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La pr oducción del esp aci o Henri Lefebvre Prólogo de Ion M artínez Lorea Introducción y traducción de Emilio M artínez Gutiérrez c o le c c ió n Ent relineas INTRODUCCIÓN Ciudad, espacio y cotidianidad en el pensam iento de Henri Lefebvre Em ilio M art ínez Gutiérrez (U CM ) Preliminar T estigo de las convulsiones del siglo, de sus muchos anhelos y contradicciones, Henri Lefebvre (1901-1991) pertenece a ese extraordinario tipo de intelectuales que, pensando el mundo, no olvidan vivir y actuar en él. Lo hizo cierta y radicalmente, con ese entusiasmo que caracterizó su empeño en saber y vivir. No es aventurado pensar que esa actitud, añadida al fondo de sus reflexiones y al reto de sus constantes sugerencias, explique el interés y actualización de la obra del sedicente «último marxista de Francia» (L’Express, 1968). No es tanto la orfandad de unas referencias precisas con que fijar el rumbo de la interpretación social y urbana lo que justifica su regreso como descubrir en él una lectura lúcida, no siempre cómoda, en que una sabia combinación de realismo y subversión, de imaginación y acción, confiere a su pensamiento tanta profundidad como proyección. Ha de reconocerse al respecto que muchas de las observaciones lefebvrianas trascienden en general su tiempo: se sitúan en el orden de una prospectiva de las tendencias de cambio social habilitada desde el método regresivo-progresivo, la dialéctica (construcción por negación) y una transducción consistente en pensar lo posible. Pero conviene tener presente que su perspectiva no habría logrado el alcance mostrado de no mediar su propio vitalismo y su apertura intelectual hacia el fluir de lo social y su discurso, ya fuera en las manifestaciones artísticas de vanguardia o en la aparente retaguardia de lo cotidiano, en las aulas universitarias o en los cafés y calles donde la vida se derrama sin cesar. Así se entendería mejor el calificativo de marxismo alegre que reservó Umbral para referir la contribución lefebvriana, y su proceder —podríamos añadir— un tanto heterodoxo. Es posible que esta forma de operar respondiera tanto a su notorio rechazo hacia todo tipo de convenciones disciplinares como a su mucha curiosidad, que se traducía en un inabarcable plan de vida y trabajo. Difícil imaginar que un mundo cerrado y definitivo hubiera de resultar 31 satisfactorio para quien, como Lefebvre, cultivó en su juventud la amistad de Tzara y el Dadá, de Breton, Aragon y los surrealistas; ya maduro, las provocaciones intelectuales del grupo Cobra (Constant Nieuwenhuis, Asger Jorg y Christian Dotremont) y del situacionismo de Guy Debord; o que anduvo, desde la Universidad de Nanterre, en el corazón mismo del mayo del 68. Tal audacia, siempre comprometida, tiene su correlato en sus numerosos viajes por ciudades y países lo largo de su vida, conferenciando y trabajando en distintos proyectos; y en sus desplazamientos intelectuales por diferentes dominios: la filosofía, la historia, la sociología rural, la crítica de la vida cotidiana, el urbanismo, el arte y la música… materias sobre las cuales Lefebvre compuso una de las trayectorias más fecundas y consistentes del pensamiento francés contemporáneo. Han transcurrido ya veintidós años desde su fallecimiento, pero la figura de Henri Lefebvre vuelve a ser una presencia evidente, envuelta ahora en una mirada serena que ya no participa de las modas y partidos intelectuales ni de las luchas políticas que agitaban el debate en su día. Apagado ya el fuego de las grandes polémicas en que se vio enredado o propició (con el existencialismo de Sartre, el estructuralismo de Althusser, Foucault, y un largo etcétera), desaparecidos como él muchos de sus adversarios intelectuales y políticos, y parcialmente superadas ciertas vulgarizaciones o la descontextualización de algunas de sus propuestas (los eslóganes vacíos de la «política de la ciudad» en Francia durante los ochenta), los años transcurridos han permitido restituir con más rigor el alcance de su trabajo. Lo testimonia, sin duda, el volumen de traducciones, foros internacionales consagrados a su figura y obra,1 las reediciones de sus textos y los libros en que se acomete algunas de las muchas cuestiones donde dejó impresa la huella de su pensamiento: los análisis sobre el consumo, el ocio programado, la ecología política, la metafilosofía, el lenguaje, los movimientos sociales, la crítica de la modernidad, los estudios de la vida cotidiana y la dinámica urbana contemporánea. En Francia, por ejemplo, hay que señalar la muy solvente reedición de un buen número de sus escritos más notables (a cargo de Remi Hess, fundamentalmente, con la recuperación de algunos inéditos, y del grupo de Navarrenx). No es ya un esfuerzo solitario pues hoy aparece acompañado de diversas tentativas en la misma dirección (Garnier, Busquets, Lethierry, etc.). Capítulo especial merecen las procedentes del mundo anglosajón, donde al hilo de sus incursiones por la denominada french 1 Entre otros: Henri Lefebvre e o retorno à dialéctica, Hucitec, Sao Paulo, 1996; Rethinking Theory, Space and Production: Henri Lefebvre Today, TU Delft (Holanda) 2008; Urban Research and Architecture: Beyond Henri Lefebvre, en la ETH de Zúrich, 2009; y el último realizado en septiembre de 2011 en la Universidad de Nanterre. 32 La cuestión urbana Uno de esos momentos privilegiados en que brilló particularmente su genio fue el de los estudios sobre la ciudad y el proceso de urbanización, en los que es referencia inexcusable. En el conjunto de su obra dicha temática remite a una disposición tardía, específica y bien delimitada cuyo ciclo se inicia a mediados de los sesenta3 y concluye en 1974. En sentido estricto ni antes ni después, por mucho que el autor manifestara que su interés por lo urbano provenía de aquellos tiempos en que trabajó como taxista en París. Incluso entonces es más verosímil pensar en la influencia que pudiera ejercer en él la obra de Aragon (Le paysan de Paris). Pero más allá de la anécdota existen más razones de peso para su incursión en la cuestión urbana. Pudo muy bien obedecer a la impresión que le produjo la degradación del mundo rural, especialmente en la zona de Las Landas, su región natal. En el CNRS había estado ocupado en investigaciones de sociología rural y había tenido oportunidades de comprobar la paulatina descomposición de la vida en el agro (véanse al respecto La Vallée de Campan, étude de sociologie rurale, 1963; y Pyrénées, 1965). Pero también su trato con los situacionistas pudo precipitar su inclinación hacia los problemas urbanos. No obstante, es el propio contexto de urbanización acelerada y masiva del territorio francés auspiciada por los «treinta gloriosos» lo que reclama su atención: las ciudades construidas en medio de la nada (la nueva ciudad de Lacq-Mourenx, cerca de Navarrenx, el llamado Texas bearnés) y la extensión de las mayores aglomeraciones, como París, con una periferia cargada de excrecencias patológicas de bidonvilles, colonias de pavillons (unifamiliares) y grandes polígonos de torres de viviendas sociales (HLM). En la Introduction à la modernité (1962) ya se anunciaba la crítica al pretendido demiurgo que presentía en la creación de los nuevos conjuntos urbanos la posibilidad de generar la vida. El resultado final era, sin embargo, una reducción del significado social de la ciudad y una desestructuración morfológica del espacio, dominado por el rigor técnico-funcional y la apetencia de beneficios del capitalismo. Fue en ese contexto cuando pondría en marcha el Instituto de Sociología Urbana, que realizaría numerosos trabajos para el 3 Tomamos como referencia para delimitar el inicio del ciclo la publicación de «Los nuevos conjuntos urbanos. Un caso concreto: Lacq-Mourenx y los problemas urbanos de la clase obrera» (Revue Francaise de Sociologíe, 1960, i, pp. 186-201); y «Utopía experimental: por un nuevo urbanismo» (Revue Francaise de Sociologíe, 1961, ii, pp. 191198). Estos trabajos serán incluidos con posterioridad en el libro Du rural à l’urbain (Anthropos, 1970). 34 Ministère de l’Équipement, el Bureau d’urbanisme de la Ville de Strasbourg y para la ciudad de Nancy. De esos trabajos procede la excelente monografía sobre el hábitat residencial unifamiliar (L’habitat pavillonaire) de H. Raymond, N. Haumond et alli., prologada (y más o menos conducida) por Lefebvre. Desde entonces lo urbano pasó a concentrar las tareas de investigación del autor, desde la convicción de que la realidad social contemporánea estaba profundamente marcada por ese movimiento de implosión-explosión característico de la urbanización en la fase del capitalismo avanzado. Comienzan a manifestarse con claridad una serie de ejes expositivos que vendrían a articular en adelante su discurso urbanístico: la ciudad como topos privilegiado de la cotidianidad, de su miseria y de su potencia creativa; la crítica de la racionalidad tecnocrática vehiculada por el funcionalismo de la Carta de Atenas; la significación social y política de la heterotopía y el habitar poético; la ciudad como escenario y objeto de la lucha de clases, objetivo del capital y del Estado, como se observaba en esa urbanización «masiva y salvaje» que conquistaba el territorio, sin otra estrategia que no fuera la maximización de los beneficios, con sus implicaciones nocivas sobre la vida y las relaciones sociales. Las observaciones urbanas de Lefebvre están recogidas en una serie de libros de amplio recorrido y difusión: El derecho a la ciudad (1968), De lo rural a lo urbano (1970), La revolución urbana (1970), El pensamiento marxista y la ciudad (1972), Espacio y política (El derecho a la ciudad ii) (1973) y, por último, La producción del espacio (1974). Por supuesto, la interpretación de su trabajo no podría eludir su trayectoria anterior, los escritos previos y otros paralelos sobre el marxismo, la cotidianidad, la tecnocracia, el diferencialismo, el Estado, las desigualdades sociales, las estrategias del neocapitalismo, el papel de la ciencia y de la técnica en el mundo contemporáneo, etc. Son éstas cuestiones bien presentes en su investigación sobre la dinámica urbana, de la misma manera que las referencias a la ciudad y lo urbano no faltan en otros trabajos. La proclamation de la Commune (1965) tiene resonancias en el planteamiento del derecho a la ciudad; y L’irruption de Nanterre au sommet (1968) discurre por similares cauces: el espacio es objeto y parte de la lucha política. Asimismo, sus investigaciones sobre la cotidianidad o el Estado no dejan de advertir su anclaje espacial (v. gr., el quinto capítulo de Del Estado iv. «Las contradicciones del Estado Moderno. El espacio y el Estado», 1978). Pero, como decimos, en sentido estricto las obras citadas arriba constituyen la serie que abre y cierra lo que Remi Hess ha dado en llamar el «momento» urbano del autor. 35 Dentro de esa fase, otra contribución —y no menor— sería la creación, junto a Anatole Kopp, de la revista Espaces et Sociétés.4 Se trata de una publicación de referencia desde su fundación en 1970, nacida con vocación crítica, abierta e internacional tanto en sus contenidos como entre sus colaboradores. La revista se abría con un artículo de Lefebvre, «Réflexions sur la politique de l’espace» (incluido después en la obra Espacio y Política), que suele ser interpretado como el manifiesto de su programa de trabajo. Y de hecho avanza tesis («hay política del espacio porque el espacio es político») que después integran y dan sentido a otros escritos posteriores. En 1994, tres años después de la muerte de Lefebvre, la revista rendiría homenaje a su fundador con un número especial consagrado a la actualización y a las ramificaciones de su pensamiento. De los libros mencionados más arriba a propósito del ciclo urbano del autor, todos salvo el último fueron enseguida traducidos al español. El último título, La producción del espacio, considerada la cima de su pensamiento sobre el espacio y la ciudad —y como tal vertida al inglés, al italiano, al japonés, al coreano…—, ha tenido que esperar casi cuarenta años desde su primera edición francesa para ver la luz en su versión española. Pese al tiempo transcurrido y los cambios habidos, es un volumen que resiste bien el paso de los años, en algunos momentos los esclarece y en otros, sencillamente, queda superado o lejos de lo sucedido. Lo uno y lo otro responden al carácter ensayístico y al método empleado en su discurrir, yendo desde el pasado al presente para proyectarlo al futuro. Naturalmente la coyuntura económica, política e ideológica no es la misma. Pero debe afirmarse su actualidad, especialmente en su arrojo crítico y no sólo en el contenido de lo que trata y vislumbra: el modo en que el capitalismo se ha extendido por y a través del espacio, afirmándose en él y a partir de él; la globalidad de las contradicciones sociales asociadas a este proceso, la degradación y desaparición de la naturaleza bajo la concepción mercantilista que rige los designios de la planificación espacial; las tensiones entre lo global y lo local, las tensiones políticas sobre el espacio y las tensiones espaciales de la política… En todo caso, pese a la complejidad, los errores, los años y la superación de ciertas cuestiones, siempre es un buen momento para volver a pensar los avatares de la ciudad y del espacio con Lefebvre. 4 Es una de las muchas aventuras del autor en la editorial Anthropos, donde funda asimismo las revistas Autogestion, L’Homme et la société, Epistemologie sociologique. 36 no ciudad, la anti-ciudad—, y la haría estallar, urbanizando el territorio y anulando —por absorción— la contradicción dialéctica campo-ciudad (a partir de entonces amplificada en el conflicto centro-periferia). En esta línea de aplicación de la dialéctica marxista encuentra sentido la hipótesis guía que Lefebvre esboza acerca del advenimiento de la sociedad urbana: la historia de la sociedad se traduce en un movimiento hacia su urbanización progresiva, consecuencia del poder transformador de la era industrial. Preindustrial Ciudad Política Industrial Ciudad comercial Ciudad industrial Post-industrial Zona crítica 0 100% NECESIDAD TRABAJO Transición de lo rural a lo urbano (PLACER) (SOCIEDAD URBANA) Implosión-Explosión: Concentración y extensión de lo urbano En una diacronía rápida, la historia podría verse como la sucesión dialéctica de tres grandes eras: la agrícola, la industrial y, por fin, la urbana, en proceso de constitución. A partir de ahí, la sociedad urbana («llamaremos sociedad urbana a aquella que surge de la urbanización completa, hoy todavía virtual, pero pronto realidad») representa una referencia empírica central para hacer inteligible la realidad social contemporánea. El proceso se entiende como un movimiento histórico que se inicia en un momento de total ausencia de urbanización, pasando por sucesivos tipos ideales de ciudades (la ciudad política, la ciudad comercial, etc.), hasta llegar a un punto donde la extensión del tejido urbano es completa. La tesis sostenida en La revolución urbana, según la cual cada tipo de sociedad conforma un espacio específico, será refinada y ampliada en La producción del espacio (1974). 39 El pensamiento marxista y la ciudad Insistamos en que lo urbano constituye un momento preciso en la muy dilatada trayectoria de Lefebvre. La importancia atribuida al autor como pensador filourbano (por su tesis típicamente grecolatina de la Ciudad como cuna de la innovación y del pensamiento) y la que él mismo confiere al derecho a la ciudad, a la revolución urbana o a la producción y apropiación del espacio no han de confundirnos al respecto: la exploración urbana representa un eslabón más —aunque ciertamente crucial— en un pensamiento de largo alcance que aspira a caracterizar los rasgos y tendencias dominantes de la sociedad contemporánea. El espacio, sus representaciones, prácticas y transformaciones, constituyen vectores de dicha indagación. De ese modo, tal como sucedía con buena parte de la tradición clásica de la sociología, la contribución teórica de Lefebvre al estudio del fenómeno urbano —si bien más contorneada, puesto que para él la sociedad urbana representa la superación de la sociedad industrial, de sus problemas y de su racionalidad— ha de comprenderse a la luz de su teoría sobre lo social y sobre el cambio social, como parte de un estudio en el que mostrar la lógica (ampliada) de la dinámica neocapitalista desde una perspectiva marxista. Se trata ésta de una referencia importante: la teoría urbana de Lefebvre está singularmente anclada a la reconstrucción del marxismo. Esto permite comprender mejor el alcance y la dirección de sus observaciones, también algunas contradicciones y las críticas recibidas,5 las cuales sin embargo no restan valor a uno de sus méritos principales, el de hacer factible el análisis urbano desde la crítica marxiana. He aquí un ejercicio pionero. Si Marx había captado el proceso de industrialización e incluso había indicado su parecer sobre el modo de dominar tal proceso, en cambio, el problema urbano había quedado fuera de su alcance. No la ciudad —en tanto que forma de organización social, como se advierte en La ideología alemana o en El manifiesto comunista— pero sí la urbanización, y eso por motivos de orden histórico: la urbanización era entonces un proceso en marcha y las urgencias se hallaban en la esfera central del conflicto trabajo/capital. En todo caso, la cuestión urbana venía a ser subsumida en la cuestión social —sin necesidad pues de recurrir al mito del desorden urbano como sugería el socialismo utópico— o bien era reducida a la cuestión del alojamiento 5 Fundamentalmente la que le dirige en un primer momento Manuel Castells en La cuestión urbana (1976); asimismo su insistencia en que Lefebvre no practicaba sociología urbana sino filosofía de la ciudad. 37 (El problema de la vivienda, de Engels).6 «La enseñanza de Marx y del pensamiento marxista, incompleta, ha sido desconocida —dice Lefebvre—. Para el mismo Marx, la industrialización contenía en sí su finalidad, su sentido. Ello ha dado lugar, por ende, a la disociación del pensamiento marxista en economicismo y filosofismo. Marx no ha mostrado (en su época no podía hacerlo) que la urbanización y lo urbano contienen el sentido de la industrialización. No ha visto que la producción industrial implicaba la urbanización de la sociedad y que el dominio de las potencialidades de la industria exigía conocimientos específicos relativos a la urbanización. La producción industrial, después de un cierto crecimiento, produce la urbanización, permite las condiciones y abre las posibilidades de ésta. La problemática se desplaza y se convierte en problemática del desarrollo urbano».7 El largo abandono teórico de la ciudad desde la perspectiva marxista se debe más a esas razones —o a su interpretación mecanicista, que opera reduciendo lo urbano a una expresión material inmediata del orden capitalista— que al influjo que pudiera ejercer el antiurbanismo y la terapéutica espacial del socialismo utópico (evidente también en el desurbanismo soviético). Lefebvre no se limitaría a interpretar el urbanismo a la luz del pensamiento marxista, sino que en 1972 ofrecería un valioso estudio de los escritos marx-engelsianos sobre la ciudad, El pensamiento marxista y la ciudad. Es una obra donde se persigue restituir el pensamiento de Marx y el de Engels sobre la ciudad en el movimiento de toda su reflexión (la teoría de la plusvalía, el papel económico de las ciudades, la lucha de clases, etc.), pues de otro modo, tomados los textos de forma aislada, se traicionaría su sentido y el movimiento que los empujaba. Se trata de preguntar a los textos en nombre del presente y orientar sus enseñanzas al futuro. Al respecto Bettin (1982: 135) señalaba que «la exégesis de estos textos y la consiguiente adopción de una perspectiva materialista y dialéctica permitirían una interpretación correcta de los problemas de la sociedad urbana contemporánea, aun cuando Marx y Engels no podían, obviamente, preverlos en toda su violenta complejidad». Violenta, en efecto, porque si la ciudad permitió un día la aparición del capitalismo, en el transcurso del tiempo, la ciudad capitalista industrial realizaría su negación —la 6 No obstante, Engels lleva a cabo uno de los estudios más logrados sobre la vida social de las grandes ciudades industriales en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845) y al respecto, Lefebvre le reconoce una profunda comprensión sobre el hecho urbano que rompe con la tradicional imagen de Engels como segundo violín. Vid. El pensamiento marxista y la ciudad (versión española de 1973). 7 H. Lefebvre, El derecho a la ciudad, pp. 101-102. 38 Alienación y poética de la cotidianidad La reconstrucción del marxismo, pues, constituye un programa de trabajo mucho más ambicioso de lo que pudiera presumirse: no pretende sólo desmarcarse de las consignas del Diamat estaliniano, sino desarrollar el marco teórico del materialismo dialéctico a la luz de las nuevas contradicciones y conflictos sociales (el neocapitalismo, el desarrollo del «socialismo real», las formas ideológicas y de conocimiento científico, la urbanización y las nuevas alienaciones). Todo ello desde la comprensión de un Marx no fragmentado8 cuyo pensamiento estimaba necesario para la superación de la especulación filosófica y para la transformación del mundo. Con el tiempo el discurso se apartaría de la simple marxiología —con las lógicas repercusiones sobre la reconstrucción del materialismo dialéctico (Beloud, 1981)— para adentrarse en áreas apenas descifradas por el pensamiento marxista: la crítica de la cotidianidad y el proceso de urbanización. De hecho, asoma la posibilidad de emplear y afinar las categorías filosófico-políticas de su particular elaboración marxista, de giro subjetivista —al reivindicar el retorno del sujeto— y abierta tanto a las aportaciones de las ciencias sociales como a otras referencias intelectuales: Hegel (el problema de la alienación, la afirmación del Estado-nación sobre la sociedad civil), Heidegger (la poética del habitar, la crítica cultural de la técnica) y Nietzsche (la afirmación vitalista, la tensión entre las necesidades y los deseos, la concepción trágica y dionisíaca del mundo, el cuerpo, la sexualidad y la violencia), entre otras. De la exploración crítica de la cotidianidad —una de sus grandes aportaciones— se desprende que lo cotidiano representa para Lefebvre un ámbito de aparatos e instrumentos ideológicos manipulados cuyo despliegue conduce a una alienación generalizada (inversiones ideológicas, incremento del consumo y de la esfera privada —del Otro—). Bajo la apariencia de racionalidad, la dominación se expresa en una cotidianidad programada donde se manipulan las necesidades y los deseos, en contradicción, siendo la publicidad, la planificación económica y el urbanismo sus herramientas más eficaces. El neocapitalismo vendría a imponerse como «sociedad burocrática de consumo dirigido» en la que todos los planos de existencia quedan atrapados en un espejismo de bienestar (Beloud, 1981). No obstante esta estrategia, «la exploración de las situaciones cotidianas supone —según Lefebvre (1984: 227-228)— capacidad 8 Lefebvre no compartía la falsa división y parcelación entre un Marx joven (al que se apegaban las lecturas humanistas de Sartre y Marleau-Ponty) y un Marx maduro (el que invocaba el estructuralismo de Althusser). 40 la lógica de la dominación (estatal) y la lógica de la apropiación (social) del espacio, teniendo como telón de fondo la crítica hacia determinados usos de la ciencia y la técnica en la modernidad. En un primer momento, su tratamiento de la producción del espacio como vector de exploración le permite considerar: (a) la forma en que cada sociedad genera y modela el espacio que ocupa a lo largo de la historia; (b) la forma en que el neocapitalismo modifica las relaciones de producción para perpetuarse. En Lefebvre, esta línea examina el crecimiento urbano y las consecuencias sociales del urbanismo analítico (adaptado a los requerimientos de la sociedad industrial). Pero el espacio no es sólo un continente inerte sino que a través de él se realiza la reproducción de las relaciones de producción. El espacio urbano deviene no sólo espacio mercancía sino también espacio instrumental. El autor no se limita a un análisis de la producción del espacio en clave de economía política (donde lo inmobiliario y/o la producción del espacio amplían la lógica productivista en el espacio) sino que, además, llama la atención sobre la manipulación espacial que sirve a la reproducción de las relaciones sociales como ideología. Aquí se inserta la noción marxista de ideología y también la tarea asignada por Lefebvre a la filosofía de invalidar el discurso ideológico por la crítica. La ideología urbanística, que se proclama ciencia, no sólo sirve a la legitimación del orden social, procurando un envoltorio técnico aséptico, aparentemente neutral incluso en el tratamiento de las formas, sino que contribuye por ende a instaurar una hegemonía, una forma de vida, unos comportamientos sociales aceptables, unas prácticas concretas en el espacio. La posición lefebvriana respecto al pretendido estatuto objetivista del urbanismo consiste en mostrar cómo responde a un marco de valores clasificados jerárquicamente, no siendo ajeno a las operaciones de legitimación del orden social en que opera. En un sentido amplio es concebido como una estrategia de dominación que fragmenta el espacio y lo hace equivalente de cara al mercado (isotopías geométricas); reúne en piezas homogéneas y funcionales la vida en el espacio y el espacio mismo. Su análisis es previo a un ejercicio de síntesis: reúne lo fragmentado en un orden renovado, el del neocapitalismo, el de la sociedad burocrática de consumo dirigido. En esta argumentación se advierte la profunda desconfianza de Lefebvre hacia el Estado, y en consecuencia su repulsa de la planificación tecnocrática: el urbanismo y la ordenación territorial no son un asunto técnico sino político; el espacio es políticoinstrumental. Comoquiera que el urbanista-tecnócrata aspira a ver en el espacio el lugar de sus hazañas —un espacio vacío que cubrir de conceptos, 43 de intervención, de reorganización en lo cotidiano, que no tiene por qué implicar una institución racionalizadora ni planificadora (...) En tanto praxis a escala global de la sociedad, forma parte de la revolución cultural, fundada en el fin del terrorismo...». El vitalismo lefebvriano impide que su discurso se deslice por la pendiente del pesimismo social típico de las críticas de la cultura, de tal modo que sitúa en la propia cotidianidad la posibilidad misma de emancipación. Beloud (1981) sugiere cómo, a partir de dicha caracterización, el metamarxismo lefebvriano se erige como un momento de la revolución cultural permanente que ha de realizar la totalidad social y la apropiación del mundo. Eso no quita que su argumentación quede suspendida en cierto voluntarismo y comience a enredarse en un humanismo tan atractivo como indeterminado. La referencia al homo quotidianus —como sujeto de redención— y a la cotidianidad —que pasa de ser el lugar geométrico de todo lo insignificante a devenir instancia transcendente— ejemplifica el rumbo subjetivista de su interpretación: hace bascular su discurso y la propia praxis hacia el espontaneismo y queda desarraigado, al fin, de una estrategia política precisa. Por lo demás, Lefebvre termina pasando por alto ciertas determinaciones sociales que, en términos de coacciones, instrumentos de dominación e ideologías disuasorias, construyen la cotidianidad (Bettin, 1986; Castells, 1976). Éste es el coste de una apuesta subjetivista que persigue restituir la problemática del sujeto, ahondando en la significación social de esos momentos privilegiados, de esas pequeñas rupturas locales, en los fragmentos de sentido del ser, en las transformaciones (praxis y poïesis) de una vida cotidiana entendida como posibilidad de la autogestión generalizada. De ese modo, reivindicada la acción social y rehabilitado el sujeto, el dilema lefebvriano (Rose, 1978) adopta la naturaleza del viejo conflicto entre el Nomos (aquellas fuerzas que reprimen al individuo) y el Telos (la potencia del hombre para liberarse). Crítica social del urbanismo: lógica de dominación, lógica de apropiación Lo urbano vendría a recuperar en su investigación el antagonismo entre Nomos y Telos, y toda una serie encadenada de contradicciones presentes en la cotidianidad: valor de uso/valor de cambio, obra/producto, producción/apropiación, hábitat/habitar. Es en este conflicto y en las consecuencias que conlleva para la vida cotidiana donde podemos situar la crítica lefebvriana a la 41 planificación espacial y al urbanismo9 de su tiempo, a los que censura su participación en la degradación (cuando no de la destrucción) de la vida social en y de la ciudad. El eje de esta crítica discurre parcialmente por la evocación de un cierto sentimiento de pertenencia, de unas actividades e inversiones afectivas y prácticas desplegadas sobre el espacio social de la ciudad, lo que remite a las nociones de obra y valor de uso. Pero, de otro lado, el examen no puede descuidar que la explosión de la ciudad atestigua el dominio del universo de la mercancía, del espacio como producto y extensión de la estructura tecno-económica de la sociedad capitalista. El discurso lefebvriano se enriquece con una visión fenomenológica que pretende dar cuenta de la suma de impresiones que provoca la vivencia cotidiana de la ciudad y en la ciudad. El vínculo del ciudadano con su espacio remitiría asimismo a una conciencia ingenua, práctica y prerreflexiva, anterior al juicio que tematiza la ciudad como objeto. Es decir, la experiencia habitante (el espacio vivido) desborda el saber (y por tanto, el poder) analítico. Tan sólo los poseedores de una ideología llamada economicismo pueden concebir esta vida urbana a partir de la producción industrial y de su organización. Tan sólo los partidarios del racionalismo burocratizado pueden concebir esta realidad nueva [la sociedad urbana] a partir de la composición del territorio y de la planificación (Lefebvre, 1984, 230). Puede advertirse que esta crítica del urbanismo discurre en dos planos: uno articulado en torno a la problemática de la producción (mercantil y tecnocrática) del espacio; otro formalizado en su argumentación sobre la apropiación del espacio (o el habitar). Con ello Lefebvre pone al descubierto que la producción del espacio (manifiestamente en la cuestión del hábitat) viene regida aún por la razón industrial y la dominación; por su parte, la apropiación del espacio (el universo del habitar) por una racionalidad urbana embrionaria que pugna por recuperar el sentido pleno de la obra, del valor de uso.10 La denuncia del urbanismo, por tanto, se articula en la contradicción entre la lógica de la producción (mercantil) del espacio, 9 Que bien podría llamarse en sentido figurado analítico, por su tendencia a proceder por descomposición de la realidad urbana, y cuyo fundamento descansa en la aplicación indiscriminada de recortes parciales (objetos sin concepto) en el análisis y en su ejecución: descomposición de la totalidad social urbana en zonificaciones, jerarquizadas y segregadas. Los recortes analíticos no impiden, sin embargo, que este urbanismo, en especial el funcionalismo lecorbuseriano apoyado en las ciencias parcelarias de la realidad social, se insinúe como una síntesis (aunque ideológica). 10 El término obra no designa en el pensamiento lefebvriano-marxista un objeto de arte sino que se concibe como la actividad de un grupo que se apodera y se hace cargo de su papel y destino social; una autogestión, en definitiva. 42 lógicas y estrategias racionales—, descuida su realidad prosaica: no produce ni crea el espacio sino que ejecuta los mandatos de un orden que le supera. La construcción de nuevos conjuntos (las urbanizaciones periféricas, los nuevos barrios, las operaciones inmobiliarias, etc.), cuya pretensión es crear a priori el marco espacial para los comportamientos factibles (o deseables), no es sino una manifestación inquietante del demiurgo moderno. Es una crítica a la modernidad, a la razón instrumental, que discurre por parámetros humanistas y culturalistas. La técnica (un hacer del hombre en su sentido antropológico) debe servir a su desarrollo, en vez de dominarlo y reducirlo a objeto o apéndice. Es en ese sentido que hemos hablado de la constitución y dominio de un urbanismo normal inspirado parcialmente en el código sabio de la Bauhaus y de Le Corbusier, revestimiento formal de los requerimientos del capital y del Estado. Con el tiempo, el modelo, que consagra la estandarización del orden socioespacial (la más eficaz de las ideologías reductoras), pone en evidencia la inadecuación de sus parámetros: módulos repetitivos, estricta jerarquización del espacio, descomposición de la vida social, expulsión de lo transfuncional en la ciudad, anomía y desorientación. El urbanismo normal opera como ideología manipuladora, disimulando bajo una disposición racional la alienante realidad de un espacio homogéneo, fragmentado y jerarquizado. Para ese urbanismo normalizado y normativo, la significación de la vida del hombre y de la ciudad, toda la existencia se reduce a mera función, al rigor inhabitable. Y, sin embargo, ¿dónde queda el deseo, lo transfuncional, lo lúdico y lo simbólico? Frente a la producción (economicista y racionalizadora) del espacio, Lefebvre afirma la potencia creadora y subversiva del mismo desde la cotidianidad. Se trata de una cuestión que ha de leerse en el seno de las dicotomías señaladas (obra/producto; valor de uso/ valor de cambio) y los niveles jerárquicos observados en su análisis sobre lo urbano: lo Global (G) —el del Estado y el Capital—, el nivel Mixto (M) —el de la Ciudad, como resto— y el nivel Privado (P), este último no considerado desde la ideología del hábitat sino desde la poética del habitar como hecho social. Lefebvre invierte pues el orden: la lógica estatal y capitalista de la producción del espacio (y el de la planificación como proceso especializado) va de arriba abajo, de lo Global a lo Privado, con sus graves consecuencias; la lógica de la apropiación (del derecho a la ciudad, del habitar) opera en sentido inverso. Desde esta óptica, el «habitar» no podría identificarse con el mero hecho de estar en un espacio estandarizado y consumar un protocolo social heterodeterminado, más o menos hermético: programación y 44 habitar se dan como conceptos antitéticos. El pensamiento lefebvriano otorga al «habitar» el carácter de una actividad creativa libre, expresión inequívoca de la potencialidad humana. Desde esta argumentación la ciudad aparece no sólo como el topos donde se condensan los procedimientos técnicos, económicos y políticos de dominación de la vida social: la crítica sociológica y el «habitar» portan de manera conjunta el interés por la emancipación colectiva. Lo urbano se perfila así como la ocasión para acceder al rango de ciudadanía y a la apropiación del espacio como etapa de superación de la alienación social. Alienación tecnológica, política y, ahora, alienación urbana, que sigue remitiendo a esa pérdida de lo posible y no a la de un pasado más o menos idealizado. ¿Cómo se manifiesta la alienación urbana? Como sabemos, la alienación se genera como consecuencia de una falta de control sobre los procesos y medios de producción y sobre el producto (o bien, sencillamente, por una participación mecánica y escasa). Esta condición resulta extensible a la producción autoritaria y capitalista del espacio: los ciudadanos no controlan los procesos ni los medios ni el producto final. La participación deviene simulacro y se mantiene por cauces inocuos. A menudo ni siquiera se comprenden los códigos simbólicos del entorno construido ni se participa de la centralidad urbana en tanto que condensación espacio-temporal de las relaciones sociales. Esta alienación puede vivirse, además de como objetivación clásica, como segregación (en relación al conjunto social de la ciudad), como dominación y cosificación cultural (en relación al medio institucional) y, finalmente, como extrañamiento (desorientación geográfica y extrañeza en relación al medio urbano).11 Habitar sería apropiarse del espacio; apropiarse del espacio consistiría, en consecuencia, en convertir el espacio (vivido) en lugar, adaptarlo, usarlo, transformarlo y verter sobre él la afectividad del usuario, la imaginación habitante; práctica creativa que afirma la ilimitada potencialidad humana al reconocerse en la obra creada, otorgando al espacio sus múltiples dimensiones perdidas: lo transfuncional, lo lúdico y lo simbólico. Por el habitar se accedería al ser, a la sociabilidad (el derecho a la ciudad, el derecho a la centralidadsimultaneidad) y el habitante rompería con el monólogo del urbanismo tecnocrático. Bordeando la fundamentación ontológica de Heidegger («el hombre habita en poeta», de Hölderlin) y el onirismo topoanalítico de Bachelard, Lefebvre asienta el habitar en una cotidianidad ahora concebida como la auténtica y genuina práctica de creación del espacio y de la vida social. En este punto se hace pertinente 11 Seguimos aquí el esquema propuesto por Carlos Sánchez Casas (1987). 45 una serie de observaciones: por una parte, la postura del autor pretende afirmar la riqueza semántica, imaginativa y poética del habitar frente a la linealidad y monotonía del hábitat programado y del orden social que lo conforma; por otra parte, la argumentación lefebvriana está dirigida a reintroducir al sujeto en la producción (social) del espacio y de la vida urbana. Si en el primer caso, el examen parece razonable, en lo que respecta al segundo punto, se ha señalado a menudo que su posición habría requerido una integración más precisa referente a los condicionantes sociales y económicos presentes en la esfera de la cotidianidad —con sus muchas miserias— y en la producción misma del espacio (proceso dominado por agentes privilegiados: Estado, propietarios, constructores, etc.). La producción social del espacio Las cuestiones anteriores regresarían en La producción del espacio (1974), escrito durante el año de prórroga que le concedió la Universidad de Nanterre antes del retiro definitivo, y que constituye la obra cumbre de ese ciclo sobre la problemática urbana que había comenzado en 1968. Sus páginas prolongan el contenido y el modo de tratar los problemas asociados a la dinámica urbanizadora del siglo, ahora de un modo más refinado; asimismo se advierte la continuidad en la aplicación del método regresivo-progresivo y en su afán por enfrentar la dialéctica marxista a los desafíos de la transformación social (cuestiones como las de la ecología política, por ejemplo, casi embrionaria entonces). Dicho esto, es una obra nueva, compleja, llena de debates cruzados (las polémicas con el estructuralismo de Althusser, con la perspectiva distanciada de Foucault sobre la cotidianidad, etc.), que transcurre en ocasiones por sendas muy alejadas en apariencia del objeto de investigación (excursus sobre la música, el arte, la historia…). Desde otra consideración, estas derivaciones ponen de manifiesto que Lefebvre posee una buena capacidad para movilizar diferentes aspectos y fuentes de la realidad (filosóficas, artísticas, científicas, etc.) así como una sutil habilidad para integrarlas en un discurso tan sugerente como provocativo. De modo explícito, como expresa el título de la obra, el espacio pasa a un primer plano de la indagación lefebvriana. Lo espacial cobra más importancia que la ciudad (a fin de cuentas, en su formulación, un pseudoconcepto sociológico y una realidad histórica superada), si bien la espacialidad representa a este respecto una 46 problemática donde recuperar sus hallazgos sobre lo urbano y la cotidianidad, depurar sus proposiciones y ampliar el alcance de sus tesis. Esta operación viene a confirmar al autor como uno de los analistas más firmes en la revalorización del espacio en la teoría social y en el seno mismo de la interpretación marxista (donde lo privilegiado era evidentemente el tiempo). No siendo la sociedad a-espacial no tiene sentido prescindir de esta dimensión en la interpretación de la génesis, modulación y desarrollo de lo social; llevado este planteamiento al marxismo, lo espacial se incorpora a la dinámica de las fuerzas productivas y a las relaciones de producción. El momento en que acomete el estudio del espacio (social) parece oportuno dados los usos abundantes y confusos del término espacio en el ámbito del conocimiento y de la acción práctica. A las nociones propias de la geometría euclidiana o de la filosofía (las oposiciones lleno-vacío, el absoluto cartesiano, el a priori kantiano, etc.) venían a sumarse los recortes operados por las ciencias fragmentarias de la realidad, que daban como resultado una multitud de espacios de cuyo uso cabría sospechar a veces la pretensión de otorgar un rigor aparente al discurso de lo obvio o de confundirlo. El propósito lefebvriano sería concebir una teoría unitaria del espacio, dada esa diversidad y fragmentación, y en concreto, tras la constatación de una contradicción diabólica entre la percepción, concepción y vivencia del espacio; o de otra forma, entre la práctica del espacio, las representaciones del espacio y los espacios de representación, contradicción encubierta por esos saberes y por esa ideología de la espacialidad que mezcla rigor sin el pretendido saber racional, la planificación autoritaria y las imágenes más triviales. La teoría unitaria del espacio (físico, mental y social) se construye desde la tesis, ya bien conocida, de que el espacio es un producto social. No se plantea pues como un mero hecho de la naturaleza modificada ni como resultado de una cultura, sino del producto de una segunda naturaleza (la sociedad urbana) que es ya la nuestra —y como producto no hace referencia a un simple objeto o cosa, sino a un conjunto de relaciones. La cuestión central en este propósito consiste en dialectizar (más bien, trialectizar) el espacio: no se puede concebir como estático, pasivo o vacío, como si fuera sólo un objeto intercambiable o consumido (por mucho que lo sea en la economía capitalista). En calidad de producto, el espacio forma parte de la producción, y es productor y soporte de las relaciones económicas y sociales, de las fuerzas productivas, de la división del trabajo (planteamiento que deja atrás la interpretación marxista tradicional del espacio social como superestructura). Desde la perspectiva de la dialéctica espacio-sociedad, desde la consideración de la producción (y de los 47 modos de producción), es posible reconstruir la historia del espacio. Ése es el objetivo de la exposición lefebvriana: especificar claramente la espacialidad (social) con la reconstitución de la génesis del espacio y de la sociedad actual (por y a través del espacio producido). El estudio combina el análisis local con el global, siempre mostrando las implicaciones e imbricaciones mutuas así como las contradicciones que se generan. Así, Lefebvre elabora una historia del espacio social estudiando sus momentos privilegiados (formación, establecimiento, declive y explosión), examen asociado a la periodización (relativa) de los modos de producción y al papel que desempeña en la constitución del Estado (la violencia y la guerra), en un intento de no perder la globalidad del fenómeno. Si bien es cierto que cada modo de producción produce su espacio, los caracteres espaciales no pueden someterse de manera mecánica y simple a los rasgos dominantes del modo de producción. Las tipologías de espacios (sociales) que construye sobre estos presupuestos, cuya exploración dejamos ya al lector, bastan para atestiguar lo que siempre defendió el autor al respecto: que su análisis no puede ser sospechoso ni de utópico ni de atópico. 48 Bibliografía ANSAY, P. y SCHOONBRODT, R. (1986): Penser la ville, Bruselas: AAM. BACHELARD, G. (1983): La poética del espacio, México: FCE. BELOUD, Y. (dir.) (1981): «Las filosofías nacionales», en Historia de la Filosofía, Madrid: Siglo xxi. BERNIE-BOISSARD, C. (1991): «Henri Lefebvre, sociologue du quotidien, philosophe de la modernité», en Espaces et Sociétés, 76, pp. 13-30. BETTIN, G. (1986): Los sociólogos de la ciudad, Barcelona: Gustavo Gili. BURKHARD, F. (1986): Priest and Jester: H. 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