Lecciones de una pandemia

En ocasiones los cambios llegan a la vida de manera brusca para obligarnos a soltar y siento que ese ha sido mi aprendizaje con toda esta incierta situación. Acostumbrada a la practicidad que me caracteriza para encontrar prontamente maneras de resolver alguna situación, mi primera lección ha sido pausar. Pausar para observar con detenimiento mi ser y el sentir de las personas que me rodean, pausar para reorganizarme y comprender que no puedo seguir haciendo lo mismo, porque la realidad es otra; y pausar para acordar conjuntamente en el ámbito del trabajo en qué nos focalizaríamos.

En mi acción como acompañante de docentes y durante estos casi diez meses de caminar a su lado, he visto sus tensiones, dolores, cansancios y, por supuesto, su creatividad para dar respuesta a esta nueva realidad en medio de su desconocimiento. He visto cómo excelentes docentes, con el manejo de las mediaciones tecnológicas propias de la educación remota, prefirieron renunciar porque no aguantaron la presión.

Pero, también he visto maestras y maestros con poca capacidad técnica que se dispusieron para aprender y hoy día manejan plataformas, hacen guías y hasta acondicionaron la sala o cocina de su casa como espacios para orientar sus clases; ello me lleva a identificar mi segunda lección, que es disposición para aprender.

De manera personal, esa disposición la veo reflejada en la persistencia que he mantenido en el trabajo a pesar del cansancio, de no saber qué hacer en algunas ocasiones o de no saber cómo orientar a las personas que acompaño. Pero desde la humildad de reconocer que no tenía respuestas certeras me atreví a construir algunas, a optar por aquello que era fundamental y dejar a un lado aquello que debíamos aplazar.

Desde la ingenuidad de creer que el confinamiento duraría un par de semanas o que era una situación pasajera, comencé a apropiarme de los recursos que estaban a mi alcance, a indagar desde la intuición o la asesoría de personas expertas cómo funcionaban y cuál era su potencial. Fue así como migré al mundo del trabajo remoto que me permite “viajar” de una ciudad a otra en cuestión de minutos o reunirme con personas de distintas geografías y que, al parecer, están conectadas durante más tiempo. Digo “al parecer” porque estar todo el día interactuando a través de una pantalla, para mí, se está volviendo agotador.

Extraño el contacto humano, el encuentro con la gente, los espacios escolares, la risa de las niñas y los niños, el café de la mañana y los encuentros con las familias. Personalmente, extraño el compartir con mis compañeras y compañeros de oficina, las conversaciones íntimas sobre los devenires de nuestra vida, la mirada, el afecto, las expresiones de amor. Así, mi tercera lección tiene que ver con cultivar mejores relaciones interpersonales.

El mundo está hecho de encuentros humanos y el confinamiento nos ha mostrado que la esencia de la escuela de la vida son las relaciones, las interacciones, el afecto, el contacto físico, las conversaciones, las discusiones, el asombro, el conectarnos con la pasión, la amistad, la complicidad, el cuestionar la vida, entre otras. Hoy el mundo de los saberes se está construyendo de otra manera y nos exige a las personas que trabajamos en educación hacer un mejor uso de los recursos tecnológicos, para facilitar los aprendizajes que se requieren en este momento. Pero, no olvidemos que el mayor reclamo de los estudiantes tiene que ver con el mundo de la convivencia social.

De seguir con el confinamiento como se proyecta en mi país, indiscutiblemente las comunidades más pobres seguirán siendo las más afectadas. Un grupo numeroso de niñas y de niños se está quedando sin la posibilidad de acceder al sistema educativo colectivo, garantizado por el Estado en cumplimiento de sus derechos más básicos. Y, de paso, están perdiendo las redes de apoyo, intercambio y protección en las que se encontraban inmersos. Así es como mi
cuarta lección reafirma la apuesta de Fe y Alegría sobre la escuela como garante de derechos
, de posibilidades y minimizadora de brechas de desigualdad. La sindemia del Covid-19 nos está impulsando a construir otra escuela, otra sociedad, otro mundo y me pregunto si estoy/estamos en la mejor disposición de hacerlos realidad.

Ya para cerrar, la lección más importante ha sido reconocer que vivir es un milagro abundante en consciencia y amorosidad. El Covid-19 me llevó a reconocer que solo tengo el momento presente y que, muchas veces, vivo la ansiedad por un futuro que cada vez se muestra más incierto e incluso complejo. Este ha sido un tiempo para mirarme hacia dentro, para regocijarme en la sencillez de conectarme con mi respiración, para experimentar confusión, tristeza, pero, también, profunda gratitud por la mujer que soy, por la profesional que se compromete con total fuerza en sacar adelante los retos que desde Fe y Alegría nos hemos propuesto, por ser amiga, escuchante y forjadora de posibilidades.

Aunque no han sido tiempos fáciles al menos, para mí, sí han sido tiempos de gran aprendizaje y de reconocer en la fragilidad, la grandeza de lo que somos como humanidad.