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Construir la nación en el siglo XIX latinoamericano: novela nacional e historia. La nación se concibe en los términos ideológicos e históricos del proyecto liberal y se imagina, sobre todo, a través de la literatura; y la literatura, a su vez, se vuelve tanto histórica (o historicista) como nacional o americanista. Fernando Unzueta Azuvia Licón Villalpando Licenciada en Estudios Latinoamericanos UNAM Los hombres de letras de la segunda mitad del siglo XIX latinoamericano parecían tener muy claro que el manejo del pasado resultaba fundamental para la construcción simbólica de una nación. El tópico del pasado inmediato, no sólo aparece de manera importante en los personajes y en la trama de las llamadas novelas nacionales, sino que las define: en la interpretación o reinterpretación de los primeros años de vida independiente se encuenta la justificación de los proyectos de construcción simbólica de la nación, es decir, en ellas se encuentran las proyecciones hacia el futuro. Según Julio Ramos, “en las sociedades recién emancipadas escribir era una práctica racionalizadora, autorizada por el proyecto de consolidación estatal”. 1 El sentido de práctica racionalizadora refiere a la necesidad de construir un cierto orden que diera sentido y coherencia lógica a lo que estaba ocurriendo, pero, más importante, a lo que se deseaba que ocurriera en las sociedades americanas. Si pensamos en la historia de la emancipación de América Latina durante el siglo XIX, podemos distinguir una primera etapa que comienza con los levantamientos armados que buscan la separación de España y que culmina en 1824 con la Batalla de Ayacucho. De este primer periodo, que por obvias razones se distinguió por la acción militar, quedan ejemplos sigfnificativos de la importancia concedida a la escritura por los grandes estrategas de los ejércitos americanos. Los próceres de nuestras independencias, escribieron cartas, proclamas y discursos en los que quedaron plasmados los ideales de libertad y justicia que la independencia prometía. 1 Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina, literatura y política en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 62. 1 Sin embargo es importante tomar en cuenta que la mayoría de las arengas y proclamas de esta primera etapa fueron textos en los que la categoría de ficción no estaba presente —y por lo tanto, tampoco estaba el problema de representar una realidad narrativa más o menos correspondiente con la realidad social— y cuya intención (la educación, la concientización y el llamado al pueblo para alcanzar la libertad) era explícita y directa. Un segundo momento en el proceso de emancipación inicia una vez que se logra la independencia respecto de España, momento a partir del cual es necesario consolidar el Estado, unificar a la población y construir una nación. La prioridad de estos años consistió en alcanzar la emancipación mental de las sociedades americanas al tiempo que se proyectaban los ideales nacionales. 2 A decir de Ramos, “escribir, a partir de los 1820, respondía a la necesidad de superar la catástrofe, el vacío del discurso, la anulación de las estructuras, que las guerras habían causado”.3 Por otra parte, Doris Sommer en su gran obra Ficciones fundacionales, nos explica el por qué de la elección de la escritura como curso de acción durante este periodo. Según la estudiosa, el espíritu pacifista de los jóvenes preparados en escuelas liberales del periodo postcolonial hacía posible que ellos vieran mayores ventajas en las leyes y los códigos, que en las armas y la violencia. 4 Otra de las razones por las cuales la escritura jugó un papel predominante es la mencionada por José María Lafragua: ¿De qué sirve por cierto atesorar ideas, si no se pueden expresar bien? […] ¿de qué hablar al entendimiento, si no se habla al corazón? ¿Vale 2 La emancipación mental está presente en muchos textos del periodo y va por lo general de la mano de la idea de la literatura nacional. Por un lado, los letrados sostenían que una literatura nacional ayudaría a la emancipación mental de los hombres americanos, por otro, se pensaba que no sería posible conseguir una literatura nacional si no existía previamente una emancipación mental. La aparente paradoja se resuelve, hasta cierto punto, si pensamos que el primer postulado estaba formulado en términos de la influencia de la literatura en el pueblo y el segundo en términos de la influencia de las literaturas extranjeras en los literatos americanos. 3 Ramos, op. cit., p. 19. En cursivas en el original. 4 Al respecto Sommer apunta: “Después de ganar la independencia, los criollos volcaron sus esperanzas hacia las conquistas internas. El militarismo intransigente y heroico que expulsó a los españoles de la mayor parte de América constituía ahora una amenaza para su desarrollo. Lo que América necesitaba en aquel momento eran civilizadores, padres fundadores del comercio y la industria, no guerreros”. Sommer, Doris, Ficciones fundacionales, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 31 2 algo el raciocinio sin la persuasión? ¿Y puede persuadirse sin conmoverse? No; porque no se puede pensar sin sentir. 5 Los argumentos anteriores nos hablan de que la escritura era considerada una actividad dirigida hacia lo social y no lo individual. A través de ella, sería posible construir, llenar el vacío que los casi tres siglos de dominio español y los recientes años de lucha independentista habían dejado. Los letrados latinoamericanos estaban convencidos de que a partir de la escritura se podía educar a las masas; que la lectura, especialmente de novelas, sería el medio a través del cual los hombres y mujeres de los jóvenes países obtendrían la instrucción necesaria para actuar como los ciudadanos que los tiempos exigían. La escritura fue, para los hombres de letras, una herramienta de lucha capaz de dotar de sentido (promover símbolos y sus significados) al discurso antes vacío y de reestructurar a la sociedad a través del ordenamiento de la lengua (por medio de las gramáticas) y a través de la ficción (a partir de las jerarquías presentes en el universo diegético de las novelas). Asimismo, la escritura era el medio a través del cual las nuevas naciones podrían compartir con el resto del mundo sus logros y sus progresos. Sin embargo, lo que llama la atención de la cita anterior de Lafragua, y que refiere particularmente a la idea de comunicar, es lo siguiente: América Latina necesita participar al resto del mundo quién es, especialmente, en un nivel emotivo. Para Lafragua, al igual que para muchos de sus contemporáneos, el elemento distintivo de los latinoamericanos era el corazón, el sentimiento, y era eso lo que había que explorar para después mostrar al resto del mundo, especialmente, a la Europa que se modelaba en los ojos de los letrados latinoamericanos como el emblema de la civilización, la modernidad y el progreso. Esta idea de América como el cuerpo y Europa como la razón forma parte de un imaginario importado, de una concepción eurocentrista del mundo que iba de la mano del reconocimiento de la idea hegeliana de la historia como “realización en etapas progresivas y perfectibles de la libertad del Espíritu” misma que, si bien implicaba que América permanecía “fuera de la Lafragua, José María, “Carácter y objeto de la literatura” en Jorge Ruedas de la Serna, La misión del escritor. Ensayos mexicanos del siglo XIX, México, UNAM, 1996, p.76. 5 3 civilización”, es decir, que carecía de historia, también, en palabras de Beatriz González Stephan: llevaría a los intelectuales y sectores sociales latinoamericanos a internalizar esta visión y asumirse dentro de los marcos de este eurocentrismo, para tan siquiera poder representarse dentro de una historia (otra) y de una civilización (otra), sin advertir del todo en su momento que bajo el lema del «progreso» (…) se estaban creando también nuevas formas de dependencia económica y cultural. 6 Es decir que, durante el siglo XIX, los letrados latinoamericanos, en lugar de rechazar el modelo hegeliano por no reconocer la historia prehispánica y, como consecuencia, relegar al continente a la categoría de no civilizado, lo reconocieron y se propusieron la tarea de construir, a través del discurso y más específicamente, a través del discurso literario, la historia que éste necesitaba para elevar su posición y alcanzar, así, la civilización. Según palabras de Fernando Unzueta, en América, “[l]a historia, en vez de proporcionar los “orígenes” de la nacionalidad, como en Europa, frecuentemente representaba una situación en la que lo nacional simplemente no existía o, en el mejor de los casos, había sido totalmente desvirtuado por el “nefasto” sistema colonial español”.7 Así entonces, gran parte de la labor de los hombres de letras debía estar enfocada en dotar de significado y valor positivo el pasado de los países latinoamericanos para así poder completar el esquema y poder proyectarse hacia el futuro. En otras palabras, había que crear los orígenes de la nación, y eso significaba voltear hacia el pasado y narrarlo desde el presente liberal. Ahora bien, a todas estas ideas acerca de la importancia de la escritura hay que agregar el hecho de que durante el siglo XIX los políticos eran a la vez escritores, o los escritores políticos. Esto significó que, como apunta Doris Sommer, la literatura nacional y la idea política de la república estuvieron unidas “a través de los autores que prepararon 6 González Stephan, Beatriz, La historiografía del liberalismo hispanoamericano del slglo XIX, La Habana, Ediciones Casa de las Américas, 1987, p. 87. 7 Unzueta, Fernando, La imaginación histórica y el romance nacional, Lima-Berkeley, Latinoamericana Editores, 1996, p. 20. 4 proyectos nacionales en obras de ficción e implementaron textos fundacionales a través de campañas legislativas o militares”. 8 Según Sommer, “para el escritor/estadista no había una clara distinción epistemológica entre el arte y la ciencia, la narrativa y los hechos y, en consecuencia, entre las proyecciones ideales y los proyectos reales”. 9 Con lo anterior quiero decir que los intelectuales decimonónicos vieron en la producción de novelas nacionales una de las herramientas más poderosas para difundir los nuevos y modernos ideales nacionales que debían estar, paradójicamente, sustentados en la tradición y la historia local; es decir, los proyectos reales se constituían de la misma forma que las proyecciones ideales. En las novelas nacionales estos ideales ligados a la libertad, a la justicia, al triunfo del sistema republicano sobre las monarquías despóticas, eran representados por personajes cuyas interacciones daban pautas de comportamiento a los lectores tanto en el ámbito público como en el privado. Es decir, las novelas nacionales proponían un sistema de valores y creencias, del mismo modo que introducían una lectura del pasado reciente que sirviera para consolidar este sistema. Un ejemplo de lo anterior lo podemos encontrar en la siguiente cita de, Luis de la Rosa Oteiza, quien en su ensayo titulado “Utilidad de la literatura en México”, afirma que Si las naciones actualmente civilizadas no cultivasen la literatura, volverían insensiblemente al estado salvaje… […] ¿qué sería, en fin, una sociedad sin anales ni recuerdos, sin historia ni tradiciones, sin ejemplos de virtud en lo pasado, sin entusiasmo por la gloria, sin esperanza de fama y sin deseo de celebridad para el porvenir?10 Por otra parte, para los hombres de letras la literatura significaba el camino idóneo para reparar los errores sociales, estrechar los vínculos de una comunidad, o aleccionar a los ciudadanos respecto a sus deberes para con la patria. A través de los personajes de las novelas nacionales era posible castigar los vicios al adjudicarles funestos desenlaces a los villanos y recompensar, en cambio, a los justos y bondadosos. Asimismo, y como una 8 Sommer, op. cit., p. 24. Idem. 10 De la Rosa Oteiza, Luis, “Utilidad de la literatura en México”, en Jorge Ruedas de la Serna, op. cit., pp. 78-79. 9 5 distinción de la novela romántica europea, Sommer señala que “las novelas de América Latina parecen estar ‘corrigiendo’ los romances europeos o por lo menos dándoles un buen uso, quizás ejemplar, al realizar sus deseos frustrados”.11 En las novelas nacionales se plantea no sólo la idea de lo que debe de ser la nación sino también del lugar que ocupa en ese deber ser cada uno de sus integrantes. Según la misma autora, en los romances nacionales fue común el uso de “mentiras piadosas” como estrategias para “controlar los conflictos raciales, regionales, económicos y sexuales que amenazaban el desarrollo de las nuevas naciones latinoamericanas”.12 En palabras de Julio Ramos, “entre las letras y el proyecto modernizador, que encontraba en la escritura un modelo de racionalidad y un depósito de formas, había una relación de identidad, no simplemente de ‘reflejo’ o semejanza”. 13 Es bien sabido que los proyectos de construcción nacional, y en especial los discursos hegemónicos en los que se fundan, tienen que ver con la legitimidad del poder estatal y con el objetivo final de establecer Estados-naciones estables, eficaces y capaces de controlar lo que ocurre al interior de sus fronteras. Una de las aportaciones más significantes de Ramos es, a mi parecer, la noción de que durante los primeros setenta y cinco años del siglo XIX, en los países latinoamericanos la esfera discursiva literaria, o la república de las letras, estaba unida a la esfera política, puesto que los gobernantes —los políticos y letrados— necesitaban el discurso literario como una forma de legitimación. Para el estudioso, esta relación se problematiza hacia el último cuarto del siglo, momento en el cual el surgimiento de una esfera específicamente política vuelve prescindibles a los letrados, impulsando así a una nueva clase, los intelectuales, defensores ya sea de ideas contrarias al Estado o de posturas ligadas al positivismo en las cuales la literatura deja de ser un camino para alcanzar el progreso. Es decir, al consolidarse el Estado aparece un cambio en el paradigma literatura-política y en la relación entre la literatura y la realidad social, 11 Sommer, op. cit., p. 57. Ibid., p. 46. El mismo Altamirano en sus “Revistas literarias de México” opina respecto a las novelas extranjeras que presentan amores descarriados o poco virtuosos: “Se dirá: “Pero así es el mundo”. Enhorabuena: pero ¿por qué en vez de condenar con el ridículo o con la desgracia esas negras realidades de la vida, añadirles la seducción de la poesía y el atractivo de la fortuna?” Altamirano, Ignacio Manuel, La literatura nacional. Revistas, ensayos, biografías y prólogos, ed. y prol. de José Luis Martínez, México, Editorial Porrua, 1949. Tomo 1, p. 38. 13 Ramos, op. cit., p. 50. 12 6 lo cual trae como resultado la especialización y separación entre esferas y disciplinas y la sustitución de la figura del letrado u hombre de letras por la del intelectual. Dos de estos hombres de letras, el mexicano Ignacio Manuel Altamirano y el argentino Bartolomé Mitre abordan el tema de la literatura y de la importancia del pasado, así como de las proyecciones políticas de la conjunción de estos dos tópicos en buena parte de su producción. Una muestra de ello resulta lo dicho por Altamirano en La literatura nacional”, ahí, el guerrerense afirma que es necesario que la novela recoja desde la historia antigua de México, “una mina innagotable”, hasta la historia de las guerras de independencia y de los “varones insignes” 14 que en ellas participaron. La inclusión de la historia en la novela hará posible que la historia deje de estar al servicio de una minoría provilegiada y que pase a manos del pueblo quien, supone, “saca[rá] de ella provechosas lecciones”.15 Asimismo, para Mitre la novela debe contener elementos históricos puesto que “el pueblo ignora su historia, sus costumbres apenas formadas no han sido filosóficamente estudiadas, y las ideas y sentimientos modificadas por el modo de ser político y social no han sido presentadas bajo formas vivas y animadas copiadas de la sociedad en que vivimos.”16 Ahora bien, me gustaría profundizar un poco en el término que he estado empleando para referirme a estas obras, producto de la relación entre literatura y política decimonónica, el de las novelas nacionales. Una novela nacional es aquella que, a través del romance, ofrece una alegoría de las sociedades hispanoamericanas y sus proyectos de construcción nacional. En una cita de Djelal Kadir, Sommer dice que “estas ficciones ayudaron, desde sus inicios, a la historia que las engendró”.17 Por un lado, la coyuntura histórica marcó ciertas pautas de creación, y como he explicado anteriormente, el hecho de que el círculo político y el literario fueran uno solo, determinaba —en cierta medida— que la producción literaria sirviera para los mismos fines que el resto de las actividades intelectuales. Por otra parte, las novelas ocuparon un papel primordial en la distribución y posterior adopción de los valores y las normas de comportamiento que éstas ofrecían, en 14 Altamirano, Op. cit., pp. 13-14. Ibid., p. 30. 16 Mitre, Bartolomé, Soledad, La Paz, Universo, 1968, p. IX. 17 Sommer, op. cit., pp. 23-24. 15 7 gran parte debido a su inmediata popularidad entre las sociedades latinoamericanas, especialmente entre el público lector femenino. Ahora bien, estas novelas nacionales son a la vez novelas románticas: historias de amantes desventurados que representan determinadas regiones, razas, posturas políticas e intereses económicos. El desenlace, o más bien, el objetivo principal de las novelas consiste, en muchos casos, en la unión conyugal de estos dos seres quienes, al unir sus vidas dentro del orden racional y controlado por el Estado, reconcilian las diferencias sociales y muestran así la posibilidad de una comunidad unida y sin distinciones, idea central del nacionalismo. Así, “las ideas nacionales están ostentablemente arraigadas en un amor heterosexual “natural” y en matrimonios que sirvieran como ejemplo de consolidaciones aparentemente pacíficas durante los devastadores conflictos políticos internos de mediados del siglo XIX”.18 Esta es una de las razones por las cuales, como ya se había mencionado, los escritores latinoamericanos rechazaron categóricamente los romances de aventuras extramaritales, característicos de la novela romántica europea, ya que “constituían cimientos riesgosos para las construcciones nacionales”. 19 Según Sommer, en el caso de los personajes masculinos, lo que buscaban las novelas era convertir al héroe nacional en esposo. Una vez concluidas las luchas en el campo de batalla, era el momento de regresar a casa, de construir hogares que sirvieran como cimiento de la nación. En el caso de los personajes femeninos, éstas se presentaban como las depositarias de los valores de la familia: el honor, el pudor, la lealtad y la sumisión eran cualidades privadas que debían ser llevadas al espacio público. Finalmente, me gustaría mostrar, de manera muy breve, como es que esta relación entre el manejo del pasado y los proyectos de construcción nacional se desarollan en dos novelas del siglo XIX latinoamericano: Clemencia de Altamirano y Soledad de Mitre. En el caso de Soledad, novela escrita en 1847 y publicada en el folletín del periódico La Época de Bolivia —país en el que Mitre se encontraba exiliado—, ésta se trata de una novela corta de trama bastante simple cuya importancia radica en que fue propuesta por su autor como una novela modelo. Soledad se ubica a pocos años de conseguida la independencia de los países andinos y resulta un ejemplo paradigmático de 18 19 Sommer, op. cit., pp. 22-23. Entrecomillado en el original. Ibid., p. 33. 8 la novela como herramienta para instruir. La protagonista femenina, Soledad, se nos presenta como un símbolo de la patria: joven, inocente, pura y en peligro. Las amenazas: el viejo español con quien se vio forzada a casarse y el joven recién llegado de Europa que busca seducirla. Su defensa: el primo que ha sido su primer y único amor, un militar del ejército libertador que regresa a casa después del triunfo independentista. La visión de la historia en la novela de Mitre resulta muy evidente: por un lado tenemos a los personajes que representan el pasado colonial, el rancio pasado aristocrático (el marido de Soledad, los amigos de éste y, en cierto sentido, el joven Eduardo), y por otro, a los personajes que representan el futuro de América, la independencia y el triunfo de la república (Soledad y Enrique). En Soledad, una vez que se han cumplido los deberes para con la patria, representados por la partida de Enrique al campo de batalla, llega el momento de cumplir con los deberes para con la familia. Enrique regresa para defender el honor de Soledad y salvarla de la seducción de Eduardo, una vez logrado esto, poco antes de morir, el marido de Soledad reconoce que el verdadero esposo de Soledad siempre debió haber sido su joven primo, logrando así el perfecto equilibrio del que Sommer habla: el héroe que se convierte en esposo y la mujer que resulta depositaria de los valores que habrán de ser la base de la nación. En Clemencia, novela publicada por entregas en 1869 en el periodico El Renacimiento, dirigido por el mismo Altamirano, el autor retoma la vida de dos mujeres de provincia y dos capitanes del ejército republicano durante la Guerra de Intevención Francesa. Escrita a pocos años del triunfo de la república, la obra dista mucho de ser optimista: el final trágico que el autor concede a sus personajes puede ser visto como una lección de que la patria aún se encuentra amenazada. Las desventuras amorosas de los personajes de Clemencia, las dos damas enamoradas del galante Enrique quien termina por descubrirse como un traidor, Fernando cayendo ante los juegos seductores de Clemencia sin darse cuenta que sólo quería causarle celos a su amigo, Fernando liberando al traidor y tomando su lugar para ser fusilado, todos estos son ejemplos de cómo en una situación en la que la patria se encuentra intervenida, no puede desarrollarse el modelo que habíamos mencionado anteriormente. Es decir, ninguno de los dos militares puede convertirse en esposo ni ninguna de las dos mujeres puede ser la depositaria de los valores familiares (y por ende 9 sociales) puesto que la intervención significa un caos, una ruptura del orden que sólo puede reestablecerse con la transgresión de las normas que esa sociedad ha impuesto y con el consiguiente sacrificio del héroe romántico que así se convierte a la vez en mártir republicano. El enemigo, además del extranjero invasor, es el exacerbado deseo de la sociedad mexicana por pertenecer al mundo europeo, de imitarlo y como consecuencia, valorar más la etiqueta y el comportamiento en sociedad que la honestidad, la entrega patriota y el amor por la justicia. Altamirano voltea hacia los años de la Intervención para señalar los defectos de carácter que, de no corregirse harán imposible el establecimiento de una nación libre, orgullosa de sus tradiciones y su histora (o de la interpretación liberal de éstas), educada y, sobre todo, moralmente buena. Quedan aún muchas interrogantes por resolver, muchas obras por analizar y muchos procesos por esclarecer, sin embargo, lo que me parece innegable es que si pensamos que en las interpretaciones y construcciones del pasado se encuentran las proyecciones hacia el futuro de quienes produjeron esos discursos, y que, en el caso del siglo XIX, estas fundaron, además, el discurso hegemónico que habría de dar cuerpo a lo nacional, es en el estudio de la literatura de la época donde podemos encontrar algunas respuestas que sirvan para alumbrar el camino. 10 Bibliografía. Altamirano, Ignacio Manuel, El Renacimiento, periódico literario (México 1869), edición facsimilar, presentación por Huberto Batis, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. ———————————, La literatura nacional. Revistas, ensayos, biografías y prólogos, ed. y prol. de José Luis Martínez, México, Editorial Porrua, 1949. Tomo 1. De la Rosa Oteiza, Luis, “Utilidad de la literatura en México”, en Jorge Ruedas de la Serna, La misión del escritor. Ensayos mexicanos del siglo XIX, México, UNAM, 1996. González Stephan, Beatriz, La historiografía del liberalismo hispanoamericano del slglo XIX, La Habana, Ediciones Casa de las Américas, 1987. Lafragua, José María, “Carácter y objeto de la literatura” en Jorge Ruedas de la Serna, La misión del escritor. Ensayos mexicanos del siglo XIX, México, UNAM, 1996. Mitre, Bartolomé, Soledad, La Paz, Universo, 1968. Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina, literatura y política en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1989. Sommer, Doris, Ficciones fundacionales, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2004. Unzueta, Fernando, La imaginación histórica y el romance nacional, Lima-Berkeley, Latinoamericana Editores, 1996. 11