psicobiológicos que pueden contribuir a las diferencias de sexo en los trastornos de
ansiedad, en lo que se refiere a la prevalencia, los patrones sintomáticos y las respuestas
terapéuticas, no hay que obviar el influjo de las variables sociales en el predomino de
los trastornos de ansiedad en la población femenina.
Desde el punto de vista psicosociocultural es oportuno señalar que, pese a las
conquistas realizadas en materia de igualdad intergéneros, las mujeres continúan
soportando situaciones desventajosas cuando se las compara con sus compañeros
varones, lo que las hace más vulnerables a ciertos problemas de salud mental. Es incluso
posible que la discriminación por género se advierta en el hecho mismo de que sean
mayoría las mujeres que acceden a las Facultades de Educación para realizar las carreras
de Magisterio, Educación Social, Pedagogía y Psicopedagogía. Las profesiones a que
conducen estos estudios están claramente feminizadas, acaso porque siguen gravitando
sobre estas actividades educativas prejuicios anclados en la idea obsoleta de que las
cualidades requeridas para ejercerlas son sobre todo “naturales”, cuasi maternales, en
las que no se precisa cualificación laboral propiamente dicha, reservada para
ocupaciones típicamente “masculinas”. Según los últimos datos proporcionados por el
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (2013a), correspondientes al curso 2012-
2013, de todo el personal docente e investigador universitario (PDI) el 39,3% eran
mujeres y de ellas un 20,3% catedráticas. En lo que se refiere a la distribución del
profesorado de Enseñanzas de Régimen General no universitarias por género, los
últimos datos corresponden al curso 2011-2012 (Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte 2013b), y se advierte que, de todo el profesorado, el 70,7% eran mujeres y el
29,3% hombres. Si nos centramos exclusivamente en los maestros de Educación Infantil
y Primaria, las mujeres constituían el 79,1% y los hombres el 20,9%.
Aun cuando nos movamos en un terreno conjetural, hay que seguir trabajando para
mejorar las condiciones académicas y socioprofesionales de las mujeres. No es
casualidad que cada vez se analice más, incluso en el sistema educativo (Díez, Terrón y
Anguita, 2009), el llamado “techo de cristal”, esto es, el límite máximo a que pueden
aspirar las mujeres en su carrera profesional, a menudo “invisible” y, por supuesto,
inexistente en el caso de los varones. Indudablemente el negativo impacto de este tope,
mixturado con el temor al desempleo o al subempleo, puede empezar a sentirse incluso
antes de haber finalizado los estudios universitarios, aunque los efectos psicológicos
concretos dependerán en gran medida de la personalidad de cada estudiante.
Sea como fuere, no podemos explicar de modo concluyente a qué se deben los datos
obtenidos en nuestra investigación. Será necesario seguir profundizando en estas
cuestiones, por ejemplo, a través de nuevos estudios sobre ansiedad en alumnos de
otras carreras. Entretanto se realizan estas investigaciones y se despejan las incógnitas
hemos de redoblar nuestro compromiso con las medidas asumibles por las
Universidades para prevenir la ansiedad excesiva. Compartimos de nuevo con García-
Ros et al. (2012) y con Pérez et al. (2013) la idea de que se ha de promover la salud
mental en la población universitaria.
Hemos encontrado también que los valores medios de las puntuaciones en ansiedad
son más altos en la titulación de Educación Social que en la de Pedagogía, dato quizá
explicable, al menos parcialmente, por el hecho de que la Educación Social, en el doble