Entrevista | Octavio Vinck Fotógrafo y empresario

"Noches de niño con miedo y soledad me ayudaron a formarme"

"Empecé a trabajar con mis padres en Corrida 79 y duré un mes; mi padre y yo teníamos ideas distintas, reñí con él y me marché"

El fotógrafo y empresario Octavio Vinck, en Madrid.

El fotógrafo y empresario Octavio Vinck, en Madrid. / Javier Cuervo

Javier Cuervo

Javier Cuervo

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Octavio Vinck (Gijón, 1943) es nieto e hijo de fotógrafos y fotógrafo él mismo, aunque su gran carrera la hizo como empresario del revelado, un proceso con el que acabó la fotografía electrónica en el siglo XXI.

Su abuelo Laureano Vinck le enseñó a meter las manos en el laboratorio, en los fijadores y sacar las copias donde iba viendo la magia del revelado. Su padre, Gonzalo, le enseñó cuanto pudo del negocio, al que él le añadió sus conocimientos contables y económicos del Profesorado Mercantil.

Lo que empezó con una tienda en Gijón, luego otra en Oviedo, más tarde en Avilés, otra en Oviedo, luego Valladolid, León, Madrid acabó con tres socios más en Image Center, una empresa de la que era consejero delegado y controló 160 establecimientos en España y 80 en Portugal. Aún saltó a Europa con Euroactiv, un conglomerado con sede en Amsterdam con representación en 15 países europeos y con 4.000 tiendas de fotografía, del que fue consejero durante 10 años.

Después del cierre de su empresa entró en el Secot (Seniors Españoles para la Cooperación Técnica), una sociedad sin animo de lucro que ofrece experiencia empresarial a jóvenes emprendedores o empresarios en apuros.

De su primer matrimonio tuvo dos hijos, Octavio y Eva. Ella le ha dado dos nietos: Álvaro, de 20 años y Lucas, de 16. Casado con Alicia Santos Cabrera vive en Madrid desde los años ochenta.

Lleva con un ánimo indesmayable que parece presidir su vida las consecuencias de un cáncer maligno.

–Nací en Gijón el 20 de enero de 1943. Soy hijo único. Mi padre era fotógrafo y mi madre, motila en "Sederías Montecarlo", una tienda de confección de la calle Jovellanos. Con un aparato de madera fina, parecida a la de una caja de guitarra, llevaba los trajes a los domicilios de los clientes.

–¿Cómo era su madre?

–María Victoria Díaz, Victorina para todos, partía de una profesión sencilla, venía de una familia modesta -padre albañil, madre ama de casa- y después de casarse y empezar una evolución económica exitosa, intentó culturizarse. Me compró un piano cuando yo tenía 6 años, recibía clases y me llevaba a los conciertos del teatro María Cristina, donde me aburría soberanamente.

–Quería tener un pianista.

–Aprobé 4 años de solfeo y 4 de piano en el conservatorio de Oviedo. He tocado el piano toda mi vida, pero no me volvía loco porque nunca fui de echar horas haciendo las cosas. Si no me divertían mucho, las evitaba. Tengo un Yamaha electrónico súpermoderno y lo toco como nunca gracias a la técnica actual que me marca la partitura, me da los tiempos, me acompaña y le puedo poner saxo, guitarra, flauta...

–¿Cómo era su madre con usted?

–Muy suave, dulce y cariñosa. La veía superarse en sus costumbres. Me enseñaba a manejar la paleta del pescado y a poner la mesa, costumbres que iba aprendiendo sola. Intentó tocar el piano y aprender francés e inglés. Quería ascenderme socialmente. No paró hasta que logró meterme en los jesuitas a los 8 años. Entonces éramos una familia modesta.

–¿De verdad?

–Totalmente. Vivíamos en un pisito de alquiler, eso sí, en la calle Corrida. Mi padre iba en bicicleta a hacer fotos a Cudillero, Luarca o Navia. Otros iban en autobús.

–¿Cómo era su padre, Gonzalo Vinck?

–Tenía un hermano mayor, Alejandro y una hermana que falleció, lo que influyó en su niñez. Tengo fotos donde lo vestían de niña porque su madre quería una hija. Eso le acomplejó mucho. Era el hermano pequeño que las llevaba, pero eso endurece. Su hermano era más inteligente que él, pero vago y mi padre se superó trabajando. Fue un emprendedor típico. Montó una empresa de venta por correspondencia en los años cincuenta y tantos y vendía en Sidi-Ifni, Guinea, el Sáhara, Marruecos, Baleares, Canarias, toda España. Le gustaban los coches y cuando ganaba algo, lo gastaba en uno nuevo. Trajo uno de Inglaterra que le costó un dineral. Mis padres son un ejemplo de superación para mí.

–¿Qué tal era como padre?

–Llevé algún zapatillazo y alguna vez se quitó el cinturón y me arreó con él. No lo digo con resentimiento: era normal enderezar a los hijos. Los padres eran más duros. A los treinta y algo años, yo tenía entonces 6, dijo que no quería trabajar más y buscó otras personas que lo hicieran por él. Pocos vivieron como él en Gijón: coches, dinero, buenas comidas, viajes. Yo pasé mucho tiempo solo, con chicas del servicio.

–¿Sintió esa soledad?

–Recuerdo más de una noche en el piso de Corrida sintiendo soledad y miedo. Lo recuerdo con tranquilidad; me ayudó a formarme como persona.

–¿Notó ideología en su casa?

–De noche, mi abuelo ponía radio Moscú, muy bajito, para enterarse de lo que pasaba en España. Ponían verde a Franco. No era esa su ideología. Unos días antes de que entraran las fuerzas nacionales en Gijón cayó una bomba en Begoña, aparecieron unos botes llenos de monedas de plata, los ahorros, y metieron en la cárcel a mi tío Alejandro y a él por "ricachones". No eran de derechas ni de izquierdas sino gente muy abierta, de respetar a los demás y, comercialmente, a los bancos cumpliendo con las deudas. Mi padre me llevaba a pescar al Puntal, me enseñó iglesias quemadas y me contó lo que había pasado, pero sin calificar los hechos. Fueron poco políticos.

–¿Y religiosos?

–Mi padre era bastante ateíto, cumplía socialmente con los sacramentos. Mi madre era algo más practicante.

–¿Por qué fue duro entrar en los jesuitas?

–Había compañeros que llevaban dos años en el colegio y, a esa edad, eso es experiencia. Tuve peleas y me defendí: a veces daba, a veces recibía. Siempre he sido un superviviente. Era el único colegio realmente privado y había diferencias sociales importantes. Había compañeros que llegaban en su coche privado con chófer. Familias muy conocidas de Gijón han sido amigas y siguen siéndolo. De casi 60 quedamos veintitantos que seguimos en contacto y felicitándonos. Alguna vez quedé interno y fue dura la primera noche en un dormitorio de 40 o 50 personas. Mi madre me daba muy bien de comer en casa y allí no. Vivir es adaptarse. En la mili había gente en la enfermería porque no comía, pero yo zampaba el huevo que había visto freír 5 horas antes y el cacao malísimo, pero caliente.

–¿Qué tal alumno fue?

–En los jesuitas, regular. Siempre fui charlatán y me castigaron 40 veces a salir al pasillo con la bolsa de la merienda, de contrapeso con libros, pero no repetí curso. Aprobé bachiller elemental con un 5,1.

–¿Dónde pasó después?

–A la Escuela de Comercio. Al convalidarme el bachiller empecé en tercero de peritaje mercantil. Ahí cambió mi vida.

–¿Por qué?

–Hacía el ridículo: inglés, cero en la primera clase y cero en la segunda... Economía, cero... Los compañeros llevaban tres años estudiando juntos y se reían de mí, sobre todo las chicas. Eso fue lo que más me picó. Tuve una evolución importante y en pocos meses pasé a sacar sobresalientes todo el peritaje. En los tres años de profesorado mis compañeros me eligieron delegado de la escuela. Saqué notas brillantes -sobresalientes, matrículas- también en el conservatorio. Nadaba, quedé campeón de Asturias y mantuve un récord 10 años.

–Explotó.

–Era el que más hablaba y más fiestas montaba y tenía más amigas que amigos. Ahora nos hemos reencontrado y en primavera nos reuniremos en Gijón. Estoy preparando las fotos que hacía en las excursiones a las playas de La Ñora y de Estaño, al Jardín...

–¿Y en casa?

–Mejor. Vivíamos en un octavo piso de 240 metros cuadrados esquina a Begoña.

–¿Sabía qué quería ser?

–Sí, la fotografía me envenenó desde niño. Vivir en un laboratorio y estudio y hacer las primeras fotos con mis amigos... En la adolescencia siempre llevaba la cámara y ganaba un dinerito que me venía muy bien para gastar. Mis padres querían que me preparara con estudios, pero la fotografía... Mi proyecto fin de carrera fue montar una cadena de tiendas de fotografía en Gijón, Oviedo y Avilés con revelado y sistemas nuevos. Esa preparación económica me ayudó muchísimo en mis importantes responsabilidades empresariales.

–Empezó en blanco y negro.

–Claro, pero pronto llegaron las primeras diapositivas, el Kodachrome. En 1975 hice un curso de color y aprendí a revelar en Bersano (Italia) y monté en la tienda un laboratorio gratuito para aficionados. Soy de blanco y negro para mi obra personal.

–Acabó el profesorado mercantil con 20 años (1963).

–E hice el segundo campamento de milicias en Zamora.

–¿Qué tal la mili?

–Según mi estilo. Si suspendías el primer año tenías que repetir. Para alguien de Gijón pasar otro verano más de la vida en Zamora ¡ya me dirás! Apreté tanto que saqué el número 9 de 146, pero al segundo verano pasé más tiempo arrestado que en Gijón. Tenía guardias y me echaba a dormir.

–¿Después de la mili?

–Empecé a trabajar con mis padres en Corrida 79 y duré un mes. Mi padre y yo teníamos ideas distintas, reñí con él y marché. Años después reconozco que mi padre tenía razón en parte de las cosas que le discutía.

–Dejó el negocio de su padre ¿en qué siguió?

–Por la amistad de mi madre con el propietario de Sederías Montecarlo conseguí un empleo en una empresa de suministros industriales para barcos. Me metieron para crear su sección de información de proveedores y clientes y mientras tanto hice los 4 meses de las prácticas de milicias.

–¿Cuánto duró el conflicto con su padre?

–En junio de 1964 un sacerdote, inspector de enseñanza en Oviedo, intervino para arreglar el tema familiar y hacer las paces. Dejé el empleo, volví con mis padres y estuve 10 años trabajando y preparándome con ellos. Aprendí mucho.

–¿Tenía sentido la discusión con su padre?

–Claro, él lo había hecho con su padre también y había montado Vinalva, no Vinck, para competir con él. A los 10 años hice lo mismo: monté mi tienda y, en un año, me comí el negocio de mis padres. Estaba más preparado, era más joven y tenía más hambre. Ley de vida. Cuando hablé de marcharme mis padres estaban en contra porque no entendían qué me pasaba si tenía un buen sueldo.

–¿Qué le pasaba?

–No quería depender de ellos, no estaba dado de alta fiscal ni cotizaba en la Seguridad Social. No lo critico, era así. Abrí mi negocio el 2 de septiembre de 1974.

–¿Y su vida personal?

–Me casé a los 23 años. Conocí a María del Carmen a los 16 años, en la pandilla, y tuvimos un noviazgo intermitente. Tuvimos dos hijos Octavio y Eva.

–A los 31 creó su empresa.

–Cuando la cabeza te dice que puedes hacer otras cosas. Como el cuento de la lechera, sabes cómo empieza, pero no cómo acaba. Primero montas una tienda en Oviedo, otra en Avilés, una nueva en Oviedo y quieres Valladolid... León ¿Por qué no Madrid?, ¿y el resto de España? ¿Por qué no estar metido en un grupo de 4.000 tiendas por Europa? Creciendo, montando ferias, follones, congresos. Mis ambiciones no eran económicas -aunque nunca me molestó ganar dinero- sino desarrollar cosas que no hiciesen los demás.

–Por ejemplo.

–Negociar en grupo ante un proveedor, desarrollar mobiliarios, iluminaciones y un orden nuevo en tiendas limpias que olían bien y tenían fachadas luminosas.

–La fotografía crecía exponencialmente.

–Claro. Pero, sin falsas modestias, he destacado en este sector porque soy el tuerto y los demás están ciegos. Soy normalito de inteligencia, pero trabajador y constante. Los demás eran muy cortos.

–Hizo un imperio en 26 años.

–En la historia de mi abuelo, de mi padre y la mía tenemos una época de prepararnos, otra en la que explotamos y luego la de decadencia. Parece muy humano. No me rompe mucho la cabeza.

–Hasta que la tecnología digital puso el revelado en jaque.

–En 1993 salió la cámara Mavita de Sony y empezamos a temblar. Lo veía muy bien desde Europa, porque teníamos una reunión mensual en Bruselas, en Colonia... Nos fuimos adaptando, pero el grupo europeo del que era consejero llegó a facturar 250.000 millones de pesetas con 4.000 tiendas en 2001. Ver que aquello se iba a venir abajo era muy duro. En 2002, nosotros, como Image Center, éramos la tercera empresa comercial Asturias con 6.500 millones de pesetas de facturación. Una barbaridad.

–¿Cuándo creó Image Center?

–En 1986. Fue la primera cadena de fotografía que se creó en España, una sociedad con sede en Gijón que hice con mis mejores amigos de Bilbao, Pamplona y Valencia en el sector. Fui su consejero delegado como presidente del Consejo de Administración. Quería unir establecimientos fotográficos que quisiesen entrar en nuestra sociedad y se comprometiesen a ser dirigidos.Se disparó el afán de entrar con nosotros: 160 tiendas en España y 80 en Portugal.

–¿Y el salto europeo?

–En 1989 con Phox, número uno de Francia que tenía 400 establecimientos y 40.000 millones de facturaciones. Mi francés del bachillerato y de la escuela de comercio me vino muy bien para las negociaciones en Parísy pasamos a ser sus representantes en España. Ellos estaban en un grupo europeo, Euroactiv, en 15 países con 4.000 tiendas. En 1991 Imagen Center entró como socio español cubriendo España, Portugal y Marruecos.

–¿Hasta qué año?

–Hasta 2008.

–¿Y su vida privada?

–En los ochenta me divorcié de mutuo acuerdo y vine a Madrid.

–¿Fue un padre presente?

–Deberían decirlo ellos, pero no he dejado de hablar con mis hijos desde entonces, todas las semanas. Octavio y Eva trabajaron conmigo muchos años y cuando cerramos los despedí y, a continuación, me autodespedí.

–¿Ha vuelto a casarse?

–En 2005, en Madrid, felizmente, con Alicia. No tenemos hijos. Nos conocíamos y nos reencontramos en Madrid. Es licenciada en Derecho, estuvo en el Ministerio de Defensa treinta y tantos años y me ayuda mucho en la página web.

–¿La vida de ejecutivo era muy exigente?

Estaba haciendo de 160, 170 vuelos anuales con vida muy compleja con decisiones a veces difíciles porque eran muchas responsabilidades, pero tengo la vida cumplida.

–¿Cómo fue el cierre?

–Muy duro, pero muy claro. Era inviable seguir con la fotografía digital: vivíamos del revelado y de la venta de película. Nunca pensé en jubilarme pero cerré lo más ordenadamente posible, punto a punto, empresa a empresa, pagando a todos en un proceso dolorosísimo que duró cuatro años. Tenía 120 empleados y muchos habían empezado conmigo en 1974. No todo el mundo lo entendía.

–¿No se sintió acabado?

–Pasé meses confuso. Los negocios se cierran pero quedan problemas abiertos: hacienda, ayuntamientos, proveedores. Entonces mi mujer tuvo una idea, una vez más, y me habló del Secot (Seniors Españoles para la Cooperación Técnica) una sociedad sin ánimo de lucro presidida por una persona de, entonces, mucho prestigio como era Don Juan Carlos I que intenta ayudar inicialmente a gente emprendedora a crear sus negocios o a sacar sus empresas de dificultades.

–¿Cómo entró?

–Me presenté y me hicieron un examen a fondo. Teníamos que ser personal de alta dirección con amplias experiencias empresariales. Estuve ocho años, hice casi 80 asesorías, fui jefe de grupo durante 3 años de 10 seniors, pero me surgió un tumor pulmonar malo hace 7 años.

–¿Cómo llevo este cambio?

–Mal. Tengo una peña de amigos, que sigo manteniendo, que se llama los Amigos de los Lunes y hacemos una marcha de entre 15 y 20 kilómetros. Desayunábamos y comíamos juntos y recuperar el ritmo respiratorio fue complejo.

–¿Qué tal siente que le ha tratado la vida?

–He tenido una vida muy hermosa. Ha sido muy activa, muy agradable y estoy satisfecho con mis hijos y con mi vida. Con mi pareja actual hemos encajado muy bien y levamos muy buena vida, muy tranquila. Tengo algunos achaques que molestan, pero este verano he vuelto a nada en Alicante a buen ritmo. Tengo presencia en tres museos, dos cosas en el Bellas Artes, otras dos en el Marítimo de Luanco. Mis libros están en la biblioteca Pérez de Ayala y la gran incógnita gruesa final es dónde estará mi colección de fotografía. Va a estar en Asturias. Ha sido el deseo de mi vida.

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