ofertados en el presente actual bajo el sintagma de Suicidología (v.gr.: el Diplomado de Suicidología de la Escuela
Nacional de Salud Pública de Cuba, o el Diplomado en Suicidología del Instituto Hispanoamericano de Suicidología, S. A.), o los
congresos nacionales e internacionales como el II Congreso de Suicidología de América Latina y el Caribe (junio, 2007),
tenderán a concebirse o conceptuarse como una estructura que representa, en lo referente al desarrollo de la suicidología, un
enraizamiento histórico en los campos «disciplinares» (en coordinación con otras disciplinas en marcha) solventados por
nuestro presente actual. Con ello, semejante contextura pragmática posee una incidencia social (codi cable en acciones
coordinadas no sólo por el fragor de la Secretaría de Salud Pública) directamente inteligible para la «profesión» del suicidólogo.
Sólo que, obsérvese, lo que pueda dar de sí frente a exigencias gnoseológicas ha de hacerse criticar en atención a su condición
praxiológica, dada la situación operatoria (β2) en la que efectúa sus operaciones a partir de términos-sujeto (sujetos
conductuales suicidas). En este sentido, podemos atizar semejante condición si pasamos a controvertir sus regularidades
praxiológicas.
MICHAL•MACKU
Fundamento praxiológico
El fundamento praxiológico de la suicidología surge, si nos atenemos su orden pragmático, en el momento genealógico donde se
determina que Shneidman acuñó el término de «suicidología» en función de su inflexión preventiva. Y es que, sin perjuicio de que
el término tenga un remotísimo antecedente allá por 1929 en un tal Bonger, no obstante, la reformulación de Shneidman
produce una total restructuración del término, determinando su signi cado como disciplina de investigación psicológica (las
ideaciones suicidas dadas en sujetos psicológicos, antrópicos, proyectadas como una fase conductual, con un signi cado
característico para la «biopolítica» de la salud pública.). Así, cabría decir que la «fundamentación» praxiológica de la suicidología
se pudieran hacer consistir por un finis operis distinguido en el concepto de «prevención». Lo interesante del caso sería triturar, a
sabiendas de que su proceder opera genéricamente en una situación que la TCC designa como β 2-operatoria (dado que
podemos reconocer a la suicidología como una disciplina que tiene un campo indisociable de las operaciones mismas), los
componentes ideológicos que alberga dicha «praxis».
Sea como sea, lo primerísimo que habrá que poner en claro en este contexto, es que tanto el conjunto de presupuestos
«metacientí cos» (así losó cos) que envuelve la propia praxis (no sólo clínica), como los contenidos doctrinales que guran
como el tejido de las acciones institucionales de la suicidología (incluso las que tienen a su favor un empuje gubernamental), no
constituyen teoremas (células gnoseológicas básicas indispensables para la construcción de las verdades cientí cas) de ninguna
ciencia categorial. Será en el plano del ejercicio donde, al parecer, cabría con rmar la razón de ser de la suicidología; pero lo cual
no signi ca que en el plano de la representación se tenga una pobreza de tesis. Es lo más frecuente concebir las «diez
características comunes a todo suicidio» de Shneidman no como teoremas sino precisamente como tesis (y en ciertas
condiciones, como modelo). Pues tales no son meras construcciones proposicionales (o meras frases, se sobreentenderá) sino
que, desde el enfoque adecuacionista de la ciencia que mantiene la suicidología, también habrá que verlas como construcciones
objetuales que hacen referencia a un sujeto conductual –el suicida– que las con rma o modi ca. Insistamos: es en este proceso
donde el «sujeto gnoseológico» (en este caso, el suicidólogo, o psicoterapeuta, o «trabajador social») centra sus operaciones
frente al «sujeto psicológico» (que puede ser el individuo suicida o los supervivientes). Añádase a esto la idea de que las
operaciones que hace el suicidólogo, en cuanto acciones propositivas, acogen una retícula doctrinal (ideológica) del «sentido de
la vida». Tanto que, ¡ojo!, lo esencial sería ver encarecido ese plexo que queda arrastrado prácticamente en la «nematología»
(i.e. especulaciones de carácter ideológico que se organizan encima de las instituciones) de los propios suicidólogos:
[…] se pueda a rmar –nos dice un suicidólogo– que actualmente no están en la suicidología todas las respuestas
posibles al acto suicida, pero sí una voluntad cognoscitiva que permite, cada vez más, recorrer territorios aledaños en la
búsqueda de enclaves epistemológicos signi cativos para hacer la vida más tolerable […] Otra hipótesis que permite
construir este planteo es que esta disciplina, en su perspectiva positiva, tiene como objeto la vida y lo vital [sic],
atendiendo al impacto que tiene en ese devenir la emergencia de lo destructivo como usina generadora del padecer
humano. Si el problema entonces está en el desfallecer, los fallecimientos evitables que esta problemática provoca,
denuncian el compromiso pendiente del conocimiento para con una ciencia de la vida [otra vez sic] que sea aceptable
para el alma humana [21]
MICHAL•MACKU
Con el propósito de recalcar los supuestos gnoseológicos de esta cita habría que darse cuenta que en vez de diafanizar a la
suicidología, llega a embrollar su estatuto cientí co suponiendo que su objeto de estudio es «la vida y lo vital» (como si la
biología, la microbiología, o la exobiología no estuviesen abocadas, sustancialmente o no, a reclamar su materia de estudio en la
«vida»). Asimismo, habría que sobredimensionar al suicidólogo como el encargado que resarce las ideaciones suicidas de los
sujetos psicológicos con tal hacer su vida «tolerable» (como si la suicidiología solventara un «arte de vivir»). No se puede
comprender por qué se tendría que legitimar eso. Y lo es, efectivamente, no ya porque la suicidología dominante contravenga la
«ética del suicidio» propuesta por Szasz [22], sino porque la nematología que evidencia su « losofía espontánea» presupone que
el concepto de sentido de la vida configura la operatividad institucional de la suicidología.
Dicho lo anterior, a medida que es construido el fundamento praxiológico de la suicidología en una plataforma ideológica –de
trasfondo biopolítico– sostenida en consignas tales como «Cultura por la Vida» o «Sí a la Vida» [23], justamente se abre camino
en un campo disciplinar acotado por una «capa metodológica», sin perjuicio que esté abovedada paradigmáticamente por un
proceder psicoterapéutico, que superpone a los contextos determinantes del suicidio (familia, escuela, sociedad.) una aplicación
de medidas ético-políticas que, aunque fundamentada irregularmente, busca transformar las conductas potenciales o actuales
de tipo suicida de unos sujetos operatorios (niños, adolescentes, adultos o ancianos) en función de su impacto en el «orden
social» de un cuerpo político. De esto resultará que las «políticas de la prevención», tal como suelen justi carse, se encaminan a
«realizar una serie de medidas para promover hábitos saludables de vida» [24]. El conjunto de presupuestos que sustentan ese
proceder, en principio, suelen estar legitimados por políticas de «salud pública», en base a las cuales se ha llevado a posicionar al
suicidio –in genere– como un «problema de salud pública». Precisamente este es, advirtámoslo, el enfoque biopolítico que
predomina en la Organización Mundial por la Salud (recuérdese que en el 2003 la World Health Organization declaró al suicidio
como un problema de «salud pública»). Dicho más en particular, los marcos legales de nuestra Ley General de Salud dan vigor,
en razón de su compromiso por la «salud», a medidas que se mantienen mirando al suicidio como algo identi cable con un
problema de «salud mental». Así, en las instituciones de la «capa conjuntiva» (entendida desde las categorías de las ciencias
políticas que G. Bueno estableció como una de las capas del cuerpo político), incluso teniendo enmarcada a una escala
Constitucional el «derecho a la vida» (sin perjuicio de que ello, adviértase, tienda a una hipostatización de la Vida), pareciera que
el Estado opera con un imperativo vital (modulado jurídicamente por los «derechos humanos» otorgados por las instancias
legisladoras, o por las normas bioéticas de las instituciones de sanidad correspondientes). ¡Ah! Pero en la intromisión de la
política en la vida, el poder se inmiscuye en el tipo de vida que la gente lleva, en los años que vive, en el cómo, el cuándo y el
dónde [25], y hasta en por qué no debe de suicidarse.
BABYLON 4 S E T H • S I R O • A N T O N
Pues bien, si la suicidología pretende identi carse (frente a terceros campos disciplinares) como la «ciencia referida a los
comportamientos autodestructivos, así como sus alcances y funciones en la investigación, tratamiento y rehabilitación suicida y
los supervivientes de un suicidio» (como lo de ne el Diplomado del INHISAC), será plenamente difícil identi carla con una
ciencia α-operatoria (como pueda serlo la Geometría, la Química.), en tanto en cuanto es más bien una disciplina que en la que
convergen ciencias prácticas orientadas a nes prácticos que se hacen consistir en el «amor a la Vida», y, en virtud de ello, en el
«amor al cuerpo». Muchos de los estudios sobre el suicidio, se orientan precisamente hacia las ciencias de la Medicina (v.gr.: la
Antropología médica, la Enfermería.). Si es cierto que «la Medicina, en cuanto arte sanador, se orienta hacia los campos
constituidos por cuerpos vivientes humanos clasi cados según los dos estados por los cuales puede pasar en su desarrollo
ontogenético o logenético: el estado de sano y el estado de enfermo» [26], cabría suponer que asimismo la suicidología lleva a
cabo su faena praxiológica frente a unas transformaciones practicables, cuyo finis operis es «sanar» algo ora en su momento de
prevención, ora en su momento de posvención. Sin duda, esas transformaciones se llevan a cabo considerando, al menos desde
un plano emic (sea desde la acepción de Bueno), que tales se ajustan al canon antropológico que –no obstante se nutra, en cierto
sentido, del «mito de la felicidad»– de ne el éxito de su acciones según la fortaleza vital que recupere en los «sujetos
psicológicos» (sea del suicida en potencia y del superviviente en acto). De esa iniciativa, las acciones operatorias de los
suicidólogos llevan a cabo transformaciones que buscan modificar la conducta suicida en una dirección deseada. Dada esa
misión, la actividad del sujeto gnoseológico (o suicidólogo) empeña su «estrategia» de tratamiento de la conducta
autodestructiva (dependientemente de la edad del sujeto y el contexto de las disposiciones biomorales) en una justi cación de
profunda reconsideración vital […]
Si es verdad que la misión de la suicidología se hace consistir en unas operaciones (prevención, posvención.) siempre tan
inequívocamente encarecidas con las «políticas preventivas del suicidio» (como en el National Center for Suicide Prevention, o
en la International Asociation for Suicide Prevention), ¿acaso no requerirá de unos principios no ya digamos éticos sino
metafísicos –y no cientí cos– que guíen el sentido de sus intervenciones? Sin duda, por su condición de Praxiología, la
suicidología nada tiene que envidiar a la metafísica del optimismo (contradistinta a la metafísica pesimista del estilo de Buda,
Schopenhauer, o Cioran) que se atribuye a la «naturaleza humana». Pues en su desarrollo, con ella enraízan las justi caciones
dadas en el contexto de su labor preventiva, donde el planteamiento es, como dice una consigna, el ir «trabajando rumbo a la
esperanza de que una vida mejor es posible». Lo que notamos ahí no es intempestivo sino pretencioso. Para sugerir los
principios éticos de la suicidología, Beskow [27] peroró que la prevención se enfrenta a la «comprensión» sobre qué autonomía
puede pensarse en las personas con una vida dolorosa. Eso habría que modularlo con la metafísica del optimismo en función de
la « losofía moral» que secunda una praxis preventiva. Hasta cierto punto, nada revelaría mejor la modulación axiológica de la
suicidología cuando invoca a la «calidad de vida» como gestión de su praxis. Se trata de algo, en suma, cuyos límites se
determinan junto con otros inescapables aspectos de la «condición humana».
Conclusiones
Lo esencial en todo lo dicho debería remirar que la cuestión del status cientí co de la suicidología, después de haber visto su
situación operatoria dentro de unas coordenadas gnoseológicas harto precisas en la TCC, aparece atravesada por dos planos
operatorios, el uno, presente con situaciones α2 (por sus métodos estadísticos); el otro, presente con situaciones β 2 (por ser
Praxiología), que toma su fundamento en una praxis clínica y social. Cara disciplina, y no ciencia, tan ávida, tan inquieta, tan
prometedora, ha visto comprometer su razón de ser en el regreso a contextos causales (etiológicos, factoriales.) para apostar
(agudamente o no) por la «prevención» directa o indirecta del suicidio. Finalmente, asimismo, hay que ver que el cuidadoso
proceder institucional de la suicidología, ha tendido a producir un efecto «pragmático», llamado a fecundar una faceta
gnoseológica, el cual se evidencia no sólo en una praxis clínica sino también en un interés político (ipso facto, «biopolítico»).
gnoseológica, el cual se evidencia no sólo en una praxis clínica sino también en un interés político (ipso facto, «biopolítico»).
Semejante efecto, tributario de unas determinaciones axiológicas de índole ético-política, se hace consistir en un
acrecentamiento considerable de «promotores» cuyos dialogismos (establecidos en revistas, congresos, diplomados.) suelen
tener detrás tesis losó cas de una metafísica del optimismo. Desde lo cual, sin tornar a la suicidología como una palabra
impresionista (o libérrima palabreja establecida larvatus prodeo), podríamos aventurarnos a decir, a sabiendas de un
«diagnóstico» bibliométrico y sociométrico general, que el término «suicidología» será un puntal léxico en el vocabulario de los
profesionales dedicados a ciencias (tecnologías o praxis) involucradas secante o tangencialmente con el fenómeno del suicidio.
FADE IN II M A R K O • B E S L A C
Notas
[1] Cf. Bueno, G., ¿Qué es la filosofía? (Oviedo: Pentalfa), 1995, 70-80.
[2] Vid. Bueno, G. Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoques en el estudio de la Ciencia (Oviedo: Pentalfa, 1992);
ibídem, ¿Qué es la ciencia? (Oviedo: Pentalfa, 1994).
[3] Pérez Barrero, S.; García Ramos, J., El suicidio. Manual para la familia y glosario de términos suicidológicos (México: Psique,
2004), 65.
[4] Nos hemos valido de la distinción lisológico / morfológico propuesta por el materialismo losó co de G. Bueno: «Con estos
términos se designan dos escalas en las que pueden presentarse las ideas o los conceptos que van referidos a un mismo dominio
de fenómenos, ante los cuales se enfrenta el sujeto operatorio. La escala lisológica (lisos = uniforme, liso) recoge y organiza los
fenómenos del dominio de referencia en lo que tienen de común y uniforme. La escala o perspectiva morfológica recoge y
organiza los fenómenos del dominio en sus componentes diferenciales, delimitados en sus partes constitutivas. Tanto la escala
lisológica como la morfológica pueden mantenerse a distintos niveles, dentro de un mismo dominio de fenómenos» (Lisológico,
Enciclopedia Filosó ca Symploké [online] 8-jun-2012 [consultado el 27-03-2015]. Disponible en <http://symploke.trujaman.
org/index. php?title=Lisol%F3gico>).
[5] Bueno, G., “La Ciencia enfermera desde la TCC”. El Catoblepas. Revista crítica del presente 117 (2011),
en
http://nodulo.org/ec/2011/n117p02.htm. (Consultado el 20 de marzo de 2015)
[6] Apud Chávez-H., A. M.; Leenaars, A. A., “Edwin S. Shneidman y la suicidología moderna”, Salud Mental 4, (2010), 357.
[7] Fuentes Ortega, J. B., “La Psicología: ¿una anomalía para la Teoría del Cierre Categorial?”, en Congreso sobre la losofía de
Gustavo Bueno (Madrid: Editorial Complutense, 1992), 183-206.
[8] Bueno, G., Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoque en el estudio de la ciencia (Oviedo: Pentalfa, 1992), 113126.
[9] Bueno, G., ¿Qué es la ciencia? (Oviedo: Pentalfa, 1995), http://www.filosofia.org/aut/ gbm/1995qc.htm (Consultado el 27-32015)
[10] Bueno, G. Ensayos materialistas (Madrid: Taurus, 1972), 291-304.
[11] Bueno, G., ¿Qué es la Bioética? (Oviedo: Pentalfa / Fundación Gustavo Bueno, 2001), 22)
[12] Valdivia P., A., Suicidología: Prevención, tratamiento psicológico e investigación de procesos suicidas (Lima: Universidad Peruana
de Ciencias Aplicadas, 2014), 22.
[13] Estruch, J., Cardús, S., Los suicidios (Barcelona: Herder, 1982), 25.
[14] BUENO, G., Nosotros y ellos. Ensayo de reconstrucción de la distinción emic/etic de Pike (Oviedo: Pentalfa, 1990), 44.
[14] BUENO, G., Nosotros y ellos. Ensayo de reconstrucción de la distinción emic/etic de Pike (Oviedo: Pentalfa, 1990), 44.
[15] Ibid.
[16] Durkheim, E., El suicidio (México: Grupo Editorial Tomo, 1897; v. e. 2004), 132.
[17] Bueno, G., Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoques (Oviedo: Pentalfa, 1992), 142.
[18] Durkheim, E., op. cit., 132.
[19] En estas pruebas psicológicas de «detección» se frecuentan el Scale for Suicidal Ideation (SSI) o el Hoplessnes o el GHQ de
Cattel (Clemente, M.; González A., Suicidio. Una alternativa social (Madrid: Biblioteca Nueva, 1996), 144.
[20] Chávez-H., A. M.; Leenaars, A. A., op. cit., 357.
[21] Martínez, C. Introducción a la suicidología. Teoría, Investigación e Intervenciones (Buenos Aires: Lugar Editorial, 2007), cap. 1.
Las bastardillas son nuestras.
[22] Szasz, T., Libertad fatal. Ética y política del suicidio (Barcelona: Paidós, 2002).
[23] En todo caso, tiene el mayor interés subrayar aquí las acciones emprendidas por distintos gobiernos contra las prácticas
suicidas; y es que, por ejemplo, el Senado español aprobó en diciembre del año pasado una moción que, inspirada en los datos
de la “Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud 2009-2013”, busca «prevenir y concientizar» el fenómeno del
suicidio; o, asimismo, la recientísima promulgación en la Argentina de una muy polémica «Ley nacional de prevención del
suicidio». En el caso de México, a inicios del mes de marzo del presente año la SEDIF, SGG y SEP puso en marcha en Puebla un
programa que busca «prevenir» el suicidio poniendo a disposición pública una línea de atención, al modo del llamado «teléfono
de la esperanza» (<http://www.sgg. puebla.gob.mx/index.php/comunicacion-social/noticias/item/499-sedif -sgg-y-sep-ponenen -marcha-el-programa-si-a-la-vida>, consultado el 18-03-2015).
[24] Pérez Barrero, S., Lo que usted debiera saber sobre… suicidio (México: s/e., 1999), 95.
[25] Tejeda, J. L., “Biopoder en los cuerpos”. Educación Física y Ciencia 14, Universidad Nacional de la Plata (2012), 13-25.
[26] Bueno, G., “La Ciencia enfermera desde la TCC”. El Catoblepas. Revista crítica del presente 117 (2011),
en
http://nodulo.org/ec/2011/n117p02.htm. (Consultado el 20 de marzo de 2015)
[27] Beskow, J. “The ethics of suicide prevention: A suicidologist´s perspective”. Giornale Italiano di Suicidologia 2 (1993), 101.
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