ACTAS II Y III CONGRESO DE JÓVENES
HISTORIADORES Y HUMANISTAS DE LA
UNIVERSIDAD DE CÁDIZ
Alejandro Muñoz Muñoz,
Ana Rita García Cobeña,
Sandra Rodríguez Jorquera,
Esther Herráiz Galindo.
(Eds.)
TOMO I
– 2021–
ACTAS II Y III CONGRESO DE JÓVENES HISTORIADORES Y
HUMANISTAS DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ
Alejandro Muñoz Muñoz, Ana Rita García Cobeña,
Sandra Rodríguez Jorquera, Esther Herráiz Galindo.
(Eds.)
Cádiz. Octubre de 2021
© De los autores
© De la presente edición: Ediciones El Boletín
www.edicioneselboletin.com
Maquetación: CayetanoFigueras
Depósito legal: CA 403-2021
ISBN: 978-84-123424-4-4
Está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, siempre y
cuando se cite la autoría, sea para uso personal del lector y no tengan fines
comerciales o lucrativos. Sin que se pueda alterar, transformar o generar
una nueva obra a partir de esta.
RELACIÓN DE LOS INVESTIGADORES
INSCRITOS
Dr. María del Mar Barrientos Márquez, Vicedecana de alumnado y relaciones
institucionales de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Cádiz.
Dr. Juan Jesús Cantillo Duarte, Grupo de Investigación HUM-440,
Universidad de Cádiz.
Dña. Estefanía Carrillo Vázquez, Grupo de Investigación HUM-812,
Universidad de Cádiz.
D. Alejandro Muñoz Muñoz, Grupo de Investigación HUM-440, Universidad
de Cádiz.
Dña. Carmen Cathaysa Cabeza Carrillo, Universidad de Málaga.
Dña. María Teresa de Luque Morales, Universidad de Córdoba.
Dr. Israel Santamaría Canales, Universidad de Cádiz.
Dña. María del Castillo García Romero, Grupo de Investigación HUM-726,
Universidad de Sevilla.
Dña. Olimpia García López, Universidad de Cádiz.
D. Daniel Adrián Ortiz Macarena, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo.
D. Juan Marín Bueno, Universidad de Cádiz.
Dña. Maria Magdalena Guzmán Flores, Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo.
D. Antonio Gutiérrez Ramos, Universidad de Sevilla.
D. Dante Bernardo Martínez Vázquez, Escuela Nacional de Antropología e
Historia.
D. Francisco Gómez Gómez, Doctorando de la Universidad de Cádiz, Grupo
de Investigación HUM-306.
Dña. Montzerrat Alejandra Quintero García, Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo.
D. Ricardo Carvajal Medina, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo.
Dña. Ángela Fernández Cañas-Baliña, Universidad de Cádiz.
D. Eduardo Fernán López, Grupo de Estudios Históricos «Esteban Boutelou».
D. José Manuel Ruiz Varo, Universidad de Sevilla.
Dña. Laura Villegas Arana, Universidad de Cádiz.
D. Francisco Javier Muñoz Olmo, Universidad de Cádiz.
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II CONGRESO DE JÓVENES HISTORIADORES
Y HUMANISTAS UCA
«Evolución del ámbito andaluz:
nuevas investigaciones y aportaciones»
EN LAS COCINAS DE MALAKA. LA CERÁMICA A MANO Y
EL AMBIENTE DOMÉSTICO EN LA MALAKA PÚNICA
DEL SIGLO V A.C. A PARTIR DEL ESTUDIO DE
CÍSTER, 3 – SAN AGUSTÍN, 4. UNA PROPUESTA DE LA
INVESTIGACIÓN DE LA VIDA COTIDIANA
Carmen Cathaysa Cabeza Carrillo
Resumen: Durante la ponencia se abordó el problema de la interacción entre
indígenas y fenicios en el sur peninsular a través del registro de un ambiente
doméstico. Se usó como ejemplo los resultados que dio el yacimiento de Císter, 3
– San Agustín, 4 excavado por el Taller de Investigaciones Arqueológicas entre los
años 2003 y 2005.
Palabras clave: fenicio-púnico, cerámica a mano, vida cotidiana, comensalidad,
Malaka.
Este trabajo surge de la realización del Trabajo de Fin de Máster
presentado en la Universidad de Málaga en diciembre de 2017 dentro del
programa de Máster en Patrimonio Histórico y Literario de la Antigüedad (curso
2016/2017). Cuenta con la tutorización e incondicional apoyo del profesor
Bartolomé Mora Serrano y con la colaboración con Ana Arancibia Román y el
Taller de Investigaciones Arqueológicas.
1. Introducción
El objetivo de esta ponencia era llevar a este Congreso de Jóvenes
Historiadores las posibilidades que ofrecen los estudios cerámicos centrados en la
vida cotidiana, haciendo un repaso a la historiografía y proponiendo una
investigación preliminar realizada en el yacimiento malagueño de Císter – San
Agustín.
A continuación, ponemos de relevancia las líneas de investigación más
modernas que se enfocan en la vida cotidiana y que observan el registro cerámico
de otra forma, que han hecho tambalear los modelos de la colonización fenicia y
su impacto en las comunidades autóctonas del sur peninsular.
2. La cerámica a mano, la cotidianidad y el mundo académico: un estado de
la investigación
Los problemas a los que se ha enfrentado la investigación sobre la vida
cotidiana en ambientes fenicio-púnicos son conocidos. Parten tanto del
desconocimiento casi total a través de las fuentes (vida diaria, cocina,
indumentaria, etc.), como de la tardía incorporación del mundo doméstico a la
37
investigación académica. Si el estudio de las comunidades fenicias entraña la
dificultad de la falta de fuentes en general y, particularmente, para el sur peninsular,
el estudio de la vida cotidiana y, concretamente el del ambiente doméstico, no es
nada conocido en las fuentes clásicas.
Hasta los años ochenta los estudio de ceramología en España se habían
centrado preferentemente en materiales de importación vistosos, como la vajilla
griega de paredes finas. No será hasta este momento cuando se empiece a ofrecer
una nueva forma de entender la dinámica comercial de los conjuntos cerámicos,
comenzando por la puesta en valor de otros materiales, como las ánforas, las
cerámicas comunes o de cocina, que habían pasado desapercibidas en la
investigación (Asensio i Vilaró, 2010, p. 707). En la actualidad, la cerámica a
mano en los contextos fenicios de Andalucía constituye una vía de estudio de la
presencia autóctona o indígena de poblaciones de la región, lo que ha supuesto
un gran avance para la localización en el registro arqueológico de estas poblaciones.
Junto con las fíbulas, han sido adscritos como indicadores en Andalucía de una
presencia indígena o autóctona en un contexto fenicio, con la dificultad que
entraña es la de conseguir diferenciar este registro a las cerámicas a mano
confeccionadas por los fenicios (Martín Ruiz, 1996, pp. 76 y 85).
Por su parte, la investigación sobre el mundo indígena se ha multiplicado
en los últimos años, con un creciente interés teórico hasta entonces escasamente
abordado por el Tartessos de Schulten. Los modelos de investigación que se han
venido desarrollando son muy diversos, pero en gran parte destacan por su
acercamiento al mundo de la antropología y la crítica a la corriente difusionista,
que contempla la sociedad tartésica como heredera del Bronce final precolonial.
Se han venido revisando las fuentes literarias y trabajado con la cultura material,
sobre todo en lo que respecta a características socioeconómicas (Martín Ruiz,
1995, p. 210).
Jaime Alvar y Carlos González Wagner en los ochenta proponían que los
indígenas cumplirían entre los fenicios como mano de obra temporal, pero que
vivirían de forma alejada de los núcleos principales en forma dispersa, sin que
hubiera mestizaje, manteniendo una relación de dependencia con respecto a los
fenicios, quienes controlarían las explotaciones. Los contingentes indígenas
mantendrían su forma de vida tradicional, agrícola y ganadera, y los fenicios,
interesados en sus conocimientos en la tierra, los contratarían para trabajos en su
propio beneficio (Alvar y González, 1988, pp. 175 y 177-178). Martín Ruiz, diez
años después, ponía en duda algunos de los fundamentos de esta hipótesis.
Entendía que la convivencia entre dos poblaciones no se podía concebir sin que
hubiera un mestizaje entre ellas, pues la sociedad fenicia no parece ser una sociedad
cerrada en estas cuestiones. Por su parte, María Eugenia Aubet y López Castro,
en sus estudios correspondientes (Aubet, 1991 y López et al., 1991. en Martín
Ruiz, 1996, p. 85), proponían otra hipótesis que alcanzó mayor acogida entre la
comunidad académica. Planteaban que, sin negar que trabajaran como mano de
obra en labores agrícolas y ganaderas, la presencia indígena en los poblados
38
fenicios; es decir, la cohabitación de espacios. Para ello Aubet analizaba la presencia
indígena en los valles de Vélez y el Guadalhorce, haciendo notar el problema que
existía sobre la falta de estudio de las poblaciones del Bronce final para poder
establecer una pauta de asentamiento (Aubet, 1991, p. 73). De acuerdo con esto,
Martín Ruiz propone que la presencia indígena podría haberse llevado a cabo
mediante el aporte mano de obra y la composición de matrimonios mixtos y con
algún personaje importante (Martin Ruiz, 1996, pp. 86-87).
Ruiz Mata (2001, pp. 91 – 92) a comienzos del 2000 estudia los cambios
culturales que surgieron del proceso de interacción entre las poblaciones indígenas
y las orientales. En sus investigaciones abordaba el problema que suponían los
estudios de los contactos desde la dicotomía entre fenicios e indígenas, como dos
etnias diferenciadas, pero no desde la perspectiva colonizador/colonizado. Pone
de relevancia el elemento indígena como indispensable para el control y
conocimiento del territorio productivo, que proporcionaron a los fenicios los
indicios y posibilidades de este, aportando además mano de obra (sin prejuzgar el
carácter del trabajo desempeñado) y una población femenina para la perpetuación
del propio asentamiento. El proceso de interacción habría dado lugar a una
sociedad distinta y a la conceptualización de su cultura material como periodo
orientalizante.
Entrados los 2000 se ha venido criticando el uso de nombres genéricos:
fenicios e indígenas, púnicos, griegos e íberos… porque privilegian una lectura
del registro arqueológico segmentada por criterios étnicos; y, frente a los conceptos
como orientalizante o aculturación, en los últimos años se ha optado por entender
que la situación es mucho más heterogénea «del mundo construido a través del
contacto». Consecuencia de esto, se ha reivindicado el propio lugar de contacto,
donde diversos grupos fueron protagonistas de la historia. Se va optado por
estudiar los procesos de hibridismo, hibridación y prácticas híbridas, por encima
de la tradicional división foráneo/local. El análisis y la identificación de fenómenos
de hibridación a través de la cultura material doméstica, apunta a la creación de
nuevas prácticas en el proceso de acomodación de tradiciones culturales ajenas,
objetos nuevos y modos de hacer tradicionales, o viceversa, objetos existentes
adaptados a nuevos usos (Aranegui & Vives-Ferrándiz, 2017: 26 – 27 y 33).
Otra de las vías de estudio del poscolonialismo y la arqueología de género
que debemos reseñar han sido las denominadas «actividades de manutención» de
las poblaciones indígenas. En los años ochenta Binford la definiría las actividades
de manutención como «el conjunto de actividades que engloban el
acondicionamiento y la limpieza de un asentamiento». Spector fue la encargada
de introducir el término Arqueología del Género, diferenciado dos tipos de
actividades de mantenimiento: las referidas al mantenimiento físico del grupo y
las ligadas al mantenimiento social del grupo. En la actualidad bajo el trabajo de
varios autores se ha creado el concepto «producción de mantenimiento» que
contempla tres tipos de producción: producción básica, producción de objetos y
producción de mantenimiento. Rivera propone el mantenimiento como labores
39
relacionadas con lo doméstico, cuidado de los hijos, la alimentación, higiene y la
salud pública (Rivera Hernández, 2013, p. 41 - 42).
Ana Delgado y Meritell Ferrer criticaron la tendencia arqueológica de la
protohistoria a poner el énfasis en la etnicidad, así como en la dualidad
colono/colonizado, que contribuye a borrar las otras identidades sociales de clase,
estatus o género. En sus trabajos conjuntos han propuesto como las prácticas
materiales relacionadas con la arquitectura, el servicio de mesa, el ritual y las nuevas
tecnologías son indicios de cómo los residentes de estas colonias crearon nuevas
identidades que legitimarían la cohesión cultural y social de estos nuevos
asentamientos. Estas unidades familiares interétnicas parecen comprender una
característica relativamente común, como lo demuestra la frecuencia de conjuntos
culinarios relacionados con las tradiciones locales (Delgado y Ferrer, 2007, pp. 20
y 34 – 36).
En el mundo de la vida cotidiana la comensalidad se revela como
indispensable. «Seguramente uno no es sólo lo que come, sino también cómo lo
come. Y es incluye desde luego el menaje con que se cocina y se presentan la
comida y la bebida a la mesa, la forma de vestir ésta última y hasta los gestos que
acompañan unas ingestas…» (García Vargas y García, 2014, p. 353). La
alimentación tiene un peso fundamental en la cultura, por la cantidad de tiempo
dedicado a la cosecha-recolecta, a la conservación y la preparación del alimento.
Analizar el alimento y su forma de consumo constituye una forma de entender el
sistema simbólico complejo de las comunidades, capaces de retratar aspectos
culturales, sociales, rituales y económicos (Campanella, 2003, pp. 113 – 115).
En el siguiente apartado presentamos un estudio introductorio pensando
en cómo pudo haberse desarrollado una época de contactos entre las poblaciones
del sur peninsular y las orientales a través del estudio de los materiales cerámicos
relacionados con el ámbito doméstico-alimenticio, y que hemos querido realizar
siguiendo los parámetros de las últimas investigaciones que hemos ido reseñando.
3. Vida cotidiana en la Malaka púnica del s. V a.C.: un ejemplo en Císter, 3 –
San Agustín, 4
La Bahía de Málaga es un temprano e importante enclave fenicio,
compuesto por los yacimientos del Cerro del Villar en la desembocadura del
Guadalhorce y la propia Malaka en la desembocadura del Guadalmedina, mientras
en el margen izquierdo del Guadalmedina, se encuentra Cerro Cabello, una zona
habitada desde antiguo por poblaciones indígenas (López Castro y Mora, 2002:
182). El yacimiento de Císter – San Agustín está ubicado cerca del ámbito de la
Catedral, tiene un asentamiento temprano sobre nivel geológico, prontamente
colmatado y seguido de una configuración en un trazado cuadrangular. Si el primer
asentamiento puede o no tener un origen indígena o se trata de un asentamiento
que se desarrolla desde poblaciones orientales lo desconocemos, lo que no quiere
decir que en el mismo no se desarrolle la convivencia de diferentes grupos étnicos.
Las intervenciones en La Rebanadilla y la necrópolis asociada del Cortijo
40
de San Isidro nos marcan un modelo de implantación colonial auspiciada por los
contactos previos con el mundo indígena, tal y como ocurre en otros lugares
tanto del Mediterráneo (Arancibia Román & Fernández Rodríguez, 2012: 59).
Entre los yacimientos indígenas destacamos el de San Pablo, siglos VIII – VII
a.C., presentaba un ambiente de hábitat dominado por cabañas de planta oval
hecha con materiales orgánicos, que sigue las características propias de los
poblamientos autóctonos de las serranías prelitorales de Málaga como Alcorrín,
Los Castillejos y La Era, y más al interior Acinipo (López Castro y Mora, 2002,
pp. 182 – 183).
Las sociedades del mundo indígena que estuvieran relacionadas con las
colonias sufren a lo largo del VII a.C. unos cambios notables. Tras unas décadas
de contacto con los fenicios, es muy posible que estas poblaciones convivieran en
estos nuevos esquemas urbanísticos. Avanzado el siglo VII a.C. ha desaparecido el
poblado de San Pablo, y parece que se consolida la presencia del poblamiento
indígena en el entorno de la Bahía, con una cultura material ya propiamente
orientalizante, como se observa en los poblados de Cerro Cabello y posteriormente
el Cerro de la Tortuga (Suárez Padilla et al., 2004, pp. 225– 226). Para el siglo VI
a.C. Malaka queda constituida para estas fechas como un centro político,
económico y poblacional dedicado a la producción y distribución de bienes de
primera necesidad, en correlación con la nueva propuesta económica de las grandes
ciudades-estado mediterráneas: salazones de pescado, aceite y muy probablemente
también, vino y cereales (Domínguez Pérez, 2006, p. 211).
En Císter – San Agustín hemos estudiado los materiales pertenecientes al
área doméstica de la Fase Fenicia IV, que va desde el siglo V al III a.C.,
concretamente nos centramos siglo V a.C., momento donde parece haber un auge
en la población de la ciudad. En el siglo V a.C. se produce la expansión del mundo
fenicio occidental y la configuración de los grandes círculos productivos y vínculos
comerciales (Domínguez Pérez, 2006, p. 29).
¿Con qué elementos contamos para reconstruir el espacio doméstico
donde se encuentran las cerámicas a mano en el siglo V a.C.? ¿Responden al
modelo tradicional de cocina fenicio-púnica? La cerámica a torno es mayoritaria,
aunque fragmentaria, de pastas claras tipo Málaga. En general, el grupo
investigador ha detectado una simplificación en la decoración de las piezas en
comparación con la fase anterior. El conjunto cerámico a torno corresponde
claramente a un ambiente doméstico, hemos documentado una gran cantidad de
cuencos, siendo la tipología mayoritaria en la muestra que hemos estudiado,
coincidiendo con el registro de San Agustín también (Recio Ruiz, 1990, p. 62).
En alta cantidad también encontramos platos, una de las formas más abundantes
y característica de la vajilla doméstica fenicia, ofrece una gran diversas en cuanto
a variantes conocidas. En menor medida hay ánforas, jarros, lebrillos, algunas
cerámicas pintadas y cerámicas de importación griegas.
En cuanto a la cerámica a mano, a falta de completar la muestra, la es de
poco más de un 1%. Estos datos coinciden con el contexto más cercano pues en
41
el Colegio de San Agustín la cerámica a mano de los niveles puramente feniciopúnicos es del 0,70% (Recio Ruiz, 1990, p. 153), en el Teatro Romano de un
0,80% (Gran Aymerich, 1986, p.140) y en el Cerro del Villar para el siglo VI a.C.
un 1,34% (Curià et al., 1999, p. 184).
Al igual que la cerámica a torno, la presencia de cerámica a mano está muy
fragmentada. La variedad también domina en todo el registro, pues encontramos
piezas que difieren bastante en tipología y cocción. Como característica general,
ninguna de las piezas presenta decoración, más allá del bruñido de unas pocas piezas
o un tratamiento de suavizado de la superficie. La composición de las pastas sigue
también la línea de las pastas Málaga, que varían en porcentaje según las piezas,
obteniendo unas pastas más o menos depuradas y que suelen tener inclusiones
pétreas de gran tamaño que dan como resultado piezas gruesas y bastas.
Las piezas parecen coincidir en tener una forma de cuenco u olla. La
forma de cuencos la encontramos en el Cerro del Villar y en San Agustín. Intuimos
(ya que las formas conservadas no nos permiten la confirmación) que parte de
estas ollas se relacionan con ollas de base plana de tradición indígena, que en su
forma son ovoides o esféricas. Se trata de un tipo habitual en las comunidades
nativas del sureste de Iberia, están destinadas a la preparación de alimentos líquidos
como sopas, pucheros o gachas (Delgado, 2011).
Otra de las formas que parece reveladora y que encontramos en distintos
yacimientos son las cerámicas grises con perfil en S. La cerámica gris es una
producción a torno típica de la Península ibérica propia de momento de contacto
con comunidades orientales, entre los siglos VIII – VI a.C., a partir de entonces
empiezan a disminuir. Toma las formas y acabados del Bronce final indígena, pero
usando el torno. Pellicer identificó esta tipología cerámica para el Bronce medio,
donde dominaban los vasos cerrados con cuello estrangulado y borde saliente, con
tendencia a la forma de botella y perfiles en S. Para el Bronce final estas formas
habrían evolucionado teniendo a formas más globulares, entre los que abundaban
los cuencos carenados (Pellicer, 1988, p. 465). La tipología en forma de S, se
utilizaba para la confección de cazuelas, cuencos, carretes, ollas, etc. Por lo que
existe una vinculación clara con el mundo doméstico y alimenticio (Martín
Córdoba & Recio Ruiz, 2002: 126).
Si hablamos de paralelos, coincidiendo con la llegada de la población
semita, en la Fase VIII del Cerro de la Capellanía, se pueden apreciar cambios
sustanciales en la producción cerámica ligada al servicio de alimentos ya que, en
este momento, se da un fuerte incremento de los platos y las fuentes frente a los
cuencos. Sin embargo, la cerámica relacionada con la elaboración y almacenaje de
alimentos presenta una clara continuidad respecto al periodo anterior,
continuando el predominio de las ollas y cazuelas de pastas gruesas y porosas con
sus característicos fondos planos. En Cerca Niebla, en el nivel III, ya aparecen
fragmentos cerámicos modelados a torno que nos permiten rastrear los contactos
que se dieron entre este asentamiento y las poblaciones semitas establecidas en la
zona (Gran Aymerich, 1975).
42
Ahora debemos plantearnos por qué en el registro el consumo de
alimentos sólidos parece estar en concurrencia con lo que ocurre normalmente en
un área doméstico fenicio (platos típicamente orientales) mientras que el registro
que tenemos con una clara influencia indígena está relacionado con ollas, cuencos
o cazuelas, vinculado con el mundo del guisado de los alimentos.
Es muy probable que los primeros fenicios que permanecieron largos
periodos en la Península Ibérica lo hicieran en poblados indígenas (AlmagroGorbea Torres y Mederos, 2003, p. 243) sin los elementos que solían utilizar en
su vida diaria, que no podrían ser transportados en cantidad, y que no será hasta
un tiempo después cuando empecemos a encontrar alfares de tecnología fenicia.
Estos asentamientos se verán inmersos en un proceso de transformación, derivado
de la presencia de los enclaves fenicios, que evidencian el control y la explotación
de estas tierras, como en el Lagar de las Ánimas, Cerro Cabello o Cerro Conde
(Arancibia Román y Fernández, 2012, p. 50).
Las comunidades fenicias se alimentaban fundamentalmente de cereal,
como el trigo, la espelta, la cebada y la fronda, hervidos en agua, junto a las
legumbres. La preparación de estas sopas requería una cocción muy larga, que
tendría en los recipientes tipo olla, que con el paso de los siglos van aumentando
sus dimensiones. El pan era otro alimento fundamental, que podrían utilizar ollas
/ bandejas bajas para su cocción con un diámetro muy variable (Campanella, 2003,
pp. 116 y 118 – 120). Con respecto a la alimentación de estas comunidades en la
Península Ibérica, sabemos que el cereal también era de consumo habitual. Las
muestras carpológicas y los análisis polínicos de la estratigrafía de Villaricos y Doña
Blanca documentan sobre la presencia de cereales como la cebada y el trigo (López
Castro, 2005, pp. 29 – 30). Las ollas de base plana a mano localizadas en Císter San Agustín, Chorreras y Morro de Mezquitilla, se han interpretado como los
tipos habituales en las poblaciones indígenas para la preparación de alimentos
líquidos como sopas, pucheros o gachas (Delgado, 2011). El consumo compartido
de estos cereales, por tanto, podría estar detrás de la hibridación de formas en la
tecnología culinaria.
Las formas híbridas no son algo extraño, nacen de la adaptación al medio,
a las necesidades o a las peticiones de los consumidores y de la tradición artesanal
de la que es depositario el alfarero. Es una forma de ver identidades fluctuantes,
que oscilan entre la moda de lo nuevo y la reinterpretación de lo viejo con nuevas
claves culturales (García y García, 2014, p. 354). La cerámica gris puede ser un
ejemplo de este tipo de pautas.
En esta Malaka de los siglos VI–V a.C. existe una pervivencia de tipologías
cerámicas de tradición indígena, relacionadas con la preparación y el consumo de
alimentos en ambientes urbanos totalmente orientales. Teniendo en cuenta el
tiempo de convivencia que compartieron las comunidades orientales a su llegada
al sur peninsular con comunidades indígenas, de mayor o menor entidad, no es
descabellado proponer una simbiosis del gusto culinario. Durante este periodo de
tiempo, el uso habitual de la cerámica común indígena, a falta de la creación de
43
alfares propios, dio como resultado la apropiación de determinados tipos. El bajo
porcentaje de estos tipos en el registro puede deberse a que esta hibridación
perviviera únicamente en aquellas primeras familias, mientras que posteriormente
cuando los asentamientos empezaron a crecer ya se poseían alfares propios que
trabajaran las formas típicas fenicias.
4. Conclusiones
Durante el siglo V a.C. en las viviendas de la Malaka fenicio-púnica
predomina la vajilla de cerámica a torno fenicia, sin embargo, puntualmente nos
encontramos con un registro variado, en tipología y cocciones, de cerámicas a
mano relacionadas con la preparación de los alimentos, que nos recuerdan a formas
antiguas (algunas traídas desde el Bronce Final). En estas pervivencias destacan
los grandes vasos de almacén y las cerámicas toscas de cocina. Ciertos tipos de
cuencos llegan hasta el siglo VI a.C. (Pellicer, 1988, p. 475) y, como hemos visto,
esta fecha podría seguir estirándose hasta el siglo V a.C.
Estos procesos no tienen por qué constituir un proceso lineal y
unidireccional, pues no se trata únicamente de la imitación estricta de recipientes
foráneos, sino también de una adaptación de estos a los usos y formas de
comensalidad existentes. Adaptarse a las formas de elaborar y tomar los alimentos
no supone necesariamente reproducir miméticamente hábitos foráneos, y mucho
menos los valores, creencias o significados «originales», sino la generalización de
un lenguaje formal más o menos estándar tras el que puede esconderse prácticas
culturales muy particulares. Los propios fenicios tenían ya una larga tradición de
compartir espacios con otras poblaciones, en su tierra o en las ajenas (García
Fernández y García 2014, pp. 10 – 11).
La constatación de que se mantienen este tipo de producciones con
tipologías antiguas entre los siglos VI – V a.C. podría llevar a replantear la visión
sobre la convivencia de diversos grupos poblacionales. La importancia de
replantear los estudios cerámicos desde la cotidianidad o enfocándonos en las
actividades de manutención se revela entonces como una vía de estudio muy
interesante y que puede hablarnos de aspectos de la vida y de los contactos que
hasta hace muy poco no se imaginaban.
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