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ACTAS II Y III CONGRESO DE JÓVENES HISTORIADORES Y HUMANISTAS DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ Alejandro Muñoz Muñoz, Ana Rita García Cobeña, Sandra Rodríguez Jorquera, Esther Herráiz Galindo. (Eds.) TOMO I – 2021– ACTAS II Y III CONGRESO DE JÓVENES HISTORIADORES Y HUMANISTAS DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ Alejandro Muñoz Muñoz, Ana Rita García Cobeña, Sandra Rodríguez Jorquera, Esther Herráiz Galindo. (Eds.) Cádiz. Octubre de 2021 © De los autores © De la presente edición: Ediciones El Boletín www.edicioneselboletin.com Maquetación: CayetanoFigueras Depósito legal: CA 403-2021 ISBN: 978-84-123424-4-4 Está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, siempre y cuando se cite la autoría, sea para uso personal del lector y no tengan fines comerciales o lucrativos. Sin que se pueda alterar, transformar o generar una nueva obra a partir de esta. RELACIÓN DE LOS INVESTIGADORES INSCRITOS Dr. María del Mar Barrientos Márquez, Vicedecana de alumnado y relaciones institucionales de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Cádiz. Dr. Juan Jesús Cantillo Duarte, Grupo de Investigación HUM-440, Universidad de Cádiz. Dña. Estefanía Carrillo Vázquez, Grupo de Investigación HUM-812, Universidad de Cádiz. D. Alejandro Muñoz Muñoz, Grupo de Investigación HUM-440, Universidad de Cádiz. Dña. Carmen Cathaysa Cabeza Carrillo, Universidad de Málaga. Dña. María Teresa de Luque Morales, Universidad de Córdoba. Dr. Israel Santamaría Canales, Universidad de Cádiz. Dña. María del Castillo García Romero, Grupo de Investigación HUM-726, Universidad de Sevilla. Dña. Olimpia García López, Universidad de Cádiz. D. Daniel Adrián Ortiz Macarena, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. D. Juan Marín Bueno, Universidad de Cádiz. Dña. Maria Magdalena Guzmán Flores, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. D. Antonio Gutiérrez Ramos, Universidad de Sevilla. D. Dante Bernardo Martínez Vázquez, Escuela Nacional de Antropología e Historia. D. Francisco Gómez Gómez, Doctorando de la Universidad de Cádiz, Grupo de Investigación HUM-306. Dña. Montzerrat Alejandra Quintero García, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. D. Ricardo Carvajal Medina, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Dña. Ángela Fernández Cañas-Baliña, Universidad de Cádiz. D. Eduardo Fernán López, Grupo de Estudios Históricos «Esteban Boutelou». D. José Manuel Ruiz Varo, Universidad de Sevilla. Dña. Laura Villegas Arana, Universidad de Cádiz. D. Francisco Javier Muñoz Olmo, Universidad de Cádiz. 9 II CONGRESO DE JÓVENES HISTORIADORES Y HUMANISTAS UCA «Evolución del ámbito andaluz: nuevas investigaciones y aportaciones» EN LAS COCINAS DE MALAKA. LA CERÁMICA A MANO Y EL AMBIENTE DOMÉSTICO EN LA MALAKA PÚNICA DEL SIGLO V A.C. A PARTIR DEL ESTUDIO DE CÍSTER, 3 – SAN AGUSTÍN, 4. UNA PROPUESTA DE LA INVESTIGACIÓN DE LA VIDA COTIDIANA Carmen Cathaysa Cabeza Carrillo Resumen: Durante la ponencia se abordó el problema de la interacción entre indígenas y fenicios en el sur peninsular a través del registro de un ambiente doméstico. Se usó como ejemplo los resultados que dio el yacimiento de Císter, 3 – San Agustín, 4 excavado por el Taller de Investigaciones Arqueológicas entre los años 2003 y 2005. Palabras clave: fenicio-púnico, cerámica a mano, vida cotidiana, comensalidad, Malaka. Este trabajo surge de la realización del Trabajo de Fin de Máster presentado en la Universidad de Málaga en diciembre de 2017 dentro del programa de Máster en Patrimonio Histórico y Literario de la Antigüedad (curso 2016/2017). Cuenta con la tutorización e incondicional apoyo del profesor Bartolomé Mora Serrano y con la colaboración con Ana Arancibia Román y el Taller de Investigaciones Arqueológicas. 1. Introducción El objetivo de esta ponencia era llevar a este Congreso de Jóvenes Historiadores las posibilidades que ofrecen los estudios cerámicos centrados en la vida cotidiana, haciendo un repaso a la historiografía y proponiendo una investigación preliminar realizada en el yacimiento malagueño de Císter – San Agustín. A continuación, ponemos de relevancia las líneas de investigación más modernas que se enfocan en la vida cotidiana y que observan el registro cerámico de otra forma, que han hecho tambalear los modelos de la colonización fenicia y su impacto en las comunidades autóctonas del sur peninsular. 2. La cerámica a mano, la cotidianidad y el mundo académico: un estado de la investigación Los problemas a los que se ha enfrentado la investigación sobre la vida cotidiana en ambientes fenicio-púnicos son conocidos. Parten tanto del desconocimiento casi total a través de las fuentes (vida diaria, cocina, indumentaria, etc.), como de la tardía incorporación del mundo doméstico a la 37 investigación académica. Si el estudio de las comunidades fenicias entraña la dificultad de la falta de fuentes en general y, particularmente, para el sur peninsular, el estudio de la vida cotidiana y, concretamente el del ambiente doméstico, no es nada conocido en las fuentes clásicas. Hasta los años ochenta los estudio de ceramología en España se habían centrado preferentemente en materiales de importación vistosos, como la vajilla griega de paredes finas. No será hasta este momento cuando se empiece a ofrecer una nueva forma de entender la dinámica comercial de los conjuntos cerámicos, comenzando por la puesta en valor de otros materiales, como las ánforas, las cerámicas comunes o de cocina, que habían pasado desapercibidas en la investigación (Asensio i Vilaró, 2010, p. 707). En la actualidad, la cerámica a mano en los contextos fenicios de Andalucía constituye una vía de estudio de la presencia autóctona o indígena de poblaciones de la región, lo que ha supuesto un gran avance para la localización en el registro arqueológico de estas poblaciones. Junto con las fíbulas, han sido adscritos como indicadores en Andalucía de una presencia indígena o autóctona en un contexto fenicio, con la dificultad que entraña es la de conseguir diferenciar este registro a las cerámicas a mano confeccionadas por los fenicios (Martín Ruiz, 1996, pp. 76 y 85). Por su parte, la investigación sobre el mundo indígena se ha multiplicado en los últimos años, con un creciente interés teórico hasta entonces escasamente abordado por el Tartessos de Schulten. Los modelos de investigación que se han venido desarrollando son muy diversos, pero en gran parte destacan por su acercamiento al mundo de la antropología y la crítica a la corriente difusionista, que contempla la sociedad tartésica como heredera del Bronce final precolonial. Se han venido revisando las fuentes literarias y trabajado con la cultura material, sobre todo en lo que respecta a características socioeconómicas (Martín Ruiz, 1995, p. 210). Jaime Alvar y Carlos González Wagner en los ochenta proponían que los indígenas cumplirían entre los fenicios como mano de obra temporal, pero que vivirían de forma alejada de los núcleos principales en forma dispersa, sin que hubiera mestizaje, manteniendo una relación de dependencia con respecto a los fenicios, quienes controlarían las explotaciones. Los contingentes indígenas mantendrían su forma de vida tradicional, agrícola y ganadera, y los fenicios, interesados en sus conocimientos en la tierra, los contratarían para trabajos en su propio beneficio (Alvar y González, 1988, pp. 175 y 177-178). Martín Ruiz, diez años después, ponía en duda algunos de los fundamentos de esta hipótesis. Entendía que la convivencia entre dos poblaciones no se podía concebir sin que hubiera un mestizaje entre ellas, pues la sociedad fenicia no parece ser una sociedad cerrada en estas cuestiones. Por su parte, María Eugenia Aubet y López Castro, en sus estudios correspondientes (Aubet, 1991 y López et al., 1991. en Martín Ruiz, 1996, p. 85), proponían otra hipótesis que alcanzó mayor acogida entre la comunidad académica. Planteaban que, sin negar que trabajaran como mano de obra en labores agrícolas y ganaderas, la presencia indígena en los poblados 38 fenicios; es decir, la cohabitación de espacios. Para ello Aubet analizaba la presencia indígena en los valles de Vélez y el Guadalhorce, haciendo notar el problema que existía sobre la falta de estudio de las poblaciones del Bronce final para poder establecer una pauta de asentamiento (Aubet, 1991, p. 73). De acuerdo con esto, Martín Ruiz propone que la presencia indígena podría haberse llevado a cabo mediante el aporte mano de obra y la composición de matrimonios mixtos y con algún personaje importante (Martin Ruiz, 1996, pp. 86-87). Ruiz Mata (2001, pp. 91 – 92) a comienzos del 2000 estudia los cambios culturales que surgieron del proceso de interacción entre las poblaciones indígenas y las orientales. En sus investigaciones abordaba el problema que suponían los estudios de los contactos desde la dicotomía entre fenicios e indígenas, como dos etnias diferenciadas, pero no desde la perspectiva colonizador/colonizado. Pone de relevancia el elemento indígena como indispensable para el control y conocimiento del territorio productivo, que proporcionaron a los fenicios los indicios y posibilidades de este, aportando además mano de obra (sin prejuzgar el carácter del trabajo desempeñado) y una población femenina para la perpetuación del propio asentamiento. El proceso de interacción habría dado lugar a una sociedad distinta y a la conceptualización de su cultura material como periodo orientalizante. Entrados los 2000 se ha venido criticando el uso de nombres genéricos: fenicios e indígenas, púnicos, griegos e íberos… porque privilegian una lectura del registro arqueológico segmentada por criterios étnicos; y, frente a los conceptos como orientalizante o aculturación, en los últimos años se ha optado por entender que la situación es mucho más heterogénea «del mundo construido a través del contacto». Consecuencia de esto, se ha reivindicado el propio lugar de contacto, donde diversos grupos fueron protagonistas de la historia. Se va optado por estudiar los procesos de hibridismo, hibridación y prácticas híbridas, por encima de la tradicional división foráneo/local. El análisis y la identificación de fenómenos de hibridación a través de la cultura material doméstica, apunta a la creación de nuevas prácticas en el proceso de acomodación de tradiciones culturales ajenas, objetos nuevos y modos de hacer tradicionales, o viceversa, objetos existentes adaptados a nuevos usos (Aranegui & Vives-Ferrándiz, 2017: 26 – 27 y 33). Otra de las vías de estudio del poscolonialismo y la arqueología de género que debemos reseñar han sido las denominadas «actividades de manutención» de las poblaciones indígenas. En los años ochenta Binford la definiría las actividades de manutención como «el conjunto de actividades que engloban el acondicionamiento y la limpieza de un asentamiento». Spector fue la encargada de introducir el término Arqueología del Género, diferenciado dos tipos de actividades de mantenimiento: las referidas al mantenimiento físico del grupo y las ligadas al mantenimiento social del grupo. En la actualidad bajo el trabajo de varios autores se ha creado el concepto «producción de mantenimiento» que contempla tres tipos de producción: producción básica, producción de objetos y producción de mantenimiento. Rivera propone el mantenimiento como labores 39 relacionadas con lo doméstico, cuidado de los hijos, la alimentación, higiene y la salud pública (Rivera Hernández, 2013, p. 41 - 42). Ana Delgado y Meritell Ferrer criticaron la tendencia arqueológica de la protohistoria a poner el énfasis en la etnicidad, así como en la dualidad colono/colonizado, que contribuye a borrar las otras identidades sociales de clase, estatus o género. En sus trabajos conjuntos han propuesto como las prácticas materiales relacionadas con la arquitectura, el servicio de mesa, el ritual y las nuevas tecnologías son indicios de cómo los residentes de estas colonias crearon nuevas identidades que legitimarían la cohesión cultural y social de estos nuevos asentamientos. Estas unidades familiares interétnicas parecen comprender una característica relativamente común, como lo demuestra la frecuencia de conjuntos culinarios relacionados con las tradiciones locales (Delgado y Ferrer, 2007, pp. 20 y 34 – 36). En el mundo de la vida cotidiana la comensalidad se revela como indispensable. «Seguramente uno no es sólo lo que come, sino también cómo lo come. Y es incluye desde luego el menaje con que se cocina y se presentan la comida y la bebida a la mesa, la forma de vestir ésta última y hasta los gestos que acompañan unas ingestas…» (García Vargas y García, 2014, p. 353). La alimentación tiene un peso fundamental en la cultura, por la cantidad de tiempo dedicado a la cosecha-recolecta, a la conservación y la preparación del alimento. Analizar el alimento y su forma de consumo constituye una forma de entender el sistema simbólico complejo de las comunidades, capaces de retratar aspectos culturales, sociales, rituales y económicos (Campanella, 2003, pp. 113 – 115). En el siguiente apartado presentamos un estudio introductorio pensando en cómo pudo haberse desarrollado una época de contactos entre las poblaciones del sur peninsular y las orientales a través del estudio de los materiales cerámicos relacionados con el ámbito doméstico-alimenticio, y que hemos querido realizar siguiendo los parámetros de las últimas investigaciones que hemos ido reseñando. 3. Vida cotidiana en la Malaka púnica del s. V a.C.: un ejemplo en Císter, 3 – San Agustín, 4 La Bahía de Málaga es un temprano e importante enclave fenicio, compuesto por los yacimientos del Cerro del Villar en la desembocadura del Guadalhorce y la propia Malaka en la desembocadura del Guadalmedina, mientras en el margen izquierdo del Guadalmedina, se encuentra Cerro Cabello, una zona habitada desde antiguo por poblaciones indígenas (López Castro y Mora, 2002: 182). El yacimiento de Císter – San Agustín está ubicado cerca del ámbito de la Catedral, tiene un asentamiento temprano sobre nivel geológico, prontamente colmatado y seguido de una configuración en un trazado cuadrangular. Si el primer asentamiento puede o no tener un origen indígena o se trata de un asentamiento que se desarrolla desde poblaciones orientales lo desconocemos, lo que no quiere decir que en el mismo no se desarrolle la convivencia de diferentes grupos étnicos. Las intervenciones en La Rebanadilla y la necrópolis asociada del Cortijo 40 de San Isidro nos marcan un modelo de implantación colonial auspiciada por los contactos previos con el mundo indígena, tal y como ocurre en otros lugares tanto del Mediterráneo (Arancibia Román & Fernández Rodríguez, 2012: 59). Entre los yacimientos indígenas destacamos el de San Pablo, siglos VIII – VII a.C., presentaba un ambiente de hábitat dominado por cabañas de planta oval hecha con materiales orgánicos, que sigue las características propias de los poblamientos autóctonos de las serranías prelitorales de Málaga como Alcorrín, Los Castillejos y La Era, y más al interior Acinipo (López Castro y Mora, 2002, pp. 182 – 183). Las sociedades del mundo indígena que estuvieran relacionadas con las colonias sufren a lo largo del VII a.C. unos cambios notables. Tras unas décadas de contacto con los fenicios, es muy posible que estas poblaciones convivieran en estos nuevos esquemas urbanísticos. Avanzado el siglo VII a.C. ha desaparecido el poblado de San Pablo, y parece que se consolida la presencia del poblamiento indígena en el entorno de la Bahía, con una cultura material ya propiamente orientalizante, como se observa en los poblados de Cerro Cabello y posteriormente el Cerro de la Tortuga (Suárez Padilla et al., 2004, pp. 225– 226). Para el siglo VI a.C. Malaka queda constituida para estas fechas como un centro político, económico y poblacional dedicado a la producción y distribución de bienes de primera necesidad, en correlación con la nueva propuesta económica de las grandes ciudades-estado mediterráneas: salazones de pescado, aceite y muy probablemente también, vino y cereales (Domínguez Pérez, 2006, p. 211). En Císter – San Agustín hemos estudiado los materiales pertenecientes al área doméstica de la Fase Fenicia IV, que va desde el siglo V al III a.C., concretamente nos centramos siglo V a.C., momento donde parece haber un auge en la población de la ciudad. En el siglo V a.C. se produce la expansión del mundo fenicio occidental y la configuración de los grandes círculos productivos y vínculos comerciales (Domínguez Pérez, 2006, p. 29). ¿Con qué elementos contamos para reconstruir el espacio doméstico donde se encuentran las cerámicas a mano en el siglo V a.C.? ¿Responden al modelo tradicional de cocina fenicio-púnica? La cerámica a torno es mayoritaria, aunque fragmentaria, de pastas claras tipo Málaga. En general, el grupo investigador ha detectado una simplificación en la decoración de las piezas en comparación con la fase anterior. El conjunto cerámico a torno corresponde claramente a un ambiente doméstico, hemos documentado una gran cantidad de cuencos, siendo la tipología mayoritaria en la muestra que hemos estudiado, coincidiendo con el registro de San Agustín también (Recio Ruiz, 1990, p. 62). En alta cantidad también encontramos platos, una de las formas más abundantes y característica de la vajilla doméstica fenicia, ofrece una gran diversas en cuanto a variantes conocidas. En menor medida hay ánforas, jarros, lebrillos, algunas cerámicas pintadas y cerámicas de importación griegas. En cuanto a la cerámica a mano, a falta de completar la muestra, la es de poco más de un 1%. Estos datos coinciden con el contexto más cercano pues en 41 el Colegio de San Agustín la cerámica a mano de los niveles puramente feniciopúnicos es del 0,70% (Recio Ruiz, 1990, p. 153), en el Teatro Romano de un 0,80% (Gran Aymerich, 1986, p.140) y en el Cerro del Villar para el siglo VI a.C. un 1,34% (Curià et al., 1999, p. 184). Al igual que la cerámica a torno, la presencia de cerámica a mano está muy fragmentada. La variedad también domina en todo el registro, pues encontramos piezas que difieren bastante en tipología y cocción. Como característica general, ninguna de las piezas presenta decoración, más allá del bruñido de unas pocas piezas o un tratamiento de suavizado de la superficie. La composición de las pastas sigue también la línea de las pastas Málaga, que varían en porcentaje según las piezas, obteniendo unas pastas más o menos depuradas y que suelen tener inclusiones pétreas de gran tamaño que dan como resultado piezas gruesas y bastas. Las piezas parecen coincidir en tener una forma de cuenco u olla. La forma de cuencos la encontramos en el Cerro del Villar y en San Agustín. Intuimos (ya que las formas conservadas no nos permiten la confirmación) que parte de estas ollas se relacionan con ollas de base plana de tradición indígena, que en su forma son ovoides o esféricas. Se trata de un tipo habitual en las comunidades nativas del sureste de Iberia, están destinadas a la preparación de alimentos líquidos como sopas, pucheros o gachas (Delgado, 2011). Otra de las formas que parece reveladora y que encontramos en distintos yacimientos son las cerámicas grises con perfil en S. La cerámica gris es una producción a torno típica de la Península ibérica propia de momento de contacto con comunidades orientales, entre los siglos VIII – VI a.C., a partir de entonces empiezan a disminuir. Toma las formas y acabados del Bronce final indígena, pero usando el torno. Pellicer identificó esta tipología cerámica para el Bronce medio, donde dominaban los vasos cerrados con cuello estrangulado y borde saliente, con tendencia a la forma de botella y perfiles en S. Para el Bronce final estas formas habrían evolucionado teniendo a formas más globulares, entre los que abundaban los cuencos carenados (Pellicer, 1988, p. 465). La tipología en forma de S, se utilizaba para la confección de cazuelas, cuencos, carretes, ollas, etc. Por lo que existe una vinculación clara con el mundo doméstico y alimenticio (Martín Córdoba & Recio Ruiz, 2002: 126). Si hablamos de paralelos, coincidiendo con la llegada de la población semita, en la Fase VIII del Cerro de la Capellanía, se pueden apreciar cambios sustanciales en la producción cerámica ligada al servicio de alimentos ya que, en este momento, se da un fuerte incremento de los platos y las fuentes frente a los cuencos. Sin embargo, la cerámica relacionada con la elaboración y almacenaje de alimentos presenta una clara continuidad respecto al periodo anterior, continuando el predominio de las ollas y cazuelas de pastas gruesas y porosas con sus característicos fondos planos. En Cerca Niebla, en el nivel III, ya aparecen fragmentos cerámicos modelados a torno que nos permiten rastrear los contactos que se dieron entre este asentamiento y las poblaciones semitas establecidas en la zona (Gran Aymerich, 1975). 42 Ahora debemos plantearnos por qué en el registro el consumo de alimentos sólidos parece estar en concurrencia con lo que ocurre normalmente en un área doméstico fenicio (platos típicamente orientales) mientras que el registro que tenemos con una clara influencia indígena está relacionado con ollas, cuencos o cazuelas, vinculado con el mundo del guisado de los alimentos. Es muy probable que los primeros fenicios que permanecieron largos periodos en la Península Ibérica lo hicieran en poblados indígenas (AlmagroGorbea Torres y Mederos, 2003, p. 243) sin los elementos que solían utilizar en su vida diaria, que no podrían ser transportados en cantidad, y que no será hasta un tiempo después cuando empecemos a encontrar alfares de tecnología fenicia. Estos asentamientos se verán inmersos en un proceso de transformación, derivado de la presencia de los enclaves fenicios, que evidencian el control y la explotación de estas tierras, como en el Lagar de las Ánimas, Cerro Cabello o Cerro Conde (Arancibia Román y Fernández, 2012, p. 50). Las comunidades fenicias se alimentaban fundamentalmente de cereal, como el trigo, la espelta, la cebada y la fronda, hervidos en agua, junto a las legumbres. La preparación de estas sopas requería una cocción muy larga, que tendría en los recipientes tipo olla, que con el paso de los siglos van aumentando sus dimensiones. El pan era otro alimento fundamental, que podrían utilizar ollas / bandejas bajas para su cocción con un diámetro muy variable (Campanella, 2003, pp. 116 y 118 – 120). Con respecto a la alimentación de estas comunidades en la Península Ibérica, sabemos que el cereal también era de consumo habitual. Las muestras carpológicas y los análisis polínicos de la estratigrafía de Villaricos y Doña Blanca documentan sobre la presencia de cereales como la cebada y el trigo (López Castro, 2005, pp. 29 – 30). Las ollas de base plana a mano localizadas en Císter San Agustín, Chorreras y Morro de Mezquitilla, se han interpretado como los tipos habituales en las poblaciones indígenas para la preparación de alimentos líquidos como sopas, pucheros o gachas (Delgado, 2011). El consumo compartido de estos cereales, por tanto, podría estar detrás de la hibridación de formas en la tecnología culinaria. Las formas híbridas no son algo extraño, nacen de la adaptación al medio, a las necesidades o a las peticiones de los consumidores y de la tradición artesanal de la que es depositario el alfarero. Es una forma de ver identidades fluctuantes, que oscilan entre la moda de lo nuevo y la reinterpretación de lo viejo con nuevas claves culturales (García y García, 2014, p. 354). La cerámica gris puede ser un ejemplo de este tipo de pautas. En esta Malaka de los siglos VI–V a.C. existe una pervivencia de tipologías cerámicas de tradición indígena, relacionadas con la preparación y el consumo de alimentos en ambientes urbanos totalmente orientales. Teniendo en cuenta el tiempo de convivencia que compartieron las comunidades orientales a su llegada al sur peninsular con comunidades indígenas, de mayor o menor entidad, no es descabellado proponer una simbiosis del gusto culinario. Durante este periodo de tiempo, el uso habitual de la cerámica común indígena, a falta de la creación de 43 alfares propios, dio como resultado la apropiación de determinados tipos. El bajo porcentaje de estos tipos en el registro puede deberse a que esta hibridación perviviera únicamente en aquellas primeras familias, mientras que posteriormente cuando los asentamientos empezaron a crecer ya se poseían alfares propios que trabajaran las formas típicas fenicias. 4. Conclusiones Durante el siglo V a.C. en las viviendas de la Malaka fenicio-púnica predomina la vajilla de cerámica a torno fenicia, sin embargo, puntualmente nos encontramos con un registro variado, en tipología y cocciones, de cerámicas a mano relacionadas con la preparación de los alimentos, que nos recuerdan a formas antiguas (algunas traídas desde el Bronce Final). En estas pervivencias destacan los grandes vasos de almacén y las cerámicas toscas de cocina. Ciertos tipos de cuencos llegan hasta el siglo VI a.C. (Pellicer, 1988, p. 475) y, como hemos visto, esta fecha podría seguir estirándose hasta el siglo V a.C. Estos procesos no tienen por qué constituir un proceso lineal y unidireccional, pues no se trata únicamente de la imitación estricta de recipientes foráneos, sino también de una adaptación de estos a los usos y formas de comensalidad existentes. Adaptarse a las formas de elaborar y tomar los alimentos no supone necesariamente reproducir miméticamente hábitos foráneos, y mucho menos los valores, creencias o significados «originales», sino la generalización de un lenguaje formal más o menos estándar tras el que puede esconderse prácticas culturales muy particulares. Los propios fenicios tenían ya una larga tradición de compartir espacios con otras poblaciones, en su tierra o en las ajenas (García Fernández y García 2014, pp. 10 – 11). La constatación de que se mantienen este tipo de producciones con tipologías antiguas entre los siglos VI – V a.C. podría llevar a replantear la visión sobre la convivencia de diversos grupos poblacionales. La importancia de replantear los estudios cerámicos desde la cotidianidad o enfocándonos en las actividades de manutención se revela entonces como una vía de estudio muy interesante y que puede hablarnos de aspectos de la vida y de los contactos que hasta hace muy poco no se imaginaban. 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